viernes, 8 de marzo de 2024

¿ALCOHÓLICA ESTA MUJER? Singladura Nr.7



 

¿ALCOHÓLICA ESTA MUJER?

Singladura Nr.7




 

 

-¿Borracha esta mujer?

Si cuando era joven y no lograba entender esto, pensé que mi inexperiencia no me permitía ver más allá de lo que estaba al alcance de mis manos, ¿cómo es que no lo entiendo hoy tampoco? Muchos creen que los años nos enseñan. Bueno, debo ser yo más bruto que ellos, pues aun no entiendo y menos creo. Pero ¿y por qué me recuerdo y me pregunto una y mil veces, yo? ¿qué fue lo que realmente pasó allí?

 

Savannah, Georgia, no era en ningún momento de la historia pasada hasta bien reciente. A pesar de ser un puerto de mar, ni con mucho, un lugar muy atractivo para un marino mercante... y mucho menos un hispano cubano. Ya eso ponía una ficha mala en mi tablero. Era un día domingo, el sol, los milenarios árboles, los parques, el canto de las aves y el romance de un clima al mismo tiempo cálido y con abundantes aires mezclados de mar y campos florecidos.

 

Nuestro barco averiado por una mina, había sido puesto en el astillero para ser reparado y los tripulantes seguimos abordo porque había mucho trabajo que hacer para continuar el viaje inmediatamente que finalizaran las reparaciones. El personal del astillero trabajaba afanosamente día y noche a fin de despacharnos con la delicada carga que tenía abordo y la que habíamos de recoger en otro puerto para continuar el viaje.

 

Parece que hubo arreglos por allá y comenzaron a traer la carga de los otros dos puertos, almacenándola en los almacenes cercanos a modo de tenerla al alcance una vez disponibles las bodegas.

 

Según los cálculos necesitábamos un mínimo de once días de trabajo continuo, día y noche para completar las reparaciones. Luego decidieron que tenían que despacharnos en unos siete días. Un equipo de soldadores, mecánicos y que sé yo, viajaría con nosotros para completar las obras de cubiertas y superestructura en alta mar.

 

Claro que esto prometía aumentar el peligro de ser detectado por los submarinos alemanes. Soldadura eléctrica, noches, Mar Caribe, Atlántico Sur...¡Hummm! Y de pronto el bombazo: Hay que cambiar todo el sistema hidráulico. ¡Alabao, éramos pocos y parió Catana!

 

Yo era timonel, pero ya había avanzado bastante con mis estudios...Bowditch, Dutton, mi abuela.... Cuando el Capitán, que para mí fue maestro, padre, amigo, todo en uno, me invita tempranito al amanecer, mientras desayunábamos en uno de esos "Diners" hecho de un antiguo coche de ferrocarril que tanto abundaban en esos tiempo y que daban a este país una especie de romántico espectáculo tangible a la hora de comer: -¿Quieres acompañarme a la Administración un momento?

 

-¡Pues, claro señor Mejor para mí, pensé, así no tengo que estar todo el día bajo el sol con la piqueta en la mano...

 

Papeles, despachos, instrucciones, cartas, un nuevo aparatito que había de ir en el puente no sé para qué... y mucho menos que yo iba a manejar. Y era domingo, pero los submarinos alemanes no dormían... ni nosotros tampoco.

 

Como a las dos de la tarde terminamos el Capitán y yo de resolver todos aquellos asuntos que él debía conocer, pero no estoy tan seguro yo, de que un timonel era la persona indicada para estar allí, en lugar del Primer Oficial. Lo pensé varias veces, pero no lo dije. Hay que recordar que estamos en guerra y las indiscreciones en medio de una guerra siempre se pagan a un muy alto precio. De modo que escuchaba, aceptaba cuando era la cosa conmigo y acumulaba como el canguro en la bolsa. Mi cabeza estaba llena de cosas nuevas y mis brazos cargados de papeles cuando salimos de allí.

 

También cuando salí de allí era Tercer Piloto, grados de guerra bajo autoridad presidencial, llevaba sobre mis hombros y entre mis sienes una serie de cosas por hacer que solo este buen oficial y yo debíamos saber a bordo. Una tarea harto difícil en cualquier momento, pero mucho más difícil cuando usted recibe grados de autoridad prestados por el tiempo de la guerra. Tiene usted a un Primer Oficial por encima suyo en autoridad, quien es muy buena gente y usted realmente lo aprecia, aparte de necesitarlo como otro maestro voluntario y preguntón, amigo yo casi diría. Todos los que hemos servido como oficiales y o capitanes entendemos esto. Una nave puede y debe ser una familia, aunque puede ser muy otra cosa a veces. Pero luego ahora estamos en guerra... hay que obedecer órdenes y ser precavidos.

 

Me di una ducha y dormí un par de horas. Mucho me alegré también de que cuando veníamos entrando al barco, en medio de aquél ruidoso tableteo de martillos, piquetas, chorros de vapor, chisporroteo de soldadores, maquinarias, además, había otros barcos allí en reparación que también hacían sus ruidos. El Primero y el Segundo, que todavía lo era, iban saliendo rumbo a sus hogares, porque los dos vivían en Macon, una ciudad cercana. Así no tuve que enfrentar preguntas del Primero.

