viernes, 26 de octubre de 2018

EL MOJÓN QUE DETUVO A UN CONVOY


              EL MOJÓN QUE DETUVO A UN CONVOY


Motonave Renato Guitart, escenario de esta historia.


Quién hubiera adivinado que treinta años después, nos encontraríamos en Montreal y en medio de esas charlas nunca indiferentes a las nostalgias, nos acordaríamos de aquel viaje. Él se encontraba de oficial a bordo de la motonave “Moncada” y yo de segundo oficial en la “Renato Guitart”. Nos reímos mucho de aquel incidente y aparecían nombres de otros oficiales que con el tiempo permanecían guardados en el cajón del olvido, algunos se han convertido en simples fantasmas.

Cuando se hable de las tropas enviadas a la guerra de Angola, la mayoría de ellas transportadas a bordo de nuestros buques mercantes, no debe pasarse por alto aquel acontecimiento que detuvo un convoy en pleno Océano Atlántico Sur. Yo desempeñaba las funciones de clavista durante aquella misión militar, eso lo he manifestado en varias oportunidades. Un día, descifro un mensaje donde se nos solicita regresar sobre nuestros pasos para encontrarnos en un punto con el Moncada, nos enviaron sus coordenadas y solicitud de establecer contacto con aquella nave. Hasta esos instantes, las comunicaciones eran establecidas solamente con La Habana y bajo el control de la contrainteligencia militar. Un poco más debajo de aquel mensaje, se nos explica que tenían a un soldado en estado grave y debía ser intervenido quirúrgicamente. Me refiero a un convoy de barcos separados entre sí por períodos de tiempo de dos o tres días aproximadamente, no todos zarparon del mismo puerto, pero no debe dejar de reconocerse que fueron maniobras muy bien coordinadas. Nuestro buque lo hizo desde Cárdenas, nunca le pregunté a él desde dónde lo hizo el Moncada. Yo iba realizando la guardia del primer oficial y tomando como referencia la última posición obtenida por las estrellas, realizamos un giro Williamsom para caer en el rumbo contrario.

Se estableció contacto radiotelegráfico con el Moncada y periódicamente se transmitían las posiciones de estima de cada barco. ¿Por qué aquel encuentro en altamar? Porque no todos los buques estaban habilitados de un salón de operaciones, todos poseían equipos médicos militares, pero los salones fueron instalados cada dos o tres buques de los que participaban en el convoy.

Cuando la distancia lo permitió, se establecieron comunicaciones por VHF, esa distancia nunca fue superior a las veinte millas. Como era de suponer, aquel contacto se hacía bajo la supervisión del contrainteligente y para hablar lo necesario. El encuentro fue realizado con exactitud casi cronométrica, vale la pena destacar que en aquellos tiempos, los buques mercantes cubanos no poseían el sistema de navegación por satélite, pero en términos generales se contaba aún con buenos navegantes, salvo raras excepciones que luego inundaron la flota. 

Se realizaron las maniobras de rutina para hacer el cambio de combustible y reducir las revoluciones de la máquina a régimen de maniobra. La fuerza de la mar era de tres a cuatro y se le explicó al Capitán del Moncada que nuestros botes salvavidas se encontraban en muy malas condiciones, ellos manifestaron que bajarían al enfermo en uno de sus botes. Por nuestra parte, se instruyó al contramaestre Bonachea que preparara los puntales de la bodega número tres, tuviera aros salvavidas, jibilays, grampines y redes dispuestos en el área donde se iba a recibir al enfermo. La parte militar dispuso se prepararan varios buzos listos para lanzarse al mar en caso de necesidad.



Motonave Moncada, buque con el que se realizara encuentro en alta mar.


Pudimos observar la maniobra de arrío del bote y con los binoculares a cientos de personas siguiendo los pormenores de la maniobra desde su banda de babor. Ellos observarían un espectáculo similar en nuestra banda de estribor, más de mil doscientos hombres se habían concentrado para disfrutar de un espectáculo que rompía la monotonía de aquel fatigoso viaje. El bote se perdía de nuestra vista cada vez que caía en el seno de la ola, mientras ambos buques se atravesaban al viento y la mar con sus máquinas paradas. El Moncada abatía más rápido que nosotros y alejaba la posibilidad de una posible colisión, los bandazos se hicieron sentir cuando estuvimos totalmente atravesados. En el clinómetro llegaron a registrarse bandazos de 17 grados, nada peligrosos para un buque cuya estabilidad era excelente en esos instantes, pero muy rápidos y violentos, toda la carga pesada se encontraba en los planes de las bodegas y en esas condiciones, el buque se encontraba muy duro, como decimos en el argot marinero. Fueron largos minutos de angustia las vividas entre los pasos por las crestas y senos de las olas, imagino que peor tuvo que haber sido para los que tripulaban aquel bote.


Hora y media después o quizás un poco más, el bote se encontraba a escasos metros de nuestro costado y se dispuso a bajar el gancho del puntal para subir al enfermo en su camilla. Los buzos se sentaron en la borda mientras eran sujetados por varios soldados, los marinos se encontraban dispuestos con jibilays, salvavidas y grampines. Luego de varios intentos de aproximación, lograron enganchar la camilla y Bonachea le hizo señal al winchero para izarla, el bote se separó inmediatamente de ella, pero se mantuvo a corta distancia del casco. Una ola provocó que el buque se escorara a estribor con violencia y la camilla estuvo a punto de ser sumergida en el agua. Bonachea le pidió al winchero que izara con más velocidad y aquella maniobra evitó que el hombre tocara el agua. Desde el puente se podía observar el rostro pálido del enfermo, quien con sus escasas fuerzas, trataba de aferrarse a su camilla cargado de angustia, pánico y terror. 


