martes, 31 de octubre de 2017

OTRO VIAJE A POLONIA. Regreso a la tierra de Chopin


REGRESO A LA TIERRA DE CHOPIN


Motonave "Bahía de Cienfuegos", escenario de esta historia.


-¡Mire! Quiero que le pongan unas trincas de refuerzo en estos puntos de los camiones. Le dije al supervisor del seguro de la carga, estábamos en otoño y era de suponer que encontraríamos algún mal tiempo por el camino de regreso a la isla.

-¡Con esas que tiene es suficiente! Yo le expido un certificado asegurando que fueron bien estibados y trincados los camiones. El tipo era un individuo arrogante y por el tono en que se dirigió a mí, lo interpreté como si se dirigiera a un indio. Tenía mucha razón y yo lo comprendía, éramos una carga muy pesada para sus países. Una especie de bobos a los que se les está pagando estudios en una universidad norteamericana y nunca culminarían sus carreras, una especie de proxenetas que se alimentaban del sacrificio de esos pueblos. Sólo que eligió a la víctima equivocada.


-Usted será el inspector que quiera, pero el Primer Oficial de este buque soy yo. ¡Ponga las trincas donde le he solicitado! Cuando yo me encuentre navegando, si soy sorprendido por una galerna, ¿sabe qué haré con su cartica?, solo servirá para limpiarme el culo. Al ver mi reacción no intentó replicar, hizo unas anotaciones y se retiró. La situación en nuestro país y el campo socialista era intolerable, aquel hombre abrigaba los mismos sentimientos que yo escondía. No era fácil ver a nuestra gente haciendo colas esperando por la llegada del pollo en los mercados, ración que debían entregar cada nueve días y que demorara más de lo habitual. ¡Estos indios de pinga! Así pensé repetidas veces, así mismo debían pensar todos los habitantes del campo socialista de nosotros.

Las bodegas del barco estaban rellenas con autos Fiats polacos que luego distribuirían entre los “vanguardias”, las cubiertas y tapas de bodegas irían a tope de camiones “Tatra”. Llevaba decenas de viajes transportando todo tipo de vehículos hacia la isla y nunca llegó a resolverse el problema crónico con el transporte. El apetito de la isla resultaba insaciable, todo se destruía en corto tiempo, nada era duradero. La indolencia, irresponsabilidades, corrupción y hasta mala fe, colaboraron directamente en esta especie de epidemia vivida. Por la cantidad de equipos importados durante tantos años, era posible que cada cubano tuviera un camión, guagua o auto estacionado en la puerta de su casa. Sólo sobrevivían aquellas viejas carrozas heredadas antes del 59, el mensaje no podía ser más claro. 

Presionado por el ritmo de las operaciones de carga y los robos que se producían en aquel puerto, me vi prácticamente imposibilitado de salir a la calle. El Cascada había perecido en un incendio, así me dijo uno de los capataces de la carga y lo lamenté, le debía gratos recuerdos. Uno de esos días antes de partir, fui con un aduanero hasta una oficinita cercana a nuestro atraque. Allí me presentó a una joven y hermosa pasajera que realizaría su viaje hasta La Habana con nosotros. Estaba acompañada por su madre y un niñito de brazos, tenía unos ojos azules encantadores, era rubia y no llegaría a los veinte años. Hablaba casi perfectamente el español y con el acento nuestro. Ese detalle y el color de su hijo, mulatico, me llevaron a la pronta conclusión de encontrarme ante la mujer de algún cubano. Le cargué una pesada maleta y la aduana permitió la entrada de su madre con nosotros. Le asigné el camarote destinado a los comisarios políticos, aún no contábamos con su desagradable existencia en nuestro barco, ese camarote colindaba con el mío.


Motonave "Bahía de Cienfuegos".

Como era de esperar, tuvimos que enfrentar una fuerte tormenta en el Mar del Norte y Canal de la Mancha. Desde la salida de Polonia, yo pasaba por el camarote de la pasajera para cargarle al niño y bajar al comedor. No podía comer a la misma hora de los tripulantes, todas las plazas estaban cubiertas en el comedor de oficiales. Tampoco resultaba un sacrificio para mí y me ayudaba, de paso a escapar de la terrible rutina que se vive durante las navegaciones. No puedo negar que si ella me regalaba un solo filito durante esos breves contactos, yo lo aprovecharía a mi favor. El niño hizo pronta confianza conmigo y se dejaba cargar sin ofrecer resistencia, unos días después me regalaba uno que otro beso infantil o jugaba conmigo de alguna manera. Luego de cenar y cuando la tripulación acudía al comedor a las seis de la tarde, la polaquita subía al puente y conversábamos ese ratico. Sólo podíamos hacerlo ese corto espacio de tiempo, porque deben imaginar que fuera asediada inmediatamente por nuestra sedienta hueste de machos tropicales.

-¡No imaginas lo que voy a decirte!... Se detuvo, como es costumbre entre tanta gente, como deseando darle mucha más importancia al contenido de lo que diría posteriormente. Yo me encontraba llenando el diario de bitácora y no quise desviar la atención de lo que hacía para evitar errores. 


-Si no me lo cuentas… Le contesté al Tercer Oficial cuando vi que su parada era indefinida y me detuve como él, pero con una causa justificada.


-¡Me jamé a la polaquita! Dijo casi susurrando como si se tratara de un importante secreto y lo comprendía. Si aquella declaración llegaba a oídos del timonel, la información sería de dominio público en cuanto entregara su guardia. En los barcos cubanos existía un comportamiento similar al que se vivía en los solares o cuarterías, todo era secreto hasta escucharlo uno de los vecinos. No teníamos muchos medios de distracción y el chisme formó una parte muy importante de nuestras vidas en las grandes navegaciones. Por su importancia detuve lo que estaba haciendo, me interesaba mucho el tema.


-¡No jodas! ¡Te has ganado la lotería! Estás comiendo riquísimo, es una joyita esa chamaquita. ¿Cómo te empataste con ella? Comenzó a ofrecerme detalles de su conquista y llegué a una sola conclusión, la chica no era tan difícil. –Tienes que trabajar fino, ya sabes que todos los calentones se pondrán para el esqueleto de esa muchacha y nos quedan muchos días por navegar. 


-No vayas a decírselo a nadie. Casi me suplicó y le garanticé que así seria. ¡Mira que calientica nos ha salido la polaquita! Pensaba mientras me dirigía al camarote, dirigí una mirada involuntaria hacia su puerta, estaba abierta. Siendo las diez de la noche siento unos toques en mi puerta y al abrir recibí una grata sorpresa, era ella.


