sábado, 22 de enero de 2022

Los años verdes. La Zafra del Café.


Los años verdes. La Zafra del Café.




Por Guillermo Ferrer Sánchez.

 

Éramos un grupo de más de veinte jóvenes que tomamos las mochilas y con la fuerza que nos daba el llamado de la hora marchamos a las míticas montañas de las provincias orientales a la Zafra del Café.

 

Días de hambre, raciones exiguas, ascender por el enlodando sendero en la oscuridad de la madrugada, resbalar, caer, erguirte, continuar. Llegar a los cafetales cuando amanecía, envueltos en la bruma y saturados de humedad. La bolsa o la canasta amarrada a la cintura, libres ambas manos para ir seleccionando uno a uno el grano maduro sin dañar las hojas o los frutos que aún no podría tocarse o para evitar caer por la ladera inclinada y fangosa.

 

Al mediodía, cuando el sol nos maltrataba, las hormigas del café, de las grandes y negras y también de las pequeñas y rojas, nos atacaban con furia penetrando en apretadas legiones por las mangas de las camisas y por el cuello invadiéndonos por debajo de nuestra ropa. El escozor insoportable solo podía aliviarse mucho más tarde, cuando bajábamos apresuradamente al campamento e íbamos a bañarnos en las turbulentas aguas del Toa antes que la noche impidiera ver claramente los senderos.

 

Nos reuniríamos junto al fuego, comíamos unos plátanos u otra vianda, algo de carne en conserva preparada por alguien del grupo que, sin saber cocinar, tenía la obligación de llenar los famélicos estómagos de la brigada de trabajo.

 

El camino desde nuestro pueblo a las montañas donde se encontró la finca ayudó a la brigada que trabajaría en la zafra cafetalera era bastante accidental. Transportes lentos y antiguos, magras raciones, poco descanso, largas caminatas con las pesadas mochilas colgadas en la espalda y el generoso sol oriental calentando nuestras cabezas, siempre adelante, como si la prisa disminuyera la distancia.

 

Hasta que una tarde llegamos a la finca de la familia Sánchez (Májaseal) y una barraca de madera y techo de paja nos recibió, benéfica, y nos protegió durante la temporada que nos tocó vivir aquella aventura.


Colgamos las hamacas, cada uno acomodó sus cosas como pudo mientras la niebla de la tarde cubría el paisaje. Para nosotros era un momento importante y nada terminaría con nuestro entusiasmo. Una parte de los voluntarios pensamos así. Otra no soportó y, sin meditarlo mucho, volvió a Las Villas. Nunca me ocupé en averiguar lo que contaron para justificar una retirada tan poco honrosa.

 

La debacle preocupó y del partido municipal envió a mi madre, acompañada por un hermano ex combatiente del ejército rebelde para averiguar qué sucedió.


Sin aviso apareció en el predio cafetalero. Nos quedamos de una pieza, porque en nuestra juventud no comprendemos el motivo. Firmes, estigmatizamos a los demás como desertores y declaramos que mantendríamos la palabra empeñada. Mi madre nos miró de una forma que nunca olvidó. Paseó su vista por nuestros rostros –teníamos entre trece y quince años–, bajó los ojos y sucedió la decisión con su voz dulce pero firme. Mi tío sonrió, cómplice, por la juvenil cojonada que anuncióba una buena madera. Nos abrazaron a todos, nos abandonaron su cariño y luego de despedirse se alejaron hasta desaparecer ocultos por los frondosos árboles que abrigaban las montañas.

 

Mantuvimos nuestra palabra y como si fuera necesaria otra prueba, al poco tiempo nos azotó un ciclón al que llamaron “Flora”. Su fuerza y ​​las lluvias que lo acompañaban provocaron destrozos enormes en toda la zona.


Allí, en un lugar perdido de las montañas, junto con campesinos que buscaban refugio en lugares más altos por la terrible crecida del río Toa, nos apretamos los unos contra los otros e, inmóviles, soportamos la violencia desencadenada con la humildad de los hombres ante fuerzas que estan mas alla de su razon.

 

Durante el vendaval, como un rayito de esperanza nació una hermosa niña. Separada por un débil tabique que daba una precaria, privacidad la partera recibió una nueva vida, hija de uno de los dueños de la finca. Hoy tendrá unos cuarenta y tantos años. A veces me sorprendió imaginando cómo ha sido su vida.

 

La tempestad terminó. Árboles, ramas caídas y el lodo hacían las labores mucho más difíciles pero no imposibles. El trabajo rompió los días de tedio hasta que recibimos la orden de regresar. Los caminos habían quedado intransitables, los transportes no pudieron llegar y nos esperaban muchos kilómetros, cerca del pueblito de Palenque.

 

De un grupo de mas de veinte jóvenes solo quedamos cinco, Minervino Moreira de Potrerillo, Pedro Avalos de La Maltina , dos chicos humildes de San Juan de los Yeras: Mateo y José, y yo de Ranchuelo.


Algunos en chiste le habían puesto a la brigada LV5-/R19, diferenciado los que quedamos y los que se habían “rajado”. Los años pasaron y nuestros caminos nunca volvieron a encontrarse, sin embargo, algunas veces me siento con ellos alrededor del fuego, conversamos repitiendo historias ya olvidadas mientras el frio de la montaña nos hace tiritar y la hija de Sánchez llora incansable pidiendo su alimento.

 

Finalmente, tomamos nuestras pertenencias y la caminata fue una epopeya. El lodo parecía la mar, lo cubría todo y muchos dejamos el calzado enterrado, pero seguimos descalzos cuidando de no pisar una piedra que nos hiriera y nos alejara de los camiones salvadores. Al encontrarlos, nos embarcamos en desordenado tropel.