La respuesta del buque hacia la banda contraria tomó a todos de sorpresa, el bandazo fue violentísimo y sobrevino un ¡coñoooooo, se jodiooooó! general. La camilla chocó con violencia contra el casco mientras era izada casi arrastrada contra él. Una vez que sobrepasó la borda, un grupo de marinos se abalanzó sobre ella para evitar que diera contra las tapas de las bodegas y lo acomodaron sobre cubierta. El bote regresaba a su barco ante la mirada indiferente de algunos soldados, todos concentraron su atención en el individuo que había detenido al convoy y con urgencia fue conducido al salón de operaciones.


-¿Y cómo está el enfermo? Le pregunté al cirujano jefe de la misión médica mientras nos tomábamos una botella de ron en el camarote.


-¿El enfermo? No hubo que operarlo, tenía un bolo fecal atravesado en el camino, pero lo soltó cuando el bandazo contra el casco.


-¡No te creo!


-¿Operarlo? Allá dejé a los enfermeros limpiando el reguero de mierda.


-¡No jodas, compadre! Así que toda esta maniobra ha sido por culpa de un mojón, esto hay que guardarlo muy bien para la historia.

Cualquier evento, casual o intencional, importante o insignificante, puede cambiar el curso de una historia o el rumbo de una guerra. Una oreja, un partido de futbol, una mujer, un mensaje, etc., justifican lo expuesto en estas líneas y se conservan en los anales de la humanidad.

Los historiadores han sido muy cuidadosos en conservar esos datos para el estudio y conocimiento de las presentes o futuras generaciones. Sin embargo, esto pienso, ninguno de los historiadores cubanos, mencionará aquel mojón que puso en aprietos las estrategias del comandante Seboruco durante la guerra en Angola. ¡Si, Comandante! ¡Positivo, Comandante! ¡Comandante en Jefe, ordene! Se leerá en todos los textos escritos por estos siempre obedientes escribanos. Ninguno reflejará los momentos de tensión vividos a bordo de los dos barcos y alrededor de aquella mesa, donde se jugaba con el destino de miles de hombres. Es muy probable que esta haya sido la mierda mas importante de todas las que ellos han producido en los últimos 62 años.




Esteban Casañas Lostal 
2007-06-11 
Montreal..Canada.



xxxxxxxxxx

jueves, 25 de octubre de 2018

PEDRO EL PAÑOLERO



                            PEDRO EL PAÑOLERO


Motonave "N´Gola"

 
 
La tripulación del buque N'Gola fue una de las mejores con las que me tocó compartir largas singladuras, un año y medio de ellas, tiempo suficiente para conocerlos y compartir este tiempo de mi vida con ellos, descubrirlos. Una gran mayoría era analfabeta, sin embargo, no los conocí mejores marineros, laboriosos y disciplinados. Tenían sus problemas internos, ¿dónde no los hay?, solo que los suyos eran diferentes a los nuestros. 
 
 
Allí convergieron seres de diferentes raíces culturales, aunque nacieran en un mismo país, existían fronteras invisibles muy bien marcadas. No todos eran angolanos tampoco, había varios ciudadanos de las islas de Sao Tomé y Príncipe, otros del archipiélago de Cabo Verde, más o menos en la misma proporción, uno que nació en Zaire, y para completar esta extraña amalgama de hombres y lenguas, nosotros los cubanos, quizás peores que todos ellos juntos. Allí hablaban distintos dialectos entre grupos afines cuando querían que los demás no los entendieran, unas veces en Kimbundu, otras en Umbundu. Los menos en creole y casos aislados de otros dialectos solo dominados por dos personas máximo. Para entendernos estábamos obligados a expresarnos en portugués, una lengua dócil y fácil de aprender para los de habla hispana.
 
 
El mayor problema manifestado entre ellos lo fue el racial, imaginarán que nos discriminaban por blancos y se equivocan, nos toleraban. Sin embargo, eran implacables con los mestizos, creo que no les perdonaban haber degenerado la pureza de su raza. No existió un solo trompón perdido que no alunizara en el rostro de un mulato y hubo casos donde se trató de verdaderos abusos. ¡Claro! Los abusadores sabían del palo que se rascaban, nadie le levantó la mano al pañolero Pedro o al Cuarto Maquinista Ángelo, se trataba de dos mulatos bien fuertes. Nosotros no podíamos intervenir en esos problemas, pero tampoco iba a soportar que huevón alguno me maltratara estando tan lejos de mi país. Un día los reuní en la popa y se los advertí, ya escribí sobre esto alguna vez. Algo me hizo sentir muy cómodo entre toda esta gente con sus problemas regionales, no detecté en el año y medio de permanencia en aquel buque un solo caso de “chivatería”. Eran en todo el sentido de la palabra “hombres” y resolvían sus problemas a su estilo, virtud o defecto que los diferenciaban muchísimo de nuestras tripulaciones.
 
 
El primer viaje tuvimos de Contramaestre a un joven que era “jabao”, ya deben suponer lo difícil que le resultaría imponerse sobre la marinería. Al regresar de viaje solicitó su desenrolo y la plaza quedó vacante, era de esperar que designaran para ese puesto al de la plaza inferior, al pañolero. No fue así, el problema es que el pañolero era mulato y de Cabo Verde. Fue ascendido el timonel Leandro, quien hasta entonces hacia la guardia conmigo. Lo premiaron solamente por ser un negro influyente en las decisiones que tomaban en su sindicato, aun con poderes en aquel país. Era muy bueno como timonel, pero carecía de experiencia para ocupar la plaza de Contramaestre.



Leandro a mi izquierda en la foto y el camarero José a mi derecha.
 