-Primero, necesito que le digas a esos hombres que se retiren de mi camarote. Llevan dos días visitándome hasta altas horas de la noche y yo quiero dormir. Giró sobre sus pasos y la seguí picado por la curiosidad. Cuando entré a su salón, me encontré con el “Musiquito” y el Segundo Oficial sentados uno frente al otro sin hablar. Eran dos personajes muy populares en el buque, “Musiquito” era el camarero de los oficiales, un poco feo, pero muy humilde y servicial. El Segundo no era muy conversador, tenía una tendencia a vivir al estilo militar y siempre andaba con los audífonos de una walkman escuchando música. Ambos eran personas inofensivas y poco dadas a las aventuras extra-matrimoniales en los puertos que visitábamos, me sorprendió verlos allí en plan de conquista.


-Muchachos, la pasajera me ha dicho que desea dormir y ustedes no se lo permiten. Por favor, abandonen este camarote y traten de no molestarla. Ella se había encerrado en el dormitorio y supongo que escuchaba cuando me dirigía a los muchachos que sin protestar salieron inmediatamente. Yo salí tras ellos y cerré la puerta de la polaquita con el seguro puesto. Por las tardes y después de cenar, el camarote de la polaquita era visitado por Alejito, el secretario de la juventud comunista y su esposa, ella realizaba un viaje de estímulo ganado por su marido en el barco anterior donde navegáramos. No era mal muchacho, solo muy baboso y demagogo para su edad, no por gusto ostentaba ese cargo. Al parecer o al menos lo interpreté de esa manera, ellos se habían propuesto cuidarle el culo a la muchacha. No porque se los orientara su organización juvenil, pienso que se trataba más bien de un asunto racial. Como el niño era mulatico, ellos trataron durante todo el viaje que no “le arañaran la carrocería” al marido que esperaba en La Habana, labor que realizaban voluntariamente sin conocer al individuo. El viaje comenzaba a resultar muy entretenido y podía predecir que sucederían muchas situaciones inesperadas durante el resto de la travesía, era normal que ocurriera así. El clímax de aquel teatro se produjo una tarde en la cual, la polaquita, subiera a la cubierta “magistral”, la que se encuentra encima del puente de mando, vistiendo solamente un diminuto bikini de playa. Me preguntó si podía tomar baños de sol en aquella cubierta y le dije que sí, no puedo ocultar que me arrebató verla casi desnuda. Ante mis ojos tenía una copia fiel de aquella maravillosa actriz llamada Marina Vlady, envidiaba al Tercer Oficial.


-Esteban, ¿puedes bajarme el zipper del vestido? Me pidió aquella tarde que bajara por ella y el niño como de costumbre. Se viró de espalda y vi que el zipper llegaba hasta las nalgas, sólo lo bajé hasta una cuarta de su cintura y comprobé que no tenía sujetador puesto. No sé por qué razón sucedió, pero los nervios comenzaron a traicionarme y me temblaron las manos.


-¿Ya? Le pregunté y ella volvió a virarse hacia mí. Sonreía, quizás se burlaba o trataba de calmarme.


-Te pedí que lo bajaras y el zipper no llega solamente hasta ahí. Me dio la espalda nuevamente y tembloroso cumplí con su pedido. Podía observar sus curvas y las hermosas nalgas medio cubiertas por su vestido. Giró nuevamente y quedamos frente a frente, ella sonriendo sin parar y yo temblando como un tonto al que piensan violar. Con un leve movimiento de sus hombros, logró que su vestido cayera sobre el piso y quedara ante mi vista totalmente desnuda. Era bellísima, recorrí todo su cuerpo y lo devoré con la vista, me detuve en su pequeño y tupido triángulo rubio, nunca había probado el sabor de una mujer como ella. Se me aflojaron las piernas y tuve que sentarme, no me encontraba preparado para esta sorpresa. -¿Qué te pasa, no tienes deseos de estar conmigo?


-Me encantaría, pero ahora no disponemos de tiempo y los nervios me traicionan. Te suplico que te vistas y bajemos a cenar, luego en la noche podemos hacerlo con calma, como te mereces. Ella se puso el blúmer y el sujetador delante de mí, sin vergüenza, todavía sonriendo. Una vez vestida bajamos al comedor y mientras comíamos, me sacaba la lengua o hacía señas lascivas y provocadoras con sus labios.


-Ahora no hay nadie, disponemos de media hora. Me dijo al oído mientras besaba mi cuello, yo me encontraba sentado junto al radar y no teníamos mucho tráfico a la vista, navegábamos por el Golfo de Vizcaya. Insistió en sus alocados manoseos hasta lograr llegar a mi boca, no quise evitarlo, me tenía fuera de control. Se situó a mi lado y comenzó a acariciarme la pinga por encima del pantalón, se me quería partir y ella lo disfrutaba. No me explico aquella habilidad suya para hacer todo eso con el niño cargado en sus brazos, sentí pena por él, sólo miraba y se mantenía callado, como cumpliendo una orden de su madre. Logró abrirme la portañuela y sacó al exterior mi pene, la acaricio y se inclinó a chuparla. Me volvió loco y poco me importaba el radar y los barcos. ¡A la mierda si colisionamos! Hay que gozar, sólo existe una vida. No lo pensaba, aquella situación pasó por mi mente como algo muy fugaz, sin importancia. Entonces ella se sentó encima de mí y sentí como se la metía, estaba sin el blúmer puesto y su vestido era algo transparente, poco me importaba. Se movía riquísimo, era una loca en el sexo, pertenecía a mi equipo. El meneo, el radar, los barcos, el niño, la puerta que podía abrirse en cualquier momento y el chorro de semen que corrió dentro de ella después de un exquisito espasmo. Creo que este fue el palo más loco que había tenido. Esa irresponsabilidad cometida en medio de una guardia, fue el pase definitivo a la puerta de su camarote, ella era tan arrebatada o más loca que yo. No me apresuré en decirle nada a Miguel, debía esperar a las ocho de la noche que terminara mi guardia y comprobar si aquel repentino acontecimiento tendría continuidad.



Motonave "Bahía de Cienfuegos".

La puerta de su camarote estaba totalmente abierta y supuse que tendría a esa guardiana visita de Alejito y su mujer. Decidí esperar vestido a que se marcharan, los sentiría cuando pasaran por mi puerta o escuchara que la de ella se cerraba. Así ocurrió, los escuché pasar diciendo algunas palabras y luego sentí el tirón de la puerta de acceso a la escalera. Un minuto más tarde llamaba a su puerta, todo parecía indicar que me esperaba. El niño se encontraba plácidamente dormido en la cama y sin muchos preámbulos, la tomé por la cintura y la atraje hacia mí, ella se dejaba. No desnudamos en medio de su saloncito y la tumbé encima de su buró, puse sus piernas sobre mis hombros y la acerqué hasta el borde para poder penetrarla con comodidad. Allí me mantuve un rato, tenía el bollo hermoso y disfrutaba viendo cada vez que se la sacaba o metía. Me gustaba abrírselo, tenía un colorcito agradable a la vista, casi rosados eran sus labios inferiores y entrada a la vagina, divino, como para comérselos. Cuando me cansé de estar parado la cargué sin separarnos para tirarla en el sofá, gemía y gritaba como una loca, era una enferma sexual.

