viernes, 15 de septiembre de 2023

DESCUBRIENDO A CHILE


DESCUBRIENDO A CHILE


Motonave "Jiguaní", escenario de esta historia.

Hacía solo unos días que arribáramos al país de un corto viaje, imagino haya sido de uno dado a los Grandes Lagos de Canadá, como viaje corto considerábamos a aquellos cuya duración rondaba el mes o mes y medio.  Llevaba pocos años en la marina mercante cubana y ya tenía un buen récord en mi curriculum de marino, conocía a gran parte de la Europa capitalista y a varios países del lejano oriente. La noticia de que nuestro próximo destino sería Chile alegró a toda la tripulación, puede que corriera el año 1972, no estoy muy seguro, ahora saco cuentas y pienso que sería el final de 1971. ¡Eso, es! Estaríamos en Diciembre de 1971, mi esposa se encontraba con poquitos meses de embarazo, quizás tres o cuatro máximo y para esas fechas había comenzado el verano en Chile. Recuerden que en el hemisferio sur son opuestas las estaciones del año y no me equivoco, yo me bañé varias veces en la playa de Viña del Mar. En las noches refrescaba un poco y nos obligaba a tirarnos algún trapo ligero para protegernos de la frialdad, temperaturas para ellos indiferentes y significantes para nosotros por ser caribeños.

 

En esos tiempos solo mantenían relaciones comerciales con Cuba dos países de este hemisferio, México y Canadá, nos encontrábamos distanciados de esta parte del mundo a la que pertenecíamos geográfica y culturalmente.

 

Nuestro buque el “Jiguaní”, sería el segundo o tercero en llegar a puertos chilenos, yo contaba en ese entonces 22 años, todo un joven soñador y aventurero, mujeriego por excelencia como todo marino y mis ambiciones por conocer al mundo eran ilimitadas. Llevaríamos como carga una parte de la azúcar donada al pueblo chileno a raíz del terremoto que sufrieran entonces, hablo del ocurrido el 8 de Julio de 1971. Donación aprobada a mano alzada en la Plaza de la “Revolución”, después, ese sistema se repetiría a través de nuestra historia. Me refiero a la aprobación de todo lo que baje desde arriba “alzando las manos”, creándose de esa manera una especie de síndrome sufrido por todo el pueblo hasta hoy. Nadie desea ser manchado con el apellido de “opositor” por no levantar la mano para apoyar la voluntad de quien manda en la isla. Luego, con la caída de la Unidad Popular, esa supuesta “ayuda” al pueblo chileno se rompió y nunca fue restituida la cuota de azúcar al pueblo cubano, cantidad que se redujo de su cuota mensual en la libreta de racionamiento y mantiene vigente hasta nuestros días.

 

