REGRESO A LA TIERRA DE CHOPIN
Motonave "Bahía de Cienfuegos", escenario de esta historia.
-¡Mire! Quiero que le pongan unas trincas de refuerzo en estos puntos de los camiones. Le dije al supervisor del seguro de la carga, estábamos en otoño y era de suponer que encontraríamos algún mal tiempo por el camino de regreso a la isla.
-¡Con esas que tiene es suficiente! Yo le expido un certificado asegurando que fueron bien estibados y trincados los camiones. El tipo era un individuo arrogante y por el tono en que se dirigió a mí, lo interpreté como si se dirigiera a un indio. Tenía mucha razón y yo lo comprendía, éramos una carga muy pesada para sus países. Una especie de bobos a los que se les está pagando estudios en una universidad norteamericana y nunca culminarían sus carreras, una especie de proxenetas que se alimentaban del sacrificio de esos pueblos. Sólo que eligió a la víctima equivocada.
-Usted será el inspector que quiera, pero el Primer Oficial de este buque soy yo. ¡Ponga las trincas donde le he solicitado! Cuando yo me encuentre navegando, si soy sorprendido por una galerna, ¿sabe qué haré con su cartica?, solo servirá para limpiarme el culo. Al ver mi reacción no intentó replicar, hizo unas anotaciones y se retiró. La situación en nuestro país y el campo socialista era intolerable, aquel hombre abrigaba los mismos sentimientos que yo escondía. No era fácil ver a nuestra gente haciendo colas esperando por la llegada del pollo en los mercados, ración que debían entregar cada nueve días y que demorara más de lo habitual. ¡Estos indios de pinga! Así pensé repetidas veces, así mismo debían pensar todos los habitantes del campo socialista de nosotros.
Las bodegas del barco estaban rellenas con autos Fiats polacos que luego distribuirían entre los “vanguardias”, las cubiertas y tapas de bodegas irían a tope de camiones “Tatra”. Llevaba decenas de viajes transportando todo tipo de vehículos hacia la isla y nunca llegó a resolverse el problema crónico con el transporte. El apetito de la isla resultaba insaciable, todo se destruía en corto tiempo, nada era duradero. La indolencia, irresponsabilidades, corrupción y hasta mala fe, colaboraron directamente en esta especie de epidemia vivida. Por la cantidad de equipos importados durante tantos años, era posible que cada cubano tuviera un camión, guagua o auto estacionado en la puerta de su casa. Sólo sobrevivían aquellas viejas carrozas heredadas antes del 59, el mensaje no podía ser más claro.
Presionado por el ritmo de las operaciones de carga y los robos que se producían en aquel puerto, me vi prácticamente imposibilitado de salir a la calle. El Cascada había perecido en un incendio, así me dijo uno de los capataces de la carga y lo lamenté, le debía gratos recuerdos. Uno de esos días antes de partir, fui con un aduanero hasta una oficinita cercana a nuestro atraque. Allí me presentó a una joven y hermosa pasajera que realizaría su viaje hasta La Habana con nosotros. Estaba acompañada por su madre y un niñito de brazos, tenía unos ojos azules encantadores, era rubia y no llegaría a los veinte años. Hablaba casi perfectamente el español y con el acento nuestro. Ese detalle y el color de su hijo, mulatico, me llevaron a la pronta conclusión de encontrarme ante la mujer de algún cubano. Le cargué una pesada maleta y la aduana permitió la entrada de su madre con nosotros. Le asigné el camarote destinado a los comisarios políticos, aún no contábamos con su desagradable existencia en nuestro barco, ese camarote colindaba con el mío.
Motonave "Bahía de Cienfuegos".
Como era de esperar, tuvimos que enfrentar una fuerte tormenta en el Mar del Norte y Canal de la Mancha. Desde la salida de Polonia, yo pasaba por el camarote de la pasajera para cargarle al niño y bajar al comedor. No podía comer a la misma hora de los tripulantes, todas las plazas estaban cubiertas en el comedor de oficiales. Tampoco resultaba un sacrificio para mí y me ayudaba, de paso a escapar de la terrible rutina que se vive durante las navegaciones. No puedo negar que si ella me regalaba un solo filito durante esos breves contactos, yo lo aprovecharía a mi favor. El niño hizo pronta confianza conmigo y se dejaba cargar sin ofrecer resistencia, unos días después me regalaba uno que otro beso infantil o jugaba conmigo de alguna manera. Luego de cenar y cuando la tripulación acudía al comedor a las seis de la tarde, la polaquita subía al puente y conversábamos ese ratico. Sólo podíamos hacerlo ese corto espacio de tiempo, porque deben imaginar que fuera asediada inmediatamente por nuestra sedienta hueste de machos tropicales.
