viernes, 9 de junio de 2023

♫...SI TENGO UN HERMANO...♫



♫...SI TENGO UN HERMANO...♫ 


Motonave "Aracelio Iglesias (II), escenario de esta historia.


 

SI TENGO UN HERMANO

 

♫...Si tengo un hermano, hermano de suerte,

Hermano de vida, de historia y de muerte,

No mido sus años, su poca fortuna,

No mido su facha, ni mido su altura,

Si tengo un hermano, si tengo un hermano, ooooh, ooooh, oh!...

 

Silvio Rodríguez.

 

 

 

¿Qué será de ellos? ¿Cuáles serán sus fachas? ¿Cuántas serán sus arrugas? Hermanos postizos que me cayeron por fortuna, hermanos divinos de la mala suerte, hermanos sin ojos que miren de frente. ¿Qué será de ellos?, ¿qué será de Braulio, el Piri o Armando?


¡Braulio, coño! Tan flemático, casi siempre callado, tan viejo, tan serio, casi amargado. Impecable en su trabajo y de una blancura lechosa que permitía dibujar sus venas sin sangre. Extraño personaje para llamarlo cubano, camarero excelente y antiguo, especie que se extinguió en su trabajo. Y aquel día que entraba por la aduana y el viejo salía con su camión de pacotilla. Y el aduanero zambullido entre tarecos y cajas buscando algo, siempre buscando. Comparando mierdas con una lista, con una lista de mierdas en sus manos, un inventario de porquerías importadas, parte del basurero de Tokio, aquello que los narras botaban. Y su hija esperando la salida del camión en la puerta de la aduana, temblando, asustada, como si el viejo pretendiera contrabandear con mariguana.


-¡No sé por qué carga tantas mierdas! Dijo la hija y tenía razón, el aduanero sacaba en ese momento pomos vacíos de dulces de frutabomba. ¿De frutabomba? No existía la menor duda, ese había sido el viaje de aquel dulce, el anterior fue realizado por unas bolitas negras importadas de Bulgaria, eran de frutabomba. ¿Y para qué Braulio quería esos pomos en su casa? Para cuando llegaran tiempos peores, para cuando desaparecieran los pomos del mercado, todo era útil y el viejo lo sabía. Seguía sacando mierdas el aduanero de sus cajas y apareció un desfile de paraguas con más colores de los existentes en su arco iris. ¿Tanto llueve en la isla? Se preguntó el aduanero mientras los observaba con envidia. ¿Y la sequía, y la escasez de agua, y el manto freático? Pensó el aduanero mientras las contaba y comparaba cifras, volvió a cambiarlas de lugar y repitió el conteo. Un camión de carga esperaba detrás del camión con pacotilla de Braulio, el chofer protestaba y mencionaba algo sobre una cadena, habló de eslabones, dijo que era más importante su misión, puerto-transporte-economía interna. El aduanero no lo escuchó y si lo hizo le importó un pepino, terminó con los paraguas y siguió investigando encima de aquella plancha. Otra caja con pomos vacíos de dulce de frutabomba y la hija impaciente y nerviosa que ya no soportaba el calor desesperante, aunque estuviera a la sombra.

 

-¿Otra caja con paraguas? Protestó la hija al observar como el aduanero las extraía de otra caja y colocaba sobre la plancha del camión, contaba y volvía a contar pacientemente. -¡Coño, no sé para qué carajo el viejo carga tanta mierda! Ya el balcón está repleto de pomos y botellas, y la jodedera con los inspectores del mosquito, y la pesada de la presidenta del comité. Y vuelve nuevamente con los paraguas de mierda, ¿no sabe qué hace meses no llueve y apenas hay agua en la tubería?


-¡Paciencia, mija! Esto es así, si tú que eres su hija no lo comprendes, menos aún lo entiendo yo. Ni te imaginas todas las tragedias semanales cuando inspeccionaba el camarote de tu viejo. Va y las compró para protegerlas del sol cuando hagan sus colas. Traté de calmarla.

-¿Colas, sol? En medio de su desespero no coordinaba ideas.

-¡Sí! La cola en la farmacia para comprar íntimas, la cola en el punto de leche, la cola del periódico para garantizar el papel, ya tú sabes. La cola cuando llegue el café, la cola del pan, la cola de la carnicería para agarrar el pollo aunque sea cada nueve días, la cola de la piloto, la de la guagua, la del cementerio, la de la posada, la cola, cualquier cola que se haga bajo el sol. El viejo lo ha calculado todo, no lo condenes injustamente. Ella escuchaba y no apartaba la vista del camión.

