sábado, 15 de julio de 2023

LA GUAGUA: Viaje de Cienfuegos- La Habana.



LA GUAGUA: Viaje de Cienfuegos-La Habana.


Motonave "Jiguaní", escenario de esta historia.


Recuerdo que llegamos a esa ciudad a bordo del buque “Jiguaní” procedentes de Montreal, la gente se encontraba en plena celebración carnavalesca y cuando eso ocurre, el mundo deja de girar o simplemente no existe. La tarea urgente que domina la mente de una gran mayoria de los cubanos es mover el culito y tomarse una perga de cerveza. Vale destacar que por aquellos tiempos el carnaval era una festividad a la que acudían muchos seres carentes de recursos, creo que es la única fiesta a la que pueden asistir la mayoría de los trabajadores a lo largo de todo un año. Cada pueblo o provincia lo celebra acorde a sus tradiciones y en algunas ciudades son realizados durante una semana continua.

 

En fin, luego de arribar a Cienfuegos liberaron -como era costumbre- a un tercio de la tripulación de franco y cada cual partió a sus ciudades de origen. La mayoría de aquel grupo éramos de La Habana y nos dirigimos hacia la terminal de ómnibus. El insalubre y reducido local se encontraba atestado de personas que pernoctaban en el suelo como gitanos, muchas de ellas acompañadas de niños. Era una escena dantesca la que ofrecían aquella manada de indigentes que invadió aquella siempre limpia y tranquila Perla del Sur. El Alcohol desinhibe al ser humano de todo síntoma de moral o vergüenza y en muchos casos los presenta como vulgares animales. No le encuentro mucha justificación viajar desde tan lejos para participar en un evento que, había perdido todo su encanto desde hacía muchísimo tiempo. Más que disfrutarlo, exigía de la persona ciertos sacrificios para consumir algún producto o simplemente realizar cualquier necesidad humana tan simple como orinar. Una gran parte del preciado tiempo que normalmente sería destinado a divertirse se debía emplear para realizar agotadoras colas. Tampoco resultaba muy sencillo comprar un vaso de cerveza, unas croquetas, pedazos de pizzas, refrescos, etc., debías disputarla a codazos o empujones entre una jauría muy violenta, hambrienta y sedienta. La manada disponía de un tiempo que no estaba a nuestro alcance, el franco concedido era limitadísimo y de nuestro regreso dependía la salida de los tripulantes que quedaron a bordo. El ambiente nauseabundo y agresivo reinante en aquella terminal, no nos ofrecía garantías algunas de poder partir esa noche hacia La Habana, situación que nos pedía a gritos fuéramos creativos. Así fue, como todos sabemos, el que hizo la ley también hizo la trampa y ya en esas fechas podíamos considerarnos muy buenos tramposos. Estábamos en una parte de Cuba y nosotros éramos cubanos, la isla se encontraba sumida en una grave crisis económica y la gente había aprendido muy bien, yo diría con calificaciones excelentes, pues la gente se dedicó a vivir y lucrar con el dolor ajeno. La población solo disponía de los cigarros que ofrecían por la libreta de racionamiento (algo increíble en un país que siempre fue exportador de tabaco), se podía observar a ciudadanos recogiendo colillas en la calle y en esa desagradable ecuación nosotros ocuparíamos un puesto muy importante.

 

La gente necesitaba fumar y nosotros necesitábamos viajar en guagua. Ellos no tenían cigarros y nosotros andábamos armados hasta los dientes, porque en esas fechas aún no habían limitado las cantidades que podíamos comprar a bordo. El posadero era vicioso al tabaco, lo eran también los taxistas, el Carpeta de un hotel, el Capitán de un restaurante, el vendedor de pasajes en Cubana de Aviación y hasta el vendedor de flores para los muertos. Vivíamos en una isla donde se fuma desde temprana edad y se bebe ron con la misma sed del que anda en camellos por el desierto de Sahara. Todo andaba patas arriba, los fumadores no tenían tabaco y los borrachos andaban bebiendo walfarina destiladas en casas. Experimentábamos los efectos de la “Ofensiva Revolucionaria” con su ley seca y la Zafra de los 10 millones que nunca fueron, toda una verdadera locura. Nosotros teníamos lo que ellos necesitaban y ellos tenían lo que nosotros necesitábamos. Solo debíamos actuar como los indios y los españoles cuando la conquista, el dinero no tenía valor, estábamos obligados a cambiar oro por espejitos.