 

A las cinco más o menos me vestí, fui a ver al Capitán por si me necesitaba, ya que había que tener un oficial al alcance de autoridades y contratistas en todo momento, me dijo que él tenía muchas cosas que hacer, le iban a poner un cable hasta el puente para que tuviera luz en su despacho y...

 

-¡Váyase, Tercero y celebre!... pero no me pierda los sentidos, ¿Eh?

 

En esos tiempos esa magnifica ciudad le ofrecía a quien quiera que amara la naturaleza, un espectáculo verde inmenso a todo lo largo de su extensión; parques, río, aves... me puse a caminar.

 

No sé realmente cuanto vi, cuantas decenas de cuadras caminé, ni cuanto olvido de todo lo que el mundo tenía puesto en mi cerebro hubo, ni si yo existía. Simplemente disfrutaba mirando lenta, pausadamente, en semi silencio... miraba, miraba. Y como andaba por los exteriores más que el centro, pocos habitantes eran visibles.

 

Dicho sea de paso, mejor así, los ciudadanos de Georgia no eran muy amigables. La llamada "red neck" nunca fue una sociedad muy amigable. Lo único bueno que tiene el "red neck" es que no hacen amigos ni entre ellos mismos. Todavía quedaba algo de luz del día, cuando hacia mi izquierda, en una calle ancha y tranquila, donde se veía un alma a lo largo de muchas cuadras, me topo con un pequeño cafetín con tres mesitas, donde el viejo probablemente tendría siete parroquianos en el día y allá fui a sentarme en la segunda que la primera estaba ocupada.

 

-Coffee, please.

 

Antes que el buen hombre colara el café, que por cierto no se si era café griego, árabe o de Louisiana, entra en el pequeño lugar una mujer de unos 28 a 30 años, blanca como la salvación, más bella que el sol que nos alumbra al amanecer y una dentadura perfecta entre unos labios que al sonreír, si no hubiera leyes y prisiones... Bueno.

 

Miró no sé si a mí o mi uniforme, me sonrió, miró a todo alrededor y me preguntó si el asiento frente a mí en mi mesa (booth) estaba ocupado, porque otros dos hombres ya ocupaban la otra mesa. Seis sillas, una libre frente a mí. Sonreí y sin decir palabra, le indiqué con la mano derecha el fondo del asiento. Si, con los hijos de ese lugar hay que usar muchas precauciones si uno quiere llevarse bien.

 

Se acomodó en la silla, me preguntó si podía tomar café y acompañar el mío... Yo la observaba sin palabra alguna, a pesar de lo hablador que soy.

 

Cuando el viejo cantinero puso las tazas, el pote de azúcar y la crema en la mesita, yo intenté servirme mi parte, cuando ella con mucha elegancia y delicadeza me quita la cucharilla de la mano.

 

Me dejé quitar la cucharilla, entrelacé mis dedos de las dos manos, puse los codos sobre la mesa y las manos así, entrelazadas debajo de mi quijada y me puse a contemplarla quizás con expresión interrogativa. Sosteniendo el pomo de azúcar en la mano izquierda y la cucharita en la derecha, las detuvo en el aire y sonrió mientras me miraba fijo a los ojos...

 

¡Madre de Dios! ¿Cómo es posible que tanta belleza está así, toda, en una sola mujer? No he visto muchas mujeres tan completamente perfectas.

 

-What?

 

-He visto el sol en medio de la noche. Atiné a decir.

 

-Tú estás sirviendo a la patria y en Georgia la dama le prepara y sirve el café a su caballero...

 

Yo siempre he respetado a toda mujer. Nunca he establecido diferencias en mi trato, aunque fuera una prostituta a quien le hablo. Y debo confesar que muchas veces en mi vida, ante una situación como esa que se me presentaba, he sospechado de que estoy ante una... pero no, esa vez no me podía cruzar por la mente semejante idea. Ni el lugar, ni las circunstancias, nada me hacía pensar otra cosa que sin salir de mi sorpresa, mirarla.

 

-Bonita costumbre, me gusta.

 

-Por eso estoy yo aquí.

 

¡Paf! Noticiero de la mañana, el muchacho del periódico gritando en la esquina: "¡Extra, extra, léalo aquí, marinero cubano fulminado por un rayo!"

 

Y cuando el pobre parroquiano compra su periódico a ver sobre que barco cayó en rayo se encuentra con que fueron los ojos de una mujer los que fulminaron al pobre marinerito en un puerto lejano.

 

-¿Cuéntame de tu vida? ¿Quién eres?

 

-Estamos en guerra, cariño, eso no se...no se pregunta.

 

-Perdón. Solo quería saber de ti.

 

-Estoy aquí, tomando un café, mirando al sol, eso soy.

 

-Bella manera de decir las cosas. Déjame mirarte esa mano.

 

-¿Por qué? Pero antes de responder tenía mi mano izquierda entre las suyas.

 

-Para un hombre que trabaja duro tienes las palmas bien delicadas...