Yo era militante de la Unión de Jóvenes Comunistas, cantera de la que se debía nutrir el Partido. Militaba porque no me quedó otra alternativa que aceptar, a quien exprese lo contrario puedo asegurarle que está equivocado. La vida de los marinos en aquellos tiempos era rigurosamente controlada y cualquier joven que sueñe ver convertidos en realidad sus sueños, no podía negarse a la incorporación en las filas de la Juventud o en las del Partido. Existieron jóvenes muy valientes que se negaron y asumieron ese rol ante la sociedad, ya lo dije, “muy valientes”. Ante cualquier manifestación de rechazo, todos sabíamos que seríamos señalados como indiferentes, desafectos, poco combativo, y en casos especiales, te pueden catalogar como gusano, contrarrevolucionario, anti-comunista, etc. Esos casos especiales pueden ser momentos de guerra, misión internacionalista o renunciar en tiempos difíciles para el país. Años posteriores al de referencia, vi expulsar de la marina mercante a tripulantes que se negaron a participar en las misiones de Angola alegando causas de enfermedad, problemas familiares o enfermos, etc. Mucho más tarde, correría el año 1991, un vecino de Alamar llamado Luis Tamarit, entregó el carnet del Partido y fue acusado de contrarrevolucionario, había escogido una mala fecha para ello. Atleta que no aceptara cualquiera de esas militancias, nunca saldría a competir, estudiante con el mismo comportamiento, no alcanzaría una carrera. Nadie que no fuera militante podía aspirar a un puesto de dirección en cualquier rama de la economía, esta regla inviolable se aplicaba sin distinción a cualquier ser humano por muy capacitado que éste fuera. En esa época yo era revolucionario, negarlo sería traicionarlos a ustedes y a mi conciencia. Yo creo que nunca he dejado de ser revolucionario, solo que los conceptos cambian y la revolución que yo había soñado no es remotamente la despótica dictadura que padece actualmente mi pueblo. Nadie nace con ideología alguna, la sociedad y la vida son las que inclinan la balanza hacia el camino que finalmente uno tomará. No puedo ocultar, como otros lo hacen con tanta facilidad que, en aquellos tiempos yo me sentía así, me consideraba antiimperialista. No solamente por la educación recibida hasta entonces, no por los constantes lavados de cerebro a que se es sometido, con la repetición hasta la saciedad de valores solamente observados en los libros y agotadores discursos. La mayor influencia que recibí en mi definición como revolucionario, pudo haber sido aquella visita Viet Nam en plena guerra. Me solidaricé inmediatamente con ese pueblo y con otros que visité más tarde, sin embargo, nunca me sentí convencido de ser comunista. Para arribar a ese estado de delirio tenía que renunciar a algo que considero de mucho valor en el ser humano, tener criterio propio y el derecho a pensar o expresarse libremente, cada día que pasaba dentro de la Juventud Comunista, provocaba un rechazo total a esa ideología. El golpe definitivo lo sufrí cuando visité a los países socialistas y vi en ellos el futuro que nos esperaba. Cuando sumas todas las causas que han conducido a Cuba al presente fracaso total, te resulta inexplicable encontrar a individuos que puedan sentir con sinceridad cualquier tipo de admiración o afiliación por las ideas que venden constantemente. Hago estas aclaraciones para aquellos que gastan bilis en acusar a todos los cubanos de traidores, apátridas, etc. En mayor o menor intensidad pudimos soñar muchos jóvenes y luego sentirnos traicionados cuando descubres la verdad. Creo que al final de esa carrera entre el ser y la conciencia, hallas que no hay mayor fábrica de enemigos que el propio sistema. Podrán dominar a los niños, jóvenes y hasta a los viejos derrotados que no reconocen haberlo perdido todo. Sin embargo, hay un punto en la vida de los seres humanos en el que se reflexiona mucho y se recorre ese largo camino andado, llegas a descubrir que nada se ajusta a la realidad. Hoy por hoy, sin temor a equivocarme, más del cincuenta por ciento de la población desea abandonar esa nave. Mi divorcio total con esa ideología y sus organizaciones políticas se produjo en ocasión de mi viaje transportando tropas para la guerra en Angola. No podía aceptar la orden que se nos dio de “encerrar a los militares en las bodegas del buque y hundir de la nave en caso de ser detectada por fuerzas navales enemigas y a mi regreso de aquel viaje deserté de la UJC. Todo se encuentra debidamente escrito en el tema titulado “La Misión de los Condenados”, aquella deserción puede resultar de poca importancia en las fechas actuales, lo cierto es que para aquellas fechas era un acto de rebeldía y muestra de mucho valor. ¿Por qué me permitieron continuar navegando? Por una razón muy simple, simpatizando o no con el régimen, yo era, como muchos hombres “simples” una persona de confianza. Salía del país y regresaba en tiempos donde “muchos” militantes que entraban en la marina salían y no regresaban de su primer viaje. 

 

Nos avituallaron más allá de lo normal, ya en esos tiempos se vivían Períodos Especiales y nos acordábamos del bloqueo. Se pasaba hambre en una u otra oportunidad a bordo de nuestros buques. La situación del país había empeorado después de la “Ofensiva Revolucionaria” lanzada en 1968, no dejaron gatos con cabeza, me refiero a todo tipo de pequeños negocios particulares. Por eso me llamó la atención que nos sirvieran productos que eran exquisiteces para el marino común, cuando solo se brindaban a los barcos de banderas extranjeras por la empresa CUBALSE. De esa manera nos lanzamos a una nueva aventura, hablo así, porque para todo joven, lo nuevo, lo desconocido, no deja de tener su leve toque aventurero. Conoceríamos a nuevas gentes, otro país que engrosaría mi ya larga colección, ellos hablaban nuestra lengua y eran el único país de América Latina en visitar.

