sábado, 15 de julio de 2023

LA GUAGUA: Viaje de Cienfuegos- La Habana.



LA GUAGUA: Viaje de Cienfuegos-La Habana.


Motonave "Jiguaní", escenario de esta historia.


Recuerdo que llegamos a esa ciudad a bordo del buque “Jiguaní” procedentes de Montreal, la gente se encontraba en plena celebración carnavalesca y cuando eso ocurre, el mundo deja de girar o simplemente no existe. La tarea urgente que domina la mente de una gran mayoria de los cubanos es mover el culito y tomarse una perga de cerveza. Vale destacar que por aquellos tiempos el carnaval era una festividad a la que acudían muchos seres carentes de recursos, creo que es la única fiesta a la que pueden asistir la mayoría de los trabajadores a lo largo de todo un año. Cada pueblo o provincia lo celebra acorde a sus tradiciones y en algunas ciudades son realizados durante una semana continua.

 

En fin, luego de arribar a Cienfuegos liberaron -como era costumbre- a un tercio de la tripulación de franco y cada cual partió a sus ciudades de origen. La mayoría de aquel grupo éramos de La Habana y nos dirigimos hacia la terminal de ómnibus. El insalubre y reducido local se encontraba atestado de personas que pernoctaban en el suelo como gitanos, muchas de ellas acompañadas de niños. Era una escena dantesca la que ofrecían aquella manada de indigentes que invadió aquella siempre limpia y tranquila Perla del Sur. El Alcohol desinhibe al ser humano de todo síntoma de moral o vergüenza y en muchos casos los presenta como vulgares animales. No le encuentro mucha justificación viajar desde tan lejos para participar en un evento que, había perdido todo su encanto desde hacía muchísimo tiempo. Más que disfrutarlo, exigía de la persona ciertos sacrificios para consumir algún producto o simplemente realizar cualquier necesidad humana tan simple como orinar. Una gran parte del preciado tiempo que normalmente sería destinado a divertirse se debía emplear para realizar agotadoras colas. Tampoco resultaba muy sencillo comprar un vaso de cerveza, unas croquetas, pedazos de pizzas, refrescos, etc., debías disputarla a codazos o empujones entre una jauría muy violenta, hambrienta y sedienta. La manada disponía de un tiempo que no estaba a nuestro alcance, el franco concedido era limitadísimo y de nuestro regreso dependía la salida de los tripulantes que quedaron a bordo. El ambiente nauseabundo y agresivo reinante en aquella terminal, no nos ofrecía garantías algunas de poder partir esa noche hacia La Habana, situación que nos pedía a gritos fuéramos creativos. Así fue, como todos sabemos, el que hizo la ley también hizo la trampa y ya en esas fechas podíamos considerarnos muy buenos tramposos. Estábamos en una parte de Cuba y nosotros éramos cubanos, la isla se encontraba sumida en una grave crisis económica y la gente había aprendido muy bien, yo diría con calificaciones excelentes, pues la gente se dedicó a vivir y lucrar con el dolor ajeno. La población solo disponía de los cigarros que ofrecían por la libreta de racionamiento (algo increíble en un país que siempre fue exportador de tabaco), se podía observar a ciudadanos recogiendo colillas en la calle y en esa desagradable ecuación nosotros ocuparíamos un puesto muy importante.

 

La gente necesitaba fumar y nosotros necesitábamos viajar en guagua. Ellos no tenían cigarros y nosotros andábamos armados hasta los dientes, porque en esas fechas aún no habían limitado las cantidades que podíamos comprar a bordo. El posadero era vicioso al tabaco, lo eran también los taxistas, el Carpeta de un hotel, el Capitán de un restaurante, el vendedor de pasajes en Cubana de Aviación y hasta el vendedor de flores para los muertos. Vivíamos en una isla donde se fuma desde temprana edad y se bebe ron con la misma sed del que anda en camellos por el desierto de Sahara. Todo andaba patas arriba, los fumadores no tenían tabaco y los borrachos andaban bebiendo walfarina destiladas en casas. Experimentábamos los efectos de la “Ofensiva Revolucionaria” con su ley seca y la Zafra de los 10 millones que nunca fueron, toda una verdadera locura. Nosotros teníamos lo que ellos necesitaban y ellos tenían lo que nosotros necesitábamos. Solo debíamos actuar como los indios y los españoles cuando la conquista, el dinero no tenía valor, estábamos obligados a cambiar oro por espejitos.

 

Uno de aquellos tripulantes -el más pícaro- se encargó de hacer una “vaquita” (colecta), donde cada uno de los integrantes aportó dos cajetillas de “Populares”. Al final de aquella vaquita teníamos unas 30 cajetillas de cigarros dentro de un cartucho. Con ese preciado material que tendría un valor total de $900.00 pesos, partió convencido de su éxito a negociar con el jefe de tráfico de aquella terminal.

