UN VIAJE A CHILE.
Entre dos aguas.
Motonave Jiguaní, escenario de esta historia.
Llegar a Chile fue como sentirme en casa, era el primer país latinoamericano en visitar y sucedió gracias al gobierno de la Unidad Popular encabezado por Salvador Allende. La tarde que fondeamos fuera del puerto de Valparaíso, nos reunieron en el salón de tripulantes para leernos la acostumbrada cartilla, pero esta vez el mensaje era especial. -“Compañeros, deben renunciar a las compras de pacotilla por este viaje, es una orientación recibida desde las más altas instancias del partido. La situación de este país es verdaderamente confusa y el enemigo está tratando de crear inestabilidad en todos los sentidos. Varios buques que han pasado por aquí han tenido serios problemas con las autoridades aduanales y se han ensañado con nuestros marinos. Otras de las razones explicadas por nuestro partido, es que no debemos dar una imagen falsa de nuestra situación en la isla, etc., etc., etc.…”
El resumen de aquella mediana perorata, nosotros debíamos dar una imagen de bienestar en Cuba, cuando la realidad era todo lo contrario. No me tomé muy en serio aquel llamado urgente de quienes regían nuestras vidas y encontré en ellas una justificación para tomarme una pausa y vacilar un poco. Ya había realizado varios viajes a Europa, Asia y Canadá, me mataba la curiosidad por conocer un país latinoamericano, tantas veces repetida la frase de que eran nuestros hermanos y esa oportunidad llegó.
-Ustedes son muy populares acá, les resultará fácil ligar una polola. Nos dijo el lanchero que nos conducía desde el buque hasta el puerto esa tarde y lo escuchábamos con mucha atención.
Valparaíso es hermoso cuando lo observas desde el mar, una estrecha franja de tierra es custodiada por cerros que se elevan a solo unos cientos de metros de la costa. El llano es el sitio neurálgico de la ciudad donde se desarrollan la mayor parte de la actividad económica. Los cerros fueron elegidos como sitios de asentamiento de las clases más desfavorecidas y se accede a ellos por medio de funiculares, la llanura se va ampliando en la medida que te alejas del puerto. Hoy consulto Google Maps para realizar un recorrido imaginario por esa ciudad y me resulta complicado identificar la zona portuaria correctamente, parece que transcurridos tantos años ha sufrido algunas transformaciones. No encuentro el muelle que estaba situado cerca de la entrada a la zona portuaria y donde se encontraba atracado aquel barco chico llamado “Argonauta” en el que realizara uno o dos viajes turísticos hasta las playas de Viña del Mar. En ese muellecito con fines turísticos, existían varios kioscos que vendían artículos de artesanía, siempre estaba repleto de visitantes y “trabajadoras sociales”.
Aquella tarde salí con Pascual y Armandito, ambos eran maquinistas del buque. Pascual sería el tercer maquinista y Armandito el cuarto maquinista si bien recuerdo. Como jefe de máquinas y segundo maquinista viajaban dos soviéticos. Yo era un simple timonel en esa fecha y no puedo imaginar esa relación con los maquinistas, aunque para entonces, yo era muy joven y sociable con todos en el buque. Lo normal hubiera sido que saliera a la calle con cualquiera de mis compañeros de cubierta, pero regresando en el tiempo, encuentro que la mayoría de ellos eran unos pasmados en asuntos de aventuras amorosas extramatrimoniales.
Desembarcamos de la lancha en lo que sería el muelle Prats y una vez fuera de la zona portuaria, entramos en contacto con la población en la pequeña explanada que terminaba en el atraque del Argonauta. Tres chicas andaban solas y hacia ellas dirigimos nuestros pasos, Pascual era de la raza negra con la pasa suave y Armandito un mulato claro. La gente de esta raza tuvo mucho éxito en aquel país, fueron una atracción sexual por la inexistencia de negros en Chile que, sumado al origen cubano y la facilidad de palabras para conquistar, les abrieron prontamente el camino. No quiere decir que en mi calidad de blanco criollo me quedara marginado y sin posibilidad de encontrar pareja, ya lo dijo el lanchero, éramos muy populares en aquellos tiempos. Pocos minutos después de nuestras descaradas presentaciones y ante la pronta atracción de una de aquellas mujeres, la mayor de ellas por Pascualito, marchamos por una calle paralela a la costa. Hoy consulto el mapa como les he dicho y no encuentro parques o paseos que existieron en aquellas fechas, veo la extensión de un malecón desde el muelle Prats hasta el espigón Barón y no recuerdo si verdaderamente existía, creo que no. En la medida que marchábamos, cada uno o una se fue acomodando a lo que sería su futura pareja y a mi lado quedo una chilenita de ojos verdes, encantadora. Ellas nos condujeron hasta un restaurante que se encontraba junto al mar y muy cerca del espigón Barón, ninguna consumía bebidas alcohólicas y se limitaron a una gaseosa “Fanta”. Esa noche no sucedió nada, pero nació el compromiso de encontrarnos al día siguiente, cada uno por su lado y en horarios diferentes. Mary y yo acordamos vernos en el muelle utilizado por el Argonauta, minutos después partiríamos para un restaurante que hoy imagino haya sido por la calle Brasil. Una hora después entrabamos a un cine y a solo quince minutos de sentados sobrevino el primer beso.