 

Madre de todos los gorriones, piedras, azucenas y corrientes... ¿dónde estoy? El viejo cantinero, con una parsimonia de esas que solo las gentes de los pueblos de campo suelen tener, trajo más café sin que se lo pidiéramos. -Ese ya debe estar frio, nos dijo con tono sumamente humilde. Y mientras echaba el peregrino liquido en las nuevas tazas que había traído consigo, la mira y le dice: -Hija, no te he visto nunca, ¿eres de por aquí?

 

-No, sir; no soy de por aquí, solo es mi suerte... El buen hombre se retiró sonriendo. Ella repitió la ceremonia de mezclar el café con la crema y el azúcar mientras yo estudiaba su hermosa cabellera, ojos... ¡Ah, cielos!

 

-No somos de aquí ninguno de los dos. Dijo.

 

-Eso veo. Esta mujer, ¿de dónde ha salido? ¿Por qué a mí?

 

Estamos en guerra, hay espías, es extremadamente bella, su lenguaje es altamente refinado y una delicadeza sin igual, me ha servido el café dos veces y me ha tomado las manos y ha mirado en las palmas que son suaves...¿Qué hay? Adivinadora no es, pues no ha insistido en que me voy a morir o encontrar un nuevo amor en una piel muy blanca con cabellos castaños y ojos color de cielo....

 

-Piensas mucho, amigo, mucho...

 

¡Diablos! ¿Por qué no me lanzo desde la torre más alta de una santa vez? Me preguntaba en silencio a mí mismo por dentro. ¿Dónde estoy? ¿Qué soy?

 

-Por estos lugares la vida es muy simple, pero hermosa y romántica, ¿no te parece?

 

-No sé mucho de estas cosas...

 

¡Ah, qué bonito es eso!...

 

-A ver, a ver, a ver...

 

De pronto, aquél juego de ajedrez, de cerebros tal vez, pero de corazón mío, por seguro, y aquel hermoso silencio y ambiente de paz se quiebra.

 

-¿Qué buscan, señores? Pregunta el viejo cafetero.

 

-Nada, nada, viejo. Todo está bien. Nos marchamos en un instante.

 

Tres hombres muy altos, elegantemente vestidos de traje y corbata, con modales también de gente de "bien", se dirigen a ella, a mi compañera de mesa.

 

-¿Qué has hecho? Nos tienes locos corriendo de un lado para otro y tú tranquilita tomando café aquí....

 

-Señores, la dama está aquí, conmigo, yo espero una explicación...

 

-Disculpe militar...

 

-Marino... Le corregí yo.

 

-Perdón sir, esta joven dama es mi hermana...

 

-¿Y?...

 

Otro de ellos que estaba tratando de halarla por el brazo, me dijo; Disculpe señor, somos un hermano y dos primos de esta señorita, ella está muy enferma. Es alcohólica, la hemos puesto en una institución para curarla y se nos escapó... No queremos molestarlo a usted. Mientras tanto, ella, aunque no de buena voluntad ya estaba de pie.

 

Yo dudaba de lo que me decían, pero eran tres muy grandes, gentes limpias no el usual "chulo" del puerto o el barrio y ella no trataba de negarme lo que ellos me decían.

 

Unos pocos minutos y ya estaban los cuatro en la puerta, cuando ella se vuelve hacia mí, aunque la estaban sujetando por los dos brazos, se sonríe, aunque esta vez no había brillo en sus ojos sino una especie de sombra infinita...

 

-Remember me, caballero; my name is Clara.

 

-I will!

 

Y he cumplido, aún te recuerdo

 

 

 

Gilberto Rodríguez

Miami-Fla..USA

2010-02-09

 

 

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lunes, 4 de marzo de 2024

MEMORIAS DE MI PUERTO Singladura Nr.6



 

MEMORIAS DE MI PUERTO

Singladura Nr.6


SS Chaparra en Isabela de Sagua, Cuba


Terminada la Segunda Guerra Mundial, en los Estados Unidos, donde unos 13 millones de personas estuvieron empleadas de un modo u otro en la industria de guerra y las fuerzas armadas, nos vimos en las calles con la sección de clasificados del periódico bajo el brazo; la economía se hundió. Las colas comenzaban a las tres de la mañana y se desvanecían allá por las dos de la tarde... y repite al día siguiente. En las colas de desempleados tocando puertas con el suplemento del periódico bajo el brazo, llegó a desarrollarse tal camaradería, que un día todos los residentes de New York llegamos a conocernos por nombre y apellidos. De pronto comenzaron a formarse compañías navieras aprovechando el hecho de que el gobierno americano quería impulsar la economía y la cantidad de barcos que tenía en sus manos le resultaba muy costosa de mantener.

 

¿Recuerda acaso usted estos dos nombres de marineros griegos, trabajadores del Mar del Plata en Argentina, Stavros Niarchos y aquel que compró una famosa ex primera dama, Aristóteles Onassis, y se contoneó con la soprano, también griega, la de las orquídeas: María Callas? ¿Sabía usted que fueron los casi-regalos de barcos viejos casi regalados lo que les dio sus millones? Una de esas nuevas empresas, operada por un viejo Capitán y sus hijos corredores de bolsa, la Gulf Traders Shipping Line, me contrató a mí para cambiarle a sus barcos las estructuras militares y convertirlos en barcos de carga de categoría mediana y menor; 14 barcos cambié yo.