Minutos antes de la venta de los pasajes para el ómnibus que saldría a las ocho o nueve de la noche, aquel jefe se subió a una de las pocas mesas allí disponible para dirigir un discurso a esa parte aguerrida de nuestro pueblo.

 

-¡Atiendan acá, compañeros! Manifestó el individuo con la autoridad que emana de todo “dirigente”, no crean que es sencillo enfrentar a las masas, se requiere de un don especial que no todo ser humano posee. A la manada se debe impresionar, asaltarla emocionalmente cuando menos lo esperen y utilizar contra ella todas las armas de las que solo es posible adquirir en cualquier escuela del partido. El líder debe imponerse por cualquier vía para lograr que lo respeten y si logra que le teman, será en todo momento el dueño de cualquier situación, la masa es pendeja y siempre debe repetírselo interiormente antes de enfrentarla. Todos abandonaron sus improvisadas camas de losas y se dirigieron a la tribuna donde rodearon al espontáneo líder. Cuando hubo reinado el orden y el silencio, con la maestría que caracteriza a todos esos tipos con carnet rojo, se dispuso a ofrecerles aquel discurso casi improvisado.

 

-¡Compañeros, atiendan acá! Yo sé que muchos de ustedes se encuentran desesperados por partir hacia sus ciudades, pero nos encontramos ante un gran problema. En estos momentos ha arribado a nuestro puerto un buque procedente de una misión internacionalista y quince de sus tripulantes tiene que viajar hacia La Habana. Solo disponen de pocas horas para visitar a su familia y regresar con tiempo para relevar a sus compañeros. Por lo tanto, la oferta de pasajes se verá afectada a la población. Se oyeron prontas protestas de parte de aquel desesperado público y la reacción de aquel brillante dirigente opacó todo intento de sublevación. -¡Oigan muy bien! Ustedes se encuentran en esta ciudad por la celebración de los carnavales, mientras esos compañeros se encontraban jugándose la vida en una misión internacionalista, cualquier manifestación en contra de la decisión tomada por nuestro partido y las máximas instancias de esta revolución, será interpretada como un acto contrarrevolucionario. Reinó un silencio total y la manada se fue retirando hacia los pedazos de losas donde continuarían durmiendo hasta que ocurriera un milagro. Después de aquella concentración espontanea nos acercamos a la ventanilla donde obtuvimos nuestras boletas de embarque y partimos hacia el Prado cienfueguero a disfrutar de unas buenas “pergas” de laguer.

 

 Alrededor de la una o dos de la madrugada de aquel día llegamos a la terminal de ómnibus de La Habana, el servicio de transporte urbano se encontraba casi paralizado por las festividades y era imposible tomar una guagua con equipaje. No tuve otra opción que hacer la cola para tomar un taxi que se dirigiera a Luyanó. Las esperanzas de llegar a la casa eran remotas y nos sorprendían los primeros claros de la mañana. Sentado sobre el equipaje por falta de asientos y de muy mal humor por la demora, que ya sobrepasaba el tiempo empleado en el viaje desde Cienfuegos, llega un viejo algo alterado como yo a preguntarme algo.

 

-Compañero, ¿para dónde va usted? Sin levantarme lo miré de arriba-abajo y le respondí a secas con muy mal humor.

 

-Yo voy para mi casa. Aquel viejo dio un saltó por mi inesperada respuesta y retrocedió dos pasos adquiriendo una posición de guardia como la de los boxeadores en una pelea.

 

-¡Chico! Tú eres un comemierda, ¿qué carajo me interesa que vayas para tu casa o a una posada? ¡Mira, es más! Sale pa‘fuera que te voy a descojonar. No le quité la vista a aquel viejo fuera de fonda y capaz de todo en medio de su locura. Yo sabia lo que me estaba preguntando, pero era tanto el enojo cargado que no me dio la gana de complacerlo. Resulta que en la puerta lateral de la Terminal de Ómnibus de La Habana se tomaban los taxis y las colitas se realizaban por municipios. Sucedió lo que tanto temí, llegó una guagüita que ofrecía los servicios de taxi colectivo y tuve que montar obligado en ella. Estuve dando vueltas por Luyanó y barios fronterizos hasta las nueve de la mañana.

 

-¡Caballeros! Llévense a ese viejo de mierda antes de que le dé una patada en el culo y lo descojone todo. Les pedí a los que se encontraban cerca de mí en la cola. La gente colaboró enseguida de muy buen humor, una parte de ellos destilaban olor a cerveza de pipa por la boca. Hacía más de doce horas que había salido del barco y gracias a la idea de aquel pícaro con el truco de los cigarros, me encontraba esa mañana en La Habana. En Cuba todo es posible, hasta imaginarse que se vive en un parque jurásico.

 

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá

25-12-2001

 

 

xxxxxxxxxxxx

No hay comentarios:

Publicar un comentario