 
Debo confesar que aquella medida me cayó muy mal por varias razones, las había sufrido en Cuba y me jodió la pasividad con la que fuera aceptada por el mando del buque. Fue una sonada injusticia cometida contra uno de los mejores pañoleros con los que he navegado en mi vida, probablemente con el mejor de todos. Yo estaba capacitado para evaluarlo, no olviden que ocupé esa plaza en dos buques diferentes durante mi etapa de marinero. Además de tener un dominio completo del sistema de engrase en cubierta y mantenerlo en optimas condiciones, el pañolero perjudicado era un excelente carpintero. Muchas de las reparaciones menores y algunas estanterías que poseía aquella nave, fueron elaboradas por sus manos en un pequeño taller que tenia en el alcázar del buque. Pedro tomó con mucha calma aquella arbitrariedad, quizás deseaba evitarse problemas innecesarios, tal vez el sueldo que devengaba satisfacía sus necesidades, pensé. 
 
 
Ya les hablé que mi amigo de aventuras en ese buque era Lazarito, solo que su presencia a bordo fue limitada a un solo viaje, se descarriló, abandonó prácticamente su trabajo y Calero, con el dolor de su alma, puedo asegurarlo, se vio obligado a mandarlo para La Habana. Ya se había realizado el relevo del primer grupo que operó a esa nave con el desfavorable resultado de un muerto, también escribí sobre esto en varias oportunidades.
 
El buque “N'Gola” estuvo condenado a la mala suerte por la parte cubana, como premio al desastre experimentado durante los primeros seis meses, nos enviaron en el grupo de relevo a uno de los tipos mas extremistas de la marina mercante cubana. Ya lo conocía y habíamos navegado juntos a bordo del buque “Jiguaní”, me refiero a Placido Bosch. Para aumentar la desgracia, vino designado como Jefe de Máquinas sin poseer experiencia en el cargo, estar totalmente incapacitado para ocuparlo y tal vez sin poseer el titulo que otorga la Academia Naval. Pienso que como se trataba de una “Misión Internacionalista”, era suficiente con su incondicionalidad al régimen, y de paso, aquel espíritu comunista o revolucionario resolvería todos los problemas que presentara una máquina MAN de unos 11 600 caballos de fuerza. Creo que se equivocaron en la selección o análisis partidista, este individuo produjo una avería en la máquina principal superior al millón de dólares, ya lo he mencionado en otra oportunidad.
 
 
De los arribados en aquel segundo grupo como relevo, puedo afirmar que yo no conocía a ninguno de sus integrantes, esta vez militantes al 100%. O sea, los únicos que continuamos sin militancia a bordo éramos Pepito el enfermero y yo.
 
 
Mis relaciones amistosas con Pedro comenzaron cuando Lazarito se encontraba a bordo, no solo nos hicimos amigos de él, también lo fuimos del Agregado de Sobrecargo y Comisario Político angolano llamado Ellzworth Webber. Una bella persona que no tiene punto de coincidencia alguna con los comisarios políticos cubanos, le debo algunas merecidas líneas a este hombre. Compartimos en distintas oportunidades con ellos por separado, aunque para serles franco, preferimos en todo momento salir solos a la calle por las razones que ya les expuse una vez. 
 
 
Sin la compañía de Lazarito, me encontraba en un estado de orfandad terrible y no confiaba en los recién llegados por razones obvias. Fue entonces cuando mis visitas al alcázar del buque para conversar con Pedro mientras trabajaba se hicieron mas frecuentes, pasaban los meses y no estaba enterado de la muerte del telegrafista, nos habían solicitado discreción y así procedí, creo que voluntariamente me dispuse a olvidar al difunto y toda la tragedia ocurrida.
 
-Creo que esa mulata quiere algo contigo. Me dijo un día cuando nos tomábamos una cerveza en un restaurante de Sao Tomé, esa fue mi primera salida con Pedro fuera del buque.
 
-¿Por qué lo dices? Pude haber mostrado algo de sorpresa luego de escuchar aquellas palabras suyas, yo no le había insinuado nada a la mulata, ni con la vista. Se trataba de una “medio tiempo” de tez bastante clara que hablaba el español con acento de España, luego me contaría que había vivido en Las Palmas de Gran Canarias.
 
-Ya te dije que yo viví en esta isla antes de marcharme para Angola y conozco sus costumbres. Por la manera tan especial que te atiende, por la forma en que te mira y habla, te aseguro que ella esta puesta para ti. ¿No te gusta?
 
-No sé ni que rayos decirte, tengo un miedo terrible a meter el pito en este continente tan enfermo. ¡Claro que me gusta! Yo he estado con mulatas como ella. Pedro reservó un arroz con pollo para las seis de la tarde y nos marchamos en el auto de un taxista amigo suyo de los años a un recorrido por aquella hermosa isla.



Pedro es el segundo de derecha a Izquierda. A los extremos dos amigos suyos de Sao Tomé

 
 
Creo sin temor a equivocarme, Sao Tomé era uno de aquellos paraísos naturales mas bellos visitado hasta entonces en mi vida de marino. No solo me deslumbró su exótica naturaleza, la educación de sus habitantes era algo anormal en los tiempos que corrían, niños y mayores te saludaban con familiaridad cuando andabas caminando por la calle. No encontré un solo sitio sucio en aquella pequeña capital y me sentí muy confiado al consumir sus productos, tampoco me pasó por la mente la posibilidad de ser asaltado.
 
 
Sao Tomé y Príncipe eran disputadas por intereses políticos foráneos que comenzaban a mostrar su presencia. Cuba mantenía en ese momento a dos “microbrigadas” construyendo dos edificios como los de Alamar y recuerdo haberme encontrado con un electricista de la marina destacado en aquel grupo que, como es lógico, yo evitaba cualquier tipo de contacto con ellos.
 