-¿Y en el barco cómo es?

-¿Tu padre? Yo diría que un magnífico trabajador, solo que

-¿Solo qué? Esta vez apartó la mirada del camión y me prestó atención. Poseía unos ojazos encantadores y mi inspección no se detuvo en su rostro, yo no me había percatado que hablábamos en paralelo, descubrí en ese instante a una hermosa mujer.

-Solo que, si tú protestas por toda su carga de mierda, podrás imaginar mis reacciones a la hora de realizar las inspecciones. Tenía que pasar caminando de lado por un estrecho pasillito dejado entre sus basuras y las de Armando. Solo existía el espacio necesario para encaramarse en sus camas. ¿Te das cuenta? No quise decirle que su padre y el compañero de camarote se habían convertido en el terror de los paraguas de Tokio. Allá la gente tenía la sana costumbre de dejarlos fuera de los mercados, nadie se atrevía a tomar el que no fuera suyo, nadie que no fuera de ellos, nadie que no hubiera nacido en una isla del Caribe. Luego, se fueron un poco más allá del simple paraguas, pero nada de eso le dije a la muchacha, tal vez tenía como un héroe a su padre y no deseaba destruirle aquellos pensamientos. Braulio militaba en el partido, sabe Dios cuántas órdenes habrá recibido.

 

Armando llegó una mañana cargando en su cabeza un colchón con escandalosas marcas de sorpresivas visitas mensuales femeninas. Pudo ocurrir a señoritas inexpertas que no consultaban el almanaque o realizaran marcas sobre él para tomar sus precauciones. Aquel colchón guardaba las huellas del paso de tres o cuatro meses, quién sabe, quién pudiera adivinar sobre esa supuesta virginidad en una ciudad tan populosa como Tokio. Poco me hubiera interesado la carga de aquel colchón con rastros de un asesinato, si no coincidiera con la llegada de los estibadores. Armando era el camarero de los tripulantes, un gordo que siempre olía rancio, aunque se bañara. Era sucio por naturaleza y me obligaba a realizar inspecciones extras a las horas de almuerzo y comida. El contramaestre era el jefe del comedor de tripulantes y sobre él cayó siempre mi ira, nunca simpaticé con las pendejadas y menos aún con los pendejos. Por una cuestión de ética debía llamarle la atención aparte, donde los tripulantes no tuvieran participación. Pero como dice el refrán, a la tercera va la vencida y se agotó mi paciencia, la cojonada se la soltaba delante de todos y mandaba a Armando a bañar y cambiar de ropa. Nunca comprendí ese miedo que existe por reclamar sus derechos, hasta los más insignificantes. Armando también era militante, el tipo que una vez en el seno de sus reuniones podía levantar su mano y voz en contra mía, siempre sucedió eso, yo era calificado como el individuo anti-partido, así constaba en todas las evaluaciones que esa gente me realizaba al finalizar cada viaje y que yo no firmaba.

 

Equipo de Cámara en el buque "Aracelio Iglesias", de derecha a izquierda se encuentran Braulio, Germán Piris, el Chino y Rufino.

-¡Parece mentira, coño! Hace solo unos días esta ciudad aplaudió y llenó de medallas los pechos de varios atletas cubanos. ¿Y mira ahora? Tú cagas esas medallas, te cagas en esos atletas con la burla de todos los estibadores por un singado colchón lleno de periodos y leche. Armando no se inmutó con mi condena y realizando un sobrehumano esfuerzo logró penetrar su pieza por la puerta de la superestructura. Los que estaban allí, militantes como él, no quisieron cagarse al escuchar mis palabras y le negaron ayuda. Luego, levantarían sus manos en mi contra junto a él, los votos eran por unanimidad, poco serviría que yo tuviera la razón o no, yo era un comemierda anti-partido que defendía y protegía las propiedades del pueblo, porque todo era nuestro, eso pensé siempre, hasta que un día dejé de comer tanta mierda y me dejé llevar por la corriente.