 

Un día antes de llegar a Chile se efectuó una reunión con toda la tripulación, esa era una norma que se mantuvo hasta la fecha de mi deserción. Cuando en casos como estos, donde se arriba por primera vez a un país cualquiera, se daba lectura a una serie de recomendaciones enviadas por la Seguridad del Estado y el Partido. Un marino de apellido Cala había sido herido de puñaladas por personas contrarias a Allende, yo lo conocía personalmente porque entramos juntos a la marina mercante, se trataba de un mulatico claro. Razón elegida para recomendarnos andar en pequeños grupos y evitar -a toda costa- las opiniones de carácter político en público. Se ordenó que nadie comprara artículos de primera necesidad en ese país para no dar una mala imagen del nuestro. En realidad, lo que se pretendía, era dar una imagen falsa, la de gentes que no necesitaban nada cuando era todo lo contrario. Nosotros ganábamos en esa época unos cinco dólares a la semana, aun así, podíamos considerarnos bien afortunados y privilegiados, no era nada fácil entrar en la marina mercante. Como joven acepté la sugerencia u orden que nos impartían, decidí dedicarme a disfrutar de la vida y solo compré un disco de larga duración de aquel grupo chileno muy popular llamado "Los Ángeles Negros". 

 

Llegamos una tarde a Valparaíso y como no existían muelles disponibles para nuestro atraque, nos orientaron fondear fuera del puerto. En aquellos tiempos nos ponían servicio de lanchas para bajar a tierra, generalmente después del horario de comida y hasta la medianoche. No podíamos ocultar nuestro entusiasmo, informados por marinos que ya habían visitado ese país, nosotros éramos muy populares entre la masa femenina, algo que confirmó el lanchero que nos condujo ese día a tierra. Es muy difícil de recordar nombres de calles y sitios de una ciudad cuando se ha dejado de visitar por tantos años. Esos lugares en la memoria fueron ocupados por otros nombres de distintos países. Recuerdo perfectamente que el rompeolas pertenencia a una base de la marina de guerra chilena y allí se encontraba el Esmeralda, conocido también como la Dama Blanca. Hermoso velero que servía como buque escuela, yo lo había visto atracado en el muelle que correspondía al Estado Mayor de la Marina de Guerra en La Habana. Una de esas noches en puerto, compartí con uno de sus guardiamarinas en un recorrido por bares muy bien acompañados.


Entrada al muelle Prat y el barquito de pasaje "Argonauta".

Valparaíso era una encantadora ciudad con muy poco terreno llano y rodeada de unos cerros a los que se accedía por medio de unos antiquísimos funiculares, varias oportunidades visité esas lomas con amigos del barco. El puerto tenía entonces dos entradas, una quedaba a pocos metros del muelle de donde partía un viejo barquito llamado “Argonauta”, nave que realizaba frecuentes viajes de excursión hasta la playa de Viña del Mar. No eran caros esos paseos, realmente nada era caro en aquellos tiempos y pude disfrutar de uno de aquellos viajes. En aquel muelle existían varios kioscos dedicados a la venta de artículos de artesanía y siempre estaba muy concurrido.

 

En la primera salida fue de exploración, solo disponíamos de cinco horas para disfrutar de ese paseo mientras nos mantenían fondeados fuera del puerto. Tuvimos éxito los tres amigos que salimos juntos ese día, Armandito un mulato claro de la ciudad de Cienfuegos y Pascualito, no recuerdo exactamente cuál de los dos era el Tercer Maquinista y quien el Cuarto Maquinista bordo, yo era solamente Timonel. Recuerdo que en ese viaje las plazas de Jefe de Máquinas y Segundo Maquinista eran ocupadas por dos soviéticos, como traductor viajaba un espigado maquinista de apellido Maidagán. Todos conquistamos a unas amigas que paseaban juntas, la mía era una chica de ojos verdes bellísimos e hija de un carabinero. Después de ese primer día, continuamos viéndonos hasta el momento de mi partida, era una gran muchacha, ninguna de ellas ingería bebidas alcohólicas ni consumían drogas. Es bueno señalar que en los bares, restaurantes y cafeterías, no le despachaban ese tipo de bebidas a menores de 18 años.

