lunes, 31 de enero de 2022

BUENOS AIRES, UN DIA EN EL PUERTO. (I)



BUENOS AIRES, UN DIA EN EL PUERTO.  (I)



Por Guillermo Ferrer Sánchez

Juan dormitaba en la camioneta, a su lado los listados y los planos de las plazoletas descansaban confundidos. La radio dejaba escuchar las voces de los controladores y maquinistas enfrascados en su trabajo. Estacionó bajo un poste del alumbrado, la intensa luz se reflejaba en la blanca pintura y podía ser visto a distancia. Por si acaso, la baliza también señalaba su presencia. La precaución era necesaria, el relevo de los camioneros casi no existía y después de tantas horas de trabajo continuado, algún conductor agotado o medio dormido podía perder el control y ambos despertarían en la camilla de algún hospital cercano en el mejor de los casos.

 

La faena comenzó temprano en la mañana de ese Domingo, hoy trabajarían doce horas permitiendo descansar a uno de los tres grupos que rotaban su horario semanalmente. La mala noticia era que el personal “fuera de convenio” no cobraba un centavo por la carga de trabajo extra.

 

Por el número de Líneas Marítimas que había tomado la Terminal como punto de transferencia, la cantidad de movimientos de contenedores (teus) iba más allá de las posibilidades del equipamiento, de los recursos humanos y de la superficie que disponían, pero todo esto era un pequeño detalle sin importancia comparado con el volumen que llegarían a mover y los dividendos que se producirían.

Que habría un poquitín de caos, es verdad. Que el personal trabajaría con la lengua afuera, es verdad, pero: ¿A quién hace daño esto? Además, si a alguien le importara ¿Qué podrían hacer, sino meterse la lengua en el orto?

 

Se habilitó el Depósito Fiscal que operaria en los consolidados para el próximo buque, ingreso de exportación, entrega de importación y remisiones internas que cada día incrementaban su número a cifras más que importantes.

Las estibas de contenedores vacíos crecían desenfrenadamente- limitando el área operativa- esperando que sus operadores los pusieran en movimiento. A diferencia de Brasil y Uruguay los equipos no podían permanecer indefinidamente en la zona Primaria y cumplido un corto plazo tendrían que ser utilizados o reembarcados. Tema discutido hasta el cansancio por el inconveniente económico que producía la medida a los exportadores, todos lo entendían, pero La Aduana no consideraba necesario cambiar la Legislación, defendiendo intereses que solo ellos comprendían.

 

La confusión creada por los camiones de tantas operativas diferentes, dificultaba el control, el seguimiento de las máquinas y favorecía el posicionamiento de los contenedores donde pudieran hacerlo. Muchas veces eran descargados en lugares de emergencia sin tomar el recaudo necesario. Su posición al no quedar registrada ocasionaba serios problemas con los consignatarios de los equipos e incrementaba los trabajos que se dejaban pendientes y acumulaban para “otro momento”.

 

Como solución a la falta de capacidad para organizar la operativa general de la terminal, los jefes intermedios trasladaban los problemas de un turno a otro hasta que eclosionaban y al que le tocaba la crisis debía resolver el problema.

 

Los “Gate” no daban abasto y los oficiales de prefectura intentaban organizar las filas de ingreso que al aumentar su número imposibilitaban un control efectivo. El abarrote continuaba dentro de la instalación que a su vez impedía a los camiones involucrados en la descarga y carga del buque hacer un trabajo eficiente.

 

Frente a las oficinas de facturación, los camiones cargados aguardaban que los chóferes terminaran de recibir la documentación de salida de la Zona Primaria y poder dirigirse a plaza. Fuera del cercado, personal de Prefectura revisaban la documentación de la carga y la habilitación de los camiones, algunos quedaban retenidos esperando al agente de transporte para salir del mal paso.

 

Rubén era el encargado de la Plazoleta de Importación, entre él y Juan se repartían los hombres y los equipos, pero lo de este día era demasiado y cada uno trataba de salvar “su” labor a cualquier precio. Después de más de diez horas de caos, se sentó unos minutos para reposar los pies. Marito le cebó un mate y el amargo líquido calentó un poco su cansado cuerpo.

 

Enormes gotas de sudor, hijas de su carrera por toda la terminal lo cubrían, sus nervios alterados por la presión constante del trabajo minaron su salud. Hace poco tuvo una crisis y descansó por prescripción del médico de la ART más de una semana.

Los jefes reían a sus espaldas y se mofaban, contando chistes acerca de su estado, como si fuese un soldado que no podía soportar el rigor de una batalla en lugar de un hombre que trabajaba para recibir un salario, pero no para que su salud se viera afectada por un abuso oportunista.

 

Miro con preocupación los camiones que cerraban el paso a la descarga del buque, presto atención a la voz alterada de su supervisor preguntando: -¿Qué sucede, por qué los camiones no regresan? ¿Qué pasa? - y un fuerte improperio se escuchó por la radio. El personal de vigilancia trato de organizarlos, era imposible.

Maldijo en silencio la habilidad de los portiqueros. La fantasía heroica de a mano limpia empujar el cercado para tener más espacio para camiones y contenedores era la única solución posible que daba su mente agotada por aquella locura en que vivían.

