sábado, 21 de octubre de 2017

CARLOS PALACIO, ALIAS "EL CAGUAMO"


CARLOS PALACIO, ALIAS "EL CAGUAMO"


Motonave "Jiguaní", escenario de esta historia.


Cuando vaya a escribirse de gente bonachona y noble en la flota, no se puede ignorar a Carlitos, era un pan en todo sentido de la palabra. Nunca se enojaba, ni contento o triste, igual en todo momento, no se alteraba por nada, como si se tratara de un ser inanimado, su mundo contaba de un solo polo.

-¿De cuál promoción eres? Sentí algo de ironía en su pregunta mientras viajábamos en la lancha que distribuía a los marinos en los barcos fondeados en el puerto.

-Yo no soy de ninguna promoción, soy F1. Le respondí algo molesto y él pudo notarlo por el tono de mi voz. Ya imaginaba que aquella masa de carne pálida había sido envenenado por Miyares, el “Alférez Torpedo” del que ya les he hablado, Carlitos era su relevo en el buque Jiguaní. 

-Yo soy de tal Promoción. Me dijo y ahora no puedo recordarlo. Puse el freno y lo dejé con la palabra en la boca, no estaba dispuesto a escuchar tonterías, pensé que se tratara de un amigo del cabrón al que iría a relevar. 

Según pude escuchar ese día en el comedor a la hora de almuerzo, Carlitos llevaba largo tiempo enrolado en el remolcador de altura “Caribe”. Era una nave dedicada al salvamento y muy pocas veces se movía de su atracadero, un muellecito de Casablanca donde radicaba la empresa “Antillana de Salvamento”. Vestía ese día de aquel uniforme gris que requería ser almidonado, es que realmente lo vi vestido de civil unas pocas ocasiones, las que salió a la calle en Puerto Cabello. Pude deducir entonces que andaba algo flojo de pacotilla y que el tiempo enrolado en el Caribe podía superar muy bien los dos o tres años. En nuestro mundo eso era muy sencillo de adivinar, cuando se llegaba a esos extremos, nos esmerábamos mucho en conservar la ropa destinada a nuestras salidas en el extranjero, aquellas largas estadías en la isla agotaban nuestras reservas.

-Tú sabes que ya mañana no tendremos tierra en el radar y dependeremos de las observaciones astronómicas. Le dije durante aquel relevo que me hizo a las doce de la noche y mientras navegábamos los últimos puntos de la costa oriental cubana para adentrarnos en el mar Caribe.

-¿Y qué me quieres decir con eso? Algo anda mal, pensé inmediatamente después de escuchar su respuesta. Este gordito anda fuera de la bola y no comprende.

-¡No, no te quiero decir nada! Afina la puntería que por la mañana debo trabajar con el sol y seguro debes calcular la latitud por la meridiana.

-Sigo sin comprenderte. Insistió y no quise torturarlo, no soy de los que disfrutan con los problemas ajenos.

-Carlitos, para las observaciones astronómicas necesitamos que el cronómetro se encuentre funcionando. Logró despertar y se dirigió al sitio donde se encontraban ambos relojes en la mesa de ploteo. Tuve la vaga impresión de que hacía muy poco tiempo ocupaba esa plaza y que, por encontrarse en aquel remolcador eternamente atracado, carecía de hábitos en esta parte de nuestro trabajo.

-Tienes razón, ¿cómo resuelvo este problemón? Su voz era casi una súplica y sentí pena por él. 

-No hay tal problemón, ¡Atiende bien los pasos que voy a seguir! Encendí el equipo de radiofonía dispuesto en el cuarto de derrota y busqué la emisora inglesa que transmitía constantemente la hora exacta en el meridiano de Greenwich. 