-¿Tú eres viuda? Le pregunté a la mulata esa tarde cuando fuimos a comer, se había cambiado de ropa para continuar trabajando en el turno de la noche y estaba muy atractiva.
 
-Si, yo soy viuda, pero muy bien puedes ocupar el espacio que le pertenecía a mi marido. No puedo ocultar el nerviosismo que me produjo escuchar aquellas palabras. Sirvió el agua y se dirigió al mostrador esperando que el cocinero la llamara para despachar la orden.
 
-¿Tú eres maricón? ¿No acabas de escuchar lo que te dijo la mulata?
 
-¡No sé, Pedro! Tengo mas miedo aun, no estoy acostumbrado a estas cosas tan fáciles. 
 
-¡Mierdas! Yo no lo pensaría dos veces. Muy bien te puedes quedar a dormir en su casa y regresar en la lancha mañana por la mañana.
 
-¡No jodas, Pedro! No insistas, no se la voy a meter. 
 
 
Esa noche regresamos al barco en la lancha a las doce de la noche, antes de partir la mulata me pidió de favor que le llevara  una encomienda a una amiga suya en Las Palmas de Gran Canarias y le prometí regresar al día siguiente. Creo que Pedro andaba algo enojado por mi negativa a acostarme con aquella mujer y después de abandonar a Sao Tomé, yo también me encabroné conmigo.
 
-¿Cuánto te queda de plata? Me preguntó Pedro a la mañana siguiente en el alcázar. Sobre cubierta se habían acomodado varios vendedores ambulantes mostrando todas sus mercancías, era una nueva experiencia a la que no estaba acostumbrado y a la que no se opuso el Capitán Calero. Aquel buque era una especie de correos que, tenia por norma tocar ese puerto antes de continuar con destino a Europa. Las islas no eran económicamente importantes y exportaba muy poca mercancía, nos tocaba transportar un poco de masa de coco en sacos con destino a Rotterdam. Creo que el interés de otras naciones presentes en aquellas islas, destacándose una fuerte presencia china, se deba principalmente a su posición geográfica con fines militares. Están enclavadas en medio del Golfo de Guinea, otra explicación no le encuentro.
 
 
-Tengo algo de plata todavía, ¿por qué me lo preguntas?
 
-Porque esos vendedores tienen mercancías que podemos vender en Europa. 
 
-¿Te refieres a los trabajos de artesanía?
 
-Yo no compro esas mierdas, me refiero a los “passarinhos”, tienen buena demanda y se sale rápido de ellos. Yo le había pasado al lado a varios de aquellos vendedores que tenían jaulas con periquitos del amor y algunos papagayos sin darle importancia.
 
-¿Cómo los transportamos? ¿Dónde conseguimos los alimentos para llevarlos hasta allá? No me respondió y me tomó de la mano, se detuvo frente a la puerta de un pañol y la abrió para mostrarme algo.
 
-Los llevaremos en estas jaulas y no te preocupes por la comida, ellos los venden con sus alimentos. Así que deja de estar comiendo mierda y ponte a comprar. 
 
-¿A cuánto lo venden? No recuerdo bien el precio que me dijo y partí rumbo al camarote por mi dinero.
 
-¡Oye! Si te dicen un precio alto no te apenes en regatear, ellos están acostumbrados y al final ceden porque no hacen nada con regresar a tierra cargando sus “passarinhos”.
 
 
Partimos de Sao Tomé con la enorme jaula repleta de periquitos, creo que en total viajaban unos 250 de ellos. En otra jaula un poco más pequeña, compartían cautiverio unos seis papagayos, tres de ellos eran míos, uno fue adquirido con el cambio de un par de botas casi antes de terminar las operaciones de carga. Diariamente pasaba por el alcázar a conversar con Pedro y a entretenerme con la presencia de aquellos bellos animalitos. Hacíamos planes sobre su venta y llegamos a las conclusiones de que los periquitos debían desembarcar en Canarias. No era recomendable llevarlos mas al norte, comenzaba el otoño y corríamos el riesgo de perderlos por el cambio de las temperaturas. Los papagayos continuarían hasta Holanda, me dijo Pedro que pagaban bien por ellos, su precio fluctuaba entre $400 y $350 dólares, bastante plata para esa época. En la medida que transcurría la navegación, aprendí mucho mas de aquel hombre que, se empeñaba en trasmitirme toda su experiencia en cuanto a contrabando se trataba. Nos fuimos haciendo grandes amigos y creo que llegué a encontrar protección y seguridad con su amistad.
 
 
-Casañas, mira a ver que quiere ese hombre. Me dijo un día atracados en el rompeolas de Las Palmas. Tenía la costumbre de hablarme siempre en portugués y yo le respondía como se me antojara ese momento. Me dejó solo con él y se apartó unos metros para continuar un trabajo que estaba realizando.
 
-Buenos días, ¿qué desea? Le pregunté a un tipo joven, no superaría los treinta años. Cuando le hice la pregunta en español noté que se sorprendió un poco.
 
-Que bueno que habla español, así nos comprenderemos mejor. ¡Mire! Estoy interesado en comprarle los periquitos a ese hombre, pero parece que no me entiende muy bien.
 
-Y ¿cuánto estas dispuesto a pagar por cada uno de ellos?
 
-Yo le ofrecí 500 pesetas y no me entendió nada.
 
-¿Sabes una cosa? Yo te entiendo menos que él, así que desembarca inmediatamente del buque. Al escuchar mi respuesta no se orinó los pantalones de milagro, no estaba preparado para recibirla.
 
-Pero, mire, señor Oficial, yo….
 