-¡Dámela! ¡Dámela, coño! ¡Dámela! Me pidió que eyaculara en español habanero y no se lo atribuí a Miguel, es muy probable que la enseñara su marido. -¡Que ricooo! Sentí cuando se venía por las contracciones de su culo, le tenía metido el dedo. Permanecimos desfallecidos unos minutos, el trasiego de saliva no se detuvo hasta que decidí vestirme y marcharme. Debía darle un reposo para que refrescara, seguro que Miguel bajaría a las doce de la noche cuando saliera de su guardia.


-¿Soy caliente? Me preguntó antes de salir de su camarote.


-No solo eres caliente, eres un reverbero. Le respondí para satisfacer su curiosidad.


-¿Qué es eso? 


-No te preocupes, mañana te explico. Como estaba despierto, celebrando esa inesperada hazaña, sentí cuando la puerta de la escalera se abrió y luego la de ella, imaginé que se hubiera aseado bien.


-¡No imaginas lo que voy a decirte! Quise usar las propias palabras y tono utilizado cuando me dio la noticia. No era tonto y algo sospechó inmediatamente, sólo que la curiosidad lo traicionó y no tuvo tiempo a prolongar el silencio que haría más importante la noticia. Ya había ploteado la posición por las estrellas y llenado el diario de bitácora. Teníamos navegación por satélite, pero me gustaba continuar trabajando los astros para no perder habilidad y competir con aquel aparato.


-Si no me lo dices, la verdad es que soy malo para adivinar. Estábamos en el cuarto de derrota y había corrido la cortina usada para bloquear el paso de la luz hacia el puente. El timonel se encontraba limpiando en esos instantes y lo invité a salir hasta el alerón.


-¡Me singué a la polaquita! Le solté sin muchos preámbulos o misterios y vi que su rostro enrojeció.


-¡No te creo! Fue su única expresión y sabía a qué se refería. De acuerdo al criterio de muchos jóvenes, yo comenzaba a ser considerado un “puro”. Así era como calificaban a los hombres menos jóvenes como yo, aunque sólo tuviera unos treinta y seis años. Para aumentar su error, creían que era imposible tener relaciones con una mujer joven o hacer las mismas cosas que ellos. Estaban sumamente equivocados, ya para esas fechas, muchas de las mujeres jóvenes en la isla, habían inclinado sus gustos hacia los hombres maduros y preferiblemente casados. Según me manifestaban, ese tipo de hombre no resultaba problemático, iban a sus cosas con discreción y, casi siempre tenían dinero en el bolsillo para invitarlas a sitios exclusivos. Espero no generalizar o que se entienda de esa manera, pero fue una corriente existente en algunas de las mujeres que advertí antes de abandonar la isla.


-¿Qué no me crees? Bueno, te cuento que le diste un chupón en la teta izquierda. Así que debemos ponernos de acuerdo, esa sigue siendo tuya y la mía es la derecha. Cuando le dije eso no tuvo otra alternativa que aceptar mi verdad.


-¿Y cómo fue? Le conté más o menos como se produjo el encuentro y el escuchaba con mucha atención.


-Bueno, sólo queda ponernos de acuerdo con el horario. Yo no puedo estar presente a las doce de la noche, ni a las doce del día que es cuando sales de la guardia. Tampoco debes estar presente a las ocho de la noche u ocho de la mañana que es cuando yo salgo. No debes insinuar que sabes algo, todo puede quedar entre nosotros y darle lo que quiere desde aquí hasta La Habana. Porque para que lo sepas, si ella no renuncia, yo le voy a dar cabilla durante todo el viaje, que bastante rica se encuentra.


-¡No le digas nada a Esteban! Le sugirió un día a Miguel.


-¡No le digas nada a Miguel! Me pidió un día cuando acabamos de templar.


-¿Cuántos palos le echaste hoy? Me pregunto Miguel uno de esos días.


-Le he echado dos, ¿y tú?


-Yo le soné tres.


-Debe tener el bollo en candela, ¿crees que aguante hasta Cuba?


-¿Cuántos palos le echaste ayer?


-Le soné tres, ¿y tú?


-Fueron cuatro en total.


-¡Coño! Y esta tan fresca como una lechuga, ¿no tendrá fuego uterino? Porque para haber templado siete veces es para que estuviera en llamas.


-Tengo ganas de templarte en mi camarote.


-¿Cómo lo hacemos? También me gustaría.


-¡Dale el niño al “musiquito” y dile que le dé una vuelta por el barco. ¡No te demores!


-¡Iwona! ¡Iwona! ¡Iwona! ¡Waaaaaaa! ¡Wuaaaaaa! ¡Wuaaaaaaa! ¡Mamaaaaaa! ¡Mamaaaaaa! ¡Iwona! Y ella encaramada encima de mí, el niño gritando y llamando a su mamá, el “Musiquito” tocando su puerta, luego la mía, ¿sospecha algo? Ella saltando y mirando cómo le entraba y salía la pinga, yo abriéndole el bollo para disfrutar su color rosado. Ella roja como un tomate, ambos muy sudados, la cama que crujía como las cuadernas del barco y su leche que me corría hasta mojar la sábana.


-¡Dámela, coño! ¡Dámela hijo de puta! No estaba hablando en polaco.


-Tómala, cabrona! ¡Tómala, puta! ¡Así, así, así ahora! Yo tampoco conocía su idioma y ambos cuerpos quedamos rígidos, tiesos, paralizados. Ella cayó sobre mí y me tragué toda su lengua, su saliva corría por la comisura de mi boca hasta la oreja, sin detenerse hasta la almohada. ¡Waaa! ¡Wuaaa! Y el niño que no cierra la boca.


-¡Iwona! ¡Iwona! ¡Iwona! Este maricón “Musiquito”, ¿no puede buscar en otra cubierta? Pienso y me empingo.


-¿Soy caliente? No sé cuál es su puta fijación con eso, tal vez el idiota de su marido le dijo que era una muerta y no estaba a la altura de las cubanas.


-¡Eres un reverbero!


-¿Qué es eso?


-Luego te explico.


-No tengo deseos de que el barco llegue a Cuba. Me dijo una de esas tardes que bajó conmigo al comedor.


-Yo tampoco, pero desafortunadamente nos queda un solo día. De verdad que tenía hambre esta polaquita, pensé. Si Cuba estuviera en el lugar de Las Malvinas, llegaría con cayos en la vagina tan duros como los de cualquier albañil. ¿Seis y siete palos diarios para luego terminar tan fresca? ¡Hay bollo! ¡Hay bollo y ganas de templar!

Entregué la guardia a cinco millas del Morro y nos ordenaron mantenernos al pairo en espera del Práctico. Bajé a desayunar y pasé por ella a su camarote. 

