miércoles, 9 de agosto de 2023

LAS BATALLAS NAVALES DE LA EMPRESA DE NAVEGACION MAMBISA. Por Eduardo Ríos Pérez.


 

LAS BATALLAS NAVALES DE LA EMPRESA DE NAVEGACION MAMBISA.





Por Eduardo Ríos Pérez.

 

-¡Señor, los perros están ladrando!

-Sancho, dejad que los perros ladren, es señal de que cabalgamos'.

 

Nada, solo un pedacito de El Quijote, un clásico escrito por Cervantes, quien peleó en unas de las batallas navales más grande que cambió el destino del mundo, allá en el Golfo de Lepanto. Una guerra de la Cristiandad contra el Imperio Otomano, cientos de barcos hundidos y miles de marinos muertos, pero de eso hace ya muchos siglos, ocurrió por el mes de Octubre de 1571. Por esas fechas los perros aún ladraban, ahora ellos solo lamen.

 

Las batallas de hoy son muy diferentes, aunque en Mambisa se han hundido varios buques por negligencia, impericia y politizados navegantes casi siempre. No me refiero a esas batallas, son otras donde los protagonistas no hubiesen inspirado a Miguel de Cervantes Saavedra a escribir el Quijote. Sería de muy mal gusto que cuando Sancho le gritara:  

 -¡Señor, que los perros lamen! Y que indignado aquel hidalgo Caballero que luchara contra molinos le contestara:  

-Sancho, dejad que los perros sigan lamiendo, es señal de que navegamos en Mambisa.

 

Siempre he dicho que los buques de Mambisa se me parecen a una cárcel, la chimenea con el logo del machete y la bandera la asemejo a la garita en cuya posta hay un sicario mirando hacia abajo, controlando toda la tripulación. La oficina del Capitán similar a la del Orden Interior con todos los expedientes de los reos, informantes, chivatones, clavistas, perros lameadores etc. El Rastrillo (término carcelario), los pasillos que te conducen al comedor, salones, camarotes o celdas. La Cubierta Principal viene siendo en mi algo agotada mente de exconvicto, el patio para coger sol los reclusos y por último el portalón, la puerta para salir del penal.

 

Cuando era marinero de Cubierta navegué con un Contramestre y un Pañolero que venían de la vieja guardia. Hablo de marinos que vivían para el barco y a él se entregaban en cuerpo y alma. Siempre andaban por cubierta mirando hacia arriba, buscando algo. Con aquellas vistas de águilas podían detectar los cambios o reparaciones debían hacerse en la arboladura. Siempre me decían; los cerdos no pueden ser marineros porque no miran para arriba, no cesaban, siempre entorchando cabos, haciendo gasas de alambre, engrasando cables, cambiando patecas, motones, cuadernales, amantes, amantillos, drizas, etc. Eran incansables, hacían todo eso mientras mantenían a los marineros en constante labor de mantenimiento y pintura.

 

Ellos siempre me buscaban para sus trabajos, hacíamos un trío inseparable, aprendí el uso del burel, todos los trabajos de recorrida, ellos amaban su trabajo, amaban el mar. Con picardía me decían en muchas ocasiones; Aprende bien, porque a ustedes los mandaron para relevarnos a nosotros. Era mi segundo viaje con ellos y entre nosotros, como que surgió una complicidad espontánea de confianza. No existía la necesidad de mediar palabras para decirnos algo, los ojos hablaban por nosotros.

 

Para la época ya iban desapareciendo los privilegios que, con tanto esfuerzo, luchas, huelgas, etc., habían conquistado aquellos verdaderos lobos de mar. Los beneficios de las horas extras, la dieta por no almorzar o comer en el buque los días libres y hasta los 200 dólares cada dos años entregados al tripulante para que se comprara su ropa de frío, y otros logros -al parecer insignificantes- como el coffe time, el break, meriendas al lugar de guardia etc., se perderían entre consignas y llamados al sacrificio eterno.

 

En el Puerto de Barcelona los vi salir juntos una mañana, ya lejos se voltearon y me dijeron adiós con la mano alzada. Era como una despedida, sabía que no volverían, confiaron en mí, me sentí muy mal, había perdido a dos amigos, dos tremendos trabajadores, dos marinos, perdí a mis maestros. Su ausencia se notó, nos reunieron para hablar horrores de ellos, tenían razón, ya el relevo estaba a bordo. Con ellos enrolados en nuestras naves se fue la tradición, la hermandad y nació el chacalismo, la chivatería, la incompetencia, los pacotilleros, los informantes, el PCC, la UJC, el Sindicato, las reuniones, los trabajos voluntarios. Después de ese día ya nadie miraba para arriba, nos volvimos cochinos, hasta el año 1992 que caí preso, jamás volví a ver marinos como aquéllos.