Una idea peregrina lo hizo sonreír. Que bien se verían sus jefes con un candil en la mano buscando en las altas y apretadas estibas equipos desaparecidos por falta de apuntadores para controlarlos. Programar el descanso de sus hombres sin posibilidad de cubrir el puesto de trabajo por falta de personal. Que esperarán una máquina que nunca llega, mientras los clientes gritan y se agitan a su alrededor por no recibir el servicio por el cual pagaron una fortuna. Sería lindo- pensó- Estaba más que cansado, frustrado de hacer un trabajo contratado por otros a los que no importaba si era factible hacerlo o no.

 

Desde hacía mucho el rigor sobrepasaba la mejor voluntad de aquellos hombres del puerto. Secó su frente y recordó que cuando trataba de hablar con sus jefes, encontraba oídos sordos y rostros adornados con una sonrisa cansada y desdeñosa. Bueno-dijo para si- Ellos nada pueden hacer ¿Que podré hacer yo?

 

Sus ojos agotados recorrieron el listado de las verificaciones que debía posicionar, con tanto trajín no pudo hacerlo, lo trasladaría inconcluso al otro turno como si fuese una bomba de tiempo ¿Qué decirles a los clientes cuando reclamen en la mañana? ¿Cómo explicar que tuvo más trabajo del que podía hacer? ¿A quién pedir ayuda o un poco, aunque solo sea un poco de mesura?

 

¿Por qué no se decidían? ¿Qué había ocurrido? ¿Cuándo fue el quiebre en que creyeron que preocuparse solo de sí mismo era lo correcto? ¿Cuándo dejo de importarles los problemas de sus compañeros? ¿Cuándo cayeron en la trampa de sentirse parte de una organización que los utilizaba?

Si se agremiaban, tocarles el culo se haría mucho más difícil. Ahora, solo podían agachar la cabeza y aceptar las ordenes más absurdas mansamente. Mientras “más manso”, “menos problemático” para sus jefes, los ascensos de cargo y el incremento de “beneficios particulares” vendrían fácilmente a aquellos que guardasen la lengua e hicieran de una sonrisa aduladora y estúpida su mejor arma.

 

Llevaba muchos años en el puerto, la época en que cobraban horas extras, nocturnidad, trabajo pesado e insalubre eran un recuerdo lejano. Las privatizaciones y las componendas de los noventa eliminaron las conquistas que otros hombres habían ganado y que ellos no tuvieron el sentido común y el coraje de defender.

 

Miró hacia el muelle, a lo lejos se anunciaban las luces de un nuevo buque que atracaba, complicando más aun- si era posible- la tela de araña que los envolvía. Apretó los dientes y una injuria se ahogó en sus labios apretados. Una lágrima de ira e impotencia descendió serpenteando por su curtida piel, dibujando una huella húmeda y desagradable cual monumento a una indignidad mansamente aceptada

 

Guillermo Ferrer Sánchez

Buenos Aires-Argentina

2009-08-19

 

 

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viernes, 28 de enero de 2022

AGREGADO DE CUBIERTA



AGREGADO DE CUBIERTA


Motonave "Jiguaní"

Por Guillermo Ferrer Sánchez


 

Transcurría el año 1977 cuando la M/N Jiguani me recibió como agregado de cubierta. Allí dio inicio la etapa náutica de mi vida, que duraría hasta mi llegada a Puerto Madryn en el año 1994. Mi primer destino fue el puerto de Tokio.


Días después de mi llegada fui llamado por el Capitán del buque, que me preguntó si pertenecía a la promoción de los electronavegantes. Puesto que le contesté afirmativamente, me invitó a su camarote, donde esperaba un pequeño grupo que sin perder tiempo entró en detalle.


Un antiguo compañero de la especialidad llamado Orledo, estaba en otro buque atracado en puerto y su Capitán quería quitárselo de encima pasándolo al nuestro para su vuelta a Cuba. Contó que estaba muy nervioso, que había amenazado a otro tripulante, que se había encerrado en su camarote... en fin, que lo ayudara.


Conociendo a Orledo no me extrañó lo que pasaba y me ofrecí para lo que fuese útil. La cosa era ir al camarote donde el oso estaba acuartelado con una navaja en mano que por sus dimensiones habría hecho feliz a cualquier gitano taconeador de charangos y convencerlo de que continuara el viaje con nosotros.


Así lo hice. Parece que ya por entonces tenía dote de trabajador político o de negociador. Al reconocer que era yo quien tocaba a su puerta abrió. Estaba tan flaco y ojeroso que daba lástima, pero conservaba el mismo carácter de mierda de siempre. Nos abrazamos, lo contuve en su ira y luego de llevarlo a bordo del Jiguani me contó su versión de la historia.


Uno de los radares se había averiado y como llegaban a la zona de tráfico en aguas territoriales japonesas, era imprescindible ponerlo en servicio. Pese al mal tiempo mi amigo tuvo la mala idea de cambiar la pantalla sin que el mar le mostrara su lado más amable. Con el jaleo de la marejada tambaleó y el repuesto voló de sus manos convirtiendo en añicos la esperanza del Capitán, dejando al buque tuerto en condiciones de navegación precarias.


Los tripulantes, que no conocían a Orledo lo suficiente, tuvieron la peregrina idea de comenzar a joderlo y le hicieron creer que el Secretario del Partido, el Capitán y algunos oficiales se habían confabulado para arruinarle la carrera. Mi amigo, introvertido como pocos, desconfiado y de carácter sanguíneo, tomó viaje y de los vericuetos de su cerebro recalentado por las condiciones de vida de los marinos, surgió la idea de ajustar cuentas por mano propia.