 

Uno de aquellos tripulantes -el más pícaro- se encargó de hacer una “vaquita” (colecta), donde cada uno de los integrantes aportó dos cajetillas de “Populares”. Al final de aquella vaquita teníamos unas 30 cajetillas de cigarros dentro de un cartucho. Con ese preciado material que tendría un valor total de $900.00 pesos, partió convencido de su éxito a negociar con el jefe de tráfico de aquella terminal.

Minutos antes de la venta de los pasajes para el ómnibus que saldría a las ocho o nueve de la noche, aquel jefe se subió a una de las pocas mesas allí disponible para dirigir un discurso a esa parte aguerrida de nuestro pueblo.

 

-¡Atiendan acá, compañeros! Manifestó el individuo con la autoridad que emana de todo “dirigente”, no crean que es sencillo enfrentar a las masas, se requiere de un don especial que no todo ser humano posee. A la manada se debe impresionar, asaltarla emocionalmente cuando menos lo esperen y utilizar contra ella todas las armas de las que solo es posible adquirir en cualquier escuela del partido. El líder debe imponerse por cualquier vía para lograr que lo respeten y si logra que le teman, será en todo momento el dueño de cualquier situación, la masa es pendeja y siempre debe repetírselo interiormente antes de enfrentarla. Todos abandonaron sus improvisadas camas de losas y se dirigieron a la tribuna donde rodearon al espontáneo líder. Cuando hubo reinado el orden y el silencio, con la maestría que caracteriza a todos esos tipos con carnet rojo, se dispuso a ofrecerles aquel discurso casi improvisado.

 

-¡Compañeros, atiendan acá! Yo sé que muchos de ustedes se encuentran desesperados por partir hacia sus ciudades, pero nos encontramos ante un gran problema. En estos momentos ha arribado a nuestro puerto un buque procedente de una misión internacionalista y quince de sus tripulantes tiene que viajar hacia La Habana. Solo disponen de pocas horas para visitar a su familia y regresar con tiempo para relevar a sus compañeros. Por lo tanto, la oferta de pasajes se verá afectada a la población. Se oyeron prontas protestas de parte de aquel desesperado público y la reacción de aquel brillante dirigente opacó todo intento de sublevación. -¡Oigan muy bien! Ustedes se encuentran en esta ciudad por la celebración de los carnavales, mientras esos compañeros se encontraban jugándose la vida en una misión internacionalista, cualquier manifestación en contra de la decisión tomada por nuestro partido y las máximas instancias de esta revolución, será interpretada como un acto contrarrevolucionario. Reinó un silencio total y la manada se fue retirando hacia los pedazos de losas donde continuarían durmiendo hasta que ocurriera un milagro. Después de aquella concentración espontanea nos acercamos a la ventanilla donde obtuvimos nuestras boletas de embarque y partimos hacia el Prado cienfueguero a disfrutar de unas buenas “pergas” de laguer.

 

 Alrededor de la una o dos de la madrugada de aquel día llegamos a la terminal de ómnibus de La Habana, el servicio de transporte urbano se encontraba casi paralizado por las festividades y era imposible tomar una guagua con equipaje. No tuve otra opción que hacer la cola para tomar un taxi que se dirigiera a Luyanó. Las esperanzas de llegar a la casa eran remotas y nos sorprendían los primeros claros de la mañana. Sentado sobre el equipaje por falta de asientos y de muy mal humor por la demora, que ya sobrepasaba el tiempo empleado en el viaje desde Cienfuegos, llega un viejo algo alterado como yo a preguntarme algo.