-¡Vamos a echar el último! Se descascaró igualito que la primera vez y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para contener mis impulsos.


-¡Vístete! El último tienes que echarlo con tu marido, casi seguro te está esperando a la entrada del barco. Yo tengo que echarlo con mi mujer, el viaje ha terminado. ¡Vamos a desayunar! Se puso de muy mal humor y no quiso ir al comedor. Tampoco salió al exterior para ver la entrada del buque a puerto, su deseo no pudo cumplirse, Cuba estaba situada en el mismo punto del planeta y el viaje había concluido.


-Lo voy a llevar al camarote de su esposa, debe tener paciencia y tratarla con calma, está muy alterada por el viaje. Le dije al marido cuando ascendió por la escala, ¿muy alterada? Tenía más disparos que el cañón del Morro de La Habana. Varias semanas más tarde fui a visitarla, estaba viviendo en la barbacoa de un solar en el barrio de Cayo Hueso, se quejaba mucho por la falta de agua. Ella fue otra de aquellas infelices deslumbradas con las fotos de Varadero, casi todas regresaron a sus países.




Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canada
2017-10-31


xxxxxxxxxxx

lunes, 30 de octubre de 2017

DOCUMENTOS (PREHISTÓRICOS) QUE FUERON USADOS EN LA MARINA MERCANTE CUBANA



DOCUMENTOS (PREHISTÓRICOS) QUE FUERON USADOS EN LA MARINA MERCANTE CUBANA


PASAPORTE DE MARINO

Como pueden observar, nosotros no éramos considerados ciudadanos comunes a los que se entregaba un pasaporte como tal, poseíamos uno especial, el de "Marinos". Como es de suponer, ese documento nos imponía limitaciones en nuestra libertad de movimientos, no podía ser utilizado para cruzar una frontera o embarcar en un avión en cualquier aeropuerto. Puede afirmarse también que poseerlo constituía un verdadero privilegio en Cuba, llegar a obtenerlo significaba haber vencido decenas de investigaciones realizadas por los órganos de inteligencia en la isla. Este fue el ultimo eslabón de una cadena que me ataba a la isla y lo guardo de recuerdo.

























TARJETA EXPEDIDA EN LA ACADEMIA NAVAL DE BARACOA VENCIDO EL CURSO DE LA OMI (Organización Marítima Intergubernamental)










DISTINTOS CERTIFICADOS ADQUIRIDOS EN LA ACADEMIA NAVAL Y EMPRESA DE NAVEGACIÓN MAMBISA LUEGO DE VENCER DIFERENTES CURSOS DE RECALIFICACIÓN














TÍTULOS ADQUIRIDOS EN LA ACADEMIA NAVAL DEL MARIEL Y LA DE BARACOA








RECORTE DEL PERIÓDICO GRANMA DONDE SE MENCIONA MI GRADUACIÓN Y HABER FINALIZADO COMO PRIMER EXPEDIENTE EN LA ESPECIALIDAD DE CUBIERTA.





CARNET DE LA MARINA MERCANTE CUBANA







LIBRETA DE ENROLO PERTENECIENTE A MI AMIGO AMAYA














CARNET DEL SINDICATO DE LA MARINA PROPIEDAD DE MI AMIGO AMAYA







CARTA DE VIAJE. Esta carta nos era expedida con la finalidad de presentarla en las terminales de ómnibus y solicitar facilidad para viajar por motivos de trabajo.




ARTEFACTO CONOCIDO COMO "SOLAPIN". Era expedido por el Departamento de Protección Física de la Empresa de Navegacion Mambisa a Capitanes y Primeros Oficiales para autorizar su entrada al edificio y ahorrar el tiempo que se perdía en las colas.







TARJETA DE EFECTOS ELECTRODOMÉSTICOS. Era expedida por la aduana de Cuba y en ella se nos controlaba la importación de esos artículos, que por supuesto, estaban regulados por años.











TARJETA DE CONTROL MEDICO EXPEDIDO EN MI ULTIMO VIAJE A ANGOLA Y POR EL CUAL TUVIMOS QUE PASAR UN CHEQUEO MEDICO.







CARNET PARA COMPRAR EN LAS TIENDAS DE CUBALSE. Los marinos cubanos no podíamos comprar en esas tiendas ni usar los servicios del Seaman Club, solo fue posible adquirir ese carnet cuando estuve navegando en un barco de tripulación reducida (Casablanca), donde me pagaban la astronómica suma de $150.00 dólares mensuales. Toda una fortuna para aquellos tiempos donde en la marina solo pagaban dos dólares diarios.







SOLICITUD DE DIETA. Que se entregaba en el momento de ser enrolado para ser cobrado en la caja de la empresa estando el barco en puertos del interior de la república.


xxxxxxxxxxxx

domingo, 29 de octubre de 2017

UN VIAJE POR RANGÚN, BIRMANIA.



UN VIAJE POR RANGÚN, BIRMANIA.



Motonave "Bahía de Cienfuegos", escenario de esta historia.


No creo sean muchos los barcos cubanos que hayan visitado ese puerto o al país, llegamos bajo un contrato de fletamento. Teníamos que cargar unas 12000 Tm. de arroz en sacos para Costa de Marfil. Rangún es el nombre del rio que bordea la ciudad y única vía de acceso a ella desde el mar. Aquella ciudad fue la capital de Birmania hasta el año 2005 y tendría para entonces unos 4 millones de habitantes, más o menos. La navegación desde el mar consume varias horas donde solo se pueden observar algunas aldeas, campos sembrados y lotes de selva. Niños y pobladores saludaban al paso de la nave, quizás alborotados por las pitadas que el Práctico hacía para espantar a pequeños botes y sampanes artesanales que desafiaban nuestra proa. 

A lo largo de la travesía por aquel rio el agua era turbia y su corriente algo fuerte, aunque poseía buena profundidad, era navegable. No sé si por espera de atraque o cambios de marea, muy pronunciadas allí, nos fondearon en una curva muy próxima a un caserío. Pronto se abarloaron a nuestro buque infinidad de nativos en sus canoas proponiendo ventas o trueques de cualquier producto por objetos de obras artesanales talladas en madera. Allí me hice de unos hermosos elefantes y un caballo, este último llegó hasta Canadá y ahora no sé nada de su paradero. Los obtuve por el trueque de una caja de jugos Taoro de tamarindo, eran tan ácidos que no pude consumirlos. A la mañana siguiente me despertó el cantío de los gallos y me regresó mentalmente hasta el fondeadero cerca del astillero de Casablanca. Los que han estado allí saben de lo que hablo, sus cantos llegaban hasta los barcos cercanos a la orilla. Después del desayuno me informa el contramaestre que habían robado en el pañol de proa. Los ladrones abordaron nuestra nave por el “escoben”, es el orificio del casco por donde sale disparada la cadena del ancla y donde reposan ellas. Cabe perfectamente una persona que no sea muy gruesa, yo recuerdo haber pintado su interior cuando me encontraba de timonel. En resumen, nos robaron varios cabos de maniobras y una cantidad alarmante de cubetas de pintura, robo logrado cuando rompieron el candado de acceso al pañol.