-¡No hables, no te muevas! La película se detuvo y reinó el silencio en aquella sala, cuatro minutos más tarde se iluminó nuevamente la pantalla y la vida cobró su normalidad.
-¿Qué sucede, cariño? Le pregunté cuando el salón regresó a la vida.
-Es que estaba temblando la tierra. Respondió con mucha tranquilidad.
-Pues cuando vuelva a suceder me avisas para salir del lugar donde nos encontremos, no he venido a este país para morir sepultado entre vigas de hormigón, tejas o madera antigua. Me prometí adaptar los sentidos a esta nueva situación y no esperar por su aviso, ellos estaban acostumbrados a sentir esos temblores diariamente.
Una de las razones de aquel viaje había sido la destrucción experimentada en Chile por un reciente terremoto; el buque estaba cargado con azúcar a granel que el gobierno cubano les había donado. Por toda la ciudad podían observarse derrumbes de viejas edificaciones y no era necesario salir del puerto para encontrar efectos similares a los de un bombardeo. Varias grúas y almacenes del puerto habían caído también.
Aquella noche no superamos la etapa de los besos, exploración de sus senos y manoseos de sus partes íntimas por encima de la ropa, no deseaba apurarme por muy desesperado que estuviera. La acompañé hasta la parada de su “micro”, creo que así le decían al autobús y en lo que esperábamos, ella comenzó a hablarme de su familia, era hija única de un oficial de carabineros.
-¿Eres católico? Preguntó en el preciso instante que se separaban nuestros labios de un beso muy largo, más que beso, nosotros lo llamamos mate. También me llamó la atención que lo estábamos haciendo en presencia de otras personas mayores de edad en aquella parada y se lo hice saber. Ella respondió que besarse era muy normal y que a la gente no le interesaba, pero ya les dije, aquello no era un simple beso. Comprendí que en ese aspecto nos superaban mucho, nuestra gente era más recatada o tenían mucho pudor, aunque más tarde en Cuba todo cambió y había que andar de culo pa’ la pared.
-¡Claro que soy católico! Respondí, y mis palabras llevaron la fuerza del convencimiento. ¡No digo yo!
-¿Y vas a misa? ¡Coño! ¿Y este numerito ahora? Pensé.
-¡Claro, mi amor! Siempre voy en La Habana y en algunos puertos extranjeros cuando tengo tiempo. En ese momento con lo caliente que me encontraba, estaba dispuesto a decirle que mis aspiraciones eran convertirme en Papa.
-Porque si no lo eres, rompemos inmediatamente nuestro compromiso.
-Mi vida, estoy bautizado en la parroquia de Guanabacoa y fui monaguillo de niño. Realmente no le mentía, pero fueron datos ocultados siempre en las planillas llenadas para entrar a la marina. Como quiera que sea, no estaba dispuesto a perder aquel “pollo” por asuntos religiosos.
-¿Eres comunista? ¡Vaya bombazo! ¿Qué le pasa a esta loca ahora? Volví a pensar
-Yo soy marino, nada que ver con el comunismo, mi vida es el mar. Tampoco le mentía, pero no podía manifestarme de esa manera en presencia de otros cubanos.
-Te lo digo porque soy católica y no los soporto. En mi casa se respira un ambiente totalmente diferente al que se vive en la calle en estos momentos.
-No te preocupes, corazón, yo los detesto. ¡Coño! Que complicado me está saliendo este bollito, pensé, y para suerte mía llegó su micro.
