¿ALCOHÓLICA
ESTA MUJER?
Singladura
Nr.7
-¿Borracha esta mujer?
Si cuando era joven y no lograba entender esto, pensé
que mi inexperiencia no me permitía ver más allá de lo que estaba al alcance de
mis manos, ¿cómo es que no lo entiendo hoy tampoco? Muchos creen que los años
nos enseñan. Bueno, debo ser yo más bruto que ellos, pues aun no entiendo y
menos creo. Pero ¿y por qué me recuerdo y me pregunto una y mil veces, yo? ¿qué
fue lo que realmente pasó allí?
Savannah, Georgia, no era en ningún momento de la
historia pasada hasta bien reciente. A pesar de ser un puerto de mar, ni con
mucho, un lugar muy atractivo para un marino mercante... y mucho menos un
hispano cubano. Ya eso ponía una ficha mala en mi tablero. Era un día domingo,
el sol, los milenarios árboles, los parques, el canto de las aves y el romance
de un clima al mismo tiempo cálido y con abundantes aires mezclados de mar y
campos florecidos.
Nuestro barco averiado por una mina, había sido
puesto en el astillero para ser reparado y los tripulantes seguimos abordo
porque había mucho trabajo que hacer para continuar el viaje inmediatamente que
finalizaran las reparaciones. El personal del astillero trabajaba afanosamente día
y noche a fin de despacharnos con la delicada carga que tenía abordo y la que habíamos
de recoger en otro puerto para continuar el viaje.
Parece que hubo arreglos por allá y comenzaron a
traer la carga de los otros dos puertos, almacenándola en los almacenes
cercanos a modo de tenerla al alcance una vez disponibles las bodegas.
Según los cálculos necesitábamos un mínimo de once días
de trabajo continuo, día y noche para completar las reparaciones. Luego
decidieron que tenían que despacharnos en unos siete días. Un equipo de
soldadores, mecánicos y que sé yo, viajaría con nosotros para completar las
obras de cubiertas y superestructura en alta mar.
Claro que esto prometía aumentar el peligro de ser
detectado por los submarinos alemanes. Soldadura eléctrica, noches, Mar Caribe,
Atlántico Sur...¡Hummm! Y de pronto el bombazo: Hay que cambiar todo el sistema
hidráulico. ¡Alabao, éramos pocos y parió Catana!
Yo era timonel, pero ya había avanzado bastante con
mis estudios...Bowditch, Dutton, mi abuela.... Cuando el Capitán, que para mí fue
maestro, padre, amigo, todo en uno, me invita tempranito al amanecer, mientras
desayunábamos en uno de esos "Diners" hecho de un antiguo coche de
ferrocarril que tanto abundaban en esos tiempo y que daban a este país una
especie de romántico espectáculo tangible a la hora de comer: -¿Quieres
acompañarme a la Administración un momento?
-¡Pues, claro señor Mejor para mí, pensé,
así no tengo que estar todo el día bajo el sol con la piqueta en la mano...
Papeles, despachos, instrucciones, cartas, un nuevo
aparatito que había de ir en el puente no sé para qué... y mucho menos que yo
iba a manejar. Y era domingo, pero los submarinos alemanes no dormían... ni
nosotros tampoco.
Como a las dos de la tarde terminamos el Capitán y yo
de resolver todos aquellos asuntos que él debía conocer, pero no estoy tan
seguro yo, de que un timonel era la persona indicada para estar allí, en lugar
del Primer Oficial. Lo pensé varias veces, pero no lo dije. Hay que recordar
que estamos en guerra y las indiscreciones en medio de una guerra siempre se
pagan a un muy alto precio. De modo que escuchaba, aceptaba cuando era la cosa
conmigo y acumulaba como el canguro en la bolsa. Mi cabeza estaba llena de
cosas nuevas y mis brazos cargados de papeles cuando salimos de allí.
También cuando salí de allí era Tercer Piloto, grados
de guerra bajo autoridad presidencial, llevaba sobre mis hombros y entre mis
sienes una serie de cosas por hacer que solo este buen oficial y yo debíamos
saber a bordo. Una tarea harto difícil en cualquier momento, pero mucho más difícil
cuando usted recibe grados de autoridad prestados por el tiempo de la guerra. Tiene
usted a un Primer Oficial por encima suyo en autoridad, quien es muy buena
gente y usted realmente lo aprecia, aparte de necesitarlo como otro maestro
voluntario y preguntón, amigo yo casi diría. Todos los que hemos servido como
oficiales y o capitanes entendemos esto. Una nave puede y debe ser una familia,
aunque puede ser muy otra cosa a veces. Pero luego ahora estamos en guerra... hay
que obedecer órdenes y ser precavidos.