 

La otra entrada al puerto daba casi directo al barrio utilizado para el negocio de los placeres, hablo de la calle que corre paralela al mar, donde supongo terminaba la parte llana. Nunca se me ocurrió seguir en esa dirección, siempre me moví en dirección hacia Viña del Mar. Los precios estaban por el suelo en aquellos tiempos, al cambio oficial el barco nos pagaba a 25 escudos por dólar, era mejor cotizado en la bolsa negra, solo que a nosotros nunca nos pagaban con moneda americana. Estaba prohibida y perseguida la tenencia de ellos, poseerlos era como si te quemaras. Aún con tan poco dinero pudimos disfrutar nuestra estancia allí, una cerveza costaba solamente dos escudos, así que con un dólar te podías emborrachar si lo deseabas. Un residencial costaba 50 escudos por toda la noche, los había de diferentes calidades y precios, pero ese era el que casi siempre pidieron. La comida era muy barata también, razón por la que no nos cohibíamos de invitar a las chicas, ellas solo bebían Fanta.


Estuvimos atracados con la banda de estribor al espigón que se observa a la izquierda de la foto y después en la posición del barco azul que se observa a la derecha de esta foto.


En esos días que llegaron a sumar más de un mes en ese puerto, diariamente se aparecían personas a visitar nuestro buque, generalmente eran de los partidos políticos que conformaron la Unidad Popular. Ciertamente daban vergüenza aquellas coincidencias, se masticaban pero no se tragaban, eso lo comprobamos desde los primeros momentos que compartimos con ellos. Las ambiciones por el poder no podían ocultarla y los intercambios de ofensas eran muy frecuentes en nuestros salones. Yo siempre traté de esquivar cualquier invitación que me hicieran para participar en actividades de uno u otro partido, apenas comprendía lo que estaba sucediendo allí y me dejó un sabor amargo en la boca. Con los años comprendí que todos los políticos son una banda de hipócritas y oportunistas, detrás de esas máscaras esconden sus deseos de poder y lo que menos les interesan son los problemas de sus pueblos, creo que este es un mal endémico en este continente.

 

Con esa situación imperante no creo que Allende tuviera mucho poder para gobernar y si así fuera, comenzó a perderlo muy temprano con todas esas divisiones que experimentaron los izquierdistas, muy deseosos de probar su pedazo en el pastel. Esa fue la impresión que me dieron, sumado a todas las intervenciones que pueda haber sufrido por intereses foráneos y el bloqueo interno realizado por la derecha y la clase media del país. Es posible que pueda estar equivocado, pero eso fue lo que vi en cada paso dado. Cada Partido deseaba llevarnos a los actos políticos que organizaban en diferentes barrios, nosotros éramos algo así como una mercancía que todos querían mostrar para atraer a las masas, yo siempre me perdía después de comida. Lo que me interesaba como joven ya lo poesía desde el primer día, mantenía relaciones con una joven y linda novia. Me sentía muy a gusto con ella y de verdad que no estaba para esos teques políticos de los que ya estábamos saturados. Uno de esos días me atrapó el Secretario General y el Ideológico de la UJC (Unión de Jóvenes Comunistas) a bordo, sin dejar espacio para las justificaciones, tuve que cancelar una salida con mi novia y partir en un auto con la esposa del Alcalde de Valparaíso. Visitaríamos un barrio que había sido construido de madera para resolver el problema de los damnificados por el terremoto, recuerdo que la pequeña improvisada escuela estaba diseñada con carrocerías de autobuses fuera de servicio, cada bus era un aula. Allí fuimos atendidos por personal de ese centro escolar, maestros y algunos que militaban en el MIR. Después del consabido acto político, nos ofrecieron una merienda compuesta de varios platos típicos del país y mucho vino. Debo destacar que una garrafa de cinco litros costaba en esa época unos cincuenta escudos, o sea, estamos hablando de unos dos dólares y yo lo encontraba bastante bueno.