 

-Compañero, ¿para dónde va usted? Sin levantarme lo miré de arriba-abajo y le respondí a secas con muy mal humor.

 

-Yo voy para mi casa. Aquel viejo dio un saltó por mi inesperada respuesta y retrocedió dos pasos adquiriendo una posición de guardia como la de los boxeadores en una pelea.

 

-¡Chico! Tú eres un comemierda, ¿qué carajo me interesa que vayas para tu casa o a una posada? ¡Mira, es más! Sale pa‘fuera que te voy a descojonar. No le quité la vista a aquel viejo fuera de fonda y capaz de todo en medio de su locura. Yo sabia lo que me estaba preguntando, pero era tanto el enojo cargado que no me dio la gana de complacerlo. Resulta que en la puerta lateral de la Terminal de Ómnibus de La Habana se tomaban los taxis y las colitas se realizaban por municipios. Sucedió lo que tanto temí, llegó una guagüita que ofrecía los servicios de taxi colectivo y tuve que montar obligado en ella. Estuve dando vueltas por Luyanó y barios fronterizos hasta las nueve de la mañana.

 

-¡Caballeros! Llévense a ese viejo de mierda antes de que le dé una patada en el culo y lo descojone todo. Les pedí a los que se encontraban cerca de mí en la cola. La gente colaboró enseguida de muy buen humor, una parte de ellos destilaban olor a cerveza de pipa por la boca. Hacía más de doce horas que había salido del barco y gracias a la idea de aquel pícaro con el truco de los cigarros, me encontraba esa mañana en La Habana. En Cuba todo es posible, hasta imaginarse que se vive en un parque jurásico.

 

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá

25-12-2001

 

 

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jueves, 13 de julio de 2023

LA GUAGUA: Viaje de La Habana-Nuevitas.


 

LA GUAGUA:  Viaje de La Habana-Nuevitas.


Motonave "Habana", escenario de esta historia.


El barco llevaba más de un mes esperando por unas toneladas de azúcar con destino a Canadá, nos encontrábamos atracados en el muelle de Pastelillo y ante la demora decidieron darle franco a una parte de la tripulación. En esa época Nuevitas era un pueblo en estado de sitio, no porque fuera establecido por medidas dictadas por el gobierno o algún estado de guerra. Sus pobladores adoptaron una actitud de auto reclusión a partir de las ocho de la noche, existía un aumento de los asaltos y violaciones producidos por el personal dedicado a la construcción de las plantas de fertilizantes y la termoeléctrica, casi todos eran palestinos. Un tiempo atrás, no muy distante, se disfrutaba de las bondades que ofrecía aquel pueblecito y su gente. No poseía muchas ofertas para el visitante y tampoco eran necesarias o apremiantes, las existentes podían satisfacer las demandas de su población y los pocos visitantes en tránsito. Debe recordarse que para esas fechas la isla conservaba -solo en apariencias- el himen de la inocencia proletaria. Unos años más tarde, aquel supuesto paraíso, se le abría de piernas a cualquier turista por los mismos precios impuestos por las CUFLETERAS, solo que las hijas de ellas se enfocaron en productos alimenticios cuando el “Período Especial”. En fin, salías a la calle y solo encontrabas a tu paso grupos de “Palestinos”. Debo confesar que muchos marinos fuimos contagiados por el temor que sentía la gente de aquel pueblo y palpamos la posibilidad de ser asaltados en cualquiera de sus recovecos. Los pocos lugares de esparcimiento fueron abordados por aquellas violentas manadas y de muy poco servía acceder a ellos, si al pasar a su interior solo encontrabas machos bebiendo ron a capella. Una sola muestra de los tiempos que corrían lo constituyó una “cojita” muy popular, era joven y de bello rostro. Al parecer había sido víctima de la poliomielitis y sus extremidades se mostraban casi secas, andaba y era muy ágil con el uso de muletas, podías encontrarla en cualquier lugar de Nuevitas o Tarafa a cualquier hora e intercambiar bromas con ella. Nos contaron en otro viaje que aquellos palestinos violaron a la cojita, le robaron las muletas y la dejaron colgada en un árbol, solo colgada, no ahorcada. ¿Lo peor? Aquellos palestinos llegaron para quedarse y organizaron microbrigadas para construirse edificios de apartamentos. Aquella invasión por ellos realizada a lo largo de toda la isla, se detuvo en el Cabo de San Antonio por la barrera que el mar les impuso, después de ellos nada fue igual en aquel tranquilo y limpio pueblo.