-¡No imaginas lo que voy a decirte!... Se detuvo, como es costumbre entre tanta gente, como deseando darle mucha más importancia al contenido de lo que diría posteriormente. Yo me encontraba llenando el diario de bitácora y no quise desviar la atención de lo que hacía para evitar errores.
-Si no me lo cuentas… Le contesté al Tercer Oficial cuando vi que su parada era indefinida y me detuve como él, pero con una causa justificada.
-¡Me jamé a la polaquita! Dijo casi susurrando como si se tratara de un importante secreto y lo comprendía. Si aquella declaración llegaba a oídos del timonel, la información sería de dominio público en cuanto entregara su guardia. En los barcos cubanos existía un comportamiento similar al que se vivía en los solares o cuarterías, todo era secreto hasta escucharlo uno de los vecinos. No teníamos muchos medios de distracción y el chisme formó una parte muy importante de nuestras vidas en las grandes navegaciones. Por su importancia detuve lo que estaba haciendo, me interesaba mucho el tema.
-¡No jodas! ¡Te has ganado la lotería! Estás comiendo riquísimo, es una joyita esa chamaquita. ¿Cómo te empataste con ella? Comenzó a ofrecerme detalles de su conquista y llegué a una sola conclusión, la chica no era tan difícil. –Tienes que trabajar fino, ya sabes que todos los calentones se pondrán para el esqueleto de esa muchacha y nos quedan muchos días por navegar.
-No vayas a decírselo a nadie. Casi me suplicó y le garanticé que así seria. ¡Mira que calientica nos ha salido la polaquita! Pensaba mientras me dirigía al camarote, dirigí una mirada involuntaria hacia su puerta, estaba abierta. Siendo las diez de la noche siento unos toques en mi puerta y al abrir recibí una grata sorpresa, era ella.
-Primero, necesito que le digas a esos hombres que se retiren de mi camarote. Llevan dos días visitándome hasta altas horas de la noche y yo quiero dormir. Giró sobre sus pasos y la seguí picado por la curiosidad. Cuando entré a su salón, me encontré con el “Musiquito” y el Segundo Oficial sentados uno frente al otro sin hablar. Eran dos personajes muy populares en el buque, “Musiquito” era el camarero de los oficiales, un poco feo, pero muy humilde y servicial. El Segundo no era muy conversador, tenía una tendencia a vivir al estilo militar y siempre andaba con los audífonos de una walkman escuchando música. Ambos eran personas inofensivas y poco dadas a las aventuras extra-matrimoniales en los puertos que visitábamos, me sorprendió verlos allí en plan de conquista.
-Muchachos, la pasajera me ha dicho que desea dormir y ustedes no se lo permiten. Por favor, abandonen este camarote y traten de no molestarla. Ella se había encerrado en el dormitorio y supongo que escuchaba cuando me dirigía a los muchachos que sin protestar salieron inmediatamente. Yo salí tras ellos y cerré la puerta de la polaquita con el seguro puesto. Por las tardes y después de cenar, el camarote de la polaquita era visitado por Alejito, el secretario de la juventud comunista y su esposa, ella realizaba un viaje de estímulo ganado por su marido en el barco anterior donde navegáramos. No era mal muchacho, solo muy baboso y demagogo para su edad, no por gusto ostentaba ese cargo. Al parecer o al menos lo interpreté de esa manera, ellos se habían propuesto cuidarle el culo a la muchacha. No porque se los orientara su organización juvenil, pienso que se trataba más bien de un asunto racial. Como el niño era mulatico, ellos trataron durante todo el viaje que no “le arañaran la carrocería” al marido que esperaba en La Habana, labor que realizaban voluntariamente sin conocer al individuo. El viaje comenzaba a resultar muy entretenido y podía predecir que sucederían muchas situaciones inesperadas durante el resto de la travesía, era normal que ocurriera así. El clímax de aquel teatro se produjo una tarde en la cual, la polaquita, subiera a la cubierta “magistral”, la que se encuentra encima del puente de mando, vistiendo solamente un diminuto bikini de playa. Me preguntó si podía tomar baños de sol en aquella cubierta y le dije que sí, no puedo ocultar que me arrebató verla casi desnuda. Ante mis ojos tenía una copia fiel de aquella maravillosa actriz llamada Marina Vlady, envidiaba al Tercer Oficial.