 

-¿Quién pudiera acordarse de tu nombre? Hoy lo necesito para contar estas historias, para hablar de mis hermanos. Solo recuerdo que eras primo de los Angafios, y que al final del camino, casi al final de nuestra historia, la historia de una marina que existió y desapareció por arte de magia, te convertiste en Comisario Político. Yo sé que si estas líneas llegan a tus manos te identificarás inmediatamente, recordarás que eras el ayudante de máquinas del barco, no olvidarás que eras militante y secretario del sindicato y que no te había elegido nadie. Bueno, sí, te había colocado el partido en esa posición y abusaste de ella, nada anormal entonces en un buque tripulado por carneros. ¿Dónde estarán todos ahora que no tienen barcos? ¿Recuerdas cuando en medio de una borrachera le caíste a golpes al ayudante de cocina? Te hablo del Chino, uno que combatió con el Che en su invasión hasta La Habana y que perdió sus huevos en Santa Clara. Porque coño, con esos antecedentes te hubiera abierto la panza y siempre escaparía con esa historia. Tú sabes que los combatientes siempre escapaban, pero el Chino era pendejo. No me lo imagino en medio del fragor de una batalla, pero la guerra había pasado hacía mucho tiempo. Y cuando lo tuve sentado en mi camarote con el rostro inflamado y lleno de contusiones, no tenía timbales para denunciarte a ti, que siempre fuiste una plasta de mierda cubana. Entonces llamé a la doctora y le exigí un certificado médico donde se reflejara todos los daños que le causaste, incluyendo la rajadura de sus labios y los enfrenté en mi camarote, y el Chino no podía ocultar su miedo. Nunca pude comprender de cuál manera tipos como él nos liberaron y de qué, porque para luchar hay que tener cojones cuando hay guerra, los mismos que se necesitan para hablar después de su paso.

 

La doctora, sí, esa era una mujer valiente, le sobraban los ovarios que a nosotros nos faltaban. ¡Ojalá lleguen un día estas líneas a sus manos! Respeto mucho a las mujeres cubanas, las conocí muy bien y reconozco su valor. Cualquier jinetera es más valiente que el más güevon de nosotros y espero me disculpen los excelentísimos machos. Hasta para putear hay que tener valor y ellas han dado muestras de ello, y no todas lo hacen por placer, que han llenado muchas panzas con sus gemidos fingidos. Tengo más amigas que amigos, confío más en ellas que en ellos. ¡Dora! Ya me acordé de su nombre y la hijaputada que le quiso hacer Miguelito el Capitán cuando no pudo conquistarla.

 

-Ya sabes, te la jamas en la evaluación. Me dijo el muy hijoputa porque ella no quiso caminar con él.

 

-Creo que te equivocaste, yo no entro en esa, ella no estaba para ti y esto no es un problema laboral. Otros le hubieran hecho la segunda, pero yo no entraba en mariconerías de ese tipo, al más puro estilo cubano de aquellos tiempos. Por esas hijaputadas por poco lo matan viajes después, yo estaba disfrutando de mi exilio y me enteré.

 

-¡Suaviza un poco la evaluación que le hiciste al Angafio!

 

-Suavizarla, ¿cómo?

 

-¡Escribe que la agresión fue verbal!

 

-¡Ah, sí! Voy a escribir que ese hijoputa le dio un besito en la boca al Chino y en su acto de mariconería le rajó el labio. Miguelito estuvo varias veces por Montreal y le advertía a un pariente suyo que tratara de no verme. Yo visité a su madre en diferentes oportunidades durantes mis vacaciones en Miami y tenía que soportarle a la señora que me hablara de su hijito. Nunca le hablé sobre la verdadera personalidad de aquel cabrón, otro de los hermanitos que me regalara Silvio. Angafio salía cada noche con un escuadrón hacia el basurero de Tokio, de día era una persona respetable en el barco, era el secretario del sindicato.

 

Me dejé arrastrar por la corriente a mi manera, robé y lo hice por los míos, por mis hermanos que no eran míos, mientras ellos solo robaban para sí. Di palos como el mejor sin mancharme las manos, solo firmando papeles y dejándome llevar por la marea. Una sola pregunta yo hacía donde podía realizarse, ¿cuánto piden normalmente? Porque la corrupción había viajado varios continentes o siempre existió y yo la descubrí un poco tarde. Los militantes, los mismos hermanitos que me regaló Silvio, perecieron ante el color y olor de un dólar, y lo jodido del caso, yo era el que los luchaba como la más excelente jinetera de La Habana y el Capitán era mi proxeneta. Sin embargo, sacrificaba parte de lo mío para mi gente y siempre tocaba a mis subordinados. Era un caso extraño que ocurría en un mundo bajo, dominado por la envidia y la avaricia, distinguido por la simpleza de un mundo independiente o comprometida por una militancia estúpida y corrupta, hipócrita.