Nuestro atraque se realizó en un muelle muy viejo y algo separado de nuestra banda. Un enjambre de hombres vistiendo una especie de sayón estaban dispuestos a abordarnos, eran los estibadores. Mas tarde me dijeron que esa prenda de vestir en los hombres era conocida por “sarong” y lo pude observar en toda la ciudad, sin distinguir edades, las mujeres los usan también y es llamado con un nombre parecido. Conversando con el jefe de la tarja le pregunte por qué no usaban pantalones y su respuesta fue muy simple, el precio de esas prendas era exorbitante y lejos de las posibilidades de una persona común. Hoy leo en Wikipedia que la razón de su uso, lo es el clima caluroso de los países donde tradicionalmente lo utilizan. Una vez entregados los planos de carga y coordinadas las operaciones con los jefes de estiba, me dispuse a salir por la ciudad acompañado de dos matrimonios, mi esposa viajaba conmigo.


Shwedagon pagoda, Rangún-Birmania.

¿Qué decirles del Rangún de aquellos tiempos? ¡Horrorosa, sucia! Era un sitio que se había detenido en el tiempo y los únicos edificios pintados, los pocos que había, eran las embajadas de Inglaterra, EEUU, etc. El resto del paisaje era decorado con la misma mugre y colores tristes, me trasladaron inmediatamente a la Habana Vieja. Allí no se había hecho absolutamente nada desde que Inglaterra les diera la independencia y se mantuviera gobernada por militares. Siempre he manifestado que, en países carentes de bellezas, generalmente existe un pueblo que supera cualquier tipo de fealdad, así sucedió en Birmania y otros países pobres. Su población, casi todos de baja estatura y color canela, resultaron ser personas muy agradables al trato, comunicativos, simpáticos, hospitalarios y de una nobleza inmensurable. Sus mujeres eran hermosas y algo planchaditas de nalgas, razones por las cuales fijaban sus miradas en los traseros de nuestras mujeres y nos provocaba gracia.

-Chief, yo voy a ser su guía por la ciudad y no voy a permitir que le roben o estafen. Me sorprendió un hombre que rondaba los cuarenta años, sin embargo, no provocó que se dispararan mis alarmas porque esa experiencia la había tenido en Etiopía.

-¿Hablas conmigo?

-¡Por supuesto! Tu eres el Chief Officer del barco. No me preocupé en preguntarle cómo rayos se había enterado. -¿Por dónde quieres ir?

-No tenemos mucho dinero para pagarte, ¿cuánto nos costará tu servicio?

-Solo lo que ustedes puedan, estoy sin trabajo y tengo hijos por mantener. Consulté con mis amigos y acordamos hacer una colecta entre todos, les expliqué las ventajas de tener un guía.


Nosotros en Shwedagon pagoda ese día.

Las guaguas de aquellos tiempos debían ser de los años cuarenta más o menos, no eran grandes y se abordaban por la parte trasera. Todas eran de madera y marchaban produciendo un ruido infernal, además de la contaminación por carbono que dejaban en el aire en su avance. Shwedagon pagoda fue nuestro punto de partida en aquel recorrido por una ciudad triste y anciana. Es el monumento más bello que existe en Rangún y que puede observarse desde cualquier punto de ella. Dorada como el oro y rica en ofrendas que dejan sus visitantes, entras en contacto con gran parte de la población practicante de la religión budista. Decenas de monjes ocupan aquel extraordinario recinto que, muy bien supera en altura a la raspadura de la Plaza Cívica de La Habana. Coincidimos con algunas iniciaciones de muchachos, especie de bautizo celebrados con toda la seriedad y solemnidad que exige ese momento. Luego continuamos nuestro paseo por sitios de interés, sumamente bellos e igual de abandonados. Nuestro guía discutía los precios con los taxistas, motos que llevan en la parte trasera una especie de jaulita dispuesta para unas seis personas. Al final del día le pagamos y partió feliz.


A la entrada de un restaurante situado en un lago de Rangún.


En la habitación del hotel de esta narración.

Una vez concluidas las operaciones de carga y como es habitual en este tipo de mercancía, nos llevaron a uno de los mejores hoteles de la ciudad por los tres días que demoraba la fumigación. ¿Qué pudiera contarles? La peor posada de Miami estaba en mejores condiciones que aquel hotel insalubre, es cierto que sus empleados eran muy amables, pero aquello era un desastre. Una de esas tardes y mientras cenábamos en unas mesas dispuestas para nosotros, muy cercano a nuestro sitio se celebraba el banquete y fiesta de un matrimonio entre travestis. Todas las parejas invitadas lo eran también, muy bellas y femeninas, tanto, que nuestras mujeres no pudieron identificar que se trataba de ellos, hombres vestidos y maquillados con perfecta feminidad. Si me asombró la tolerancia demostrada en ese caso si se tiene en cuenta el año que transcurría, creo que el 86 y la geografía sumamente religiosa del lugar.

Partimos nuevamente hacia otro país que tampoco había visitado, Costa de Marfil. Distante en la geografía, religión y raza. Abidjan resultó hermosa, pero muy peligrosa de noche, es parte de otra historia.


Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2017-10-29


xxxxxxxxxxxxx

viernes, 27 de octubre de 2017

UN VIAJE A ROSTOCK (RDA) ¡Que pague Honecker!


UN VIAJE A ROSTOCK (RDA)  

¡Que pague Honecker!



Motonave "Frank País", escenario de esta historia.

Pongo la quinta sinfonía de Beethoven y navego hasta su país, atraco nuevamente en el puerto de Rostock, una vez más lo hago como Primer Oficial del buque “Frank País”. Se rompe la máquina principal y no tenemos otra cosa que hacer, el tiempo transcurre entre musarañas molestas, el aburrimiento invade cada una de sus cubiertas y salgo a disiparla en cualquiera de los bares que conozco, voy acompañado por dos tripulantes. Elijo el más económico, uno que visitara con anterioridad, aunque a estas alturas no me preocupan mucho los precios, el contrabando y la corrupción tocó mi puerta. Es que no se podía vivir de espalda a la corriente de esos vientos que soplaban, no se podía pecar de estúpido o comemierda como decimos en Cuba. Se compra y se vende, se vende nuevamente y se compra, resulta arriesgado, no tanto, todos están “luchando”. Los alemanes no escapan de esas impurezas del capitalismo, lo tienen muy cerca, sólo los separa un muro. El mercado es similar al de Cuba aunque sean rubios, todo se compra, todo se vende. Aquel bar siempre estaba concurrido de gente como nosotros, trabajadores de bajos recursos y algunos borrachos. La cerveza alemana es muy famosa, la del otro lado del muro, pienso. La que allí vendían se parecía a la de Cuba, bueno, una de ellas era similar, su fábrica fue comprada en este país, me refiero a la “Tínima”. ¡Claro que recuerdo su inauguración! El “comandante”, “el eterno y sabio comandante”, el que lo descojona todo de sólo mirarlo. 