 

 El viaje de Nuevitas-Habana y viceversa tomaba unas doce horas en aquellos ómnibus Leyland de entonces. Llegué a la capital en horas tempranas de la mañana y a eso de las diez, recibí una llamada desde el barco solicitándome regresar. Las operaciones de carga habían continuado y se esperaba salir al día siguiente. En ese tiempo existían dos salidas para ese pueblo y hacia la capital del país, una en la mañana y la otra en horas de la noche. Nosotros teníamos una boleta de viaje que nos daba prioridad sobre otro viajero de la lista de espera o fallos, razón por la que me puse de acuerdo con uno de los oficiales del barco para encontrarnos en la terminal esa noche.

 

Como norma general de la época que les narro, ningún sitio de todo el trayecto brindaba la posibilidad de llevarse un bocado al estómago, hablo de una situación compartida en todo el país. No fueron pocas las oportunidades en las que atravesé la isla desde Santiago de Cuba hasta La Habana con el estómago vacío. Todas esas anormales circunstancias nos preparaban física y psicológicamente para la guerra. Adoptamos costumbres que solo eran vistas en las películas que nos imponían del Este, viajábamos acompañados de jabitas en todo momento, como si se tratara de otro órgano perteneciente a nuestro cuerpo. Cuando los viajes eran largos, procurábamos cargar algo de comer y beber, poco nos faltó para viajar con un tibol portátil ante la imposibilidad de encontrar un baño en cualquiera de las terminales de ómnibus a lo largo de nuestros recorridos.

 

Ese día y como ya se había convertido en una tradición, mi novia me preparó un pan con bistec (hablo de esa dulce y hoy tenebrosa época de nuestras vidas, donde existían unos animales de cuatro patas llamados reses). Ya habían impuesto la distribución de carne cada quince días, después serían dos entregas de pollo y una de carne y finalmente las reses no aparecían ni en un centro de espiritistas, se fueron al cielo y a las neveras del Comité Central. La esposa de aquel Oficial llamado Ricardo Puig Alcalde, joven que entonces ocupaba la plaza de Tercer Oficial del buque Habana y yo la de timonel, le había preparado también un pan con algo. Unas veces eran con “sorpresa” y otras con “intriga’, el asunto era tener algo que nos cayera en el estómago cuando las tripas comenzaban a protestar. Partimos sin ninguna dificultad a las once de la noche de la terminal de ómnibus de La Habana en una guagua repleta de un pasaje varonil, imagino que hoy sería calificado como un acto machista. Casi todos los asientos poseían en el respaldar del asiento anterior una especie de compartimiento donde colocar revistas u otros pequeños paquetes. Allí coloqué cuidadosamente mi cartuchito con el pan con bistec y una botellita de agua para ayudar a bajarlo, solo tenía que esperar a que las tripas me sonaran para devorarlo. Aproximadamente a las tres de la madrugada mi estómago funcionó como un despertador y mi mano se dirigió con automática precisión hasta la funda donde había guardado mi bocadito. Que desilusión sufrí al comprobar que aquella bolsita fabricada de una malla elástica se encontraba vacía, la ira invadió todo mi ser empujado por los reclamos de mi estómago y de verdad, no pude contenerme y di rienda suelta a toda la ira acumulada en segundos con el uso de un idioma muy bien conocido en el patio. Así, enojado y hambriento, encabronado y con las tripas pegadas al alma, caí en medio de aquel estrecho pasillo y comencé a desahogar mi rabia, mis penas, mi hambre, mi frustración, mi encojonamiento. A mi mente solo acudieron las palabras incorrectas que muchas damas no desearían escuchar o leer en sus vidas.