 

Una lesión en el ojo izquierdo me enfrentó a la empresa, pero todo quedó entre amigos. (Dicho sea de paso, en esos tiempos no había esta industria médico-legal de las demandas ante los tribunales. Te lastimas, arréglatelas como puedas) Entonces vi los cielos abiertos cuando me dijeron un día, que tenían para mí una plaza de Contramaestre en el barco "Gulf Trader", que llevaría carbón de Newport News, Virginia a Port Royal y Kingston-Jamaica, y de allí cargaría azúcar en la Isabela para Boston, y que iban a designar marineros y Mayordomo cubanos para la tripulación. Amigos, ¿preguntarle al tiburón si se quiere zambuir?

 

Eran ya muchos años lejos de mi pueblo, de mi Patria, de mi familia. Mi Jefe inmediato era un joven americano a quien tuve por compañero en La Academia Naval, medio chiflado, pero buena gente y enamorado de Cuba. El Mayordomo habanero y los otros tripulantes cubanos eran Nuevitas y Pastelillo, en Camaguey. (Curioso recuerdos me trae esto, nunca he visto a Esteban Lamela en Miami, personalmente, pero gracias a esos tripulantes, conocí aquel joven delgado, alto, que vestía impecables guayaberas blancas planchadas por su madre que escribía reportajes para el Excelsior, El País, bajo la dirección de Félix Soloni, más tarde mi director y amigo en New York en la editora Joshua B. Powers. ¡Mundo chico, este nuestro! Y compartimos un café y tostadas una noche, en aquel café con nombre de capital europea) ... Pero a La Isabela vamos.

 

Cuando un barco se acerca al puerto, el Tercer Oficial toma el mando de la proa, el Segundo la popa, el Contramaestre a popa, el Primer Oficial y el Capitán al puente y el timonel mayor al puente, al timón. Yo había sido timonel mayor y oficial de emergencias y crisis. Pero estábamos llegando a La Isabela y gracias al Primer Oficial el Capitán me llamó al puente. Usted es isabelino y conoce su puerto. Hágase cargo del timón y llévelo a un muelle llamado "Amézaga". Cielos míos.

 

Frente a Cayo Cristo se nos acercó el bote del Práctico del Puerto. Don Severino Ponce llegó al puente con ese carácter, a la vez estricto y simpático que le adornaba, saludó al Capitán y se dirigió a mí, que sostenía el timón ya enfilando la proa del barco hacia la boya exterior del canal de Marillanez. Y dijo en inglés, ¿Usted conoce el canal? Si es así, sígalo, está en sus manos. Y se pasó todo el trayecto hablando con el capitán a veces conmigo sobre el mar, el mundo y asuntos técnicos. Miraba el rumbo a cada paso, pero nunca me dio una orden hasta que enfrentamos el muelle.

 

La maniobra era simple, entramos de proa con el costado de estribor, el lado derecho del barco, atracado al muelle de cemento, de frente, mirando a la iglesia del pueblo. Don Severino Ponce me dio las gracias también en inglés cuando el Primer Oficial me dijo, deja al Segundo ahí, que ya están bajando la escala. Nunca he sido más rápido en mi vida. Al extremo de que me costó una seria lesión en el tobillo derecho el tirarme de varios pies de altura al muelle, sin esperar que la escalera estuviera segura, porque vi a mi madre, mis hermanos y muchos amigos corriendo hacia el barco. Nunca supe cómo se enteraron de mi llegada.

 

Ah, pero que sorpresa, me esperaba. El viejo Práctico del Puerto, Don Severino Ponce era un gran amigo de mi familia, por todas las generaciones. Yo estaba abrazado a mi madre cuando este descendió por la escala y se acercó a nosotros con una curiosa expresión en el rostro. Mi madre, abrazándolo cariñosamente le dijo: Hay Severino, gracias por traérmelo.

 

El buen hombre me miró de arriba a abajo, y con toda la fuerza que tiene el carácter paternal de nuestra herencia española, me dijo indignado; Usted es el hijo de Marino Perera, y me ha hecho a mí hablarle inglés por más de dos horas sin darme la oportunidad hablar su propio idioma... usted me ha faltado al respeto. Y se alejó enojado. Pero ah, cubano, a la salida del muelle, apenas avanzando por los abrazos y las manos de mis hermanitos y hermanitas que se me colgaban, de pie y ya un algo relajado mentalmente, estaba Severino Ponce ahora acompañado de Miguel Castell, el Práctico mayor del puerto y un sinnúmero de amistades.

 

Los dos respetables y queridos lobos de mar me abrazaron, como quien abraza al hijo pródigo que regresa. Y los dos hombres a quien tanto respeto debía yo, derramaron lágrimas envueltos en mis brazos, como las estoy derramando yo en este momento.

 

 

 

Gilberto Rodríguez

Miami-Fla..USA

2008-10-22

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domingo, 3 de marzo de 2024

LA MUJER DEL PUERTO Singladura Nr. 5



 

LA MUJER DEL PUERTO

Singladura Nr. 5



 


Loca de amor, Aleida se entregó a él allá en un lugar de Sitiecito. Pedro era el hijo del supervisor militar de Sagua, era muy buen mozo y reía con facilidad, gastaba mucho y no trabajaba, papá le daba todos los gustos que se le antojaran. Comparado con los otros jóvenes de la zona, él les parecía a las chicas el mejor partido. Lo que se dijo de él era pues, pura envidia.