Estaba allí junto al camarada Erich Honecker y la televisión nuestra, la que nunca ha carecido de aire para inflar globos. No es que los inflaran solamente, es que su público tenía una capacidad infinita para creer lo que decían. Y lo lograban con éxito, hasta llegar a creernos que éramos el ombligo del mundo, los mejores, el ejemplo. Y nuestros helados eran los mejores, nuestras playas también, aunque luego nos privaran de entrar a muchas de ellas. Hasta llegamos a considerarnos los mejores en el sexo, porque si no creen lo que digo, pregúntenle a un cubano. Y allí estaba Castro, junto a ese alemán dando una disertación de cerveza, porque eso sí, el tipo sabia de todo y ese día era cervecero. ¿Y luego? Bueno, después le entregaron la orden José Martí a ese asesino de mierda. ¡Claro!, él era un camarada, lo de asesino vino más tarde, cuando derribaron ese asqueroso muro que costó tantas vidas cegadas por órdenes suyas. ¿Y la medalla con el rostro de nuestro apóstol? Es mejor no poseerla, la tienen algunos criminales, apenas la mencionan hoy.

Estoy en un bar donde hace más de dos décadas agarré buenas borracheras con una pésima cerveza que producía efectos secundarios, como la nuestra. Después de la tercera jarra comienza a arreglarse el mundo, sólo que esta vez no arreglamos nada, estaba acompañado de un hombre con la lengua suelta, muy patriota él. Hay que tener mucho cuidado con lo que se habla, como no hay temas importantes, únicamente tenemos la opción de divagar y dejar al mundo correr. No recuerdo ahora quién pudo ser la tercera pata de aquella mesa. Se acerca un mulato oscuro y me habla portugués, afortunadamente no había olvidado esa lengua. Dice que es de Angola y me causa cierta alegría, cuando no, un poco de pena, quizás se encuentra allí por culpa de nosotros.

-¿Qué haces aquí? 

-¡Ah! ¿Pero hablas portugués?

-No te estoy hablando en ruso.

-Me encuentro estudiando, ¿Dónde lo aprendiste?

-En tu país, trabajé un año y medio en la marina angolana. ¿Qué estudias?

-Bueno, ahora estoy estudiando alemán y trabajo en una factoría. Ya me imaginaba que le habían hecho el mismo cuento que a los cubanos.

-¿Tienes algún problema?

-Es que siento hambre y no tengo dinero, no me alcanza para terminar el mes.

-Siéntate y pide algo de comer. Tal vez el dinerito que ganaba se lo gastaba con blanquitas, pero no era mi problema averiguarlo, me interesaba más su hambre. Pedí otra ronda de cervezas con una jarra incluida para él, total, no sería menos rico o más pobre y tendría con quien conversar otros temas. Cuando traen el pedido, ponen frente a mí una copita de licor extra que no había pedido y llamo a la camarera. -¡Hazme el favor de decirle a ella que no pedí ese licor! El mulato le habla en alemán y ella le responde algo, luego se retira.

-Dijo que la mujer del bar te hizo esa invitación. Miré hacia la barra y una mujer alta que se mantenía todo el tiempo en su puesto de trabajo, alzó una copita que tenía servida y me hizo señas para brindar. Alcé la mía y brindé con ella, creo que la bebimos al mismo tiempo e intercambiamos una sonrisa. 

El muchacho comía con avidez salvaje, como si llevara tres días haciendo dieta. Masticaba rápido y tragaba, volvía a masticar y el “garbanzo” que uno tiene en la laringe, subía y bajaba como cualquier elevador de un edificio. De sólo observar su plato me repugnaba, no soportaba aquellas grasientas y gruesas butifarras alemanas. No quise fijar la mirada en lo que hacía para que no se sintiera mal, siempre he considerado la hora de la comida como un momento sagrado. Al rato pedimos otra ronda y vino acompañada de una copita con licor similar a la anterior. Miré hacia la barra y ella estaba esperando por mí para brindar, brindamos nuevamente y no me gustaba la idea de mezclar bebidas.

-¿Sabes una cosa? Cuando una mujer invita a un hombre es que quiere estar con él. Me dijo el mulato angolano luego de la tercera copita.

-¿Estás seguro de lo que dices?

-No olvides que yo estoy viviendo aquí y más o menos voy conociendo sus costumbres. Esa mujer quiere estar contigo y te puedes ir para su casa cuando termine de trabajar.

-Pero hoy no me conviene, ando algo bebido y haría un papelazo. La voy a llamar para que me traduzcas algo. Le hice una señal y ella vino hasta nuestra mesa muy sonriente. No estaba mal, casi seis pies de estatura, poco femenina al andar, algo planchada de culo, pero buenas tetas, pensé mientras la observaba llegar. Se detuvo mirándome y no supe qué decirle, tal vez hablaba inglés, pero no deseaba equivocarme.

-Está esperando por ti, ¿qué le digo? Al escucharlo reaccioné y regresé nuevamente al bar.

-Dile que hoy estoy medio borracho, que mañana regresaré sin falta porque me gusta mucho. El muchacho comenzó a hablar en alemán y ella no dejaba de sonreír y mirarme. Pronunció algunas palabras y él no se detuvo, me preocupaban tantas palabras para decir tan poca cosa. -¿Qué dijo? Le pregunté con la intensión de detenerlo, ya no confiaba mucho en su traducción.

-Me dijo que ella comienza a trabajar a las cuatro de la tarde hasta las once de la noche que cierran, dice que te esperará. 

-Entonces no me traduzcas nada más, era todo lo que tenía que decirle. Nos despedimos con otra sonrisa y pocos minutos después partiríamos rumbo al barco. El mulato me agradeció la comida y las jarras de cerveza, siempre soltando aquel “camarada” que tan mal me caía.


Motonave "Frank País".

