jueves, 26 de marzo de 2020

CARMEN ROSA. ATENCIÓN A TRIPULANTES DE SANTIAGO DE CUBA.


CARMEN ROSA.

ATENCIÓN A TRIPULANTES DE SANTIAGO DE CUBA.





¡No hay mal que por bien no venga! Reza un viejo refrán de origen anónimo, como la mayoría de ellos, siempre guardando parte de la sabiduría, experiencias, usos y costumbres de cada pueblo en la generación que nacieron. ¡Cuánta razón nos han trasmitido!


Ayer tuve un encontronazo con un miserable parásito que trabajó en el Departamento de Atención a Tripulantes en la Empresa de Navegacion Mambisa y luego de una extensa y bien merecida respuesta, me trajo a la memoria a una hermosa negra que realizaba la misma labor en el puerto de Santiago de Cuba.


Hermosa era y no me refiero a sus atributos físico, creo que carecía de ellos. Hablo de una vieja negra cuya belleza trascendía más allá de su envoltura. Para más desgracia suya, Carmen Rosa había sufrido una radical de mamas que no logró doblegarla, nunca cambió en sus relaciones con cuanto marino arribábamos a ese puerto.


¿Qué marino de mis tiempos no la recuerda con cariño? Siempre nos visitaba y gastaba parte de su tiempo con nosotros, lo hacia como una madre mas o nuestra abuela. No pedía nada a cambio, nunca insinuó necesitar nada, ella era por naturaleza insobornable y todo lo que ofrecía lo hacia con su corazón, órgano que con el tiempo fue mutilado de nuestros cuerpos.


Nos reíamos ante sus ocurrencias, porque si algo brillaba en su personalidad, era aquel carácter campechano, ocurrente y sincero. Carmen Rosa no solo atendía a los marinos que estábamos en transito por Santiago de Cuba y eso lo sabe la gente de mis tiempos. NO abandonaba a nadie a su suerte y ayudaba a nuestra gente con problemas familiares, viviendas, laborales, etc. Razones sobraban para querer a esa dulce mujer que siempre se identificó con nuestras penas.


Ella resolvía todo lo que estuviera a su alcance y movilizaba a cualquiera en sus propósitos, era muy respetada por el círculo de personas que colaboraban en cada una de sus metas o tareas. Si le pedíamos una guagua para ir a la playa, la enviaba con cantantes incluidos, ya mencioné una de esas aventuras en mi escrito “Fantasmas del Hotel Casa Granda”.


Una vez arribé con el buque angolano “N'Gola” a esa ciudad y le comenté nuestras sospechas sobre el estado de salud de la tripulación, además del temor a que fueran a contagiar a nuestra población. No se hizo esperar y menos de rogar. A la mañana siguiente estacionó una guagüita Girón junto a la escala del buque y se llevó a todos los marinos angolanos para el hospital. Allá detectaron que varios de ellos estaban infectados de paludismo y se les prohibió bajar a tierra. El daño ya estaba hecho, nosotros habíamos tenido una escala en La Habana y ellos estuvieron expuestos a las picaduras de mosquitos, su vector de contaminación.


Carmen Rosa estuvo vinculada a la construcción del bello motelito de la marina mercante construida al borde de la bahía santiaguera, obra desarrollada con mano de obra constituida por marinos. Un complejo de cabañitas con bar restaurante incluido que, cuando no existía demandas por parte de nuestra gente, se alquilaba a la población de Santiago. Se les aclaraba muy bien de que, si llegaba algún marino, debían abandonar inmediatamente la cabaña. Cuando hacías una reservación tenias derecho a una caja de cerveza, yo llegué a disfrutarlo. Se trataba de un paraíso puesto a nuestro alcance en una ciudad donde solo existían dos posadas y resultaba casi imposible lograr una habitación en cualquiera de sus hoteles.


No era ella sola quien trabajaba en ese departamento en Santiago de Cuba, todos saben que allí laboraba también Gladys Venegas, pero nada que ver o comparar con nuestra negra de oro. Ella vivía, como muchos, explotando su condición de vieja guerrillera si mal no recuerdo. Tampoco era de mantener esas relaciones tan familiares con nosotros.


Cada uno de los que pasaron por Santiago de Cuba en la época que les narro, debe tener alguna anécdota sobre esta maravillosa mujer quien, quizás hoy permanezca sepultada por el olvido inmerecidamente. Le decía yo en mi respuesta a este miserable de apellido Vallín, que todos los que trabajaron en ese departamento en Navegacion Mambisa eran unos parásitos mantenidos por nosotros los marinos. Razones no me faltaron para expresarme de esa manera, todo su contenido de trabajo se consistía en viajes al interior del país a bordo de los autos Volga que poseía la marina, cobros de hospedajes, dietas, etc., solo para dedicarse a sus infinitas pachangas, borracheras y templetas. Era un verdadero eufemismo llamar Atención a Tripulantes a ese departamento.