 

-¡Me cago en la madre del hijoputa que se comió mi pan con bistec! Grité a viva voz para que todos despertaran y sintieran mi enojo.

 

-¡Oiga, compañero! Que está manifestando palabras obscenas. Oí desde uno de los asientos traseros y la reacción fue más grave.

 

- ¡Oye tú, compañero la pinga, pa'que lo sepas! Le contesté mientras Puig trataba de llevarme nuevamente hacia el asiento jalándome por una pata del pantalón.

 

-¡Pero mire, camarada!... Intentó intervenir otro y no le di tiempo a completar su expresión.

 

-¡Camarada, ni cojones! Esta guagua está llena de ladrones e hijoputas. ¡Claro, deben suponer que yo no me había superado tanto y no expresaría tan cultamente “ladrones e hijoputas”! Lo correcto para mi nivel de barrio o municipal era decir a toda voz; “ladrones y hijos de putas”. Pero bueno, tampoco estoy aquí para darles clases de español, solo contarles lo que ocurrió en aquella puta guagua. Casi todos se despertaron y transformaron aquella amarga situación en una obra de teatro bufo, todo resultó ser un bonche para la totalidad de los hijoputas que viajaban a bordo de aquella Leyland. El chofer paró la guagua en medio de aquella angosta carretera Central y encendió las luces del pasillo.

 

-¿Caballeros, que pasó aquí?. Preguntó el que venía descansando, mientras el otro continuaba en el asiento junto al timón y seguía todos los movimientos por el espejo retrovisor.

 

-¡Nada, compadre! Que he traído un pan con bistec y un hijo de la gran puta de los que van para Nuevitas me lo ha robado y estoy partido del hambre. Le contesté.

 

-¡Coño, compañeros! Parece mentira que a estas alturas de nuestra historia sucedan cosas así. Manifestó el chofer con seriedad y todos los canallas se echaron a reír, pocos minutos después el viaje continuó. Puig me brindó la mitad de su pan y los pasajeros se volvieron a dormir. ¿Lo peor? Resulta que aquellos hijos de la gran puta no eran Palestinos, eran de la capital y ya estaban contagiados, el país iba en picada hacia la mierda. Al día siguiente zarpamos rumbo a St. John de New Brunswick y no quiero recordar el frío que había, los exagerados cambios de marea, aquellos putos calabrotes de henequén congelados, las pendejas botas de frío inventadas en Cuba con piel de conejo y la preocupación sentida por la suerte de la cojita con aquella pregunta casi eterna, ¿La habrán bajado del árbol donde la colgaron aquellos putos palestinos?... Puig falleció no hace mucho tiempo en La Florida, ya quedamos pocos de los que dimos aquel viaje y no sé si me pondré el traje de palo en Montreal. Creo que corría el año 1968, tampoco me crean mucho, ya ando disparando a todos lados como mi hermano Eduardo Ríos y años más o menos me valen vergas. ¡Estoy Vivo!

 

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá

25-12-2001.

 

 

 

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miércoles, 12 de julio de 2023



 

LA GÜAGUA: VIAJE BAHÍA HONDA-LA HABANA

 

Motonave "Renato Guitart", escenario de esta historia.


Hace solo unos minutos hablaba con mi inseparable amigo Eduardo Ríos Pérez por teléfono, hoy se encuentra en Miami. Ambos estudiamos juntos para Oficiales de la marina mercante cubana, compartimos aquella experiencia de ser profesores de Navegación en la Academia Naval del Mariel, en fin, fuimos y somos grandes amigos. Nos reímos mucho con esta ocurrencia de él en aquel pueblo.