Esa tarde preferí salir solo, nunca fui amante de las compañías cuando salía en el extranjero. El cubano se ha vuelto muy indiscreto y parlanchín, todo lo cuenta, no hay secretos, pueden existir excepciones, sólo que navegando no los conocí. El bar no estaba muy concurrido ese día, hoy consulto el mapa en Google y lo veo señalado como un McDonald’s. ¿Quién me lo diría en aquellos años? Tanto daño producido para venir a morir en la otra orilla, pienso. Me senté en una mesa que da a un ventanal de su fachada, puedo ver a la gente caminar por el hermoso boulevard de la calle Kropeliner, muy concurrido a cualquier hora del día. Ella salió de la barra y me sirvió personalmente una jarra de cerveza, le dije algo en inglés y me respondió en la misma lengua, me alegró esa posibilidad de comunicación. Las horas transcurrieron sin que las sintiera, razones existían para mantenerme entretenido y me había prometido no beber mucho ese día, debía aguantar hasta la hora del cierre. Cuando le pedí la cuenta no me quiso cobrar, riéndose me dijo; ¡Que pague Honecker! No me sorprendí, fue muy natural que eso ocurriera, ¿no estábamos jugando en el mismo campo? Me dijo que la esperara unos minutos en lo que cuadraba la caja y hablaba con el administrador, el hombre había llegado unos diez minutos antes.

-¿Te ha sucedido algo? Le pregunté cuando toqué la puerta del restaurante unos cuarenta minutos más tarde, ya comenzaba a preocuparme.

-Me faltan unos doscientos marcos, no sé qué pudo pasar. Contestó algo asustada.

-No te preocupes, regreso en cinco minutos con ese dinero. Le dije y cerró la puerta sin comprender muy bien. Anduve una media calle en busca de unos vietnamitas dedicados al trapicheo y cambié dinero con ellos. –Aquí tienes el dinero que te falta, sigo esperando. Lo tomó cuando insistí que lo hiciera y la noté sorprendida por aquel gesto. 

Varios días más tarde me manifestó que le gustó muchísimo, era algo que no esperaba de una persona recién conocida. Me presentó al administrador y partimos, pero no lo hicimos directamente a su casa. Me llevó a otros bares que cerraban tarde a beber unas copas y creo que por poco acaba conmigo. Pedía dos líneas de vodka en strike y dos vasos de cerveza, la costumbre de muchos de ellos, según pude observar, era beberse de un tirón la copita de vodka y luego refrescar la garganta con cerveza. El asunto es que no refrescabas nada, estabas ingiriendo alcohol por partida doble y cuando iba por el tercer brindis le pedí marcharnos, ya pasaban la una de la madrugada. Tomamos un taxi pirata para marchar a su casa y le dijo algo al chofer, paramos en la puerta de una casa donde tocó a esa hora con una especie de contraseña. El tipo entreabrió y ella habló en su lengua, vi cuando el individuo se agachó y le entregó dos botellas de vodka. ¡De pinga el caso! Esta tipa es más bebedora que yo, resulta que ahora es cuando de verdad comienza la fiesta, pensé y montamos nuevamente al auto.

-Te voy a presentar a mi hija. Me dijo mientras sacaba la llave de la puerta.

-¿No vas a despertarla a esta hora? Tal vez se molesta.

-No te preocupes, sólo te llevo a su cuarto para que la veas, es bella. Pasamos por lo que sería su cuarto y me mostro a su hijo, era un muchacho de aproximadamente seis pies de estatura, aunque por el rostro no le calculé más de dieciséis años. Estaba profundamente dormido, era trigueño como yo. Luego ella me explicó que su padre había sido marino y se parecía mucho a mí. Lo asesinaron durante un asalto en el puerto de Wismar, yo había cargado dos veces allí. Continuamos por el pasillo hasta la segunda puerta y la abrió con sigilo para evitar que su hija se despertara, tenía una lamparita de noche encendida. -¡Aquí la tienes! ¿No es bella?

-¿Estás loca? ¡Cierra la puerta! Se puede despertar y no quiero escuchar el escándalo. Le dije bajito y un poco asustado. Ante mis ojos, una bella ninfa de unos dieciocho años totalmente desnuda y con las piernas abiertas. Poseía un cuerpecito encantador, sus senos eran pequeños. A su lado roncaba quien supuse fuera su noviecito, un joven de edad aproximada, totalmente desnudo también. Cerró como le pedí y me condujo hasta la sala donde encendió una lámpara y siguió hasta la cocina. Regresó con dos vasos y un platico con hielo, brindamos y nos sentamos en el sofá por unos minutos. Luego del tercer trago y susurrando palabras que comenzaban a escapar enredadas, ella abrió el sofá para convertirlo en una cama, fue por sabanas y almohadas. Aquella alemana era una locura en la cama, no me gustó el primer día tener que hacerlo sin que se bañara, tampoco podía ser muy exigente para una primera vez y lo disculpé. El clima era fresco en la noche aunque nos encontrábamos finalizando el verano y la ventana permanecía abierta, yo no había sudado y ella tampoco, ya me había bañado, no así ella. Lo hicimos dos veces en el transcurso de aquella madrugada y terminamos desfallecidos. Por la mañana me despertó una fuerte discusión mantenida entre ella y la hija. Yo fingí continuar durmiendo y sentí a Kristin revisando el bolsillo de mi chaqueta. Cuando sentí el fuerte tirón de la puerta de la calle me levanté y fui hasta el baño, ella preparaba algo de desayuno.

Motonave "Frank País"

-¿Qué sucedió con tu hija? Le pregunté en la cocina.

-¡Nada! Sólo dijo que eras negro y tuve que enseñarle el pasaporte para que viera que eres cubano. Me dio risa su explicación, no sabía hasta ese día que yo fuera de ese color.

-¿Y yo soy negro?

-¡Para muchos alemanes, sí! Debes imaginar que aún existen muchos prejuicios raciales y racistas.

-Yo pensaba que eso había quedado atrás después de la Segunda Guerra Mundial.

-Todavía persiste ese mal en la mente de muchos alemanes, pero lo que no acabo de comprender en ella es que su hermano y yo somos trigueños.

-No le hagas caso, ya se le pasará. El varón salió del cuarto y ella me lo presentó, nada que ver con la reacción de su hermana, fue muy amable y educado. Nos sentamos a desayunar como una buena familia y Mike comenzó a preguntarme cosas sobre el mar y los barcos, hablaba un poco de inglés también.

En las tardes yo pasaba por ella al restaurante y hacíamos el mismo recorrido por diferentes bares, ella era muy conocida y popular. La gente comenzaba a aceptarme como su pareja y nunca observé síntoma alguno de rechazo.
Realmente no era muy amante del agua y tuve que aplicar técnicas disimuladoras para lograr meterla en la bañera. Llevaba su grabadora para el baño, llenaba la bañera con agua tibia, colocaba unas velas encendidas y preparaba dos tragos, sólo así caía en la trampa gustosa. Esa primera vez me encargué de lavarle bien el bollo, ella estaba buena y deseaba mamárselo, pero nunca lo haría sin probar agua. Yo cargaba casetes con música que tenía en el buque y al día siguiente Mike me los pedía para grabarlos. Ya les he dicho que cada vagina tiene su música y la de Kristin fue muy famosa en su tiempo, me refiero a “We are the world”, su hijo estuvo a punto de quemarla de tanto ponerla. No recuerdo que la hayan difundido mucho las emisoras alemanas, me aventuro a asegurarlo, pero me parece que las estaciones de televisión de la Alemania occidental también eran bloqueadas. Yo los observaba insistiendo en agarrar aquellos canales y me recordaba a la situación de los cubanos en la isla. Les encantaban todos los productos capitalistas y se podían encontrar con facilidad en el baño de la casa, jabones, champú, pasta dental y perfumes, eran de marcas conocidas que no se adquirían en el mercado.