 

De una manera accidental conquisté ese día a una preciosa muchacha, tenía la piel color canela y un pelo lacio muy largo y absolutamente negro que la hacían una diosa. Con una delgadez muy estilizada, ella se llamaba Esther, adorable india, a quien sus amigos la llamaban negra. Poseía carácter muy alegre y enseguida acoplamos muy bien, pero detrás de ese juvenil rostro se escondía la mujer que todos respetaban por su temple y largo historial, según me pude enterar posteriormente. Pronto me sentí muy bien con ella de la misma manera que disfrutaba mucho la compañía de la otra chica, ambas con un modo distinto de pensar y sin saberlo, enemigas por naturaleza. Ambas eran muy buenas chicas, algo propio y casi común tiene la mayor parte de la juventud, se entrega a una causa que a veces desconocen. La inmadurez no les permite conocer o saber a ciencia cierta si están en el camino correcto, aun así, no pierden eso que los caracteriza por la edad, no se detienen en su entrega y lo hacen con la alegría, espontaneidad, arrojo, valentía, audacia y sobre todas esas cosas, el desinterés total cuando se empeñan en una tarea. Cualidades todas juntas muy bien explotadas por los políticos mayores y con más experiencias, quienes disfrutan de los placeres de sus victorias sin haber arriesgado casi nada.

 

Mis visitas a ese barrio se hicieron muy frecuentes, a partir del momento que nos hicimos novios, luego, antes de tomar el último micro, era acompañado por compañeros de Esther hasta el momento de abordar el bus. Ellos iban armados de subametralladoras y pistolas que ocultaban debajo de sus sobretodo, nos hicimos grandes amigos y me contaron de las andadas de la negra cuando el gobierno de Frei. Me deleitaba con todas esas aventuras y casi llegué a considerarme uno de ellos, todos teníamos aproximadamente la misma edad. Ellos solo conocían de la vida, la parte más mala, como quitarla poniendo bombas o disparando una ráfaga. En eso, tenían la madurez de un viejo y hacían alardes en ello,  fue donde quizás gastaron la niñez y la juventud, es muy probable que muchos no sobrepasaran esa edad. Siempre me las arreglaba para alternar los días con ambas muchachas, al final prefería a la negra, era de origen humilde como yo y ambos aprendíamos mutuamente, nos perdíamos a orilla del mar en Valparaíso o en Viña del Ma, disfrutando de los abismales contrastes que existen entre ricos y pobres. Nada de esos nos importaba tanto como amar y siempre nos perdíamos en interminables besos que borraban el olor a pólvora y la sangre de los muertos, así es la juventud, nada nos importaba a nuestro rededor cuando solo pensábamos en el amor.

 

Visitando las cataratas del Niágara, me encontré con algo que me regresó en el tiempo, un reloj de flores, viví por unos instantes aquellos días felices con mi negrita en Viña, son incalculable las maravillas que nos ofrecen eso que se llama recuerdos. El día de la despedida nos reunimos tres parejas de amigos en la zona del puerto, no podíamos alejarnos porque el barco salía en horas de la mañana. Ellas perdieron el último microbús que las llevaba hasta el barrio de madera y en la calle era muy peligroso andar a altas horas de la noche. No hubo otra alternativa que entrar a un residencial, nos desnudamos y disfruté de aquella hermosa vista, minutos después, aquella valiente muchacha comenzó a llorar, lo hacía por mi partida y porque era virgen. Nos ahogamos abrazados, éramos uno, pero me faltó valor para cometer una villanía. En la mañana nos despedimos y ella continuó virgen, luego, mis amigos me llamaron de mil maneras para condenar mi estupidez, no creo haber sido estúpido, siempre me justifiqué y no me arrepiento. A todos ellos les hablé la verdad sobre Cuba, no desde el punto de vista del opositor a lo que sucedía en nuestro país, corrían tiempos donde yo encontraba una estúpida justificación para todo. Lo hice hasta que fueron desapareciendo en la medida que se agotaba el tiempo para llegar al futuro y yo maduraba hasta dejar de ser un estúpido. Siempre he entendido que todo debe tener un límite en la vida, sea en espacio o en tiempo, todo debe tener un final o una meta, al parecer, el de Cuba es ilimitado, nunca se puede vencer el presente y tampoco se puede arribar a un futuro que nadie sabe dónde se encuentra.