No era recomendable estar atrasando o adelantando aquellos relojes, tampoco contábamos con margen de tiempo para proceder como se recomendaba, debían estar listos para la mañana siguiente. Debo señalar para las personas que no pertenecen a nuestro mundo, estos cronómetros son bastante exactos y delicados, su manipulación debe ser extremadamente cuidadosa para evitar introducirle errores. Sus horarios tienen que ser comparados diariamente con los ofrecidos por la mencionada estación para obtener el valor de ese error casi siempre constante. Esos errores pueden fluctuar entre 1 y 5 segundos que se anotan en un diario o libro destinado a cada uno de ellos. Esos errores son conocidos como “estado absoluto” y se aplica a todos los cálculos astronómicos. En matemáticas se dice que “error conocido, no es error”, pero cuando se desconocen esos valores, los errores en las posiciones obtenidas pueden ser muy graves. Lo correcto es parar los relojes cuando el valor del estado absoluto es muy grande y luego tratar de arrancarlos a la misma hora que se detuvieron.

-Tienes la hora de la meridiana a las 12 y 40 Pm. Le dije ese mediodía cuando me relevó en el puente.

-Tú crees que puedas subir para esa hora a tomarla conmigo, es que estoy fuera de la bola, hace varios años que no hago navegación de altura. Me dijo con algo de vergüenza y lo comprendí.

-No te preocupes, vendré unos minutos antes. Aquel muchacho al que el “Alférez Torpedo” intentó envenenar contra mí, comenzó a caerme bien por su humildad y sinceridad. Mi reacción fue muy contraria al del otro hijoputa, no podía olvidar cuantas trabas puso en mi camino para evitar que desarrollara eficientemente mi trabajo. Le dejé copiado el formato para calcular la meridiana con la recomendación de que la fuera estudiando. Ese mediodía observamos el sol y Carlitos se iba llevando por mis recomendaciones sin ningún tipo de complejos.

Apenas salía a la calle cuando estuvimos atracados en Puerto Cabello, todo su tiempo libre lo gastaba sentado frente al televisor. La tripulación lo aceptó de buen agrado, era mucha la diferencia que existía entre él y Miyares. Cuando coincidíamos en el salón me hablaba de su esposa y con mucha satisfacción de aquel inolvidable y querido Guanabo. Me decía que sus días de franco disfrutaba caminar por la playa acompañado de su perro Pastor Alemán. Aun no tenía hijos y su mascota tomaba un sitio muy especial de su núcleo familiar. Recuerdo que con la poquísima plata que nos pagaron y que no superarían los $30.00 dólares, Carlitos compró unas chucherías para su esposa y el resto de la plata lo invirtió en su perro. Me mostró orgulloso un collar anti pulgas y una correa de cuero para pasearlo, era feliz con aquellas pequeñeces. Yo andaba romanceando por Caracas y todas mis ausencias fueron cubiertas por el de buena gana, luego yo le pagaría cada una de las guardias endeudadas.

Cuando regresamos a Cuba el indeseable de Miyares retornó al barco para desgracia de todos, nadie lo soportaba, era extremadamente impopular. No recuerdo haberme despedido de Carlitos, su relevo se produjo durante uno de mis francos. El siguiente viaje lo realizamos a Europa y tuvo una duración de tres meses y medio aproximadamente. De vuelta a la isla solicité mis vacaciones, pero como ya he contado en otra historia, me enrolaron en el buque escuela “Viet Nam Heroico” para realizar un viaje y misión misteriosa.


Buque escuela "Viet Nam Heroico".

En el “Viet Nam Heroico” viajaba Medina como Capitán, un militar bien aburguesado con un final desafortunado ese viaje. De Primer Oficial viajaba Losada, un borrachito de pequeña estatura, no era mala persona. Como Segundo Oficial iba Israel Sirú, un negro que había estudiado conmigo y que ingresó en la marina mercante luego de desmovilizarse del ejército donde fue piloto de MIG, yo iría acompañándolo en su guardia. Como Tercer Oficial se encontraba enrolado Víctor Serrano, con quien pude compartir en dos oportunidades en Miami y se encuentra en mi lista de Facebook. Aquel viaje lo realizamos sin mucho contratiempo a Puerto Cabello y luego a Paramaribo-Surinam. Encontrándonos en este segundo país se realizó una actividad, no recuerdo bien si con la finalidad de celebrar el día del educador. Entre los guardiamarinas tenían formado un combo que sonaba muy bien y fueron los que amenizaron la fiesta donde hubo de todo para consumir. Le solicitaron al agente que atendía al buque que trajera algunas muchachas a la fiesta y el tipo cumplió muy bien el pedido que le hicieran. Sobrepasó la veintena de chicas a bordo aquella divertida noche, solo que los chicos malos del barco supieron identificarlas, se trataba de prostitutas.