Atracamos al siguiente día y resultaba más fácil salir a la calle. También nos encontramos libres de la presión existente por llegar a la hora indicada para tomar la lancha de regreso. Además de los estibadores que participan en la descarga del barco, allí existía un sindicato de marineros de tierra. Ellos serían los encargados de todas las faenas realizadas por nosotros durante esas operaciones, o sea, abrirían y cerrarían las bodegas, izarían y arriarían los puntales de carga, etc. Nosotros sólo debíamos colocar las lámparas para que trabajaran dentro de las bodegas, nuestras guardias eran un verdadero paseo. Los tripulantes mayores de edad, entre los que se contaban varios de cubierta, compraban una garrafa de vino y se pasaban parte de la noche pescando, se ofrecían voluntariamente para hacernos las guardias y eso suponía que tendría todas las noches libres para mis puterías. Nada había cambiado económicamente para nosotros, continuábamos ganando cinco dólares semanales comprendiendo el tiempo de regreso a la isla. Sin embargo, Chile era muy barato en esos tiempos, tanto como España, su moneda era el Escudo y el cambio oficial por un dólar era de veinticinco. Una cerveza costaba dos escudos en cualquier restaurante y sacando cuentas, por un solo dólar podíamos bebernos doce de ellas, la comida y el transporte eran muy baratos también. Como ella debía regresar temprano a su casa, decidí lanzarme a la ofensiva sin perder mucho tiempo y le propuse que entráramos en un motel o posada que allí le llaman “residencial”. Ya había realizado mis averiguaciones entre los estibadores, quienes me dijeron y luego pude comprobar, la zona próxima al puerto se encontraba minada de ellos.
Motonave Jiguaní
Escuché algunas opiniones y recomendaciones sobre la calidad y me dispuse a buscar entre los mejores. Tampoco fue así de “recoge y vamos”, llevarla hasta ese sitio me costó largos minutos de conquista, no olviden que se trataba de una chica muy católica. Sin ánimos de ser vanidoso, era muy difícil resistirse al discurso de un cubano de aquellos tiempos cuando se proponía algo. Los tiempos cambiaron mucho y los papeles se invirtieron en gran parte del mundo, incluyendo mi tierra en años posteriores, llegó el momento donde no era imprescindible hablar demasiado y donde las mismas mujeres asumieron el rol de conquistadoras. Ella aceptó y entramos a una de las que ya me habían hablado, un sitio nada comparable con aquellas posadas cubanas mencionadas con anterioridad. Muy limpias las habitaciones y las camas tendidas con sobrecamas, frazadas, sabanas, etc. ¿El precio por toda una noche? Cincuenta escudos solamente, o sea, dos dólares al cambio. ¡Increíble!
Describir la forma en que hicimos el amor sería una repetición de lo mismo, es como si pusieras una película pornográfica y luego otra y otra. Las posiciones son las mismas, los orificios están en el mismo lugar, sólo cambian los cuerpos, razones por las que no voy a agobiarlos con esas repeticiones. Fue delicioso, siempre lo será cuando te acuestas con una mujer donde prima la juventud y todo es agradable. Su olor a hembra se transforma en fragancia, su voz en música y su cuerpo en una obra de arte, no deseas desprenderte de ella y sueñas constantemente encontrarte en el paraíso.
El barco era visitado diariamente por decenas de personas, simpatizantes o miembros del gobierno de turno, de su partido, curiosos o simplemente algunas mujeres buscando pareja. No era difícil acceder al barco y tampoco era imprescindible su consentimiento para obtener una autorización. Como no teníamos mucho contenido de trabajo y se mantenía el régimen de guardia de 24 horas de servicio por 48 de descanso, siempre nos llamaban al salón de tripulantes para compartir con aquellos visitantes. Fue así que, a la semana de estar bebiendo toda la felicidad del mundo con aquella preciosa chilenita, la UJC (Unión de Jóvenes Comunistas), organización a la que indudablemente no debía negarme a ingresar, me asignó la tarea de viajar con la alcaldesa de Valparaíso hasta un poblado humilde en las afueras de la ciudad para participar en una “actividad” política. Por mucho que presenté excusas con la intensión de evadir la invitación, me resultó imposible, el barco se encontraba casi vacío. La mayor parte de los tripulantes estaban empatados con chicas y hacían una vida similar a la de Cuba, terminaban sus guardias y partían a sus casas. Llamé por teléfono a Mary y no recuerdo cuál fue la justificación que le di para cancelar la salida de esa noche, no podía decirle que iba a una actividad política o asistiría a misa en la noche.