-¡Yo, nada! Desembarca inmediatamente antes de que llame al guardia de portalón y te saque a trompadas. Así que 500 pesetas, cabrón. Tal fue el susto por aquella reacción que no insistió y lo vi descender por la escala real.
 
-Si tratas así a los compradores tendremos que irnos con los bichos para Holanda. Me dijo Pedro algo preocupado. El buque no permanecería allí por mucho tiempo, solo el necesario para avituallarnos y realizar algunas reparaciones menores.
 
-No te preocupes, ya veras que los venderemos. Tampoco se lo vamos a regalar a un cabrón cualquiera a menor precio del que invertimos en ellos. Sonrió un poco y nos separamos, yo continué un recorrido por la cubierta.
 
-Casañas, este señor quiere conversar contigo. Me dijo pedro esa misma tarde, esta vez permaneció a mi lado.
 
-Buenas tardes, ¿en que puedo servirle? Era un hombre muy próximo a los cincuenta años, ya lo había visto descender de un minivan muy nuevo que dejara estacionado cerca de la escala real.
 
-Me alegra que hable español, el asunto es que estoy interesado en comprarle los periquitos. ¿Cuántos tiene a bordo?
 
-En total tenemos 250 de ellos. ¿Cuánto piensa pagar?
 
-Yo creo que lo correcto es preguntarle en cuanto los piensa vender, todo producto tiene anunciado su precio. Al vuelo comprendí que este no era un comemierda cualquiera y por su interés se comprendía que estaba acostumbrado a este tipo de negocios.
 
-Digamos que los vendemos por 1500 pesetas.
 
-Mi amigo, creo que el precio es demasiado elevado, yo acostumbro a pagar unas 1000 pesetas por cada animalito.
 
-Es muy poco, ustedes los venden en el mercado a unas 2500 pesetas. 
 
-Es lo normal en el mercado, todos tienen que ganar, desde el mayorista hasta el minorista. Solo puedo asegurarte una cosa, nadie te pagará una cantidad superior por esos animales. Se corren riesgos en este mercado, debes imaginar que no todos llegan al final de su destino y mueren, es muy común. Vi que Pedro me hizo una señal de aceptación con los ojos y no quise presionar más.
 
-Pues no hay nada mas que hablar, traes las 250,000 pesetas y son todos tuyos. Le dije a modo de conclusión y el hombre se mostró muy sereno, razones para deducir que manejaba plata en serio.
 
-¿No estás interesado en vender los papagayos?
 
-¡Realmente, no! Aquí no pagarán el precio que nos ofrecen en Holanda por ellos.
 
-¿De cuánto estás hablando?
 
-De $450 dólares.
 
-Realmente es muy alto para este mercado. El hombre fue hasta el auto donde lo esperaba una mujer y extrajo de la parte posterior dos jaulas, ella le entregó una especie de cartera donde supuse venia la plata. Una vez en el alcázar contamos la plata que nos entregó en billetes de mil pesetas y el hombre partió con su carga después de verificar la cantidad. Nos entregó una tarjetica de negocios y nos pidió que en caso de regresar nuevamente con alguna mercancía no dejáramos de llamarlo.
 
 
Pedro me entregó mi parte, muy inferior a la suya por la cantidad de pajaritos que eran de su propiedad. No puedo negar que me puse muy contento, nunca en mi vida había amasado esa cantidad de dinero y aun no habíamos terminado el negocio.
 
 
En Ámsterdam y antes de comenzar las reparaciones en el dique de la ADM, Calero liberó a una mitad de la tripulación. Unos se dirigirían a Portugal donde contaban con residencia y los otros a las islas de Cabo Verde. Debian estar atentos al aviso que recibirían cuando las reparaciones estuvieran finalizando. Llegado el momento, algunos de ellos no regresaron y se produjo de esa manera las primeras deserciones en la marina mercante angolana, no fueron muchos.
 
Antes de iniciar aquellas reparaciones, se decide fumigar al buque por la plaga tan grande de ratas que tenía a bordo y constituían un verdadero peligro. La compañía nos entregó unos ciento y tantos dólares de dieta además del hospedaje pagado. Pero se presentó una dificultad, Pedro y yo no podíamos salir del dique con aquellos papagayos. En el mismo astillero se encontraban reparando el buque cubano “Opal Islands” y el “Agate Islands”. En el Opal se encontraba de Capitán Garrido y en el Agate, Panchín Otero. Como el Opal se encontraba mas cerca de nosotros, decidí pedirle albergue a Garrido y le expliqué las razones. Pedro y yo llevamos la jaula con los papagayos y la colocamos en una torreta con una lampara encendida para mantener el calor. Solo era necesario cubrirla en la tarde para que los animales durmieran. Entre todos aquellos pájaros había uno muy manso que ya me conocía y yo lo sacaba de la jaula de vez en cuando, nunca hizo nada por escapar. Al segundo día faltaba aquella ave, me robaron la cantidad de dinero mencionada. Yo asumí la perdida, me consideré responsable por haber sido el de la idea de llevarlo para ese buque.
 
 
No tuvimos que salir del barco para venderlos, una vez atracados y en operaciones de carga, unos conocidos de Pedro vinieron por ellos. Eran contrabandistas que tenían sus contactos en las aduanas y extraían sin dificultad todo tipo de mercancías. Ese viaje las autoridades holandesas realizaron un sondeo profundo a la nave y encontraron contrabando que correspondía a la época en la que el barco fuera operado por los portugueses, lástima que no las vi antes.



Motonave "N´Gola".