 

Todos sabían que Pedro enamoraba a infelices chicas, las embarazaba y luego las abandonaba. Y nadie podía reclamar, porque su padre, quien era el mandón de turno, lo protegía.

 

Él y yo vamos a vivir a La Habana, lejos de toda esta gente chismosa, decía ella con convicción, él me lo ha jurado.

 

-Dime amiga, ¿y cuándo va tu "novio" a pedir tu mano? Nariz, no creo que lo haga.

 

-Él dice que eso es una bobería, que quienes nos vamos a casar somos él y yo, no los otros. Así que, para que nadie se meta, no hay que decírselo a nadie.

 

-¿Ni a tus padres?

 

-No, Pedro dice que de pronto nos casamos, venimos y les damos la sorpresa a sus padres y a los míos.

 

-¿Ni velo, ni traje de?...

 

-No, él dice que lo que vamos a gastar en esas tonterías, mejor lo ahorramos para el viaje a La Habana… Y a los campos de yerba de guinea a disfrutar el papel de lecho nupcial decenas de veces.

 

Hasta un día en que Aleida, preocupada le dijo; -Pedro, ¿cuándo nos casamos?

 

-Ah, chica, ya habrá tiempo para pensar en eso, no me molestes más...

 

-Pedro, mi amor, es que yo estoy embarazada...

 

-Ah, chica, no me vengas a mí con ese cuento ahora, ya yo estoy cansado de oír la misma historia.

 

-Pedro, estoy embarazada y ya me cuesta trabajo ocultar la barriga y es tu hijo...

 

-¿Mi hijo? ¿Ah, pero ahora tú me vienes con eso? Mira a ver con quién te has acostado por ahí. El que te lo hizo que te lo crie...

 

La infeliz muchacha fue a ver al militarote padre de Pedro y le contó su historia. -Por Dios, Capitán, si mi padre se entera me mata.

 

-No te preocupes muchacha, yo arreglo eso. Al día siguiente unos guardias se llevaron al padre de Aleida de su casa y le dieron una paliza bestial.

 

-Y te callas la lengua o las vas a pasar peor. Le dijeron y lo tiraron por una cuneta ensangrentado.

 

Luego recogieron a Aleida en su casa y la depositaron en un prostíbulo de Sagua, donde la matrona, buscando favores con el militar prometió ayudarla.

 

 

Y este jefe militar, el padre de Pedro, de vez en cuando pasó por allí y exigió que Aleida se acostara con él, aun estando así, embarazada de su propio hijo.

 

Sola frente al mundo, ahora con un hijo. se escapó de allí y se fue a La Isabela, al burdel de Rosa La Jamaiquina.

 

La gigantesca negra la recogió en su casa y le procuró una vecina que cuidara del chico mientras Aleida "trabajaba" con los clientes, marineros extranjeros en su mayoría.

 

-Ahora tú llamas Talía, no más Aleida. Tu pasado morirá ya. Con una marcada timidez Aleida, ahora Talía a veces llevaba su hijito a la playa pública, luego lo mandó al kindergarten y los días pasaron.

 

Mas un buen día vino un nuevo pescador a buscar sus servicios. Este hombre era un gallego bronceado por el sol y quemado por la sal hasta las axilas. Era un hombre de apariencia tosca y hablar poco, pero respetuoso. La miró muchas veces, La visitó asiduamente y conoció al chico. Un día lo llevó al Teatro Sanz y le compró churros. Y el chico comenzó a quererlo.

Dionisio, que así se llamaba el hombre, un buen día le preguntó a la jamaiquina si podía llevar a Talía a almorzar al barco.

 

-¿Qué tu querer pa mí, arrobammela?

 

-No, te respeto. Talía almorzó a bordo del vivero ese día y ya Dioniso no volvió a ir a mercar sus servicios carnales otra vez. Siempre que estaba en puerto buscaba al chico y le hacía regalitos y lo distraía jugando con él.

 

-Oye Dionisio, ¿tú quieres mucho a mi hijo?  Le dijo un día Talía.

 

-¡Pues, ostias!, ¿que no lo ves?

 

-¿No tienes hijos, tú?

 

-No tengo a nadie en este mundo. Soja sola. (Se ha mantenido el original sin lograr comprender el mensaje o la expresión enviada por Don Gilberto) “Sojas”. Se utiliza como un insulto entre hombres para definir aquellos considerados “poco masculinos”, es decir, a los hombres que no se adhieren a las normas de género tradicionales de los hombres sexistas y misóginos.

 

Rosa tenía un noble corazón y un buen día, tomó a Talía de la mano y cargando con su descomunal gordura, la llevó hasta el pobre cuartucho en que vivía Dionisio. El gallego se sorprendió, no atinaba a pronunciar una palabra…

 

-Tú no te preocupes gallego, tú casarte con Talía, yo madrina. Así tú tener mujer e hijo. Los dejaron allí plantados y se fue llorando. Talía se quedó con Dionisio y sí, se casaron. Y sí, Rosa la Jamaiquina fue la madrina de bodas... y del chico también…Y pasaron muchos meses… Y un día la Isabela se llenó de visitantes. Era el 16 de Septiembre, el Día de la Patrona del mar, Nuestra Señora del Carmen.