La alcaldesa o mujer del alcalde, no recuerdo exactamente, pero a los efectos era lo mismo, nos llevó en su auto. La comitiva estaba compuesta por cuatro miembros de la UJC como les expliqué y el trayecto consumió varios minutos por unos cerros apartados de Valparaíso. Se trataba de un barrio o asentamiento, puede llamarse también “campamento”, construido totalmente de madera durante el gobierno de Allende. No recuerdo exactamente si el origen de ese barrio, similar a otro llamado “Nueva Habana”, se produjo posterior al terremoto de 1971, la razón de mi viaje a ese país, lo cierto es que allí vivía gente muy pobre. Nos detuvimos junto al casco de un autobús anclado en un potrero de aquel cerro y fuimos recibidos por una pequeña comitiva compuesta de varios maestros, muy jóvenes todos y unos cuantos alumnos. Luego de los saludos formales, pasamos al interior de lo que era una improvisada escuela. Después de las palabras de bienvenida, escuchamos varias canciones interpretadas por los niños al son de la guitarra tocada por uno de aquellos maestros. La alcaldesa pronunció un discurso estudiado para el caso y por parte nuestra habló el secretario de la UJC a bordo, Luis Molina. Lo conocía desde hacía varios años cuando ocupaba la plaza de contramaestre en el buque “Jaguaní”, nunca compartí con él aventuras en la calle, no era santo de mi devoción, fanático y extremista. Nosotros llevamos algunas tarjetas postales de Cuba que nos entregaron en el barco para ese fin y se las fuimos dedicando a muchachos y maestras. Sólo que en el caso de una hermosa muchacha de piel canela y con un pelo largo muy negro, hermosa y atractiva a mi gusto, me pidió que pusiera mi nombre completo y dirección para intercambiar correspondencia. Como se trataba de un encuentro amistoso solamente, no dudé en complacer su demanda. Luego del normal protocolo, llegó el momento de degustar algunos dulces nacionales de producción casera. Mientras a los niños les eran ofrecidos gaseosas y jugos, los mayores disfrutamos de alguna cerveza y varias botellas de vino.
-¿Cómo te llamas? Le pregunté a la chica color canela y largo cabello tan negro como el azabache.
-Te lo dije hace unos minutos, cuando llenabas la tarjeta, ¿no lo recuerdas?
-Disculpa la mala memoria, tal vez haya sido porque hablaban muchas personas a la vez.
-Me llamo Esther y estoy encantada de conocerte. Me extendió su mano y apretó la mía un poco más fuerte de lo normal entre las damas.
-Para mí ha sido un grato placer y sorpresa, no esperaba encontrar una flor tan bella en medio de este árido campo. ¿Sabes una cosa? Me gustas muchísimo, nunca he tenido una novia con un cabello y color tan encantador. Le disparé a boca de jarro mientras permanecía con su mano atada a la mía sin que ella hiciera gesto alguno por desprenderse.
-¿No tienes polola en Chile?
-No sé a qué te refieres, es la primera vez que escucho esa palabra.
-¡Novia! ¿No la tienes por acá?
-¡Ahhh, eres algo curiosa! No, no tengo, llevamos muy pocos días por aquí. ¿Tú tienes pololo?
-¡Nooo! Es que me he dedicado por entero a tareas revolucionarias.
-Pues no debes olvidarte de eso e incluirla entre todas esas tareas. Yo también hago lo mío y me dedico tiempo, la vida es muy corta y pasa volando, me gustaría pololear contigo. Fue algo que se me escapó de los labios sin proponérmelo, digamos que, sin maldad alguna, ya tenía una relación y me encontraba complacido y feliz con Mary aunque tuviera que ir a misa.
-¿Me estás pidiendo que sea tu polola? Al escuchar aquella pregunta suya quise rectificar, pero creo que fue demasiado tarde, me dejé arrastrar por ese impulso animal ahora despierto.
-Voy a pensarlo, me siento sorprendida, no esperaba esto en una “actividad” política.
-¡Tómate tu tiempo! ¿Sabes otra cosa? Me estoy orinando y quisiera evacuar. ¿Dónde puedo hacerlo?
-No te preocupes, ¡sígueme! Ambos descendimos de la guagua escuela y ella me condujo por su parte trasera hasta alejarnos unos diez metros. ¡Puedes hacerlo ahí, donde quieras! Se detuvo y yo avancé unos cuatro metros, oriné en dirección al caserío construido en la ladera de aquel cerro. Ella permaneció de espalda mientras orinaba y cuando hube terminado caminé en su dirección, pero no hizo el menor gesto por regresar al interior de la escuelita.