 

Es muy probable que Braulio haya partido en un viaje sin regreso, ya era muy mayor y no lo critico por esa decisión, me asombraría una noticia diferente. En el cielo debe estar contando todos los pomos que se usaron para envasar dulce de frutabomba, o retirando todos aquellos paraguas para que llueva un poco en Cuba. Armando, aunque era relativamente joven en aquellos tiempos, nadie podía asegurarle un prolongado futuro debido a su temprana obesidad. Angafio no era tan viejo tampoco y es probable que se resista como el viejo hijo de hijoputa que gobierna la isla, me alegraría leyera algún día estas páginas. Miguelito seguirá siendo el mismo pendejo que conocí de estudiante cuando realizara un viaje de instrucción a bordo del buque Jiguaní. No ha envejecido en mi memoria, con sus complejos de lindo y tarros acumulados en su expediente, no en el partidista, en el de la calle. Continuará siendo acusado de pertenecer al equipo de hombres que se miran el culo en un charco de agua. El Chino, desertó una vez y nadie lo creyó, alguien lo encontró de paseo por las calles de La Habana y pensó que era de la seguridad.

 

Remigio no forma parte de esta historia, estudió conmigo y trabajamos juntos en la Academia Naval del Mariel. Se ganó el bombo de lotería de visas y me lo encontré en uno de mis viajes a Miami. No tuvo valor para mantener relaciones conmigo y Eduardo Ríos, al enterarse de mis escrituras se apartó de nosotros y borró decenas de años de relaciones fraternas, teme perder el derecho a viajar a la isla. Allí le recordé que le había trabajado en Luyanó para transformarle una carnicería en la sala de su hogar y nunca me pagó, nunca le cobré, se borró.

 

Pancho tampoco forma parte de esta historia, me escribió muchas veces y era uno de mis fervientes lectores. Una vez se perdió y no me interesó saber de su paradero. Navegamos juntos en el Casablanca, él como Capitán y yo como Primer Oficial. Un día pensó que yo era comemierda y me le embasé en el camarote para discutirle la mascada. Se apendejó y regresó a mi camarote con un sobre cargado de dólares, no eran tantos, pero los suficientes para calmar mis inquietudes. Estoy convencido de que me sigue leyendo por noticias que me han dado y me alegraría le llegaran estas notas, solo le diría una cosa; ¡Sigues siendo un pendejo! Pancho se encuentra comprometido en la compra de un barco que estuvo reparando en La Habana y con parte de la tripulación cubana. ¿Qué raro?


Arturo, Luís, Roberto, Mario, Andrés, Martínez, Papucho y muchos más, viven en Miami. Saben de mi existencia y la de Eduardo, pero nos evaden. Saben que les pueden meter un cuento a los americanos con la CIA y FBI comprendidos, bueno, si no hay pactos ocultos de intercambios de chivatos. Y Arturo, ¿sigue en Venezuela apoyando a Chávez?

 

 

 

Te convido a creerme cuando digo futuro,

Si no crees en mis palabras, en el brillo de un gesto,

Cree en mi cuerpo, cree en mis manos que se acaban,

Te convido a creerme cuando digo futuro.

Hay veinte mil buenas semillas en el valle desde ayer.

 

 

Silvio Rodríguez

 

¡Yo no creo!

Y aquella muchachita vuelve a recortar su saya.

 

 

 

Post Data.-

2023-06-10

Varios de aquellos hermanitos que Silvio me regaló con aquella canción se reúnen en Miami a cada rato, lo hacen en una especie de ritual o mitin de consuelo, se esconden uno detrás del otro y entre muchos de ellos no reflejan la sombra de un hombre cuando les da el sol. De vez en cuando me dedican algunas palabras, dicen que no soy “ético”. ¡Siguen siendo unos pendejos!

Hace unos años me vi obligado a expulsar al Majá de un grupo que administro en Facebook, nunca habíamos navegado juntos y se le destapó su veta de chivato, si está vivo debe estar comiendo sogas como todo imbécil “revolucionario”. ¡Que se joda!

 

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2006-11-21

 

 

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