Arribamos al puerto de Cárdenas en medio de un ambiente que superaba la ridiculez, atracamos bajo los acordes de una banda de música estudiantil, no había visto nada tan picúo como aquello en mi vida de marino. Acabada la música comenzó uno de los momentos más amargos que pudo haber vivido el burgués de Medina, su destitución como Capitán del buque escuela. Pocos años más tarde volví a chocar con él mientras se desempeñaba en la Academia Naval, allí continuaba siendo el mismo tipo arrogante y comemierda conocido en el buque escuela. 

Fue relevado por el Capitán Dubrock, buena gente y alcohólico por excelencia. A partir de su enrolo se bebía diariamente y Losada, el borrachito que viajaba como Primer Oficial, radiaba de felicidad. Varios tripulantes mandamos a buscar a nuestras esposas para que permanecieran con nosotros a bordo. Fue una costumbre que se impuso a partir de aquellos viajes, donde nuestras naves regresaban en lastre del Japón y permanecían en la isla unos tres días máximo. Esa costumbre autorizada se mantuvo hasta el final de mis días en la marina mercante cubana. 

Tres o cuatro parejas de tripulantes y esposas, todos jóvenes, nos pusimos de acuerdo para salir a beber algo en uno de los bares de Cárdenas. Nuestras esposas se encontraban a bordo debidamente autorizadas y teníamos a mano aquellos pases firmados por varias personalidades de aduana, inmigración y guarda fronteras. De regreso y en horas de la madrugada, el aduanero de guardia me dice que no puedo entrar con mi esposa porque faltaba la firma de no sé quién. Era algo absurdo, ya ella había estado en el barco, pero así funciona la estupidez humana en la isla. Se originó una gran discusión y al final de ella, cuando estuve a punto de irme a las manos con aquel cuadrado individuo, decidí llegarme hasta el barco por sus pertenencias y acompañarla en su viaje a La Habana. Serrano se mantuvo en todo momento junto a mí y permaneció en la aduana con mi esposa hasta que regresé del barco. Se lo dije a Losada y salí, ya deben imaginar que se encontraba ebrio.

De La Habana regresé a los dos días con una orden para que se procediera a mi desenrolo y vaya sorpresa que hallé. Sentado y con los pies sobre otra butaca, se encontraba en el salón el entrañable Carlitos, disfrutaba de su vicio favorito, ver televisión, que en Cuba resulta un sacrificio, pero ese era su mundo. Intercambiamos algunas palabras y me dirigí a la oficina del Sobrecargo con la carta en las manos. Carlitos me había dicho que en unos minutos me entregaría el Diario de Bitácora y no le presté mucha atención. Le pedí al Sobrecargo cualquier grupo de documentos por firmar y entre ellos coloqué mi desenrolo y Carlitos, tan despistado como siempre, sin apartar mucho la mirada de la pantalla del televisor, la firmó sin que le temblara el pulso.

-Vamos hasta el camarote para entregarte el Diario. Me dijo con su inocencia característica.

-Carlitos, tendrás que entregárselo a otro, ya yo estoy desenrolado.

-¿Cómo es eso? Me habían dicho que tú eres mi relevo y llevo cuatro días de guardia.

-Pues te informaron mal, yo no formo parte de la plantilla de este barco.

-¿Y cuándo te desenrolaron?

-Hace solo dos minutos, acabas de firmar mi hoja de desenrolo.

-Eres un hijo de puta. Lo dijo sin enojo, sin rabia y con aquel rostro infantil que siempre acompañara su pronunciada panza. 

-¿ Y tu perro, le sirvió el collar que le compraste?

-¡Dale al carajo!

Esa fue la última vez que lo vi, han transcurrido más de cuarenta años y no sé si aún continua vivo. Lo imagino llorando la muerte de su Pastor Alemán y pasear más tarde con otros tres animalitos diferentes, porque han pasado la vida de tres de ellos desde aquellas fechas donde se dio a querer por muchos tripulantes. Siempre resulta agradable hablar de la gente buena que existió en nuestra marina, como “El Caguamo”, por ejemplo.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2017-10-21


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