-¿Vives ahí? Le pregunté señalando hacia el cerro y ambos giramos en la dirección de sus luces tenues, débiles, vagas, como renunciando a iluminar nuestra velada. Su rostro resultaba más bello a media luz, aquellos destellos dorados de las bombillas incandescentes, le daban un toque mágico a su piel canela que me llegaba cobriza a los ojos. Sus rasgos eran más finos y adquirían el recuerdo de una reina egipcia, solo que más bella aún y quizás más delgada.
-¡Si, ahí vivo con mi madre! Sin darnos cuenta o sabiéndolo, nos fuimos acercando hasta una distancia muy peligrosa para jóvenes, y mi mano, como activada por imanes, fue y encontró la suya. Sólo unos segundos permanecimos tomados de la mano, sobrevino un giro donde se encontraron ambas bocas y el beso. Esther era de aquellas chicas que te elevan a las nubes cuando besan con los ojos cerrados, comienzan a soñar inmediatamente y te trasmiten con su saliva y aliento esos sueños. Ya nada podía detenernos, tampoco teníamos intensiones de hacerlo. La intensidad y pasión pasaba de un cuerpo a otro con la complicidad de aquellas estrellas que solo brillan fuera de la ciudad, distintas a las de mi cielo. No requirió mucho tiempo para cavilarlo, pensé.
-¡Oye, nos vamos! ¡Dale, nos vamos! Desperté con los zarandeos de Venancio, la tocaba también a ella y pasó algo de trabajo en despegarnos, éramos dos rémoras. Me despedí de todos los maestros en medio de sonrisas pícaras y la alcaldesa no dejaba de mirarme sorprendida. ¡Estos cubanos! Pensaría mientras nos llevaba de regreso.
A la mañana siguiente Esther se apareció con una mujer mayor que ella en el barco, algo autoritaria y al parecer, ocupaba algún cargo de una organización que yo desconocía a la que pertenecían. Era una medio tiempo que aún daba la hora y desde que embarcó Molina se interesó por ella. Por fortuna me encontraba en la lista de guardia y en apariencias no podría salir del barco, pretexto oportuno, aunque no válido para evadir cualquier invitación de Esther. Realmente había quien me hiciera la guardia esa noche, pero tenía cita para salir con Mary y no la iba a dejar, más vale un pájaro en jaula que mil volando, pensé. Se lo advertí a Luis cuando lo vi tan entusiasmado con el medio tiempo, sabía que esa invitación llegaría y así fue. Esa noche visitamos otro residencial y qué pudiera decirles, mi monjita era encantadora. Entre sermones y discursos contrarrevolucionarios, hicimos el amor tres veces y nos despedimos en la mañana. Le dije que esa noche yo estaría de guardia, la dejé cuando abordó su micro.
Esther vino esa noche acompañada nuevamente de la medio tiempo con aura de “dirigente” y salimos a recorrer varios bares de la ciudad. Ya Luís estaba empatado con la “jefa” y me daba la oportunidad de conversar con Esther en los tramos andados. Poco a poco se fue identificando conmigo, sólo que a las once y media de la noche debían tomar el último micro que las llevaba hasta su cerro. Besos, apretones y mucha charla revolucionaria, pero de entrar a un residencial, nada. Noviecitos por el momento y mucho control por parte de la jefa, quien el día anterior evitó que llevara sola a Esther hasta mi camarote.
Motonave Jiguaní.
El tiempo iba transcurriendo en esos devaneos propios del momento y aquellas relaciones no trascendían más allá de las propias entre simples noviecitos involucrados en besitos, y una que otra masturbación por encima de la ropa. Pero en la medida que el tiempo transcurría, Esther ganó confianza en mi persona y fue sacando a la luz algunos de sus secretos. Un fin de semana me invitó a visitar su casa a conocer a su madre, pude ver entonces y andar por los laberintos de aquel humilde barrio donde ella vivía. Sólo que esta vez no vino la jefa y su lugar fue ocupado por dos muchachones que vestían sobretodo, prenda que encontré inadecuada para el clima, aunque en las noches refrescaba bastante. Cuando nos disponíamos a regresar para Valparaíso, uno de aquellos muchachos me mostró la subametralladora que escondía debajo de su disfraz. Ella me explicó en un momento en el que nos encontramos algo alejados de los muchachos, que ellos la acompañaban en calidad de escoltas. Resultó ser que aquella maravillosa chica que tanto me gustaba, pertenecía a una célula clandestina del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria). No le di mucha importancia a las cosas que me contaba, mi interés era ella y sus actos belicosos perdían sentido ante tanta belleza, me gustaba muchísimo como mujer. ¡Vaya lío en el que andaba metido! Cualquier día me madrugaban con un balazo por culpa de un bollo. Pensaba sin dar marcha atrás.