 

Llegaron los Comisarios Políticos, individuos sacados de todas partes, pandilla integrada por oficiales ineptos, pésimos, como Octavio Justis Casariego, militante del partido comunista. Buena cantidad de Sobrecargos improvisados, ladrones profesionales que ocupaban el puesto porque eran todos ellos una bandada de informantes. Rateros que en complicidad con el Capitán se encargaban de traer bultos de abrigos y botas de frío de pésima calidad que encargaban al ships chandler y de esa manera robarle miserablemente al marino. Otros también venían de la calle sin ningún conocimiento de los barcos, vaya usted a saber que asignatura le impartían a esa gran masa de oportunistas carentes de nivel educacional, pero llegaron a nuestras naves uniformados y para más vergüenza, cargando sobre sus hombros charreteras con un “ancla” y tres rayas más el salario del 1er Oficial. No solo nos quedamos callados ante esta inmoralidad de pagarle a un parásito, existieron quienes les aplaudieron. Dispusieron de un asiento en la mesa del Capitán en el comedor y un camarote, muchas veces más confortable que el del Primer Oficial del buque. Miserables parásitos, lameadores, chivatos, traidores, poco hombres y conflictivos, cuyos contenidos de trabajo era como el de un pastor, conducir a su rebaño de carneros. Mientras aquella gente que no miraba para arriba como los puercos, marchaba felizmente seducidos con el discurso de aquellos vagos hijos de putas por los senderos del sistema stalinista totalitario de Cuba. Valiente labor la de esos miserables, quienes algunos de ellos con su “antigüedad”, superaban el salario de los capitanes de nuevas promociones y su labor se limitaba a velar que ninguna oveja se desviara ideológicamente. Su trabajo era observarlo todo, qué leías, qué estaciones de radio escuchabas, con quién te relacionabas en el extranjero, como vestías, cómo te expresabas, si colaborabas con la revolución o resultabas indiferente, desafecto. Los que se proyectaban como “buenas gentes” se prestaban para darte consejitos en privados, casi siempre en su camarote para impresionarte. Vaya regañitos que como los puntos de la licencia de conducción se iban acumulando hasta que te partían las patas. ¡Que cobardes fuimos!

 

Así era nuestra gloriosa Marina Mercante, brazos largos de un régimen que utilizaba sus buques no solo en labores comerciales, también realizamos trabajos sucios, como traer presos cubanos de puertos socialistas, nadie me lo contó, yo los traje de Varna- Bulgaria. También transportamos bien custodiadas bebidas finas en el Puerto de Marsella-Francia para el Comandante en Jefe. Cerrada vigilancia mantenida durante toda la trayectoria por cinco agentes de la Seguridad del Estado, quienes viajaron desde La Habana expresamente para cumplir esa misión. Transportamos de todo y ese todo incluyen los restos de aquellos mercenarios cubanos, quienes perdieran la vida en la fallida guerrilla del Congo. invasión dirigida por el fracasado Ernesto Guevara, ya hablaré de eso. Nuestros barcos fueron usados para muchos fines, bien diferentes a los que fueron concebidos por sus astilleros, por ejemplo; exportar tropas para Argelia en la M/N Camilo Cienfuegos, también a Siria, Angola, Mozambique, Etiopia, etc., donde miles de cubanos perdieron la vida.

 

Hoy, muchos de aquellos capitanes que ocuparon cargos al más alto nivel en aquella naviera mafiosa, responsables de tantas violaciones de los tratados marítimos internacionales, no han desaparecido totalmente. Algunos ya marcharon al infierno con sus amos, pero una parte del resto de ese grupo, viejos camajanes, cobardes e hipócritas, siguen bien unidos, más concéntricos que nunca y viviendo en Miami. Disfrutan de un retiro y un medicare por su octogenaria edad en un país donde no aportaron nada, no dan la cara, pero nos leen. Tampoco opinan, se esfuerzan en mantener un perfil bajo como lo que han sido y son cobardes ratas de cloacas. Los más audaces o desvergonzados muestran sus repugnantes rostros. Exhiben con descaro sus patios, las piscinas con sus hijos y nietos disfrutando de las bondades del capitalismo. Después lo mismo, se reciclan, el capo solo cambia su foto del perfil y vuelve a cambiar y cambiar y todo es un silencio profundo, donde se percibe o respira la cobardía en la que vivieron y viven. Nada ha cambiado para ellos, sus vidas continúan siendo las mismas, se revuelcan en el más nauseabundo pantano, como aquel donde vivieron. Solo que en este tienen comida y todas las bondades que ofrece el capitalismo, contra el que solapadamente luchan o tratan de contaminarlo con todo el odio que les sobró en su tierra de origen.  Y aún existen seres tan despreciables como ellos, capaces de apretarles las manos o sentarse en la misma mesa. Todos ellos pertenecen a la más profunda degradación de la especie humana parida en nuestra isla.

 

Los perros de esa flota Naval de Mambisa ahora lamen las botas yankis.

Nota: Los perros a los que me he referido en la cagastrófica flota de mambisa, son los animales de dos patas. Sería yo incapaz de ofender a esos dulces animalitos cuadrúpedos y peludos que al igual que los ángeles, nos cuidan y dan amor. Los de dos patas ladran y muerden, odian y van destilando veneno en cada tierra por la que pasan.

 

Sería de muy mal gusto que cuando Sancho le gritara: 

 -¡Señor, que los perros lamen! Y que indignado aquel hidalgo Caballero que luchara contra molinos le contestara: 

-Sancho, dejad que los perros sigan lamiendo, es señal de que navegamos en Mambisa.

 

¡Le ronca los timbales!

 

 

 





Eduardo Ríos Pérez.

La Florida-Estados Unidos

2023-08-09

 

 

 

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