 

Playas, calles y bahía por igual rebozaban de visitantes, religiosos, comerciantes, enamorados... El puerto que enarbolaba sus banderas y la alegría brotaba de todos los corazones al unísono... También la bebida corrió a chorreras… Y llegó la tarde.

 

Tradicionalmente el parque isabelino, acurrucadito al lado de la iglesia, se llenaba de charladores, músicos, poetas y de aquellos que disfrutaban el caminar solos o en grupos dando vueltas por el parque, mientras la banda de voluntarios tocaba melodías para el corazón.

 

Los matrimonios y las chicas solas o en grupos, en una dirección. Los hombres solos en la dirección opuesta. Esta vieja costumbre facilita el encuentro, el saludo y el piropo, antesala del noviazgo. Para esa hora ya recorrían las calles algunos borrachos también. Así noté paseando un par de hombres bastante bien vestidos, pero que parecían haber ingerido unas copas de más.

 

-¡Oh, Dios, Dioniso, vámonos de aquí, pronto, vámonos!

 

-¿Pero que os pasa mujer?

 

-Es él, es él.

 

-¡Sí, soy, yo! ¡Soy, yo, guajira, tu macho de oro! Yo, tu primero...

 

-¡Oiga, amigo! ¿Qué se trae usté con mi mujer?

 

-¡Jajaja, su mujer, que idiota! ¿Su mujer, esa putt...a?

 

-¡Oiga, respete, aguántese la lengua!...

 

-¡Jaja! ¿Me vas a amenazar a mí, gallego de mierda?... ¿Tú sabes quién soy yo?

 

-Por mí que sea usté Nerón.

 

-¡Mira, come mierda!... ¿Tú cargaste con el grillo este? ¿Tú no sabes que por eso dicen las gentes que los gallegos y las auras son la limpieza de Cuba? La sangre a borbotones corrió por el pavimento. Como un rayo del cielo mismo la tijera se clavó en el pecho del miserable Pedro.

 

-Vamos, Dioniso, que ya es tarde y el niño tiene que dormir.

 

-Pero, ¿qué has hecho, mujer?

 

-No fui yo, Dionisio, fue Dios que curó una lepra.

 

 

Gilberto Rodríguez

Miami Fla..Estados Unidos

2010-01-18

 

 

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jueves, 29 de febrero de 2024

MIS AVENTURAS EN LA 2da GUERRA MUNDIAL Singladura Nr.4



MIS AVENTURAS EN LA II GUERRA MUNDIAL

Singladura Nr.4




 

Al salir de San Juan de Terranova (Saint John's, New FoundLand), el barco Liberty en yo tripulaba en calidad de timonel fue designado como el SS24, pero al establecerse la formación nuevas naves que venían del sur de Los Estados Unidos cargados de granos sueltos en las bodegas fueron situados, por ser más indefendibles, un poco por delante de nosotros dando por consecuencia que vinimos a ocupar el puesto exterior número 26, nordeste, o sea a estribor del convoy. En total íbamos en ese convoy unos noventa y cuatro mercantes y transportes militares, además de dos destroyers y seis corbetas.

 

Las olas eran de fondo, poco viento, bastante frío por cierto y algunas nieblas. Al amanecer partimos como de costumbre a un rumbo desconocido. Proa al nordeste franco al principio.

 

Ya vendrán órdenes, el destroyer delantero nos guía, cuatro nudos, muchos ojos de serviolas y voluntarios en cada nave, zig and zag a ritmo de danzón criollo. Corazones trémulos, luces tenues o apagadas, suprema inmersión de cada humano en sus más íntimos silencios. El espíritu avanza, la muerte acecha. Estamos en guerra, pocos saben reír ahora. Y yo con mi eterna taza tomando café y la pipa encendida con un aromático tabaco inglés.

 

-¡Timonel, tenga la bondad, apague esa pipa!

 

-Como usted diga capitán...

 

-NO es porque fume, entienda usted, es porque nos han notificado que los alemanes tienen ahora unos detectores de aromas y olores distintos sobre el agua...

 

-Como usted diga, Capitán. Un poco confundido apagué mi pipa y me la puse en el bolsillo trasero derecho de mi pantalón. Pensé mucho sobre aquellas palabras del Capitán. ¿Pero y el olor del aceite y del petróleo y de las cocinas? ¿No son y han sido siempre detectables esos? ¡Oh, bien!

 

Seis días o siete, no recuerdo bien, llevábamos avanzando hacia algún lugar de Europa, me parecía dado el rumbo que, por cierto, no sabíamos si íbamos a dar vuelta 90 o 180 grados en cualquier instante dados los ataques de los submarinos alemanes) que se mantenían más o menos constantes. Cuando sin ni siquiera sospecharlo yo, de algún lugar lejano a mi vida y a mis conocimientos, ya algunos hombres altamente encumbrados en sus cargos y posiciones estaban disponiendo de mis servicios, de mi vida. Nada en la vida de un joven guajirito cubano, marino mercante por demás, jamás pudo haberle dicho ni al más fantasioso de los escritores de novelas de ciencia ficción de que en unas cuantas horas en el futuro, una especie de vorágine interna cambiaria el rumbo de mi vida para siempre en un corto minuto en el mar.