-Esteban, ¿puedes bajarme el zipper del vestido? Me pidió aquella tarde que bajara por ella y el niño como de costumbre. Se viró de espalda y vi que el zipper llegaba hasta las nalgas, sólo lo bajé hasta una cuarta de su cintura y comprobé que no tenía sujetador puesto. No sé por qué razón sucedió, pero los nervios comenzaron a traicionarme y me temblaron las manos.
-¿Ya? Le pregunté y ella volvió a virarse hacia mí. Sonreía, quizás se burlaba o trataba de calmarme.
-Te pedí que lo bajaras y el zipper no llega solamente hasta ahí. Me dio la espalda nuevamente y tembloroso cumplí con su pedido. Podía observar sus curvas y las hermosas nalgas medio cubiertas por su vestido. Giró nuevamente y quedamos frente a frente, ella sonriendo sin parar y yo temblando como un tonto al que piensan violar. Con un leve movimiento de sus hombros, logró que su vestido cayera sobre el piso y quedara ante mi vista totalmente desnuda. Era bellísima, recorrí todo su cuerpo y lo devoré con la vista, me detuve en su pequeño y tupido triángulo rubio, nunca había probado el sabor de una mujer como ella. Se me aflojaron las piernas y tuve que sentarme, no me encontraba preparado para esta sorpresa. -¿Qué te pasa, no tienes deseos de estar conmigo?
-Me encantaría, pero ahora no disponemos de tiempo y los nervios me traicionan. Te suplico que te vistas y bajemos a cenar, luego en la noche podemos hacerlo con calma, como te mereces. Ella se puso el blúmer y el sujetador delante de mí, sin vergüenza, todavía sonriendo. Una vez vestida bajamos al comedor y mientras comíamos, me sacaba la lengua o hacía señas lascivas y provocadoras con sus labios.
-Ahora no hay nadie, disponemos de media hora. Me dijo al oído mientras besaba mi cuello, yo me encontraba sentado junto al radar y no teníamos mucho tráfico a la vista, navegábamos por el Golfo de Vizcaya. Insistió en sus alocados manoseos hasta lograr llegar a mi boca, no quise evitarlo, me tenía fuera de control. Se situó a mi lado y comenzó a acariciarme la pinga por encima del pantalón, se me quería partir y ella lo disfrutaba. No me explico aquella habilidad suya para hacer todo eso con el niño cargado en sus brazos, sentí pena por él, sólo miraba y se mantenía callado, como cumpliendo una orden de su madre. Logró abrirme la portañuela y sacó al exterior mi pene, la acaricio y se inclinó a chuparla. Me volvió loco y poco me importaba el radar y los barcos. ¡A la mierda si colisionamos! Hay que gozar, sólo existe una vida. No lo pensaba, aquella situación pasó por mi mente como algo muy fugaz, sin importancia. Entonces ella se sentó encima de mí y sentí como se la metía, estaba sin el blúmer puesto y su vestido era algo transparente, poco me importaba. Se movía riquísimo, era una loca en el sexo, pertenecía a mi equipo. El meneo, el radar, los barcos, el niño, la puerta que podía abrirse en cualquier momento y el chorro de semen que corrió dentro de ella después de un exquisito espasmo. Creo que este fue el palo más loco que había tenido. Esa irresponsabilidad cometida en medio de una guardia, fue el pase definitivo a la puerta de su camarote, ella era tan arrebatada o más loca que yo. No me apresuré en decirle nada a Miguel, debía esperar a las ocho de la noche que terminara mi guardia y comprobar si aquel repentino acontecimiento tendría continuidad.
Motonave "Bahía de Cienfuegos".