 

Me encontraba de Segundo Oficial de la motonave “Renato Guitart” y tenía cuadrado presentar un problema familiar. intentaría provocar mi desenrolo para dejar vacante mi puesto casi a la hora de la salida y que aquella pequeña crisis obligara a la Empresa a ascender a otro gran amigo común llamado Jorge Marcos Joan (alias Cebolla, ya fallecido). En esa oportunidad invité a Ríos a que fuera conmigo hasta Bahía Honda para que me ayudara en la operación de la entrega del cargo. No solo eso, lo entusiasmé diciéndole que en aquel pueblo se encontraban liberados el ajo y la salsa Vita Nova, algo regulado por la libreta de abastecimiento en toda la isla, no le mentía. Bueno, Ríos aceptó porque una vez me había llevado con un cuento parecido hasta el puerto de Santa Lucía en Pinar del Río. Como un gesto de buena voluntad y demostración de que no cometería ninguna locura en el camino, me llevé al menor de mis cuñados a cuestas para que de paso viera por primera vez un barco por dentro. Nuestras esposas, muy entusiasmadas por aquello del ajo y la salsa Vita Nova nos dieron dinero suficiente para una buena compra. Debe tenerse en cuenta que éramos jodedores, pero en términos generales les dábamos el dinero del mes. Bueno, si antes no agarrábamos una de las nuestras. En ese caso lo entregábamos también, pero incompleto.

 

Toda la entrega transcurrió dentro de los parámetros que pudieran considerarse normales para la época, le hice formal entrega del cargo a nuestro amigo Cebollas, ya habían “integrado” a un Tercer Oficial para que cubriera mis guardias. El Capitán era Pedro J. Ferreiro Casas y se encontraba ausente desde que el barco atracara. Vale destacar que nosotros fuimos los que inauguramos, aun sin concluir su construcción, aquel único atraque que existió a la entrada de la bahía. Al frente de su construcción se encontraba un negro muy fuerte que había sido combatiente y conocíamos de La Habana, se llamaba Richard, hace varios años que ese sitio se usa como desguazadero de barcos. Yo recuerdo haber visitado ese mismo puerto unos años atrás a bordo de la motonave “Habana” y atracamos en un muellecito muy próximo a un central azucarero que allí existía.

 

El Primer Oficial era el negro Wilfredo Pineda, quien también andaba volando bajito. O sea, el de mayor rango por cubierta era yo y todo marchó con normalidad hasta unos días antes de mi entrega. Ese día nos complicaron la vida a mí y a Cebolla, resulta que llegó un camión cargado de cervezas y le pregunté al chofer si eran para el viaje a realizar. ¡Vaya, que buena respuesta me dio aquel chofer! -¡No, esa cerveza es para consumir mientras estén en la costa! Es muy seguro que él no supiera lo que estaba diciendo y nosotros tampoco estábamos para analizar sus palabras, las tomamos muy en serio y desde ese instante comenzamos a consumir lo que teníamos asignado. No voy a extenderme mucho, pasamos varios días sin abandonar el barco los tres relevos y de noche organizábamos una cangrejada. Armados de linternas, sacos y cubos recorríamos aquel trozo de costa cazando cangrejos, deben imaginar que amanecíamos chupando muelas que nuestro cocinero “El Trucu” había pasado por un enorme caldero y sazonaba muy especial para la ocasión, El Trucu también era alcohólico. Como al tercer o cuarto día tomamos una tregua y fui por mi relevo, Cebolla quedó al frente del barco y como Richard no se había perdido un solo día de aquel festín, puso un camión de la obra al servicio de la brigada que saldría para La Habana. ¡Que vacilón! Aquello no lo tumban y tampoco lo arreglan.