Preparó un plan para ir ajusticiando al grupo que imaginó como responsable de su destrucción. Una noche, aguardo silencioso que el Secretario del Partido terminara su reunión habitual con el Capitán, siempre matizada con los chismes de abordo y por alguna que otra copita de ron. Cuando bajó el objetivo de su desvelo por el camino habitual, lo interceptó y lo invitó a que lo acompañara a una cubierta que quedaba fuera de las miradas curiosas de los demás tripulantes. El Secretario del Partido, pensó que le iba a pedir ayuda, consejo y que su verborrea demagógica lo ayudaría como era usual. Pero al llegar al lugar elegido por Orledo éste volteó sobre sí mismo y le lanzó entre los pies un cuchillo tamaño baño, increpándolo para que lo tomara en sus manos y las huellas demostraran que le había dando la oportunidad de defenderse.


El Secretario, hombre de mente rápida y lúcida, captó la idea de inmediato, aun antes que las palabras llegasen a sus oídos y midió la distancia. La luz de la luna que reflejaba en el filo de la navaja apuntando a su estomago lo motivó a tomar velocidad Match 3 partiendo de cero y comenzó a mover los pies en dirección opuesta sin girar el torso y con los ojos hipnotizados por el destello que lo perseguía rompió a correr sin preocuparse del honor que abandonaba en la desierta cubierta de aquel buque.


Si han visto correr a un negro en las olimpíadas, podrán hacerse una pálida idea de lo que allí sucedió. El hombre del partido batió todas las marcas, incluidas las que estaban por venir, devorando la distancia hacia la meta que para él era la enfermería, lugar al que llegó con los pulmones estallando, cerró la puerta estanca con traba y candado y empezó a dar gritos pidiendo ayuda para salir con cabeza del problema. Cuando al fin pudieron, a mi amigo le administraron un sedante y el resto es historia conocida.


Siempre nos habíamos llevado bien. Compañeros en la agricultura, nuestras literas estaban cerca en el pabellón que albergó a la promoción y cuando practicamos boxeo, nos dimos muchas trompadas usando como guantes toallas envolviéndonos los puños, con el fondo ruidoso de los gritos de los demás cadetes para que nuestro empuje no menguara.


El boxing informal se hizo popular y muchos comenzaron a entrar en el círculo, hasta que el oficial a cargo del batallón, observó con preocupación lo que estaba ocurriendo en las cercanías de los armeros donde se guardaban nuestros fusiles. De ahí que el oficial decidió detener aquellas prácticas, terminar con las peleas y nos regreso a prácticas de deportes menos comprometidos.


Orledo embarcó con nosotros y a partir de ese momento fuimos inseparables. Armamos un gimnasio y la mayor parte de la tarde transcurría ejercitándonos. Recordando épocas de la Academia endurecíamos las manos caso de tener la obligación de “acariciar” la cara de algún tripulante. En el calor de tal tipo de entrenamiento y con los malos consejos de tanto tiempo libre a bordo, se nos ocurrió entrenar con arma blanca y estuvimos varios días con las fintas y los quiebres hasta que nos propusimos dar un poco de realismo. Libramos los aceros de las cuchillas y cuidando no trincharnos continuamos con el ejercicio como práctica cotidiana, hasta que un ojo confidente nos vio y corrió a dar la noticia al Capitán Sardiñas –Carlos-, que subió a la cubierta y al vernos se puso verde.


Nos invitó a pasar a su camarote y luego de una larga conversación regada con whisky, se declaró nuestro amigo y pidió que dejáramos de lado la esgrima hasta regresar a La Habana para tranquilidad del resto de los tripulantes que no entendían nuestra dedicación por el deporte. Le dimos el gusto y el viaje resultó magnífico y sereno, sin ninguna marejada ni ola que perturbara la navegación ni nuestra vida a bordo. No está de más decir que, durante todo el trayecto, a nadie se le ocurrió andar jodiendo con nosotros.

 


“¡Ahora, a formar filas! ¡Con esperar, allá en lo hondo del alma, no se fundan pueblos! Delante de mí vuelvo a ver los pabellones, dando órdenes; y me parece que el mar que de allá viene, cargado de esperanza y de dolor, rompe la valla de la tierra ajena en que vivimos, y revienta contra esas puertas sus olas alborotadas”. José Martí


 

Guillermo Ferrer Sanchez.

Buenos Aires..Argentina.

2009-04-01

 

 

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martes, 25 de enero de 2022

BUSCANDO UNA NUEVA VIDA


BUSCANDO UNA NUEVA VIDA






Por Guillermo Ferrer Sánchez.


Hace algún tiempo mi buque arribó a Puerto Madryn y allí, en un día del mes de Julio de 1994, tomé la sabia y reprimida decisión de mandarlo todo al carajo. Era una fría y lluviosa –pero para mí alegre–, madrugada de un inolvidable invierno argentino. Tomé mi maletín como estandarte y abandoné en silencio la querida nave donde dejaba gratos recuerdos y las ilusiones de una parte importante de mi vida. Me hubiera gustado – ¿para qué negarlo?– despedirme de mis antiguos compañeros y ser testigo principal del verborreico puteo caribeño que aumenta su agudeza cuando se adereza con una pizca de buen condimento político. Digamos la verdad, mi instinto de conservación y el profundo conocimiento de las almas marineras me sugirieron que dejara ipso facto la atracadera de mierda para mejor ocasión. ¿Qué le vamos a hacer? Hay que tener paciencia y les aseguro, queridos amigos, que nosotros hemos aprendido con sangre esa lección.