 
El tiempo restante entre Holanda y Bélgica, yo salía con Pedro a la calle y él me iba presentando al reducido grupo de contrabandistas a los que les vendía sus mercancías, todos eran de origen caboverdianos. Solo un trio de ellos me llamó mucho la atención y los conocí en el puerto de Amberes, no eran simples contrabandistas de baratijas y pajaritos. Aquellos vestían trajes muy caros y actuaban como verdaderos mafiosos. Eran de ese tipo de gente que te lee el pensamiento con sus miradas, como los presidiarios. Mostraron mucha desconfianza cuando vieron llegar a Pedro al restaurante acordado para la cita acompañado de mí.
 
-Pedro, ¿qué significa esto?, ¿quién es este blanquito? El tipo, al parecer el jefe o cabecilla, lo dijo con tanto desprecio que me dieron deseos de cagarme en su madre. Solo me contuvo la idea de pensar que, se trataban de verdaderos mafiosos y que ellos no hablan mucho, tampoco recuerdo haber sentido miedo y no les esquivé las miradas. Se experimentaron varios segundos de silencio que tuvieron la duración de un siglo.
 
-Este blanquito que ustedes acaban de conocer es mi hermano, la única persona en la que puedo confiar en ese buque. ¡Mírenle bien la cara! Él es quien va a traer la mercancía el próximo viaje, yo me quedaré de vacaciones por problemas familiares y esto es lo que hay. Hubo otro supuesto prolongado silencio y los tres rostros se dirigieron hacia mí. Yo continué en silencio y evaluaba cada una de las palabras expresadas por Pedro, me sentía verdaderamente sorprendido y trataba de comprender. Hasta esos instantes estaba jugando en las ligas menores y aquella presentación sin preámbulos significaba un salto a las grandes ligas. Tampoco quise preguntarle a Pedro sobre la calidad y cantidad de la mercancía a la que se hizo referencia.
 
-¡Bienvenido al equipo! Dijo el que se presentaba como jefe mientras me extendió la mano, sentí un fuerte apretón cuando les decía mi nombre y cargo a bordo.
 
-Ya saben, todo debe funcionar como hasta ahora, ustedes suben al buque por la mercancía y le entregan el dinero acordado con antelación. Dijo Pedro a modo de conclusión y después de concluir la cerveza servida nos retiramos.
 
-Pedro, ¿de cuál mercancía estamos hablando? Espero que no se trate de drogas. Le dije sin apenas descargar el nerviosismo que me acompañaba.
 
-¡No, hombre! ¡Que drogas, ni ocho cuartos! Vas a traer un bultico muy pequeñito que lo puedes esconder en cualquier parte del camarote sin riesgo alguno. Vas a ver como corre la plata de ahora en adelante sin mucho riesgo. Me dijo sonriendo.
 
-¡Si! Pero no me has contestado la pregunta.
 
-Se trata de diamantes, ya sabes que se producen en Angola y lo están sacando de diferentes maneras, sobre todo, tu gente.
 
-¡Coñó! Ahora caigo.
 
-¿Qué quieres decir?
 
-Nada, que por eso tanto misterio, se trata de una mercancía de mucho valor y es lógico que se tomen esas medidas. No quise contarle la verdad, hacia solo unos días había acompañado a un tripulante muy vinculado a altos oficiales del ejercito cubano en Angola, quiso hacer unas compras en el Duty Free Shop de Ámsterdam y viajamos en un taxi que solicitó. Delante de mí compró tres relojes marca Rolex que llevaría como encomienda, ya deben imaginar la plata que manejaba. Tampoco comprendí mucho aquella invitación suya, ni cuál era el mensaje que deseaba trasmitirme. Si comprendí al vuelo que había gente nuestra jugando en las grandes ligas.
 
Suspendieron el viaje a Europa y nos asignaron tomar carga en Buenos Aires para Angola, se trataba de un cargamento de frijoles blancos (judías). Estando atracados en ese puerto, apareció un charter con destino a Cuba, se trataba de un cargamento de camiones Ford y trenes de pasaje marca Fiat. Pedro pudo solucionar su problema familiar y continuó a viaje.
 
-No confiaste en mí. Me dijo como un reclamo Pedro una de aquellas mañanas antes de salir a viaje.
 
-No sé a que te refieres, nunca te he ocultado nada.
 
-No me contaste que Freixas había matado a Collazo y me enteré por boca de su abogado.
 
-¡Coño, Pedro! Cuando eso sucedió no éramos grandes amigos y ya lo había olvidado. Creo que se sintió complacido con mi respuesta, no le mentía. 
 
Cuando arribamos a La Habana lo invité junto a Webber a mi casa, no exactamente la mía, yo vivía agregado con mi suegra y compartimos aquella vivienda veintiuna personas. Deben imaginar las condiciones infrahumanas en las que compartíamos techo. Ambos se quedaron petrificados y me comieron a preguntas que nunca tuvieron respuestas. De La Habana partimos para Santiago de Cuba y antes de hacerlo pedí mi relevo en la empresa. Estaba obligado a resolver aquella larga y angustiosa situación por el bien de mis hijos. Me despedí de ellos y uno que otro tripulante no pudo contener sus lágrimas cuando se despedían de mí, Pedro y el camarero José fueron dos de ellos, es que aquella tripulación me quería muchísimo. Unas semanas mas tarde me incorporaba a las microbrigadas de Alamar, donde permanecí dos años y medio hasta resolver mi situación de vivienda.
 
Pasaron muchos años, más de una década y nunca pude olvidar a aquellos hombres que formaron la tripulación del buque “N'Gola”, mucho menos a mis dos grandes amigos y hermanos, Pedro y Webber. Regresé a bordo del buque “Bahía de Cienfuegos” cuando la retirada de las tropas cubanas de aquel país. Con mucha tristeza vi a mi vieja nave varada en una playa sufriendo una lenta e inmerecida muerte. Le pedí de favor al Práctico que localizara a Pedro y le dijera que yo deseaba verlo.
 