En Santiago de Cuba subimos a unos ómnibus escolares y así hasta Santa Clara donde nos dieron zapatos para nuestros pies maltratados. Recuerdo que nos recibió un muchacho amigo de mi familia de apellido Chao. Yo continué viaje hacia mi pueblo que, ignorante de lo sucedido, continuó con su vida.

 

Años más tarde al leer las cartas que entonces enviaba a mi familia, me asombré al descubrir la fuerza de las ideas que se agitaban en aquellas líneas escritas a la tenue luz de una vela del luego agotador trabajo en los sembrados de café. Fuimos voluntarios, medimos nuestra fuerza, supimos cuál era nuestro coraje y regresamos fortalecidos de la dura prueba.

 

Al llegar agotado por la mala alimentación y la faena, no renegué de nada. Orgulloso, sentí en mi pecho el latir de una estrella. Busqué a mis padres y nos fundimos en un largo abrazo. El calor del hogar y su amor curaron las heridas preparándome para continuar en la maravillosa aventura de una Patria mejor.

 

¿Qué hubiera sucedido si esa inmensa vocación de trabajo y capacidad de sacrificio hubiera tenido como meta el bienestar de nuestra Patria? Éramos demasiado jóvenes, tan ingeniosos y sin embargo, la tempestad mas violenta no podía doblegarnos ¿Cuándo perdimos nuestra fuerza? ¿Cuándo comenzamos a perder el orgullo ya inclinar la cabeza? ¿Cuándo nos corrompimos y perdimos la fe?

 

Llegan de un lugar ignoto de mi memoria unos versos martianos, que como ráfaga de viento fuerte, gritan a mi conciencia dormida:


"Dame el yugo, oh mi madre, de manera

Que puesto en él de pie, luzca en mi frente

Mejor la estrella que ilumina y mata".

 

 

Guillermo Ferrer Sánchez.

Buenos Aires-Argentina

Mayo 19 del 2009

 

 

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Los años verdes. La Zafra del Café. Notas.

 

Esta vez la pluma de Guillermo Ferrer viaja hacia el pasado y nos remonta a la segunda tarea apoyada por la juventud de entonces. No olvidemos que la primera movilización masiva de jóvenes ocurrió en 1961 durante la “Campaña de Alfabetización”.


Releo este tema interesante y observé dos detalles que me obligan a la investigación. En uno de los primeros párrafos, Guillermo expresa lo siguiente: “La debacle preocupó y del partido municipal enviaron a mi madre, acompañada por un hermano ex combatiente del ejército rebelde para averiguar qué sucedía”.


En otro de los párrafos siguientes dice algo donde muy pocos se habrán detenido: “Mantuvimos nuestra palabra y como si fuera necesaria otra prueba, al poco tiempo nos azotó un ciclón al que llamaron “Flora”. Su fuerza y ​​las lluvias que lo acompañaban provocaron destrozos enormes en toda la zona”.


Considero que la premura no lo detuvo en ofrecer una aclaración necesaria y surge la pregunta que pudiéramos hacer muchos de la época. ¿A qué zafra cafetalera se refiere?


La primera zafra del café se produjo a finales del año 1962 y yo recuerdo que, para esa fecha, nos sorprendió la “Crisis de Octubre” en la región cafetalera de Mayarí Arriba. Todo parece indicar que el año posterior hubo otra movilización al café y lo demuestra la mención del ciclón “Flora”, cuyo paso desbastador sucedió en 1963.


Falta otra pregunta y es donde el autor debe hacer una aclaración. ¿A qué “partido” se refiere? Hasta el año 1962 todas esas movilizaciones y trabajos de confusión, fueron realizados por la ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas). La cual fue desintegrada el 26 de Marzo de 1962 y dio paso a la formación del PURSC (Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba) No olvidemos que Castro había declarado “socialista” a su régimen en Abril de 1961. Es necesaria esta aclaración a los lectores para que no confundan o interpreten que se hace mención del “partido comunista”, el cual fuera fundado oficialmente en 1965.


Como quiere que sea, Guillermo logra recrearnos con ese viaje al pasado y el encuentro con una juventud muy laboriosa, inocente, traicionada y cómplice de esas desgracias a pesar de sus aspiraciones.

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2016-08-25.

 

 

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2 comentarios:

  1. En los textos de Ferrer se vislumbra sin esfuerzo el talento de escritor. Tiene lo que a muchos falta: el genio de la síntesis; decir mucho y claro en pocas palabras. Cuando se domina esa conjugación de cualidades, se tiene el éxito al alcance de la mano. Por otro lado, creo que al escribir sobre el pasado lejano se corre el riesgo de ser cómplice de los rayos que han caído sobre nuestra memoria y que han recolocado el recuerdo de ciertos acontecimientos en sitios inapropiados. Pienso que qué mas da si el ciclón Flora sucedió en el 62, 63 o el 64, es cuestión de detalles. Lo esencial está dicho y eso vale mucho más. Magnífico, Ferrer!

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    1. En lo personal coincido contigo en todo lo que expones, es una pena haber perdido a Ferrer tan temprano. Poseyó un talento envidiable y mucho pudo haber aportado a la historia de la marina mercante cubana. El detalle del ciclón fue una pregunta que le hice porque desconocía que después de la primera zafra de recogida de café existiera otra posterior, es algo irrelevante que no quise omitir. Creo que la de el seria la ultima que se realizó con becarios y estudiantes, luego cayó en el olvido como todo lo que sucede allá. Ferrer fue un excelente escritor empírico que nos dejó el sabor de su pluma a media asta.

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