 

La oportuna llegada de un taxi que vagaba displicente por las calles apenas iluminadas, me apartó de un plumazo de tan profundas reflexiones. Miré la luz salvadora que guiñaba alegre y cómplice, como sabiendo de mi difícil situación. En el portalón del buque soplaba un frío de muerte y el vigilante de guardia no se encontraba en su puesto. ¡Pobre hombre! Sabrá Dios el mal rato que le habrán hecho pasar cuando descubrieron quién debió haber estado en ese lugar cuando pasé en busca de mejores aires. Nuestros marinos, al igual que cualquier cubano, siempre está a la espera de ser atacado por ese enemigo terrible y siempre al acecho en los más recónditos recovecos de nuestras calenturientas y exaltadas mentes, que nos hace ver un enemigo en cualquier viandante o un submarino en la más tranquila de las focas. Por eso, la guardia en el portalón, se convirtió en un castigo que todos estábamos obligados a padecer, a pesar de ser una carga insoportable sumada a la ya complicada vida laboral de abordo.

 

Cansado de tanto ajetreo y pendejadas, como un general que analiza el campo de batalla y observa adónde y cómo puede hacer polvo al enemigo antes que lo hagan polvo a él, miré con la sabiduría de quien está por mandar todo a la mierda, el mural, ese adminículo permanente de propaganda, lleno de consignas, fechas históricas, dibujitos y mucha, muchísima literatura que trataba de explicar con la tozudez de un vasco obcecado, lo bien que nos iba a nosotros pese a estar con el culo roto y muertos de hambre y lo mal que la pasaban nuestros archienemigos imperialistas Con el ánimo que da la decisión y luego de tantos años de estar enganchado en la bobería oficialista desembarqué, dejando en prueba de mi honradez la carretilla donde apoyé mis maltratadas e hinchadas pelotas, en las cercanías de la Escala Real. Llegué al taxi y luego de poner a recaudo mis exiguas pertenencias, dejé la puerta abierta, giré y miré por última vez hacia atrás, donde la huella de mis pasos había quedado marcada en el sendero húmedo y me permití darme el gusto de hacer un último y elegante corte de manga antes de mandarlos a todos a la puta que los parió, sin dejar de estar alerta y observando con atención el que algún objeto contundente no estuviera trazando una parábola perfecta hacia algún punto importante de mi humanidad que, en ese momento, se encontraba en franca retirada Al fin había partido. No sé cómo describir la felicidad que me embargaba, el gran alivio que sentí en ese momento.

 

Tenía trescientos dólares estadounidenses en el bolsillo y un cagazo como no había experimentado antes. Mi única compañía era el empuje que da la adrenalina cuando se está por entrar al combate, y poco importa si gana o pierde, el placer de haber tomado la decisión de luchar por una nueva vida marcaría mi camino. Mientras el taxi me llevaba a la ciudad hice un balance involuntario de mi vida. Haber tenido el privilegio de padecer la comemierdada izquierdista desde la edad de nueve años, y haberla resistido y sobrevivido, era algo como para enorgullecer a cualquiera. Y lo que es peor, haberme embarcado en lo que luego devino en una peligrosa plaga para todo el país, hecho que podría complacer las fantasías más inconfesables de cualquier faquir en ayuno perpetuo.

 

Con mi salto del buque al muelle comenzó mi segunda vida. Y me permito llamarla así porque, tiempo mas tarde, casi quedo como cliente permanente en el cementerio de la Chacarita, en esta querida tierra que me acogió. Pero esto forma parte de otra historia y quizás de otras anécdotas.

 

Guillermo Ferrer Sánchez.

Buenos Aires.. Argentina.

2009-03-14

 

 

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sábado, 22 de enero de 2022

Los años verdes. La Zafra del Café.


Los años verdes. La Zafra del Café.




Por Guillermo Ferrer Sánchez.

 

Éramos un grupo de más de veinte jóvenes que tomamos las mochilas y con la fuerza que nos daba el llamado de la hora marchamos a las míticas montañas de las provincias orientales a la Zafra del Café.

 

Días de hambre, raciones exiguas, ascender por el enlodando sendero en la oscuridad de la madrugada, resbalar, caer, erguirte, continuar. Llegar a los cafetales cuando amanecía, envueltos en la bruma y saturados de humedad. La bolsa o la canasta amarrada a la cintura, libres ambas manos para ir seleccionando uno a uno el grano maduro sin dañar las hojas o los frutos que aún no podría tocarse o para evitar caer por la ladera inclinada y fangosa.

 

Al mediodía, cuando el sol nos maltrataba, las hormigas del café, de las grandes y negras y también de las pequeñas y rojas, nos atacaban con furia penetrando en apretadas legiones por las mangas de las camisas y por el cuello invadiéndonos por debajo de nuestra ropa. El escozor insoportable solo podía aliviarse mucho más tarde, cuando bajábamos apresuradamente al campamento e íbamos a bañarnos en las turbulentas aguas del Toa antes que la noche impidiera ver claramente los senderos.

 

Nos reuniríamos junto al fuego, comíamos unos plátanos u otra vianda, algo de carne en conserva preparada por alguien del grupo que, sin saber cocinar, tenía la obligación de llenar los famélicos estómagos de la brigada de trabajo.

 

El camino desde nuestro pueblo a las montañas donde se encontró la finca ayudó a la brigada que trabajaría en la zafra cafetalera era bastante accidental. Transportes lentos y antiguos, magras raciones, poco descanso, largas caminatas con las pesadas mochilas colgadas en la espalda y el generoso sol oriental calentando nuestras cabezas, siempre adelante, como si la prisa disminuyera la distancia.