 A la mañana siguiente por poco muero asfixiado por el abrazo mas sincero que haya recibido en mi vida. Aquel hombre iba acompañado de un amigo y al presentarme solo alcanzaba a decir que yo era su hermano. No pude salir a compartir con él y estuvimos unas dos horas hablando de nuestro pasado en mi oficina. Luego vino otra despedida humedecida por lágrimas, las del hermano que no volví a ver y ya ha muerto.
 
Ya corrían otros tiempos en nuestra flota y se impuso una larga carrera en el juego del contrabando. Hubo equipos de las ligas menores que se dedicaron a chucherías y otro que jugaban en las grandes ligas. Un día me propusieron sacar dos kilos de coca para venderlas en el extranjero, si no llegué a integrar ese equipo fuerte, fue porque deserté en Canadá con las manos vacías, me alegro en el alma.
 
 
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2018-10-25
 
 


xxxxxxxxxxxxxx

lunes, 22 de octubre de 2018

LOS PRÁCTICOS DE CUBA


                                   LOS PRÁCTICOS DE CUBA




-¡Pa’tras, coño! ¡Pa’tras, coño! Gritaba desde una pequeña lanchita formando un cono con ambas palmas de sus manos colocadas frente a la boca. La lancha dio un ligero bandazo y tuvo que desistir de gritar, lo vimos cuando se aferró a una especie de pasamanos existente en el techito de aquella pequeña embarcación. El Capitán solicitó el megáfono de baterías que había en el puente y lo dirigió hacia aquella diminuta chalupa tropical.

-¿Qué dices, qué dices? Se sintió un ligero aceleramiento en el motor de la lancha y logró colocarse paralela al puente del buque.

-¡Capitán, meta todo a estribor y aléjese de la costa! Este buque no puede entrar a puerto. Esta vez se le escuchó con más claridad.

-¡Timonel, todo a estribor! ¡Oficial de guardia, ponga media avante! ¡Oye! ¿Qué ha pasado, está cerrado el puerto? Le dirigió la pregunta usando el megáfono portátil.

-¡Todo a estribor! Gritó el timonel y el Capitán dirigió la mirada hacia la proa esperando que el buque rompiera la inercia.

-¡Media avante! Gritó el Tercer Oficial.

-¡Qué cerrado, ni cerrado! Volvió a gritar, su buque está pasado de calados. Contestó a través de su megáfono de carne y hueso. Reinó el silencio y el Capitán le dirigió una pregunta a su Primer Oficial con los ojos.

-¡Oká! Voy a mantenerme al pairo a diez millas de la costa hasta recibir nueva orden. Ambos se saludaron con las manos y el Práctico se perdió debajo del techito de la lancha.

-No nos dijeron nada, los operadores deben conocer la profundidad del puerto. Respondió el Primer oficial a la mirada interrogante de su Capitán. La lanchita hizo como si se detuviera, mientras el buque continuaba su caída a un rumbo contrario al de la costa. Pocos minutos después desaparecía por la popa de la nave.

-Aún así, nosotros debemos consultar las cartas náuticas. ¿Cuál es el calado actual?

-Tenemos treinta pies a popa y veintiocho a proa. Respondió el primer Oficial.

-¡Vamos a ver el plano del puerto y el canal de entrada! Ambos penetraron al puente y continuaron hasta el cuarto de derrota, mientras el timonel continuaba cantando el rumbo cada diez grados.

-Lastrando el Peak de proa no resolvemos nada, lograremos emparejar los calados hasta veintinueve pies, pero fíjate en las profundidades, la máxima en todo el puerto es de veinticinco. No cabe de otras, debemos mantenernos al pairo y esperar por la asignación de otro puerto. Por favor, ¡llama al telegrafista! El Primer Oficial se dirigió hasta el intercomunicador localizado junto a la puerta de acceso al puente.

-¡Su atención a toda la tripulación, telegrafista, presentarse de inmediato en el puente!

Correría el año 1969 y yo me encontraba de timonel en esos instantes. Estábamos comandados por una oficialidad sumamente profesional y competente. Sin embargo, confiaron en las órdenes recibidas de su operador en La Habana y no consultaron, como debía hacerse, toda la información referente al puerto asignado para la descarga. Casi dos décadas después y encontrándome de Primer Oficial en el buque “Otto Parellada”, me destinaron a cargar azúcar a granel en el puerto de Boquerón y al comprobar los calados finales de ese buque en su condición de lastre (vacío), detecté que no podíamos proceder a la entrada. Siempre tuve muy presente aquel detalle que me salvó de prisión en diferentes oportunidades.

En los tiempos correspondientes al hecho narrado con anterioridad, ningún buque cubano poseía equipo de radio VHF, creo que llevaba muy poco tiempo en el mercado, tal vez esté equivocado. Esto sucedió a bordo del buque “Jiguaní” y recuerdo perfectamente que la instalación de ese equipo fue realizada en oportunidad de cinco viajes consecutivos a Grandes Lagos de Canadá.

Las comunicaciones existentes hasta esos años, consistía únicamente en los mensajes cursados a través de la estación de radio cubana C.L.A., y en todo caso, no recuerdo muy bien, pudo mantenerse comunicación radial por medio de la estación C.L.T. Esos mensajes enviados por los buques eran luego despachados hacia la Empresa de Navegación Mambisa por medio de Fax o telefónicamente, desde allí se avisaría a la estación de los Prácticos por medio de una llamada telefónica. 