...-¡Muchachitas, no se fajen, hay maridos para todas! Gritaba la pobre negra en medio del pasillo de aquella estrecha guagua tratando de separar a dos santiagueras. Recuerdo aquella escena y me río, ella era única, ella era Carmen Rosa...


Sirvan estas líneas como un merecido homenaje a una de las negras mas bellas de Cuba, esa humilde mujer que nos atendió con mucho cariño cuando arribábamos a Santiago de Cuba.







Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2020-03-26




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miércoles, 4 de marzo de 2020

EL CAPITÁN “FANTOMAS”


EL CAPITÁN “FANTOMAS”





En la historia de la marina mercante cubana existieron personajes muy famosos, unos a nivel de barcos y otros que superaban esa frontera alcanzando renombre a nivel de flota. Muchos de ellos eran sumamente simpáticos, también corrían tiempos donde cada tripulación era una extensión de la familia y la gente gozaba de ese buen humor tan natural entre los nuestros. Un tiempo mas tarde el ambiente se fue deteriorando al extremo de que al finalizar los viajes lo hacíamos en silencio, recogidos en los camarotes y en peor de los casos, convertidos en verdaderos enemigos. Fueron desapareciendo aquellas travesías muchas veces divertidas que nos extraían de las calamidades que se vivían.


Cada una de esa gente que supo alegrarnos las vidas a bordo de nuestras naves, bien merecen ser recordadas y ofrecerles el homenaje en deuda. Muchos han partido en su última singladura y sus recuerdos han sido sepultados con ellos injustamente. Lo cierto es que no todos ganaron fama por esas sanas razones, algunos llegaron a alcanzar una insana celebridad por todo lo contrario, por jodernos las vidas y hacer de aquellas agobiantes navegaciones en momentos bien amargos. Digamos que este, al principio reducido grupo, fue creciendo hasta convertirse en un gran equipo de “hijoputas”, unos con fama en sus buques y otros a nivel de empresa.


-¡Fantomas, hijoputa! Le gritaron a un calvo con charreteras de Capitán que caminaba por la Alameda desde una ruta 16 que venía del puerto pesquero. Esa vez me sorprendieron y no participé de la jodedera. El resto de los pasajeros y el mismo chofer explotaron en risotadas sin saber a ciencia cierta de que se trataba. Lo urgente era divertirse y tratar de alegrar aquella calurosa mañana.


-¡Fantomas, hijoputa! Le gritaron otra vez por la Casilla de Pasajeros desde una ruta 24 que viajaba en dirección al Muelle de Luz. Esa vez yo iba caminando a unos quince metros detrás de él.


-¡Caballeros, Fantomas está en el puente del Clodomira! ¡Vamos a gritarle hijoputa cuando nuestra proa se encuentre paralela a él!  El “Sapo” fue el de la idea, un gran jodedor de nuestro buque “Habana”.


Estábamos desatracando del espigón “Margarito Iglesias”, partíamos rumbo a Europa. Luego de largar todos los cabos, fuimos tirados por un remolcador en la popa que nos sacaba de marcha atrás. Nos agachamos detrás de la brazola, solo uno de los nuestros permanecía atento para dar la orden cuando nos encontráramos a la menor distancia. Pancho, “El Bicho”, se mantenía detrás del molinete con su mocho de tabaco y soltando sus escupitajos color ámbar cerca de su posición. Él no participaba en ninguna jodedera, mas bien era de carácter amargado y centro de algunas bromas nuestras. Lentamente nos fuimos desplazando en medio de un silencio sepulcral, solo roto por el intercambio de pitadas entre el remolcador y nuestro barco. En la cubierta y alerones del “Clodomira” permanecían algunos tripulantes observando nuestra maniobra. Para ellos solo había dos hombres en nuestra proa, “El Bicho” y “El Sapo”.


-¡Ahora, coño! Nos ordenó aquel cabrón y todos reaccionamos como si se tratara de resortes.


-¡Fantomas, hijoputa! Se escuchó a una sola voz como si se hubiera ensayado el coro, las risotadas explotaron en el Clodomira y entre los estibadores de ambos espigones.


-¡El coño de tu madre! Fue la respuesta del viejo y por poco nos orinamos de la risa. Hasta “El Bicho” se rio por nuestra cabronada y soltó de paso su acostumbrado escupitajo color ámbar.


Han pasado cincuenta años de aquellas jodederas y nunca supe el nombre de este Capitán tan famoso, ni las razones por las que le gritaran aquello. ¿Alguien sabe su nombre?



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2020-03-04


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