La puerta de su camarote estaba totalmente abierta y supuse que tendría a esa guardiana visita de Alejito y su mujer. Decidí esperar vestido a que se marcharan, los sentiría cuando pasaran por mi puerta o escuchara que la de ella se cerraba. Así ocurrió, los escuché pasar diciendo algunas palabras y luego sentí el tirón de la puerta de acceso a la escalera. Un minuto más tarde llamaba a su puerta, todo parecía indicar que me esperaba. El niño se encontraba plácidamente dormido en la cama y sin muchos preámbulos, la tomé por la cintura y la atraje hacia mí, ella se dejaba. No desnudamos en medio de su saloncito y la tumbé encima de su buró, puse sus piernas sobre mis hombros y la acerqué hasta el borde para poder penetrarla con comodidad. Allí me mantuve un rato, tenía el bollo hermoso y disfrutaba viendo cada vez que se la sacaba o metía. Me gustaba abrírselo, tenía un colorcito agradable a la vista, casi rosados eran sus labios inferiores y entrada a la vagina, divino, como para comérselos. Cuando me cansé de estar parado la cargué sin separarnos para tirarla en el sofá, gemía y gritaba como una loca, era una enferma sexual.
-¡Dámela! ¡Dámela, coño! ¡Dámela! Me pidió que eyaculara en español habanero y no se lo atribuí a Miguel, es muy probable que la enseñara su marido. -¡Que ricooo! Sentí cuando se venía por las contracciones de su culo, le tenía metido el dedo. Permanecimos desfallecidos unos minutos, el trasiego de saliva no se detuvo hasta que decidí vestirme y marcharme. Debía darle un reposo para que refrescara, seguro que Miguel bajaría a las doce de la noche cuando saliera de su guardia.
-¿Soy caliente? Me preguntó antes de salir de su camarote.
-No solo eres caliente, eres un reverbero. Le respondí para satisfacer su curiosidad.
-¿Qué es eso?
-No te preocupes, mañana te explico. Como estaba despierto, celebrando esa inesperada hazaña, sentí cuando la puerta de la escalera se abrió y luego la de ella, imaginé que se hubiera aseado bien.
-¡No imaginas lo que voy a decirte! Quise usar las propias palabras y tono utilizado cuando me dio la noticia. No era tonto y algo sospechó inmediatamente, sólo que la curiosidad lo traicionó y no tuvo tiempo a prolongar el silencio que haría más importante la noticia. Ya había ploteado la posición por las estrellas y llenado el diario de bitácora. Teníamos navegación por satélite, pero me gustaba continuar trabajando los astros para no perder habilidad y competir con aquel aparato.
-Si no me lo dices, la verdad es que soy malo para adivinar. Estábamos en el cuarto de derrota y había corrido la cortina usada para bloquear el paso de la luz hacia el puente. El timonel se encontraba limpiando en esos instantes y lo invité a salir hasta el alerón.
-¡Me singué a la polaquita! Le solté sin muchos preámbulos o misterios y vi que su rostro enrojeció.
-¡No te creo! Fue su única expresión y sabía a qué se refería. De acuerdo al criterio de muchos jóvenes, yo comenzaba a ser considerado un “puro”. Así era como calificaban a los hombres menos jóvenes como yo, aunque sólo tuviera unos treinta y seis años. Para aumentar su error, creían que era imposible tener relaciones con una mujer joven o hacer las mismas cosas que ellos. Estaban sumamente equivocados, ya para esas fechas, muchas de las mujeres jóvenes en la isla, habían inclinado sus gustos hacia los hombres maduros y preferiblemente casados. Según me manifestaban, ese tipo de hombre no resultaba problemático, iban a sus cosas con discreción y, casi siempre tenían dinero en el bolsillo para invitarlas a sitios exclusivos. Espero no generalizar o que se entienda de esa manera, pero fue una corriente existente en algunas de las mujeres que advertí antes de abandonar la isla.
-¿Qué no me crees? Bueno, te cuento que le diste un chupón en la teta izquierda. Así que debemos ponernos de acuerdo, esa sigue siendo tuya y la mía es la derecha. Cuando le dije eso no tuvo otra alternativa que aceptar mi verdad.
-¿Y cómo fue? Le conté más o menos como se produjo el encuentro y el escuchaba con mucha atención.
-Bueno, sólo queda ponernos de acuerdo con el horario. Yo no puedo estar presente a las doce de la noche, ni a las doce del día que es cuando sales de la guardia. Tampoco debes estar presente a las ocho de la noche u ocho de la mañana que es cuando yo salgo. No debes insinuar que sabes algo, todo puede quedar entre nosotros y darle lo que quiere desde aquí hasta La Habana. Porque para que lo sepas, si ella no renuncia, yo le voy a dar cabilla durante todo el viaje, que bastante rica se encuentra.