 

Abandoné ese país con el alma partida, eso les pasa a casi todos los marinos cuando permanecen mucho tiempo en un puerto y logran encariñarse con su gente. Los chilenos eran una gente muy abierta y solidaria, gente amistosa y en exceso compartidora, alegres y desinteresada. Mi primera experiencia en un país latino no había sido mala y sinceramente, llegué a apreciar mucho a los jóvenes de aquel grupo o célula, más de lo que ellos pudieran imaginar. Después, pasé dos semanas en Arica, pero ya nada me animaba a nuevas aventuras, las heridas estaban aún abiertas. A mi regreso a Cuba tomé vacaciones y el barco regresó de nuevo a Chile, los muchachos fueron nuevamente por mí. Esther se había ido a trabajar en el Palacio de La Moneda, todo quedó como un bello recuerdo, como esos que no se olvidan, aunque pasen decenas de años.

 

El día del golpe en Chile, todos los tripulantes del buque escuela “Viet Nam Heroico” nos encontrábamos con nuestras familias en las afueras del muelle “La Coubre” del puerto habanero. Por las bocinas del muelle se oían constantemente las noticias de los combates, a mi lado se encontraban mi esposa e hijo, todos hablaban y yo estaba lejos. Cada bombazo me desgarraba el alma y me acordaba de todos aquellos muchachos, me acordaba de mi negrita y me preguntaba si habría tenido tiempo para abandonar el palacio. Salimos en horas de la tarde para Las Palmas de Gran Canaria y aquellos recuerdos fueron a parar en los baúles de la historia.

 

Detengo todo lo que hago cada vez que embarco en esa nave que me ayuda a regresar al pasado y busco información sobre nosotros, lo que sucedió, no encuentro mucho. Al incluir en el buscador de Google las palabras “Barcos que transportaron el azúcar donada por Cuba a Chile cuando el terremoto”, solo aparece el viaje realizado por la motonave “Sierra Maestra en 1973”, solo un poco tiempo antes de que le dieran el golpe de estado al marxista Salvador Allende. Politiquería barata, fue publicada la noticia por resultar simpático el nombre de aquel buque, elegido también para que fuera visitado por Salvador Allende. Ya habían transcurrido dos años quitándole el azúcar racionada a un pueblo que no la había donado y nunca devolvieron a su cuota. Han transcurrido 50 años de la visita de aquel buque y las miserias que se viven en la isla no tienen parangón en toda la historia de este continente. Cuando ocurre el golpe de estado realizado por Pinochet, muchos de aquellos alborotadores “revolucionarios” fueron a recalar en nuestra isla y volvieron a sacrificar a muchos cubanos en sus beneficios. Por cada edificio construido en la isla se “donaban” en contra de la voluntad de nuestra gente dos apartamentos para los “hermanos” chilenos, quienes de paso recibían un cheque mensual del ICAP para que vivieran sin nuestras preocupaciones. Varios años mas tarde se derrumba el muro de Berlín y la situación económica de la isla se convirtió en un infierno para todos los cubanos, nació el “Periodo Especial”. Muchos de aquellos chilenos abandonaron la isla y solo unos pocos lo hicieron a su país de origen, la mayoría de ellos dirigieron sus destinos a países capitalistas desarrollados, donde como era de suponer, se dedicaron a labores proselitistas a favor de un sistema fracasado. Fueron y son tan degenerados, que aun hoy, viviendo las mieles ofrecidas por el capitalismo, continúan desempeñando esa miserable labor.

 

Veinte años después de mi descubrimiento de Chile decido abandonar a la manada en Montreal-Canadá y aquí tuve muchos tropiezos para comenzar una nueva vida. Las peores trampas, zancadillas y desprecios sufridas por una diminuta comunidad cubana, nos llegó por la parte de aquellos “supuestos hermanitos latinoamericanos” destacándose entre todos por ser la más vertical y agresiva, precisamente la chilena, seres que endulzaron sus cafés con el azúcar que nos quitaron. Estos no fueron los chilenos que yo conocí en su tierra.

 

 

 

 

 

Esteban Casañas Lostal

Montreal..Canadá

2000-05-17

 

 

 

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