Las salidas escoltadas se repitieron cada vez que la jefa no podía acompañarla, serían más de cuatro veces. Uno de esos días de calma donde una u otra no pudo venir hasta el puerto, salí con Armandito a tomarme unas cervezas. Regresando al barco le dije que me quedaría un rato sentado en el espigón del Argonauta para refrescar la medio borrachera que llevaba. Era cerca de la media noche cuando se sentó a mi lado una chica que tendría alrededor de quince o dieciséis años.
-¿Eres cubano? Preguntó sin que mediara presentación alguna y fue cuando giré el rostro para mirarla, era encantadora.
-¡Sí! Soy cubano. ¿Por qué?
-Porque me han hablado muy bien de ustedes y nunca he tenido una experiencia con alguien de tu país, me mata la curiosidad.
-“A esta hora y el recado que traes”. Casi murmuré y ella no escuchó muy bien.
-¿Dijiste algo?
-¡No! Solo pensaba en voz alta, es que ando un poco mareado. ¿Qué deseas?
-¿Quieres pasar la noche conmigo?
-¿Cómo es eso? ¿Te dedicas a ese negocio?
-No para ti, quiero tener ese placer. ¡Paga solamente el residencial!
-Tengo una dificultad muy importante, no cargo condones conmigo.
-Yo soy una chica sana, te lo juro.
-Aun así, vamos a esperar que pase alguien de mi barco para pedírselo. Si no lo encuentro es mejor “suspender el juego por lluvia”, no me gusta correr riesgos. En lo que manteníamos esa conversación, se acercó una amiga suya y le hizo una seña, ella se disculpó y se dirigió hacia ella por unos minutos, me gustaba su cuerpecito.
-¡Mirá, Úrsula! Te presento a mi amigo.
-Esteban, encantado. Tuve que tirarle el salvavidas porque ella no sabía mi nombre ni yo el de ella.
-¡Encantada! Me dio la mano y se sentó en mi lado derecho, la pequeñita sin nombre a mi izquierdo. -¿Quieres una patadita? Me extendió un pitillo que venía fumando.
-¿Qué es? Tuve que preguntarle por el olor tan raro que despedía.
-Es mariguana, ¿no la conoces y eres marino? ¡No me vengas con esa!
-¡Chica! De verdad que no la conozco, nunca la he fumado.
-¿Y qué fumas?
-¿Yo? unos Populares que le rompen el alma a cualquiera. Entonces, saqué de entre la media aquella ridícula cajetilla que nunca mostrada en público por vergüenza.
-¿Puedo prender uno?
-¡Hazlo! verás que es más fuerte que la mariguana. Sacó uno de los cigarrillos y me pidió fuego, cuando absorbió la primera bocanada comenzó a toser fuerte y lo arrojó al piso con desprecio.
-¡Putas! Esto sí está fuerte, de veras que le rompe el alma a cualquiera. Regresó a su pitillo y la sentí riéndose sola, estaba ida, perdida.
-Mi amiga quiere entrar con nosotros al residencial. Me dijo la chiquilla a mi lado izquierdo.
-¡Vamos a ver, preciosa! ¿Cómo te llamas? Tuvimos que haber comenzado por ahí.
-Es verdad, mi nombre es Rosa, pero todos me llaman Rosita.
-Rosita, explícame lo de tu amiga.
-Ya te lo dije, ella quiere entrar con nosotros al residencial.
-¿Y dónde va a dormir?
-En la misma cama.
-¿No vamos a estar haciendo el amor?
-Eso que importa, se lo puedes hacer a ella también y no me enojo.
-Mejor le buscamos un amigo, ¿no crees?, por acá pasan los marinos cuando regresan al barco.
-¿No te gusta tener sexo con dos mujeres a la vez?
-Nunca lo he experimentado, me gustaría, pero es que tu amiga está fumada, ¿no la ves?
-Eso no tiene nada de malo, es riquísimo. Si quieres, yo cargo un pitillo en la cartera, lo podemos fumar en el residencial.