 

Hasta que una tarde llegamos a la finca de la familia Sánchez (Májaseal) y una barraca de madera y techo de paja nos recibió, benéfica, y nos protegió durante la temporada que nos tocó vivir aquella aventura.


Colgamos las hamacas, cada uno acomodó sus cosas como pudo mientras la niebla de la tarde cubría el paisaje. Para nosotros era un momento importante y nada terminaría con nuestro entusiasmo. Una parte de los voluntarios pensamos así. Otra no soportó y, sin meditarlo mucho, volvió a Las Villas. Nunca me ocupé en averiguar lo que contaron para justificar una retirada tan poco honrosa.

 

La debacle preocupó y del partido municipal envió a mi madre, acompañada por un hermano ex combatiente del ejército rebelde para averiguar qué sucedió.


Sin aviso apareció en el predio cafetalero. Nos quedamos de una pieza, porque en nuestra juventud no comprendemos el motivo. Firmes, estigmatizamos a los demás como desertores y declaramos que mantendríamos la palabra empeñada. Mi madre nos miró de una forma que nunca olvidó. Paseó su vista por nuestros rostros –teníamos entre trece y quince años–, bajó los ojos y sucedió la decisión con su voz dulce pero firme. Mi tío sonrió, cómplice, por la juvenil cojonada que anuncióba una buena madera. Nos abrazaron a todos, nos abandonaron su cariño y luego de despedirse se alejaron hasta desaparecer ocultos por los frondosos árboles que abrigaban las montañas.

 

Mantuvimos nuestra palabra y como si fuera necesaria otra prueba, al poco tiempo nos azotó un ciclón al que llamaron “Flora”. Su fuerza y ​​las lluvias que lo acompañaban provocaron destrozos enormes en toda la zona.


Allí, en un lugar perdido de las montañas, junto con campesinos que buscaban refugio en lugares más altos por la terrible crecida del río Toa, nos apretamos los unos contra los otros e, inmóviles, soportamos la violencia desencadenada con la humildad de los hombres ante fuerzas que estan mas alla de su razon.

 

Durante el vendaval, como un rayito de esperanza nació una hermosa niña. Separada por un débil tabique que daba una precaria, privacidad la partera recibió una nueva vida, hija de uno de los dueños de la finca. Hoy tendrá unos cuarenta y tantos años. A veces me sorprendió imaginando cómo ha sido su vida.

 

La tempestad terminó. Árboles, ramas caídas y el lodo hacían las labores mucho más difíciles pero no imposibles. El trabajo rompió los días de tedio hasta que recibimos la orden de regresar. Los caminos habían quedado intransitables, los transportes no pudieron llegar y nos esperaban muchos kilómetros, cerca del pueblito de Palenque.

 

De un grupo de mas de veinte jóvenes solo quedamos cinco, Minervino Moreira de Potrerillo, Pedro Avalos de La Maltina , dos chicos humildes de San Juan de los Yeras: Mateo y José, y yo de Ranchuelo.


Algunos en chiste le habían puesto a la brigada LV5-/R19, diferenciado los que quedamos y los que se habían “rajado”. Los años pasaron y nuestros caminos nunca volvieron a encontrarse, sin embargo, algunas veces me siento con ellos alrededor del fuego, conversamos repitiendo historias ya olvidadas mientras el frio de la montaña nos hace tiritar y la hija de Sánchez llora incansable pidiendo su alimento.

 

Finalmente, tomamos nuestras pertenencias y la caminata fue una epopeya. El lodo parecía la mar, lo cubría todo y muchos dejamos el calzado enterrado, pero seguimos descalzos cuidando de no pisar una piedra que nos hiriera y nos alejara de los camiones salvadores. Al encontrarlos, nos embarcamos en desordenado tropel.


En Santiago de Cuba subimos a unos ómnibus escolares y así hasta Santa Clara donde nos dieron zapatos para nuestros pies maltratados. Recuerdo que nos recibió un muchacho amigo de mi familia de apellido Chao. Yo continué viaje hacia mi pueblo que, ignorante de lo sucedido, continuó con su vida.

 

Años más tarde al leer las cartas que entonces enviaba a mi familia, me asombré al descubrir la fuerza de las ideas que se agitaban en aquellas líneas escritas a la tenue luz de una vela del luego agotador trabajo en los sembrados de café. Fuimos voluntarios, medimos nuestra fuerza, supimos cuál era nuestro coraje y regresamos fortalecidos de la dura prueba.

 

Al llegar agotado por la mala alimentación y la faena, no renegué de nada. Orgulloso, sentí en mi pecho el latir de una estrella. Busqué a mis padres y nos fundimos en un largo abrazo. El calor del hogar y su amor curaron las heridas preparándome para continuar en la maravillosa aventura de una Patria mejor.

 

¿Qué hubiera sucedido si esa inmensa vocación de trabajo y capacidad de sacrificio hubiera tenido como meta el bienestar de nuestra Patria? Éramos demasiado jóvenes, tan ingeniosos y sin embargo, la tempestad mas violenta no podía doblegarnos ¿Cuándo perdimos nuestra fuerza? ¿Cuándo comenzamos a perder el orgullo ya inclinar la cabeza? ¿Cuándo nos corrompimos y perdimos la fe?

 

Llegan de un lugar ignoto de mi memoria unos versos martianos, que como ráfaga de viento fuerte, gritan a mi conciencia dormida:


"Dame el yugo, oh mi madre, de manera

Que puesto en él de pie, luzca en mi frente

Mejor la estrella que ilumina y mata".