Me di una ducha y dormí un par de horas. Mucho me
alegré también de que cuando veníamos entrando al barco, en medio de aquél
ruidoso tableteo de martillos, piquetas, chorros de vapor, chisporroteo de
soldadores, maquinarias, además, había otros barcos allí en reparación que
también hacían sus ruidos. El Primero y el Segundo, que todavía lo era, iban
saliendo rumbo a sus hogares, porque los dos vivían en Macon, una ciudad
cercana. Así no tuve que enfrentar preguntas del Primero.
A las cinco más o menos me vestí, fui a ver al Capitán
por si me necesitaba, ya que había que tener un oficial al alcance de
autoridades y contratistas en todo momento, me dijo que él tenía muchas cosas
que hacer, le iban a poner un cable hasta el puente para que tuviera luz en su
despacho y...
-¡Váyase, Tercero y celebre!... pero no me pierda los
sentidos, ¿Eh?
En esos tiempos esa magnifica ciudad le ofrecía a
quien quiera que amara la naturaleza, un espectáculo verde inmenso a todo lo largo
de su extensión; parques, río, aves... me puse a caminar.
No sé realmente cuanto vi, cuantas decenas de cuadras caminé, ni cuanto olvido de todo lo que el mundo tenía puesto en mi cerebro hubo, ni si yo existía. Simplemente disfrutaba mirando lenta, pausadamente, en semi silencio... miraba, miraba. Y como andaba por los exteriores más que el centro, pocos habitantes eran visibles.
Dicho sea de paso, mejor así, los ciudadanos de
Georgia no eran muy amigables. La llamada "red neck" nunca fue una
sociedad muy amigable. Lo único bueno que tiene el "red neck" es que
no hacen amigos ni entre ellos mismos. Todavía quedaba algo de luz del día,
cuando hacia mi izquierda, en una calle ancha y tranquila, donde se veía un
alma a lo largo de muchas cuadras, me topo con un pequeño cafetín con tres
mesitas, donde el viejo probablemente tendría siete parroquianos en el día y
allá fui a sentarme en la segunda que la primera estaba ocupada.
-Coffee, please.
Antes que el buen hombre colara el café, que por
cierto no se si era café griego, árabe o de Louisiana, entra en el pequeño
lugar una mujer de unos 28 a 30 años, blanca como la salvación, más bella que
el sol que nos alumbra al amanecer y una dentadura perfecta entre unos labios
que al sonreír, si no hubiera leyes y prisiones... Bueno.
Miró no sé si a mí o mi uniforme, me sonrió, miró a
todo alrededor y me preguntó si el asiento frente a mí en mi mesa (booth)
estaba ocupado, porque otros dos hombres ya ocupaban la otra mesa. Seis sillas,
una libre frente a mí. Sonreí y sin decir palabra, le indiqué con la mano
derecha el fondo del asiento. Si, con los hijos de ese lugar hay que usar muchas
precauciones si uno quiere llevarse bien.
Se acomodó en la silla, me preguntó si podía tomar
café y acompañar el mío... Yo la observaba sin palabra alguna, a pesar de lo
hablador que soy.
Cuando el viejo cantinero puso las tazas, el pote de
azúcar y la crema en la mesita, yo intenté servirme mi parte, cuando ella con
mucha elegancia y delicadeza me quita la cucharilla de la mano.
Me dejé quitar la cucharilla, entrelacé mis dedos de
las dos manos, puse los codos sobre la mesa y las manos así, entrelazadas
debajo de mi quijada y me puse a contemplarla quizás con expresión
interrogativa. Sosteniendo el pomo de azúcar en la mano izquierda y la
cucharita en la derecha, las detuvo en el aire y sonrió mientras me miraba fijo
a los ojos...
¡Madre de Dios! ¿Cómo es posible que tanta belleza
está así, toda, en una sola mujer? No he visto muchas mujeres tan completamente
perfectas.
-What?
-He visto el sol en medio de la noche. Atiné a decir.
-Tú estás sirviendo a la patria y en Georgia la dama
le prepara y sirve el café a su caballero...
Yo siempre he respetado a toda mujer. Nunca he
establecido diferencias en mi trato, aunque fuera una prostituta a quien le
hablo. Y debo confesar que muchas veces en mi vida, ante una situación como esa
que se me presentaba, he sospechado de que estoy ante una... pero no, esa vez
no me podía cruzar por la mente semejante idea. Ni el lugar, ni las circunstancias,
nada me hacía pensar otra cosa que sin salir de mi sorpresa, mirarla.