 

Muchas cosas suceden sin que uno sepa por qué; millares de seres pululan por esos caminos de Dios y nadie siquiera los ve al pasar... y algunos hasta se sacan el premio gordo la lotería nacional. Yo debo haber nacido atravesado, sí, eso es lo único que se me ocurre pensar, porque desde el instante mismo en que me quité la ropa de hijo de un puerto y abordé una nave, otras personas, ajenas, lejanas, desconocidas para mí, forjaron planes, dictaron órdenes y dispusieron de mí como de picadillo dispone el carnicero. Lo curioso es que siempre estuve allí, donde me buscaron, y serví con una sonrisa en los labios y una decisión jamás cuestionada por nadie porque sé cumplir.

 

No sé si considerarme orgulloso, sentir pacer o considerar que, sabían que yo era el más tonto ciervo de la manada. Pero sea cual fuere la situación, yo estuve allí. Y por ahí andan unos papeles que dicen lo hice bien. Tal vez sea verdad.

 

Tal vez en el maelstrom ese de que hablaba Jules Verne, que da la casualidad de que está muy cerca de Noruega, por ahí muy cerca se iniciaron mis aventuras... Y no soy yo ni con mucho su Capitán Nemo, ni ninguno de mis barcos cargó su nombre.

 

El convoy avanzaba tranquilo y nada que no fuera mucho trabajo, lavando las paredes y pintando sobre pintado en las cubiertas camufladas, sucedía. Pero.

 

Nada es más temible en esas circunstancias que el silencio y la tranquilidad duradera, ni la brisa nos molestaba. Esa situación, créame, amiga lectora o lector, es siempre el estado de expectativa más trémulo de los muchos que carga en su mente e historia el hombre de mar. Y me a trevo a revertir el refrán y decir, antes de la tempestad siempre viene la calma. Y calma había, la tempestad no aguardaba escondida en los misterios del cielo.

 

Yo subí al puente diez minutos antes de las ocho campanadas, mi guardia era la de doce a cuatro.

 

(Continuará en el número II)


 

Jun 10, 2010 #2

Eran la una y treinta y siete de la madrugada cuando el destructor en que viajaba el Comodoro se apareo a cierta distancia, viniendo de atrás, a nosotros. Los únicos medios de comunicación en términos generales, entre una nave y otra debía ser las luces, y para eso con unos capacetes muy discretos. Del destructor surge de pronto en el ala de babor del puente el farol de señales y hace una llamada. El segundo de abordo que estaba a la postre de guardia en el puente conmigo, manda a buscar al radiotelegrafista que a esas horas dormía y a continuación hubo que llamar al Capitán, que era necesario en el puente.

 

Mucho corre-corre notaba yo mientras atendía mi timón que estaba un poco complicado dado que el cielo empezaba a dar señales de mal tiempo.

 

Manejar un barco bien cargado con el viento y las olas es siempre un reto para piloto, Capitán y timonél. Pero cuando ese montón de hierro flotante se multiplica por una centena, y se tiene que mantener dentro de una estricta y bien dirigida formación militar, y además de las dificultades para obedezca al timón sin movimientos de agua bajo la popa, encima de lo cual, la distancia por el frente, la proa, la popa, a los dos lados, babor y estribor y todos esos monstruos de acero con escaso poder de dirección, ahí, en ese momento es cuando el Capitán se entera de quien es su marinero y cual no lo es.

 

El Capitán ordena al piloto que ponga al agregado al timón y a mí que lo acompañe a su despacho.

 

Yo, francamente me sorprendí un poco. Y se lo dije.

 

-Siéntese, me dijo el Capitán. -Sailor, have you done something we may be ashamed of? ¿Ha hecho usted algo que debía avergonzarnos?

 

-¿Y por qué me hace usted esa pregunta, Sir?

 

-Esperemos un rato y tendrá mi respuesta, mientras tanto vaya y tómese un café y regrese aquí a mi despacho en diez minutos.

 

De pronto y a esa hora que todos los tripulantes salvo los de guardia están durmiendo, se llenó la cubierta de personal.

 

Al rato aparece otro farol de señales. Pero este viene de una lancha que está al costado de estribor pidiendo que les bajen una escalera Jacobs para abordarnos.

 

(Sigue en el III)

 

 

Jun 11, 2010 #3

Yo fui al comedor, llené una taza de café (americano, claro está) sin azúcar que así es como me gusta, fuerte, solo y amargo y salí a cubierta.

 

Un oficial de la Navy cuyo rango no era distinguible en la ropa que vestía, subía abordo con un cartapacio en la mano. Lo conduje al despacho del Capitán como me había sido ordenado. Al llegar a la puerta, con una señal de la mano el Primer Oficial que en ese momento entraba también a ver al Capitán, me dijo que me quedara afuera, en el corredor. Allí esperé lleno de anticipaciones, mi mente volaba en busca de curiosas respuestas a una sola pregunta. ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué tiene todo esto que ver conmigo? ¿Qué, donde, cuando?...