-Es que ella tampoco me gusta mucho. En ese instante llegaba un engrasador del barco y partí a su encuentro, pude conseguir un condón chino. Debía manipularlo con cuidado para lavarlo y usarlo en una segunda ocasión, partimos a buscar un residencial en aquel barrio que ella conocía como la palma de su mano. Cualquier hombre puede sucumbir ante un cuerpecito como el que tenía debajo de mí, era simplemente preciosa y yo no contaba aún con veintidós años. El condón se rompió a la hora de quitármelo para lavarlo y comencé a vestirme ante sus protestas. Le dije que el cuarto estaba pagado hasta el día siguiente y podía continuar allí sin problemas, me fui antes de cometer un grave pecado. Después de esa oportunidad fui invitado en tres ocasiones diferentes a participar en “tríos” y por una u otra estúpida razón las rechacé. Hoy, al alba de mi vejez, confieso que me hubiera gustado y es de las pocas cosas que me arrepiento no haber hecho.
Motonave Jiguaní
Dos noches antes de la salida del buque me despedí de Mary, como era de esperar, no pudo contener sus lágrimas y los deseos de que yo regresara para formalizar nuestras relaciones. Le prometí que lo haría en el próximo viaje a ese país, era una chica encantadora, sana, inocente y muy religiosa, merecía complacerla de alguna manera.
Esther me tenía la cabeza echando humos, era bella y de figura estilizada, delgadita con piernas bien formadas, me gustaba mucho y me mantuvo al borde de la desesperación por poseerla, pero el barco se marchaba y todo parecía indicar que me quedaría con “la carabina al hombro”. Esa noche antes de la partida me puse de acuerdo con Luis, iríamos al bar donde siempre esperaban su micro para regresar a su barrio, pero esta vez las sentaríamos de espalda a la parada para que no vieran la llegada ni la partida del micro. Una cerveza sustituyó a la otra y vi cuando su autobús partía, les avisé cuando no tenían tiempo de salir y gritarle al conductor.
-¿Y ahora qué hacemos? El próximo no pasa hasta las cinco y media de la mañana. Dijo algo afligida Esther mientras yo me alegraba interiormente.
-Bueno, no las vamos a dejar solas en la calle y tampoco debemos mantenernos por acá, dentro de un rato comienzan a cerrar muchos establecimientos y comienza la hora de los malandros. Yo creo que es algo peligroso estar deambulando la noche entera.
-¿Y qué propones? Preguntó la jefa muy seria, Esther guardaba silencio y estaba seria.
-Yo propongo meternos en un residencial hasta que amanezca y las acompañemos a la parada del micro. Entonces la jefa al escuchar mi propuesta, tomó mi mano y me apartó unos cinco metros.
-¡Esteban, por tu madre! Yo estoy dispuesta a entrar con Luís al residencial, pero con Esther hay otro problemita más delicado.
-¿Cuál? ¡Háblame claro!
-Ella es virgen y debes prometerme que no le harás daño, porque si lo haces, te juro que mañana mando a cualquiera de los muchachos para que te meta un tiro en la cabeza. Lo escuchado no pasó remotamente por mi cabeza, no lo podía creer y menos concebir. ¿Cómo es posible que una muchacha en la flor de su vida la pusiera en riesgo permanente? Tal vez lo hice y no me acuerdo, así es la juventud.
-No te preocupes, no le haré daño. No fue necesario cruzar otras palabras y nos reunimos nuevamente. Los conduje por las calles que ya conocía y había planificado mentalmente, entramos en una de las tantas posadas de aquel barrio tan movido a esa hora de la noche.
Casi en silencio nos fuimos desvistiendo, ella se quedó en blúmer y ajustador, yo permanecí con el calzoncillo puesto. Su cuerpecito de mujer virgen era hermoso y bien formado, delgado y de un color que arrebata a cualquiera cuando te impacta su contraste con la ropa interior o la sábana blanca. El blúmer era casi transparente y dejaba ver la sombra de un montecito de vellos bien negros que formaban un triángulo perfecto, hacia juego con el ajustador que se esmeraba en ocultar la aureola oscura de sus senos. Me tumbé a su lado y sobrevino aquel beso inevitable al contacto de nuestros cuerpos. No mencionamos palabra alguna, ella hablaba con sus ojos cargados de miedo y la súplica no se escuchaba por el fuego abrazador de nuestras bocas. Mi mano derecha comenzó a acariciarla y llegó hasta el montecito observado antes de acostarme, allí se detuvo, estaba mojado. Cuando mis dedos separaron el elástico de su blúmer con la intención de bajarlo, ella me detuvo suavemente, sin ofrecer mucha resistencia.
