jueves, 3 de agosto de 2017

""UN AMOR EN CADA PUERTO"", ¿MITO O REALIDAD?


"UN AMOR EN CADA PUERTO", ¿MITO O REALIDAD?


Barco griego rentado por la Empresa Cubana de Fletamento, CUFLET.


Siempre que menciono o preguntan sobre mi antigua profesión, surge como por encanto una frase que ha viajado con el tiempo para identificarnos; ¡Marinero, un amor en cada puerto! Lo curioso es que aún hoy es muy utilizada y lo sorprendente es que sea expresada por jóvenes, casi siempre mujeres. La mayor parte de las frases o refranero popular, tienen su origen en la sabiduría, picaresca y también en los usos y costumbres de cada pueblo. Resulta imposible en la mayor parte de los casos, identificar al autor o fecha en que comenzó a utilizarse. Yo me atrevería, sin temor a equivocarme, localizar el nacimiento de esa frase en los tiempos de las grandes navegaciones, conquistas, piratería, etc. 


Históricamente las grandes concentraciones de tabernas y burdeles, eran fáciles de localizar en las proximidades de los puertos. Negocios abiertos intencionalmente para recibir a numerosas jaurías de animales hambrientos de sexo, no me cabe la menor duda. Con el paso del tiempo y natural evolución de cada sociedad, muchos de aquellos sitios, aunque localizados en las mismas áreas, se fueron apartando de los puertos. Ello se debe al constante desarrollo portuario experimentado en la mayor parte de los países desarrollados, no ocurriendo lo mismo en países del tercer mundo. Ello no significa que el hombre de mar se alejara de esos sitios frecuentados desde aquellos tiempos, ese alejamiento era acortado por magníficos medios de transporte o comunicación. Variaron en algo los estilos de oferta y precios, pero no dejábamos de enfrentar una situación similar a la dejada por nuestros abuelos de mar. En gran parte de los casos, la permanencia de los buques en puerto se limitaba a escasos días u horas y para resolver este dilema tan grave al marino, aparecieron los servicios de entrega al camarote. ¡Claro! Donde era permitido y el bolsillo podía responder a ese gasto.


Este es un tema muy amplio que llevaría demasiadas horas de trabajo y no tengo el propósito de analizar o evaluar a nivel internacional, lo que pudo ser parte de una tradición que perteneció al hombre de mar. Aquella famosa frase: “Marinero, un amor en cada puerto”, supo desembarcar en casi todas las playas del mundo y adaptarse perfectamente al hombre de tierra. Solo aplicable al distinguido por su habilidad, defecto, virtud o pasión de “conquistador”. Es tal vez la razón fundamental de tal supervivencia y sea usada por jóvenes centenares de años después.


Me atrapa la curiosidad de su aplicación al ámbito marino cubano, y créanme, yo no conocí a ese hombre que pudiera calzar con orgullo lo que entre nosotros pueda ser considerado un mérito o virtud. Solo casos aislados de hombres verdaderamente mujeriegos, tripularon alguna vez nuestras naves. Me tocó relevar a una generación muy vieja de marinos, las que heredó el régimen actual en la isla, corrían los finales de los sesenta. Ninguno de aquellos seres era joven, magníficos marinos, pero algo ancianos en términos generales cuyas edades sobrepasaba cómodamente los cuarenta y cinco años. Ellos conservaban muy fresca parte de las tradiciones que les legaran sus abuelos, pero nada en lo concerniente a la aventura extra marital. 


Los tiempos cambiaban azotados por ráfagas de vientos muy violentos y molestos, situación que los obligaba adaptarse a ello o perecer, finalmente casi todos perecieron, fueron separados de la flota injustificadamente. Habían desaparecido los burdeles y la revolución se declaraba en franca batalla en contra de la prostitución. Sin embargo, nunca desaparecieron las prostitutas. Un nuevo lenguaje, estilo, precios y banderas se impusieron, pero ellas estaban allí, firmemente atadas a la profesión más antigua de la humanidad. Aquellas abuelitas de las actuales “jineteras” fueron identificadas como “Cufleteras”, ellos se debió a que su principal mercado se encontrara en los buques arrendados por la empresa “CUFLET”. Eran pocas ante los ojos de la sociedad, pero cuando entrabas en su mundo, comprobabas que se trataba de un silencioso ejército dedicado al placer y con preferencias siempre en la moneda del enemigo. Hoy se mencionan los bajos precios a los que el hambre de la isla sometió a las actuales “jineteras” y se omite que sus abuelitas vendieron sus cuerpos por un pañuelito, blúmeres, jabón de baño, etc. Solo se dedicaban al mercado nacional en caso de ausencia de buques extranjeros, eso lo saben las Cufleteras de Nuevitas, Santiago, Antillas, Cienfuegos, etc.