 

Atrás habían quedado plasmado en el cuadro de la historia los viajes a Groenlandia, las historias vividas en carne propia de los esquimales, los encuentros con Peter Freuchen y otras cien aventuras que ayer fueran lejanas a mis sueños y a estas alturas ya se habían vivido, extenuado y convertido en parte viviente de mi joven existencia.

 

De simple marino mercante cubano navegando en barcos de banderas ajenas a sujeto de novela en el ejercicio de mi profesión, de mi simple trabajo como uno más en la cubierta, un cliente más en el bar del arrabal porteño, ahora parecía yo pasar a un corredor blanco, fuera de mi timón en espera de un no sabía yo qué y cómo, ni cuándo. Pero esperaba.

 

Pasaron unos largos minutos; minutos solamente. Pero esperar, que de si propio es, en mi opinión, el más difícil de todos los encargos que tiene que sufrir el ser humano, esperar, en este instante me parece, activo y enérgico como siempre he sido, demasiada imposición a mi vida. Sobre todo que estamos envueltos en una guerra a muerte; una guerra cruel, larga, sangrienta... y flotando en estas aguas frías del Océano Atlántico expuestos a cada instante a la próxima explosión de una mina flotante suelta o de un bien dirigido torpedo. Mi barco, hemos de recordar, flotaba al exterior derecho, o sea a estribor del convoy, posición que nos designaba el primero de haber un ataque por el este. 

 

-¡Quartermaster, come in, please!" -¿Please? Cortés ese llamado. ¡Hummm! ¿qué será? -Dígame su nombre completo. Lo dije. -¿Usted habla italiano, verdad?

 

-No señor Teniente. Que ahora le vi las barritas. -Yo no hablo italiano.

 

-¿Y ese fuerte acento que tiene usted al hablar?...

 

-Señor, yo hablo español con un fuerte acento gallego, pronuncio bien cada letra, y uso las "C" y la "Zeta" como manda Dios.

 

-¿Y usted es cubano?

 

-Si, señor, soy cubano.

 

-Mire, usted tiene no solo acento italiano, pero además, un fuerte tono de alemán...

 

-¡Mire, Teniente! Yo no sé si usted es un experto lingüista, y si lo anda, muy lejos de entender acentos, ese fuerte acento es del idioma noruego, no alemán. Lo corté rápido.

 

-¿Qué tiene que ver todo esto con los noruegos?

 

-Usted busca mis acentos al hablar, yo le saco de su ignorancia, le educo, si quiere. Aquel buen oficial hasta ahí había sido muy terso en su comportamiento para conmigo y de pronto en su rostro apareció una leve sonrisa.

 

-Yo soy hijo de noruegos, me dijo.

 

-Lo felicito, son buenas gentes.

 

-¡Me basta, usted es el hombre que vine a buscar!

 

-No entiendo, señor.

 

-¡Infórmele usted, Capitán!...

 

-Mister Rodríguez, nuestro país lo necesita una vez más.

 

-¿Y?...

 

-Usted debe ahora mismo recoger todas sus pertenencias, sin hablar con nadie y marcharse con el teniente al destructor... Yo no estoy autorizado a decirle más, y no sé si el Teniente quisiera decirle algo, Rodríguez, pero alguna misión lo espera y estamos retrasados ya. Por favor, prepárese, vamos yo le ayudo a empacar.

 

-Rodríguez, me dijo el Primer Oficial, no se preocupe usted si tiene que dejar algo, yo personalmente cuidaré de todo y su salario será entregado a su esposa en New York a nuestro regreso, o antes. Eso ya está en sus órdenes. Buena suerte.

 

Y a la lancha entre las olas rumbo al destructor salimos.

 

(III y sigue en el IV)

 

 

Jun 12, 2010 #4

Bueno, se me perdió una hora de escritura aquí anoche)

 

 

Jun 22, 2010 #5

Porque Esteban me lo pidió, y porque ese fue siempre mi propósito al ingresar a esta nave, comencé a escribir a pedacitos en Literatura Sobre El Mar, una de esas raras aventuras que el destino de un hombre le lleva a realizar, lejos de sus propios entornos, a mundos ajenos y sueños que ni dormidos hubiéramos soñado algunos, o ninguno allá en las riberas del rio "Undoso" ese maravilloso y a veces cruel chorro de aguas del Escambray al Atlántico que baña mi querida provincia villareña. Para un pésimo mecanógrafo, este sistema a veces es el menos apropiado para escribir largas historias. De modo que hice unas líneas y paré. Una breve mirada al resultado bastará para ver que no lo empecé bien y menos se puede esperar. Por consiguiente, desde aquí comienzo a escribirlo en WORD y según progrese el escrito, lo iré poniendo acá tal cual le prometí al Capitán. Mi promesa ahora es a ustedes, lo miembros de las tripulaciones y los amigos que nos leen y saludan al pasar por los distintos muelles y puertos. Y hay mucho más. Lo fuerte, lo interesante, está muy lejos aún. Hay que echar una buena remada para llegar al muelle. Pero les garantizo que lo van a disfrutar, tal cual lo disfruté al tiempo que lo sufrí yo.

 

 

 

Gilberto Rodríguez

Miami-Fla..USA

2010-06-10

 

 

 

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