 

Al día siguiente de haber firmado ambos el acta de entrega y cargando aun la resaca de la última borrachera a bordo de ese barco, nos dirigimos Ríos, mi cuñadito y yo hasta una playita en el bote salvavidas del barco, vale destacar que no llegaban guaguas al nuevo puerto. Hasta la llegada nuestra a la mencionada playita todo marchaba de acuerdo con nuestros planes, pero desafortunadamente al atracar en un pequeño y rustico muellecito dispuesto para lanchas y botes, comenzó a llover torrencialmente y no tuvimos otra opción que esperar en un barcito que allí existía. ¡Qué les cuento! A los pocos minutos de nuestra arribada comenzó un “disparo de laguer” en aquel barcito, muy bien recibido por nosotros, gente carente de fondo y siempre insatisfecha, muy dadas a la cerveza, ron, aguardiente, mofuco, alcohol de 90, walfarina, etc., lo que cayera. La cerveza era una bebida muy fina y no desaprovechamos la oportunidad, comenzamos a beber en aquel solitario lugar acompañados por una agradable turbonada tropical.

 

Nos bebimos el dinero que siempre nos acompañó en escasas oportunidades, luego continuamos con el ofrecido por nuestras esposas para comprar ajo y salsa Vita Nova. Cuando ya no había nada por consumir seguimos con el dinero del pasaje, es cierto que cuando uno tiene cuatro tragos encima le da lo mismo chicha que limoná. Nada tiene importancia, ni nada se toma en serio, el asunto es vivir el momento y en esa estábamos como buenos cubanos. Al final solo nos quedaba un menudo para montar en la aspirina que nos llevaría hasta el pueblo de Bahía Honda, eso sí, éramos muy felices. Estábamos alegres y nos cagábamos entre risas del ajo, del Vita Nova, del pasaje y hasta del cuñadito que yo llevé conmigo para que viera por primera vez un barco. Era un chamaquito, pero como le empujamos dos o tres cervezas se encontraba feliz también y eso nos satisfacía.

 

Con Ríos acabado de llegar a Miami.

Escampó y nos montamos en una aspirina (no olvidemos que el precio del pasaje era solo de 5 centavos), bueno, nos quedaron algunos centavitos en los bolsillos, pero insuficientes para poder viajar hasta La Habana. Al llegar a Bahía Honda vimos un ómnibus interprovincial parqueado y en espera de pasaje para partir. Ríos era un loco en estado normal, con cuatro tragos atravesados en su camino era peor, ya yo estaba acostumbrado -más o menos- a sus sorpresas, solo que esta vez se excedió mucho de mis cálculos.

 

-Nagüito ( su palabra preferida o monono), tenemos que pirarnos en esta rufa. Me dijo y se lo tomé como una broma.

 

-Compadre tú estás loco, no hay varos para eso. Le contesté tranquilamente.

 

-Nagüito te digo que nos piramos en esa rufa, confía en mí que me mando una jeta de salir. No tenía remota idea de lo que estaba fabricando su cabeza, el cuñadito solo nos miraba y se reía, creo que aparte de los traguitos sintió un poco de miedo en quedarse botado lejos de su casa, todavía continuaba muy agarrado a la falda de mi suegra,.

 

-Asere, ¿qué número de espanto vas a soplar en este pueblo?

 

-Nada compadre, tú sabes que este país está lleno de patriotas, voy a pasar el cepillo dentro de la guagua en nombre del internacionalismo. Tuve que reírme y no creí que él se atreviera a tanto, pero me equivoqué.

 

-¡Coño! Está dura esa, tú sabes que la gente en este país no es comemierda.

 

-Oiga compadre a cualquiera le venden gato por liebre en este país, la gente solo anda puesta para el ajo y la salsa Vita Nova, la mente no les da para más, tú verás. Ríos se subió en aquella guagua con su uniforme y charreteras, con su gruesa y quebrada voz se paró en medio del pasillo y dijo lo siguiente;

 