La nueva generación de marinos cubanos, cuya aparición en escena data de los finales de los sesenta, tuvo sus contactos con aquellas chicas “contentas” de esa manera y con el riesgo de ser señalados por mantener relaciones con personas desafectas a la revolución. No debe olvidarse que ser prostituta u homosexual te identificaba automáticamente como “contrarrevolucionario” y en esos tiempos era extremadamente controlada la vida de las personas que viajaban al extranjero. Aún así, no puede considerarse como mayoría ese instinto tan humano y natural de llegar a tierra buscando un tibio lugarcito donde deslastrar todo el contenido de los testículos. Por cada buque de nuestra flota, que en aquellos tiempos se encontraba en franco crecimiento, podías contar en tripulaciones muy próximas a los cuarenta hombres, reducidos grupos de “jodedores” o mujeriegos, hablemos de cuatro o cinco a lo máximo. Otros factores no menos importantes, atentaban contra lo que pudiera incluirse como tradición marinera, me refiero a la presencia en nuestro sector de cientos de hombres de origen campesino. Muy parcos y limitados en sus vocabularios, los alejaban del gusto de las mujeres cubanas de entonces, muy selectivas e inclinadas por el hombre con dotes de conquistador. También, el escenario no era en nada agradable, hablo de ciudades densamente pobladas como Santiago de Cuba, Cienfuegos y otras cabeceras de provincias donde solo existían una o dos posadas. No a todas las muchachas les gustaba estar esperando tres o cuatro horas en una cola para poder tener relaciones sexuales. Peor suerte corrían puertos menos importantes donde estabas obligado a tenerlas en parques, montes o playas ante el constante ataque de mosquitos. En fin, la mayor parte de aquellos marinos gastaban su tiempo en visitas a familiares, amistades, pescando en sus horas libres o simplemente emborrachándose con ron barato. 


Nada de lo escrito significa que no existieran excepciones, solo que eran muy pocas para calificar al marino cubano por el significado de esa frase. Atentaban a su vez contra el deseo animal de poseer una mujer después de una larga navegación, el temor a ser infestado con cualquier tipo de enfermedad venérea allí, donde no existía un verdadero control de la prostitución y medios para prevenirlas. Recordemos que los condones se compraban muchas veces para inflarlos como globos que decorarían las fiestas infantiles y no teníamos una educación adecuada sobre su uso. Lo escrito hasta estas líneas, es referente a la vida del marino cubano en el ámbito nacional.




Para los marinos que realizaban viajes al exterior se complicaba mucho más esa situación, el primer obstáculo resultaba en el estipendio que recibíamos. Hablemos de un salario equivalente a setenta y cinco centavos diarios o cinco dólares semanales. Aunque se presentara la posibilidad de conquistar una mujer en el extranjero, muchos de nosotros renunciamos a ello por encontrarnos la mayor parte del tiempo con los bolsillos vacíos. ¿Dónde la llevaría? ¿A qué la invitaría? Eran las primeras preguntas que acudían a tu mente y las respuestas no se demoraban en llegar para ayudar a derrotar cualquier intención de conquista. Debe sumarse las dificultades de idiomas, movimientos, culturas, etc. Pero nada de eso era peor, tenemos que agregarle el policía que viajaba en nuestro interior. Si dentro de la isla podía “ensuciarte” cualquier vínculo con una mujer que no estuviera plenamente identificada con el sistema, ese peligro era multiplicado al tratarse de una extranjera. Todas, absolutamente todas, pertenecían a la CIA y tratarían de captarnos o arrancarnos información. Eso era lo que nos decían constantemente y cualquier roce con ella podía significar la expulsión de la marina o cuando menos, el sometimiento a un extenso interrogatorio por parte de los servicios de inteligencia cubano. ¿Ficción? Yo fui sometido a uno de esos interrogatorios a mi regreso de un viaje a Venezuela, sé perfectamente de lo que hablo. Entonces, pudiera resumir perfectamente que solo uno o dos tripulantes de cada una de nuestras naves, se arriesgaría a correr esa suerte, hablo de una masa timorata sobre la que pesaba siempre una afilada guillotina. 


En esas circunstancias, nos encontramos ante un tipo de marino muy diferente al conocido universalmente. Hablemos del hombre que viaja con una listica de artículos necesarios para satisfacer las necesidades de su familia y debe romperse la cabeza en dividir tan poco entre tantos. Hablemos del hombre que camina decenas de cuadras y evita tomar un autobús porque el precio del transporte equivale quizás a la compra de un par de medias o un blúmer para su mujer. Hablemos del hombre que realiza viajes de circunnavegación con una extensión de hasta nueve meses y solo puede satisfacer su deseo animal con el uso de la imaginación y ambas manos. Digo imaginación porque la posesión de pornografía era penada por las leyes cubanas. Hablemos del hombre imposibilitado de invitar una mujer a su camarote por las razones antes expuestas. Entonces, ese marino cubano, salvo rarísimas excepciones, no clasifica dentro del contexto que abarca esa frase.


Un tiempo después, comenzamos a visitar el campo socialista y las cosas se hicieron más fáciles para los jóvenes de aquella época. No podían acusar a esas mujeres de ser agentes de la CIA, nos encontrábamos en igualdad de condiciones, teníamos idénticas necesidades materiales y aunque el lenguaje era diferente, coincidíamos la mayor parte de las veces en el mismo criterio, el socialismo era una mierda. Cuando lo escuchabas de seres que tenían tantos años viviéndolo y que fuera en países donde lo inventaron, dejaban poco margen a las dudas. Cuando la corrupción tocó las puertas de cada camarote, existió un poco más de libertad de movimientos, aún así, el marino cubano en términos generales vivía de espaldas al amor y dedicaba su preciado tiempo en movimientos de contrabando en ambos sentidos. Solo unos pocos continuábamos aferrados a una vieja tradición, quizás no sea pertenencia de nuestros viejos marinos y todo se deba a nuestra genética, realmente los cubanos somos así, no nos conformamos con el olor de una sola sábana.


¿Tiene el marino cubano un amor en cada puerto? Me inclino por el mito, fuimos una manga de pacotilleros en términos generales. ¡Por supuesto, existieron excepciones! ¿Un amor? Llegar a un puerto y vaciar dos globos a punto de reventar no es amor. Después de tantos años el tirano que gobernaba la isla terminó promocionando a la prostitución en su feudo cuando expresó; "Las prostitutas cubanas son las mas cultas del mundo", tal vez lo manifestó con otras palabras.







Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2012-05-25


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