-¿Dónde compras todo esto que tienes en el baño? Le pregunté una noche cuando ambos estábamos dentro de la bañadera.

-No los compro, me los manda la familia desde la otra Alemania.

-¿Tienes muchos parientes del otro lado?

-Casi todos se han ido y esperamos la oportunidad para irnos de este infierno.

-Yo pensaba que simpatizabas con el régimen.

-¿Por qué, acaso eres militante comunista?

-¿Yooo? Detesto al comunismo, no me he quedado en el exterior porque tengo mujer e hijos.

-No te dejes engañar por lo que veas acá, la gente tiene doble moral y mucho miedo al terror impuesto por la Stasi. Al escucharla, comprendí inmediatamente que ellos padecían la misma enfermedad que nosotros y era común a varios países “comunistas”. No puede llegarse a un país en calidad de turista por unos días y poder salir con una idea aproximada de lo que allí sucede, se necesita esa relación cercana con sus habitantes para que ellos puedan desahogarse sin el temor a ser delatados. 

Alemania nos aventajaba en su nivel de vida, eran una de las pantallas usadas por el comunismo para vender una imagen falsa de lo que verdaderamente ocurría. No tenían libreta de racionamiento y eran una potencia deportiva mundial, pero, eso no importaba a millones de alemanes. Kristin era tan gusana como yo, no se cual descalificativo utilizaban allí contra las personas desafectas al sistema.

El barco permaneció roto en Rostock cerca de un mes y mis relaciones con la familia se fueron estrechando. La hija rebelde llegó a aceptarme y no fueron pocas las noches que compartimos con ella y su novio. En las mañanas, cuando Kristin tenía que salir a trabajar temprano, yo me quedaba durmiendo y Mike preparaba el desayuno para ambos, era un chico formidable. El día de su cumpleaños yo llevé del buque varias botellas de ron, jugos, unas latas de sardinas y jamón para picar. Expliqué en la aduana la finalidad de aquel maletín y no tuve problemas en sacarlas. Esa noche fueron varios amigos a la casa y Mike se pasó de tragos, se acostó algo borrachito, pero muy feliz. Ella me dijo un día que el muchacho me había aceptado tan bien por mi parecido a su padre, lo estuvieron conversando. De madrugada, Mike se levantó y fue hasta la sala buscando la jarra de jugos. ¡Vaya sorpresa la que recibió! Nos encontró en plena función y mi cabeza perdida entre las piernas de su madre.

-¡Ve hasta la cama y llévale jugo! Me dijo ella cuando el chico había salido.

-¿Así, estás loca? Le respondí señalando para la pinga, estaba bien parada.

-Eso no importa, es normal, llévale el jugo como te dije. Sentí algo de vergüenza y dudé, ella me empujó. Fui totalmente desnudo hasta su cuarto, ya la pinga estaba saraza por el susto, pero se notaba que estaba activa aún.

-¡Mike, Mike, Mike! Tuve que zarandearlo un poco, quizás sintió un poco de vergüenza por habernos interrumpido, pero finalmente abrió los ojos y le mostré el vaso de jugo. Se sentó en la cama y esperé a que lo bebiera todo, estaba sediento y ese era uno de los efectos del alcohol. Esa mañana fuimos despertados por la hija, le dijo a la madre que había preparado desayuno para todos. Estaba con un bikini casi transparente además de pequeño y no tenía sujetadores. Sus senos eran hermosos y tuve que contener cada intento de mis ojos en desviarse hacia ellos. Intenté ponerme el pantalón y Kristin me dijo que no era necesario, ella se puso una bata de dormir totalmente transparente sin nada debajo, se le veía todo. Mike se sentó en calzoncillo como yo y desayunamos como si se tratara de una familia perfecta. Días después la vería pasar por la puerta de la sala totalmente desnuda en dirección al baño y cuando la madre le decía algo terminaban riéndose, tremenda tortura. Tal fue la confianza nacida en aquella relación, que Kristin decidió darme una copia de la llave de la casa para cerrar al salir o usarla cuando llegara y no encontrara a nadie. 


Motonave "Frank País"

-Tú no tienes necesidad de ir al barco, los primeros oficiales no tienen que trabajar.

-Yo si trabajo, pero no es sólo eso, tengo que estar atento a la salida del buque, no puedo perderme. Le decía cada vez que protestaba al verme salir, lo hacía como una esposa cualquiera picada por los celos.

-Vamos a pasar por casa de una amiga antes de que vayas para el barco, le he hablado de ti y quiere conocerte. Me dijo ese mediodía y partimos, realmente hubiera preferido quedarme y disfrutar ese último día en su compañía.

-No olvides que en la tarde debo partir, no voy a regresar a tu casa, el buque sale de madrugada. Diciéndole aquello le entregué la llave de su apartamento, llamó a la vecina del piso inferior para que se despidiera de mí. Nunca le dije que mientras ella se encontraba en su trabajo, aquella vecina subía con el pretexto de traerme té y galleticas para coquetear conmigo. Me porté bien y le fui muy fiel, nunca supe si hice mal, muy bien pudieron estar de acuerdo. 

Su amiga sacó una botella de Havana Club inmediatamente después de la presentación, puso también una fuente con saladitos. Unos minutos más tarde llegó el administrador del restaurante, ya habíamos compartido en diferentes oportunidades. Unos días antes había echado a Kristin del restaurante y lo comprendí, Honecker no podía estar constantemente pagando los consumos de otras personas.

-¡No te preocupes, Esteban! Dentro de unos días comienza en un lugar mejor que aquel horrible restaurante, pero “tu mujer” deberá actuar con más cordura. Al rato se marchó y ella quedó más animada, el tipo era buena gente. Tal vez no, sabe Dios cuantas veces se la haya metido. Ella se empinó la mitad de aquella botella y conectó la borrachera del día anterior, hablé con su amiga para que permitiera se diera una ducha en su casa y la ayudé a desnudarse.

-Cuando se refresque un poco llévala para la casa y regresa. Me dijo su amiga mientras me acariciaba el brazo próximo a su butaca, la miré bien y asentí con la cabeza, ella me creyó. Gran discusión en la parada del tranvía, Kristin quería que yo regresara hasta su casa para celebrar la despedida y me negué. Mike estaría en casa a esa hora y yo me encontraba algo agotado, debía descansar. No me pasó por la mente regresar a la casa de su amiga, no estaba bien. No sé si hice bien o hice mal, We are the world.


Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá
2017-10-27


xxxxxxxxxxx