LAS BATALLAS NAVALES DE LA EMPRESA DE NAVEGACION
MAMBISA.
Por Eduardo Ríos Pérez.
-¡Señor, los perros están ladrando!
-Sancho, dejad que los perros ladren, es señal de que
cabalgamos'.
Nada, solo un pedacito de El Quijote, un clásico
escrito por Cervantes, quien peleó en unas de las batallas navales más grande
que cambió el destino del mundo, allá en el Golfo de Lepanto. Una guerra de la
Cristiandad contra el Imperio Otomano, cientos de barcos hundidos y miles de
marinos muertos, pero de eso hace ya muchos siglos, ocurrió por el mes de
Octubre de 1571. Por esas fechas los perros aún ladraban, ahora ellos solo lamen.
Las batallas de hoy son muy diferentes, aunque en
Mambisa se han hundido varios buques por negligencia, impericia y politizados
navegantes casi siempre. No me refiero a esas batallas, son otras donde los
protagonistas no hubiesen inspirado a Miguel de Cervantes Saavedra a escribir
el Quijote. Sería de muy mal gusto que cuando Sancho le gritara:
-¡Señor, que
los perros lamen! Y que indignado aquel hidalgo Caballero que luchara contra
molinos le contestara:
-Sancho, dejad que los perros sigan lamiendo, es
señal de que navegamos en Mambisa.
Siempre he dicho que los buques de Mambisa se me
parecen a una cárcel, la chimenea con el logo del machete y la bandera la asemejo
a la garita en cuya posta hay un sicario mirando hacia abajo, controlando toda
la tripulación. La oficina del Capitán similar a la del Orden Interior con
todos los expedientes de los reos, informantes, chivatones, clavistas, perros
lameadores etc. El Rastrillo (término carcelario), los pasillos que te conducen
al comedor, salones, camarotes o celdas. La Cubierta Principal viene siendo en
mi algo agotada mente de exconvicto, el patio para coger sol los reclusos y por
último el portalón, la puerta para salir del penal.
Cuando era marinero de Cubierta navegué con un Contramestre
y un Pañolero que venían de la vieja guardia. Hablo de marinos que vivían para
el barco y a él se entregaban en cuerpo y alma. Siempre andaban por cubierta mirando
hacia arriba, buscando algo. Con aquellas vistas de águilas podían detectar los
cambios o reparaciones debían hacerse en la arboladura. Siempre me decían; los
cerdos no pueden ser marineros porque no miran para arriba, no cesaban, siempre
entorchando cabos, haciendo gasas de alambre, engrasando cables, cambiando patecas,
motones, cuadernales, amantes, amantillos, drizas, etc. Eran incansables, hacían
todo eso mientras mantenían a los marineros en constante labor de mantenimiento
y pintura.
Ellos siempre me buscaban para sus trabajos, hacíamos
un trío inseparable, aprendí el uso del burel, todos los trabajos de recorrida,
ellos amaban su trabajo, amaban el mar. Con picardía me decían en muchas ocasiones;
Aprende bien, porque a ustedes los mandaron para relevarnos a nosotros. Era mi
segundo viaje con ellos y entre nosotros, como que surgió una complicidad espontánea
de confianza. No existía la necesidad de mediar palabras para decirnos algo,
los ojos hablaban por nosotros.
Para la época ya iban desapareciendo los privilegios que,
con tanto esfuerzo, luchas, huelgas, etc., habían conquistado aquellos
verdaderos lobos de mar. Los beneficios de las horas extras, la dieta por no
almorzar o comer en el buque los días libres y hasta los 200 dólares cada dos
años entregados al tripulante para que se comprara su ropa de frío, y otros
logros -al parecer insignificantes- como el coffe time, el break, meriendas al
lugar de guardia etc., se perderían entre consignas y llamados al sacrificio
eterno.
En el Puerto de Barcelona los vi salir juntos una
mañana, ya lejos se voltearon y me dijeron adiós con la mano alzada. Era como
una despedida, sabía que no volverían, confiaron en mí, me sentí muy mal, había
perdido a dos amigos, dos tremendos trabajadores, dos marinos, perdí a mis
maestros. Su ausencia se notó, nos reunieron para hablar horrores de ellos,
tenían razón, ya el relevo estaba a bordo. Con ellos enrolados en nuestras
naves se fue la tradición, la hermandad y nació el chacalismo, la chivatería,
la incompetencia, los pacotilleros, los informantes, el PCC, la UJC, el
Sindicato, las reuniones, los trabajos voluntarios. Después de ese día ya nadie
miraba para arriba, nos volvimos cochinos, hasta el año 1992 que caí preso,
jamás volví a ver marinos como aquéllos.
Llegaron los Comisarios Políticos, individuos sacados
de todas partes, pandilla integrada por oficiales ineptos, pésimos, como Octavio
Justis Casariego, militante del partido comunista. Buena cantidad de Sobrecargos
improvisados, ladrones profesionales que ocupaban el puesto porque eran todos
ellos una bandada de informantes. Rateros que en complicidad con el Capitán se
encargaban de traer bultos de abrigos y botas de frío de pésima calidad que
encargaban al ships chandler y de esa manera robarle miserablemente al marino.