 

 

Guillermo Ferrer Sánchez.

Buenos Aires-Argentina

Mayo 19 del 2009

 

 

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Los años verdes. La Zafra del Café. Notas.

 

Esta vez la pluma de Guillermo Ferrer viaja hacia el pasado y nos remonta a la segunda tarea apoyada por la juventud de entonces. No olvidemos que la primera movilización masiva de jóvenes ocurrió en 1961 durante la “Campaña de Alfabetización”.


Releo este tema interesante y observé dos detalles que me obligan a la investigación. En uno de los primeros párrafos, Guillermo expresa lo siguiente: “La debacle preocupó y del partido municipal enviaron a mi madre, acompañada por un hermano ex combatiente del ejército rebelde para averiguar qué sucedía”.


En otro de los párrafos siguientes dice algo donde muy pocos se habrán detenido: “Mantuvimos nuestra palabra y como si fuera necesaria otra prueba, al poco tiempo nos azotó un ciclón al que llamaron “Flora”. Su fuerza y ​​las lluvias que lo acompañaban provocaron destrozos enormes en toda la zona”.


Considero que la premura no lo detuvo en ofrecer una aclaración necesaria y surge la pregunta que pudiéramos hacer muchos de la época. ¿A qué zafra cafetalera se refiere?


La primera zafra del café se produjo a finales del año 1962 y yo recuerdo que, para esa fecha, nos sorprendió la “Crisis de Octubre” en la región cafetalera de Mayarí Arriba. Todo parece indicar que el año posterior hubo otra movilización al café y lo demuestra la mención del ciclón “Flora”, cuyo paso desbastador sucedió en 1963.


Falta otra pregunta y es donde el autor debe hacer una aclaración. ¿A qué “partido” se refiere? Hasta el año 1962 todas esas movilizaciones y trabajos de confusión, fueron realizados por la ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas). La cual fue desintegrada el 26 de Marzo de 1962 y dio paso a la formación del PURSC (Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba) No olvidemos que Castro había declarado “socialista” a su régimen en Abril de 1961. Es necesaria esta aclaración a los lectores para que no confundan o interpreten que se hace mención del “partido comunista”, el cual fuera fundado oficialmente en 1965.


Como quiere que sea, Guillermo logra recrearnos con ese viaje al pasado y el encuentro con una juventud muy laboriosa, inocente, traicionada y cómplice de esas desgracias a pesar de sus aspiraciones.

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2016-08-25.

 

 

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lunes, 17 de enero de 2022



 

Y DECIDÍ MARCHARME


Hokkay RoRo escenario de esta historia.

Por Guillermo Ferrer Sanchez

 

El Hokkay era un RoRo ( Roll On Roll Off)-primero en su tipo-adquirido para la flota cubana. Sueño de pobre con plata que alimento un ego muy particular. El Capitán Hugo Vivar. –Viceministro de Transporte- patrocino la aventura y llevo a buen término las negociaciones de compra. El buque tenía un estado técnico deplorable pero ese detalle era un tema menor

El totalitarismo es interesante y digno de estudiar. Cuando se hace gobierno e implanta su estilo, en algún momento (más bien en todo momento) el gran líder, otro líder o cualquier inútil pare una idea genial. Generalmente tiene un trasfondo netamente político que puede promocionarlo, demostrar su sabiduría o alimentar su apetito de poder. Eso si, los problemas de fondo continúan a la espera de ser atendidos convenientemente.

Cuando todos se dieron cuenta que la iniciativa era un fiasco de marca mayor al Capitán H.V. lo enviaron a ventilarse en las extensas rutas marítimas que surcaban los buques de Navegación Mambisa.

El Hokkay fondeo en la Bahía de la Habana y agónicamente realizo unos cuantos viajecitos para tranquilidad de todos los que autorizaron la compra. La honrilla pudo ser salvada.

La plata era del pueblo y este actor social tan homogéneo y difícil de particularizar nunca protesta por la confianza que deposita en sus líderes. Estos pueden equivocarse y matarlo de hambre, pero esta aceptado implícitamente que sus intenciones son buenas.

Para alegría de la tripulación, recibieron algunas mejoras que otros no percibían pese a soltar la piel trabajando: varias gaseosas semanales, mejor comida y alguna botellita de ron de cuando en vez, alimento su entusiasmo y dedicación al trabajo.

 

Estos beneficios (¿?) otorgados de manera voluntarista y subjetiva, sin contrapartida productiva o por conquistas sociales, lejos de beneficiar, favorecen el surgimiento de cofradías interesadas en copar los supuestos privilegios. Establecen códigos y relaciones que nada tienen que ver con un buen ambiente laboral. ¿Recuerdan la cita? : “En el socialismo de cada cual según su capacidad a cada cual según su trabajo”. ¿O acaso se utilizan los fundamentos ideológicos de la doctrina solo cuando son útiles para maniobrar?

 

Mis vacaciones habían terminado y me enviaron al buque en el mes de agosto de 1993 como Primer Oficial. Conocía de antaño al Capitán Santana. Tenia la mano pesada y bajo su comando no se podía estar jodiendo. Este llevaba mucho tiempo a bordo y solicito su relevo.

La estadía en el puerto seria prolongada lo que convirtió la plaza en un lugar muy deseado. La lotería la gano el Capitán Sardiñas (el gordo) que para la época trabajaba como inspector de Seguridad Para la Navegación. Buen tipo, simpático y cuentista pero sin la potencia de su antecesor. No gustaba de conflictos, flojito y muy comilón. No tenia la madera necesaria para enfrentar una tripulación que al menor atisbo de debilidad actuaría en consecuencia.