Ninguna de las pobres lanchas utilizadas por los Prácticos poseía equipo de VHF, tampoco eran conocidos los walky-talky para esas fechas. Es de pensar o imaginar que todas las maniobras de fondeo, atraque o desatraque, eran dirigidas desde el puente del buque por medio de unas bocinas acopladas al sistema de intercomunicación de la nave en cuestión o, simplemente con la ayuda de los megáfonos. O sea, cada oficial de maniobra poseía uno de aquellos aparatos que contaban entre otras cosas con diferentes sonidos para llamar la atención. Aunque hoy pueda resultar hasta ridículo, la campana de proa y el pito o tifón de los barcos, eran considerados medios de comunicación también. Cada sonido emitidos por ellos a un intervalo regular, tenía un significado diferente que todo marino podía identificar fácilmente.

Nuestras arribadas a La Habana u otro puerto cubano, iba avisándose por medio de mensajes radiotelegráficos frecuentes hasta unas dos horas antes de arribar al puerto de destino. Una vez frente al puerto de La Habana, por solo citar un ejemplo, debíamos esperar a una distancia prudencial del Morro y velar con los prismáticos por la salida de la lancha de los Prácticos. En esos tiempos era muy utilizado el sistema de señales por medio de la lámpara Aldis, señales que se trasmitían con el uso del código Morse. Por su parte, El Morro disponía de un sistema de señales por banderas muy particular, cuyo código para interpretarlas iba generalmente pegado a uno de los mamparos del puente. Así, y de acuerdo a la bandera  o grupo de ellas mostrada en el mástil situado a un costado del faro, nosotros podíamos saber si el puerto estaba cerrado, el canal ocupado por un buque saliendo o entrando, etc.

La bahía de La Habana, principal puerto comercial del país, contaba con remolcadores de madera. Potentes algunos de ellos, pero muy viejos, se destacan entre ellos el “Pinzón”. Los otros eran más pequeños y el mismo Pinzón muchas veces debía ser movilizado hacia otros puertos cercanos para asistir en alguna maniobra importante. Por la costa norte oriental recuerdo al remolcador “Macabí”, también de madera y algo similar al anterior. Les hago mención de esos detalles para que tengan una idea aproximada de las labores que debían realizar los Prácticos cubanos sin una adecuada asistencia. Vale mencionar que aún siendo La Habana el principal puerto del país, las lanchas destinadas a trasladar a los Prácticos eran también muy pequeñas y que cada salida de ellos fuera de la protección del Morro durante los embates de cualquier frente frío, constituían un verdadero peligro para sus vidas.
En esas fechas ya había visitado varios países del primer mundo y podía establecer una comparación entre los Prácticos, remolcadores, sus lanchas y los caberos que nos asistían durante las maniobras. Las conclusiones eran muy simples, nuestros hombres eran merecedores de todo nuestro respeto y admiración, acompañado también por cierto aire de compasión.

Las labores de los Prácticos son muy importantes y casi imprescindibles durante las entradas y salidas a puertos, atraques y otros tipos de maniobras. Ellos conocen como nadie el valor de las corrientes y vientos reinantes, valor de las pleamares y bajamares, localización de bajos fondos y otros peligros a la navegación. Aunque el Derecho de aquellos tiempos consideraba que “la presencia del Práctico no eximia de responsabilidad al Capitán”, cierto era también que, sus servicios eran obligatorios en la mayoría de los puertos del mundo. Representando de paso una fuente de ingreso para el país en cuestión.

Este personaje tan interesante del ambiente marítimo internacional, era la primera persona en abordar una nave recién arribada y brindaba de paso una imagen del país que representaba. En países europeos desarrollados y Japón, por solo citar algún ejemplo, daba gusto e inspiraban admiración cuando se abarloaban a nuestras naves en modernas embarcaciones y generalmente vistiendo atractivos uniformes. Eran seres que de solo verlas inspiraban respeto. Sin embargo, ninguno de ellos podía compararse en las habilidades, destrezas, valor y profesionalismo de aquellos humildes “Prácticos” cubanos. 

Ellos, no pudieron escapar a la influencia de aquellos terribles momentos experimentados en nuestra tierra y verlos subiendo nuestras escalas inspiraba cierta lástima. Hubo años que fueron mantenidos sin recibir uniformes nuevos, nada caros tampoco. Solo un pantalón azul, una camisa blanca, un par de zapatos decentes y una gorra, eran los artículos necesarios para brindar una mejor imagen de nuestro país. Sin embargo, eso no sucedía y no fueron pocas las oportunidades que los vimos abordar nuestras naves con las ropas casi raídas de tanto uso y con los zapatos rotos.
Aquellos humildes hombres de mar, eran verdaderos artistas en el uso de las anclas de los barcos como auxilio a sus maniobras. Nadie como ellos para penetrar en una bahía saturada de barcos y fondear a barbas de gato en un reducido espacio. Pocos Prácticos en el mundo hubieran aceptado realizar maniobras de atraque o desatraque sin la asistencia de remolcadores. Solo unos Prácticos al borde de la esquizofrenia en el mundo, arriesgarían sus vidas aceptando salir del puerto en ridículas lanchitas. Eso solo era posible observarlo en una isla del Caribe llamada Cuba.

Muchas veces he movido las teclas para hablar del marino cubano, creo que nunca me había referido a esos hombres tan simples, sencillos, humanos y amantes de su profesión. Existen sus excepciones en toda la historia marítima cubana, pero unos pocos no podrán ensombrecer todo el mérito que merecen ellos, muchas veces ignorados por nosotros mismos. Poco importa si fueron Prácticos de La Habana, Mariel, Cienfuegos o Santiago de Cuba. Ese mérito es compartido también por aquellos campechanos de Manatí, Nicaro, Bahía Honda, Guayabal y cuanto puerto exista en esa extravagante isla llamada Cuba.


                                                 

Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá.
2013-02-18



xxxxxxxxxxxxx