-¡No le digas nada a Esteban! Le sugirió un día a Miguel.
-¡No le digas nada a Miguel! Me pidió un día cuando acabamos de templar.
-¿Cuántos palos le echaste hoy? Me pregunto Miguel uno de esos días.
-Le he echado dos, ¿y tú?
-Yo le soné tres.
-Debe tener el bollo en candela, ¿crees que aguante hasta Cuba?
-¿Cuántos palos le echaste ayer?
-Le soné tres, ¿y tú?
-Fueron cuatro en total.
-¡Coño! Y esta tan fresca como una lechuga, ¿no tendrá fuego uterino? Porque para haber templado siete veces es para que estuviera en llamas.
-Tengo ganas de templarte en mi camarote.
-¿Cómo lo hacemos? También me gustaría.
-¡Dale el niño al “musiquito” y dile que le dé una vuelta por el barco. ¡No te demores!
-¡Iwona! ¡Iwona! ¡Iwona! ¡Waaaaaaa! ¡Wuaaaaaa! ¡Wuaaaaaaa! ¡Mamaaaaaa! ¡Mamaaaaaa! ¡Iwona! Y ella encaramada encima de mí, el niño gritando y llamando a su mamá, el “Musiquito” tocando su puerta, luego la mía, ¿sospecha algo? Ella saltando y mirando cómo le entraba y salía la pinga, yo abriéndole el bollo para disfrutar su color rosado. Ella roja como un tomate, ambos muy sudados, la cama que crujía como las cuadernas del barco y su leche que me corría hasta mojar la sábana.
-¡Dámela, coño! ¡Dámela hijo de puta! No estaba hablando en polaco.
-Tómala, cabrona! ¡Tómala, puta! ¡Así, así, así ahora! Yo tampoco conocía su idioma y ambos cuerpos quedamos rígidos, tiesos, paralizados. Ella cayó sobre mí y me tragué toda su lengua, su saliva corría por la comisura de mi boca hasta la oreja, sin detenerse hasta la almohada. ¡Waaa! ¡Wuaaa! Y el niño que no cierra la boca.
-¡Iwona! ¡Iwona! ¡Iwona! Este maricón “Musiquito”, ¿no puede buscar en otra cubierta? Pienso y me empingo.
-¿Soy caliente? No sé cuál es su puta fijación con eso, tal vez el idiota de su marido le dijo que era una muerta y no estaba a la altura de las cubanas.
-¡Eres un reverbero!
-¿Qué es eso?
-Luego te explico.
-No tengo deseos de que el barco llegue a Cuba. Me dijo una de esas tardes que bajó conmigo al comedor.
-Yo tampoco, pero desafortunadamente nos queda un solo día. De verdad que tenía hambre esta polaquita, pensé. Si Cuba estuviera en el lugar de Las Malvinas, llegaría con cayos en la vagina tan duros como los de cualquier albañil. ¿Seis y siete palos diarios para luego terminar tan fresca? ¡Hay bollo! ¡Hay bollo y ganas de templar!
Entregué la guardia a cinco millas del Morro y nos ordenaron mantenernos al pairo en espera del Práctico. Bajé a desayunar y pasé por ella a su camarote.
-¡Vamos a echar el último! Se descascaró igualito que la primera vez y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para contener mis impulsos.
-¡Vístete! El último tienes que echarlo con tu marido, casi seguro te está esperando a la entrada del barco. Yo tengo que echarlo con mi mujer, el viaje ha terminado. ¡Vamos a desayunar! Se puso de muy mal humor y no quiso ir al comedor. Tampoco salió al exterior para ver la entrada del buque a puerto, su deseo no pudo cumplirse, Cuba estaba situada en el mismo punto del planeta y el viaje había concluido.
-Lo voy a llevar al camarote de su esposa, debe tener paciencia y tratarla con calma, está muy alterada por el viaje. Le dije al marido cuando ascendió por la escala, ¿muy alterada? Tenía más disparos que el cañón del Morro de La Habana. Varias semanas más tarde fui a visitarla, estaba viviendo en la barbacoa de un solar en el barrio de Cayo Hueso, se quejaba mucho por la falta de agua. Ella fue otra de aquellas infelices deslumbradas con las fotos de Varadero, casi todas regresaron a sus países.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canada
2017-10-31
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