-Bonita costumbre, me gusta.
-Por eso estoy yo aquí.
¡Paf! Noticiero de la mañana, el muchacho del
periódico gritando en la esquina: "¡Extra, extra, léalo aquí, marinero
cubano fulminado por un rayo!"
Y cuando el pobre parroquiano compra su periódico a
ver sobre que barco cayó en rayo se encuentra con que fueron los ojos de una
mujer los que fulminaron al pobre marinerito en un puerto lejano.
-¿Cuéntame de tu vida? ¿Quién eres?
-Estamos en guerra, cariño, eso no se...no se
pregunta.
-Perdón. Solo quería saber de ti.
-Estoy aquí, tomando un café, mirando al sol, eso
soy.
-Bella manera de decir las cosas. Déjame mirarte esa
mano.
-¿Por qué? Pero antes de responder tenía mi mano
izquierda entre las suyas.
-Para un hombre que trabaja duro tienes las palmas
bien delicadas...
Madre de todos los gorriones, piedras, azucenas y
corrientes... ¿dónde estoy? El viejo cantinero, con una parsimonia de esas que
solo las gentes de los pueblos de campo suelen tener, trajo más café sin que se
lo pidiéramos. -Ese ya debe estar frio, nos dijo con tono sumamente humilde. Y
mientras echaba el peregrino liquido en las nuevas tazas que había traído
consigo, la mira y le dice: -Hija, no te he visto nunca, ¿eres de por aquí?
-No, sir; no soy de por aquí, solo es mi suerte... El
buen hombre se retiró sonriendo. Ella repitió la ceremonia de mezclar el café
con la crema y el azúcar mientras yo estudiaba su hermosa cabellera, ojos... ¡Ah,
cielos!
-No somos de aquí ninguno de los dos. Dijo.
-Eso veo. Esta mujer, ¿de dónde ha salido? ¿Por qué a
mí?
Estamos en guerra, hay espías, es extremadamente
bella, su lenguaje es altamente refinado y una delicadeza sin igual, me ha
servido el café dos veces y me ha tomado las manos y ha mirado en las palmas
que son suaves...¿Qué hay? Adivinadora no es, pues no ha insistido en que me
voy a morir o encontrar un nuevo amor en una piel muy blanca con cabellos
castaños y ojos color de cielo....
-Piensas mucho, amigo, mucho...
¡Diablos! ¿Por qué no me lanzo desde la torre más
alta de una santa vez? Me preguntaba en silencio a mí mismo por dentro. ¿Dónde
estoy? ¿Qué soy?
-Por estos lugares la vida es muy simple, pero
hermosa y romántica, ¿no te parece?
-No sé mucho de estas cosas...
¡Ah, qué bonito es eso!...
-A ver, a ver, a ver...
De pronto, aquél juego de ajedrez, de cerebros tal
vez, pero de corazón mío, por seguro, y aquel hermoso silencio y ambiente de
paz se quiebra.
-¿Qué buscan, señores? Pregunta el viejo cafetero.
-Nada, nada, viejo. Todo está bien. Nos marchamos en
un instante.
Tres hombres muy altos, elegantemente vestidos de
traje y corbata, con modales también de gente de "bien", se dirigen a
ella, a mi compañera de mesa.
-¿Qué has hecho? Nos tienes locos corriendo de un
lado para otro y tú tranquilita tomando café aquí....
-Señores, la dama está aquí, conmigo, yo espero una
explicación...
-Disculpe militar...
-Marino... Le corregí yo.
-Perdón sir, esta joven dama es mi hermana...
-¿Y?...
Otro de ellos que estaba tratando de halarla por el
brazo, me dijo; Disculpe señor, somos un hermano y dos primos de esta señorita,
ella está muy enferma. Es alcohólica, la hemos puesto en una institución para
curarla y se nos escapó... No queremos molestarlo a usted. Mientras tanto,
ella, aunque no de buena voluntad ya estaba de pie.
Yo dudaba de lo que me decían, pero eran tres muy
grandes, gentes limpias no el usual "chulo" del puerto o el barrio y
ella no trataba de negarme lo que ellos me decían.
Unos pocos minutos y ya estaban los cuatro en la
puerta, cuando ella se vuelve hacia mí, aunque la estaban sujetando por los dos
brazos, se sonríe, aunque esta vez no había brillo en sus ojos sino una especie
de sombra infinita...
-Remember me,
caballero; my name is Clara.
-I will!
Y he cumplido, aún te recuerdo
Gilberto Rodríguez
Miami-Fla..USA
2010-02-09
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