-¡Compañeros, atiendan acá! Hace solo unas horas nuestro barco arribó de cumplir una misión internacionalista en Angola. Dentro de pocas horas debemos partir de nuevo y como el tiempo es tan corto no nos han pagado, necesitamos la colaboración de ustedes para viajar hasta La Habana y de paso ayudar a un pobre recluta que viene con nosotros (ese era mi cuñadito). Yo estaba parado junto a la puerta aguantando la risa y vigilado por el cabrón chofer, un habanero que no se tragó el cuento, pero que tampoco dijo nada. Ríos era un salvaje de la calle y no se había equivocado, terminando sus palabras surgió una patriota que alzó una mano con diez pesos, luego la imitaron otros pasajeros. Ríos le pasó el cepillo a toda la guagua y lo vi descender con la mano llena de dinero hasta la casilla donde vendían los pasajes, después subió y dio otra arenga;

 

-¡Atiendan acá, compañeros! Han sobrado cuatro pesos de la colecta y como la compañera aportó diez. Dijo señalando a la más patriota. -Creo que es justo se le devuelva a ella el sobrante, muchas gracias, “compañeros” (nunca debe faltar esa palabra para darle toque de patriotismo a cualquier acción) Todos nos dirigimos hasta el último asiento donde dormimos plácidamente el efecto de aquellas cervezas, luego, nos despertamos en la capital. Al llegar a la casa tenía olor a cerveza (cualidad que posee la fabricada en Cuba, tienen más fijador que cualquier perfume francés). Mi esposa supo de antemano que los ajos y la salsa Vita Nova se habían ido al carajo.

 

 

 

Esteban Casañas Lostal

Montreal..Canadá

2001-12-25

 

 

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Post Data.- Anoche estuve conversando con Ríos hasta las 10:40 de la noche, es de suponer que regresamos al pasado y siempre mencionamos a alguien, buenos, malos o regulares. Me habla algo bajito de alguna cabronada que hicimos cuando éramos jóvenes, habla así para no molestar a su esposa. Entonces nos reímos en voz alta y la imagino alzando la oreja tratando de adivinar algo. ¡Mira, eso! Se nos pasó recordar esta barbaridad. Ríos hace años que vive en Miami y yo en Montreal, aquel cuñadito también vive en la Ciudad del Sol hace un tiempo. Ninguno de los tres fuimos capaces de predecirlo en aquellos tiempos o montarnos en la máquina del tiempo para llegar hasta aquí, tampoco conocíamos a Walter Mercado para consultarlo.

 


Esteban Casañas Lostal

Montreal..Canada

2023-07-12

 

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jueves, 6 de julio de 2023

BARCOS QUE PERTENECIERON A LA EMPRESA DE NAVEGACION CARIBE (56)


BARCOS QUE PERTENECIERON A LA EMPRESA DE NAVEGACION CARIBE (56) 

Buque Tanque "Mercurio" cuando era búlgaro.


Buque tanque "Mercurio"

Buque tanque de bunkering.

Astillero: Ivan Dimitrov.

Lugar de construcción: Rousse, Bulgaria.

Casco nº:                     Sociedad clasificadora: BKR

Matrícula:                    Señal distintiva: LZIR                      IMO: 8828628

Tripulantes:                  Pasajeros: 0            

GT: 886                       TRN:                           DWT: 1.500                 D:

Eslora: 59,80               Manga: 10,50               Puntal:                         Calado: 5,00

Bodegas:                     E. P.:                           TEUs:

Carga granel: p³           Carga general: p³         Carga frigorífica: p³

Tanques: 0                                                      Carga líquida: p³.

Equipos de cubierta (Cantidad x toneladas):

Capacidad combustible: m³                              Consumo diario:

Dos motores diésel; T; cilindros ()

Calderas:

bHP.                            Hélices:                       Velocidad: nudos.

19. Puesta en gradas.

19. Botado para Transimpex Bunker, Varna. Bautizado ARCHAR. (Bulgaria)

1971. Alistado.

20. Empresa de Navegación Caribe, La Habana. Rebautizado MERCURIO. (Cuba)

2012. 13 de Julio. Inactivo.



Buque Tanque "Mercurio" cuando era búlgaro.


Buque Tanque "Mercurio" cuando era búlgaro.


Buque Tanque "Mercurio" cuando era búlgaro.





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