Otros también venían de la calle sin ningún conocimiento de los barcos, vaya
usted a saber que asignatura le impartían a esa gran masa de oportunistas
carentes de nivel educacional, pero llegaron a nuestras naves uniformados y
para más vergüenza, cargando sobre sus hombros charreteras con un “ancla” y
tres rayas más el salario del 1er Oficial. No solo nos quedamos callados ante
esta inmoralidad de pagarle a un parásito, existieron quienes les aplaudieron. Dispusieron
de un asiento en la mesa del Capitán en el comedor y un camarote, muchas veces más
confortable que el del Primer Oficial del buque. Miserables parásitos,
lameadores, chivatos, traidores, poco hombres y conflictivos, cuyos contenidos
de trabajo era como el de un pastor, conducir a su rebaño de carneros. Mientras
aquella gente que no miraba para arriba como los puercos, marchaba felizmente
seducidos con el discurso de aquellos vagos hijos de putas por los senderos del
sistema stalinista totalitario de Cuba. Valiente labor la de esos miserables, quienes
algunos de ellos con su “antigüedad”, superaban el salario de los capitanes de
nuevas promociones y su labor se limitaba a velar que ninguna oveja se desviara
ideológicamente. Su trabajo era observarlo todo, qué leías, qué estaciones de
radio escuchabas, con quién te relacionabas en el extranjero, como vestías, cómo
te expresabas, si colaborabas con la revolución o resultabas indiferente,
desafecto. Los que se proyectaban como “buenas gentes” se prestaban para darte
consejitos en privados, casi siempre en su camarote para impresionarte. Vaya
regañitos que como los puntos de la licencia de conducción se iban acumulando
hasta que te partían las patas. ¡Que cobardes fuimos!
Así era nuestra gloriosa Marina Mercante, brazos
largos de un régimen que utilizaba sus buques no solo en labores comerciales, también
realizamos trabajos sucios, como traer presos cubanos de puertos socialistas, nadie
me lo contó, yo los traje de Varna- Bulgaria. También transportamos bien
custodiadas bebidas finas en el Puerto de Marsella-Francia para el Comandante
en Jefe. Cerrada vigilancia mantenida durante toda la trayectoria por cinco
agentes de la Seguridad del Estado, quienes viajaron desde La Habana
expresamente para cumplir esa misión. Transportamos de todo y ese todo incluyen
los restos de aquellos mercenarios cubanos, quienes perdieran la vida en la
fallida guerrilla del Congo. invasión dirigida por el fracasado Ernesto Guevara,
ya hablaré de eso. Nuestros barcos fueron usados para muchos fines, bien diferentes
a los que fueron concebidos por sus astilleros, por ejemplo; exportar tropas
para Argelia en la M/N Camilo Cienfuegos, también a Siria, Angola, Mozambique,
Etiopia, etc., donde miles de cubanos perdieron la vida.
Hoy, muchos de aquellos capitanes que ocuparon cargos
al más alto nivel en aquella naviera mafiosa, responsables de tantas
violaciones de los tratados marítimos internacionales, no han desaparecido
totalmente. Algunos ya marcharon al infierno con sus amos, pero una parte del
resto de ese grupo, viejos camajanes, cobardes e hipócritas, siguen bien
unidos, más concéntricos que nunca y viviendo en Miami. Disfrutan de un retiro
y un medicare por su octogenaria edad en un país donde no aportaron nada, no
dan la cara, pero nos leen. Tampoco opinan, se esfuerzan en mantener un perfil
bajo como lo que han sido y son cobardes ratas de cloacas. Los más audaces o
desvergonzados muestran sus repugnantes rostros. Exhiben con descaro sus patios,
las piscinas con sus hijos y nietos disfrutando de las bondades del capitalismo.
Después lo mismo, se reciclan, el capo solo cambia su foto del perfil y vuelve
a cambiar y cambiar y todo es un silencio profundo, donde se percibe o respira la
cobardía en la que vivieron y viven. Nada ha cambiado para ellos, sus vidas continúan
siendo las mismas, se revuelcan en el más nauseabundo pantano, como aquel donde
vivieron. Solo que en este tienen comida y todas las bondades que ofrece el
capitalismo, contra el que solapadamente luchan o tratan de contaminarlo con
todo el odio que les sobró en su tierra de origen. Y aún existen seres tan despreciables como
ellos, capaces de apretarles las manos o sentarse en la misma mesa. Todos ellos
pertenecen a la más profunda degradación de la especie humana parida en nuestra
isla.
Los perros de esa flota Naval de Mambisa ahora lamen
las botas yankis.
Nota: Los perros a los que me he referido en la
cagastrófica flota de mambisa, son los animales de dos patas. Sería yo incapaz
de ofender a esos dulces animalitos cuadrúpedos y peludos que al igual que los
ángeles, nos cuidan y dan amor. Los de dos patas ladran y muerden, odian y van
destilando veneno en cada tierra por la que pasan.
Sería de muy mal gusto que cuando Sancho le
gritara:
-¡Señor, que
los perros lamen! Y que indignado aquel hidalgo Caballero que luchara contra
molinos le contestara:
-Sancho, dejad que los perros sigan lamiendo, es
señal de que navegamos en Mambisa.
¡Le ronca los timbales!
Eduardo Ríos Pérez.
La Florida-Estados Unidos
2023-08-09
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