Quisimos mantener el nivel técnico alcanzado por la anterior administración y de ser posible mejorarlo. Un detalle empaño nuestro deseo, había que trabajar, cumplir un horario, no estar zafando el cuerpo con reuniones, o que el secre de turno tuviese la ultima palabra a bordo. El que no cumplía con su deber era desenrolado. El represente del partido se sintió atacado al ver menguar sus atribuciones. Sus muchachos cerraron filas. Afilaron las armas para el combate y el ruido de tambores lejanos solo traía el llamado a la guerra.

Con Santana otra hubiese sido la historia. “Sardi” siempre flojito y timorato se abrió de patas. La contradicción rompió por el oficial a cargo de mandar a trabajar e imponer disciplina.

Mi buena estrella hizo un regalo inesperado. De tantas visitas a bordo explicando como trabajaba ese tipo de buque, conocí a una hija de la lejana provincia de Guantánamo. La chica portaba las cualidades más dulces de su hospitalaria tierra y en adelante mis noches de guardia fueron bendecidas con su hermosa compañía. Error fatal.

El secre tuvo su oportunidad. Cometí un acto imperdonable para la rígida moral marino-partidista. ¡El Primer Oficial tenia relaciones extramatrimoniales!

Amigos míos, en Cuba hablar de infidelidad nunca ha sido tema de alta política. Nuestros eximios líderes atesoran una cantidad interesante de amantes mantenidas con los recursos del pueblo. Sin embargo, cuando conviene cualquier cosilla puede ser utilizada. El derecho a cagar al prójimo es tan viejo como nuestra especie ¿De que sorprendernos entonces?

Así las cosas, a mis espaldas se cocino con el Comité del Partido una reunión donde se discutiría acerca de la dañada moral del primer oficial. Allí no cumplieron con los procedimientos, ni con los estatutos, ni con lo que un hombre normal hubiese hecho de tenerle bronca a otro. La antigua herida de mi época de político quizás les aconsejo tomar revancha por la afrenta no olvidada.

De improviso me vi en el medio de una reunión sin saber que se trataría. Completamente desinformado. Mis “compañeros militantes” me tomaron del cuello y comenzaron a despedazarme. Todos con cara de orto y el consentimiento seguro del Capitán que no podía ignorar la actividad que realizarían a bordo de su buque. Los representantes del Comité del partido comenzaron la letanía acompañada con golpes de pecho y latigazos en sus espaldas (¿medios maricones?).

La experiencia de tantos años hablando la misma mierda u otra parecida, me aconsejo escuchar tranquilo ya aburrido de la rutina estupida de nuestras vidas.

Algunos me criticaron. Otros prefirieron callar y observar entusiasmados el complicado vuelo de las moscas muy cerca de las luces que aferradas al techo observaban una reunión comunista.

Si la naturaleza te ha regalado una buena porción de sentido común, cuando recibas una alerta, lo mejor es ocultar capacidad tan subversiva. Dejar que una sonrisa entupida adorne tu rostro de militante siempre fiel al partido será lo más conveniente.

Cuando al fin terminaron y un poco de silencio se regalo a nuestros oídos. Pedí la palabra. Agradecí la preocupación por mantener impoluta mi bragueta. Pero, ya que estábamos con aquello de analizar. ¿Por que no hacerlo con todos los militantes desembarcados por robo o por indisciplinas? ¿Cual era la intención real del secre? ¿Por qué no cumplieron con los estatutos?

Lentamente coloque todas mis cartas sobre la mesa, sabiendo que no podrían siquiera igualar la apuesta. Quedaron fríos al advertir la metedura de pata y mi disposición de llevarme puesto hasta el capitán por blando de huevos. Todos mudos a mirar por las portillas. Mientras la tenue luz del atardecer daba paso a la oscuridad más completa. Esperaban quizás a Lenin aconsejara que hacer conmigo.

Aguarde unos minutos y al ver que no se reponían, me levante y di un portazo al salir. Finalmente corte el hilo agónico y deteriorado que muy débil me unía a la organización y al sistema político de mi país. Decisión madura desde mucho tiempo antes.

El jefe del grupo de buques al enterarse de todo el rollo no pudo creerlo. Ofreció su apoyo y la promesa de una limpieza a fondo. Agradecí pero a esas alturas no era necesario. Otro buque esperaba más allá de las costas cubanas en Puerto Cabello

Al tomar el avión para Venezuela- igual que Celia Cruz- deje enterrado mi corazón con la convicción de no regresar jamás. Mientras la aeronave se alejaba de La Habana, contemple hasta el último segundo los grises edificios que se perdían en la lontananza. En silencio mande al carajo todo el empalagoso y repugnante merengue político cubano. Muy lejos estaba de mi mente que Argentina seria mi nueva Patria adoptiva.

Mi futura esposa preparaba un viaje a Cuba para sus vacaciones. Yo comenzaba a recorrer un largo camino que mucho tiempo después me llevaría a sus brazos. Un día de septiembre de 1995 en esta siempre hermosa ciudad de Buenos Aires.

 

Guillermo Ferrer Sánchez

Buenos Aires..Argentina.


 

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domingo, 16 de enero de 2022

BARCOS QUE PERTENECIERON A LA EMPRESA DE NAVEGACION MAMBISA. CONCLUSIÓN



 BARCOS QUE PERTENECIERON A LA EMPRESA DE NAVEGACION MAMBISA.