-No te preocupes, no pienso hacerte daño, disfrutemos este momento y que sea inolvidable para toda la vida. Le dije para calmarla y me dejó terminar de quitarle aquella pieza, le retiré también el pequeño ajustador y ante mis ojos quedaba totalmente desnuda la imagen de una diosa. Fui besando todo su cuerpo comenzando por aquellos juveniles y preciosos senos. Bajaba lentamente en busca de su vientre y la sentía temblar hasta que los temblores se transformaron en débiles espasmos que escondía detrás de una respiración cada vez más agitada. Con la lengua iba dibujando cada pulgada de aquel tierno cuerpecito, dejaba rastros de mi paso sobre su piel canela. Mi rostro descansó sobre sus vellos, siempre me ha gustado ese contacto de ellos con mi cara, allí me detengo un rato, me gusta olerlo, consumir todo ese aroma que desprenden muchas mujeres cuando están excitadas. Luego, cuando mis pulmones están impregnados de su olor, mi rostro se coloca frente a ella para mirarlo fijamente y que su imagen se conserve en mi memoria por el tiempo que dejamos de vernos.
Era un espectáculo maravilloso, hay mujeres que lo tienen muy lindo y merecen grabarlos en un cuadro o escultura. Separo aquellos finos labios y ante mí, queda descubierta la llave de todos sus secretos que provocan mis encantos. Froto dulcemente mi labio inferior sobre el estigma de su flor, lo hago repetidamente y bajo cuando menos lo espera a libar la miel que corre en pequeños caudales, me deleito con su sabor virgen y regreso. No hay que forzar, no hay que violar, ella sola abre las piernas como cualquier girasol persigue a su astro desde el alba hasta el ocaso. Disfruté con locos deseos mientras escuchaba sus gemidos y trataba de ahogarme entre sus piernas, me tragué todo lo que su manantial me ofrecía, sin desperdiciar una sola gota de su néctar. Volví a acostarme sobre ella y concluimos en incesantes frotaciones, me vine a su lado. Hay que ser demasiado hombre para soportar esta tortura, hay que ser demasiado humano para evadirla, hay que tener el corazón blando para no dañar a una persona. Hablamos sin parar durante toda la noche y sus lágrimas marcaron surcos en mi pecho. Una y otra vez, labios, lenguas realizaron el mismo recorrido sin penetrar a la intimidad de su vagina. Nos despedimos en la parada de su micro con un beso, eterno.
-¿Qué bolá,? Ya la jefa me contó algo sobre el drama. Me dijo Luís mientras andábamos rumbo al barco.
-¡Si, compadre! No la desvirgué. Contesté con la mente puesta en aquella cama donde pasara la noche.
-¡Verdad que eres un comemierda! Yo le hubiera “pasado la cuenta”.
-¡Ya lo dijiste, tú! Pero resulta que no pensamos igual, yo respeto mucho a las mujeres, tengo hermana, primas, madre, tías, ¿comprendes?
-De todas maneras, si no lo haces tú, lo hará otro.
-¿Sabes, qué? Prefiero que lo haga otro, no deseo saber que la dejé embarazada, ella es pobre, tampoco me interesa dejar hijos regados. ¡Ah! Y le di mi palabra a la jefa, creo haber cumplido con ella. Ese día dejamos Valparaíso con destino a Arica y luego al Perú, partí de aquel país cantando “La Internacional y rezando un Padre Nuestro”.
-Pedro, hace falta que si oyes al cartero diciendo mi nombre te mandes a correr y guardes la carta. Le pedí a mi padrastro cuando llegué a La Habana, me acordé que ella tenía mi dirección, yo se la había escrito en aquella tarjeta postal. El cartero no llamó dos veces, mi esposa bajo las escaleras antes que mi padrastro, me busqué tremenda candela.
El barco regresó nuevamente a Chile y preferí quedarme de vacaciones para apagar en algo el incendio provocado. Luis volvió a empatarse con la jefa y ella le dijo que Esther se había ido a trabajar en el Palacio de la Moneda. Poco tiempo más tarde, se produjo el golpe de estado realizado por Pinochet y mientras escuchaba las noticias por la radio y la narración del bombardeo a palacio, mi mente viajaba hasta la imagen de aquella muchacha que me cautivó tanto. Siempre la recuerdo cuando escucho “La flor de la canela”, no sé si estará viva, no sé si estará muerta. No sé si valió la pena tantos sacrificios y gastar la juventud en un sueño que nunca llegó.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2017-10-19
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