CONCLUSIÓN

Hoy concluyo un largo recorrido donde diariamente les expuse fotos y datos de cada uno de los barcos que formaron parte de la Empresa de Navegacion Mambisa. Ya antes había hecho el mismo recorrido con los buques que pertenecieron a la Empresa de Navegacion Caribe. Entre las dos flotas me consumieron mas de medio año su presentación, la búsqueda de esas naves borradas de nuestra historia fue ardua y agotadora. Ya he dicho en algunos temas que a finales de la década de los 90, apenas existían datos sobre esos barcos que ustedes han podido ver, disfrutar y rescatar gratos recuerdos. Todo parecía indicar que hubo la malsana intensión de borrar nuestra historia, la que nunca estuvo desvinculada a la de Cuba. Nosotros no solo fuimos los vehículos utilizados para la importación y exportación de mercancías, nuestro rol fue mucho mas comprometido. Fuimos enrolados en cada una de las aventuras -locuras guerreristas- de quien hoy duerme plácidamente en el meteorito de Santa Ifigenia.

 

Los barcos se parecen mucho a las personas, aunque sean de acero, tienen un proceso embrionario, desarrollo del feto, nacimiento, vida envejecimiento y muerte. Poseen una inscripción de nacimiento, lugar de nacimiento y se les lleva un diario de sus vidas hasta que desaparecen. Los barcos, como los seres humanos, dan paso al nacimiento de otras criaturas con su vida productiva, eso lo han demostrado los grandes Armadores, quienes invierten parte de sus ganancias en la adquisición de nuevas naves antes de mandar al reposo eterno a las ya viejas y agotadas embarcaciones.

 

En Cuba la historia es un poco más complicada, la mayoría de esas naves fueron adquiridas con créditos que luego no cumplidos y se fueron perdiendo una a una cada nave que una vez consideramos nuestras. En la calle quedaron miles de hombres desamparados y sin otra profesión que la de “marino”. Las causas de ese naufragio todos las conocen, solo que la mayoría, y por diferentes razones, han preferido guardar silencio. Otra ala de esa masa deformada durante su existencia ha elegido formar parte del grupo que defiende a sus verdugos y prefiere justificarlos con las mismas palabras inyectadas durante 63 años, destacándose entre ellas el “bloqueo norteamericano”. Omiten toda la incompetencia que existió en las operaciones de tres magnificas flotas, la corrupción, despotismo y otras fechorías que dieron al traste con cientos de buques.

 

Nosotros no escapamos como protagonistas de este desastre, si piensan que me sumaré al criterio absoluto de que la culpabilidad se encuentra solo en el lado del gobierno, sus dirigentes y el agotador bloqueo, creo que se equivocan. Una gran parte de la responsabilidad se encuentra entre quienes portaron charreteras en sus hombros o fueron distinguidos con alguna secretaría de las organizaciones políticas a bordo. No se excluye tampoco al marino simple, quien, en menor o mayor grado, también colaboró en este desastre. Muchos de estos pajaritos que apelan al silencio, complicidad, ética profesional y otras tonterías de peso, se encuentran en el exterior apelando por ese silencio cobarde y atacan a quienes se atreven a levantar la voz para exponer todas estas realidades. Olvidan estos pajaritos cuanto daño causaron a sus naves, tripulaciones, mercancías y al país con sus malas decisiones, muchas de ellas producto de sus incapacidades técnicas o simplemente de sus actitudes miserables ante los suyos. Malas y caprichosas derrotas que aumentaron el consumo de combustibles, gastos innecesarios en el uso de Prácticos en el norte de Europa, averías por contaminación de las cargas, aplastamientos de las mismas, pagos de facturas adulteradas de las que obtenían ganancias, sometimientos de sus tripulaciones a estados de austeridad y hambruna innecesarias para arribar a La Habana con un informe de viaje sobrecargado de ahorros, etc. Son algunos de los delitos cometidos por estos individuos bien molestos, con su hogar actual en los Estados Unidos y otros países. ¡Vamos! Existe mucha historia pendiente por contar y otras que han sido sepultadas con la muerte de sus testigos. Todo eso forma parte de una historia que se ha pretendido mantener oculta para tranquilidad de unos cuantos degenerados. Nosotros también somos responsables en las perdidas de esas flotas, claro que, en menor cuantía, nuestras responsabilidades eran infinitamente menores a las de todos los que dirigieron esas flotas, pero sumados nuestros errores, el precio económico de ellos también es elevado. Siempre nos decían que esas flotas no eran rentables y nosotros éramos los causantes de las perdidas producidas cuando eso era totalmente falso, como mentira era también culpar al bloqueo norteamericano.

 

En fin, este es un tema bastante amplio y la verdad nunca se encontrará en las playas de esa isla bañada por el Caribe. Es una pena, vergüenza diría yo, que la verdadera historia de nuestras flotas, barcos y hombres muera por el silencio cobarde de quienes la vivieron.

 

Algunas de las naves presentadas en estas selecciones no coincidieron en el tiempo o espacio, muchas, sí, razones para que fueran sustituidas con el dinero que ellas producían. No fue así porque esa plata se desvió hacia todas las aventuras guerreristas en las que ese loco involucró a nuestro país, y todavía hay que soportar a una pandilla de cobardes aplaudiéndolos, peor aún, aquí en Miami.

 

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Miami..Florida.

2022-01-16

 

 

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