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SINGLADURA 40
Un día nací bajo la
lluvia dentro de un auto en la carretera, que solo era una vereda de lodo y
caña de azúcar pasada la medianoche. Mi madre una casi niña, mi padre un
soldado, el chofer un pintor que devoraba cigarrillo tras cigarrillo y una este,
comadrona mulata, bella y muy gorda. Y para colmo, bajo el signo de Acuario, más
no se puede pedir. Fue mi madre una hija de gallego y asturiana con una belleza
sin par, una risa enloquecedora y un temperamento nuclear. Mi padre el guajiro
poblano nieto de vascos, poeta, trovador, mujeriego, músico y generoso hasta la
ofensa. "Tienes pasta en la sangre", le decía mi madre, eres tan
gentil y sin embargo pocas veces te exaltas. De ellos nací.
Mi padre tenia solo dos cortos añitos cuando los
"voluntarios", una suerte de milicianos nativos cubanos que peleaban
contra Cuba en la Guerra de la Independencia cubana, lo asesinaron al momento
de sentarse a cenar con mi padre en sus brazos. Había cometido el grave error
de salir de la manigua para ver a sus tres hijitos y su mujer. Error que ningún
militar está llamado a cometer y un guerrillero mucho menos. La guerra me robó
mi abuelo. Y años más tarde otra guerrita, me robó el otro abuelo. Ese fue parte
de mi costo por la Independencia de Cuba al separarse del reino español.
A los nueve años ya recibí un balazo en mi pequeña
piernita por estar llevando armas a los criollos que se alzaban en armas contra
el presidente dictador Gerardo Machado y Morales. Algo aprendí, los hombres me
acogieron como uno más. Y crecí en unos meses, nunca fui niño, no tuve
oportunidad de serlo. Hambre, carboneras, caminos, aprendizajes, trabajos,
competí con los adultos para ganar el pan. Y aprendí otro poquito, aprendí a
pescar, bucear, cortar ostiones, carpintería fina, escultura y tallado en
madera y hojalatería. Y luego en la fragua reparando locomotoras y barcos en
puerto con la mandarria o aguantando una barra de hierro sólido para que los
dos mandarrieros golpearan contra mis hombros donde ese hierro pesaba veinte
libras. De ahí fui a trabajar como remero en al mar en la pesca del palangre,
el niño hace el trabajo duro, el adulto la sabiduría.
Salí a rodar por la isla y corté caña, sembré café,
manejé una arria de veinte y dos mulas de montaña. Vendí por las calles y leía
a menudo lo que en mi camino hallara. Leía filosofía, artes, letras, ciencias,
porquerías, nada era vedado. Y tuve mujeres antes de mi tiempo.
En mi primera escuela estuve solo 28 días. Del
primero al sexto grados, no más. Mi padre me enseñó a leer libros de mística,
mitología, música y el periódico diario, aunque no podía yo comprarlo. Pero lo leía
en la tienda gracias al chino bodeguero de la esquina. Y pensaba en política,
en economía, en los ideales que pueden mejorar al menos un poquito al hombre y
a las posibilidades de convertir cada gramo de sudor de los pobres en una rica
industria para el bienestar de la patria y el pueblo.
Que en Cuba, a mi modo de ver, siempre se pudo y
aunque algo se hizo, poco provecho nos dio.
-¿Qué quieres tú ser?
-¿Abogado, juez, senador?, (mi primera ambición real,
pensando en Roma) y llegar un día a ser el mejor
presidente que este país jamás de ver.
-Hijo, sueñas muy lindo, pero esas cosas están
reservadas para los hijos de ricos, poderosos y altos militares. Nosotros somos
muy pobres y tu padre empieza a perder salud a estas alturas.
-¡No, Cuca! (QEPD), no, a los hijos de los poderosos
se lo ponen en la mano. Pero yo pienso que si uno lo lucha de verdad lo puede
un día lograr. Por lo menos yo voy a tratar de hacerlo. Y me faltaron los
recursos económicos, pero nada me impidió caminar.
He tenido gustos de príncipe y bolsillo de mendigo,
pero salí, luché, egresé de institutos de altos estudios y culturales donde
muchos de esos mismos hijos de poderoso entrar jamás pudieron; a veces también
le he enseñado. Cuelgan de mis paredes muchos papeles y pieles de chivo.
Colecté cicatrices y metales de colgaleja...
También aprendí algunas cosas, ayudé a cambiar
algunos regímenes de otros países y pagué caros mis esfuerzos por los menos
poderosos en más de una ocasión. Me han elevado al respeto y pateado como a
perro con sarna también a veces. Da igual. Sigo siendo yo; tengo mis ideas
intactas.
He probado todos los gustos, hábitos, empleos,
bondades, trampas, emociones, filosofías, religiones y he hurgado en los más
escondidos rincones del cerebro humano. Con nada me quedo. Según aprendo a
manejarlo lo dejo y sigo. Quiero saber más, conocer mas, leer el pensamiento.
Sobre todo soy muy ingenuo, lo admito. Necesito aprender.
Templos secretos, altos, y cuevas anduve y busqué a Dios
por todas partes, también me colgaron algo de ellos en la pared. Ya hoy está
todo en cajones y muchos camino de la basura. Yo nada uso. Yo no uso los
nombres de los que fueron o los que hicieron. De poco le importa a un padre
cuyo niño muere de hambre o enfermedad que hagan un rezo, que le digan que por
aquellos tiempos andaba por la tierra un idiota que sanaba las llagas de las
patas de las culebras. Dime que haces hoy por tu semejante y si lo has de
hacer, hazlo ya, no me lo anuncies. Ese niño tiene hambre, dale de comer y
sigue tu camino. No me digas que tienes que esperar a que un Dios venga y otro
te lo de, porque se te muere la criatura.
-No tengo capital. Un profesor universitario cuyas
oficinas alquilé una vez me dijo con desprecio visible en su voz, este fue de uno
el cual había llegado a este país a acumular dinero rápidamente, y lo hizo,
claro que sí.
-Señor, todos lo respetan, lo elevan, lo quieren y lo
buscan por sus consejos.
-Si usted es tan sabio, ¿por qué no se ha hecho rico
ya con los años que lleva en este país?
-¡Ay amigo mío, no crea usted, yo soy un hombre
inmensamente rico! Yo no necesito capital, yo solo necesito mi yo interno
limpio para caminar. Nunca me habló otra vez.
Pero ni libros, ni escuelas ni templos ni el teatro,
ni ninguno de los bienes que disfruta la sociedad me domina. Vivo con y sin
ellos, no por ellos. No he aprendido nada de envidias, de odios, de rencores,
ni soy enemigo de nadie. Solo se amar. Y cuando por mis manos pasaron
capitales, que han pasado por ahí por los rincones más tristes del camino se
quedaron. Visto decentemente pero no acepto ni una corbata ni una invitación a
cenar. Lo que uso o tomo lo pago y si no lo puedo pagar, tranquilamente sigo el
camino cantando.
He hecho un poquito por los míos poco pude hacer. El
tiempo como las voladoras del tren me pasa por encima. Llega pronto el final.
Hice algo de lo que soñé, mucho no, también hice cosas que nunca hubiera
soñado. Y hay tres o cuatro que aun me quieren y escuchan. Pero cuando escribo
historia o futuro, me aguarda el silencio. Soy el payaso que salió a la escena,
trató de decir sus chistes de rutina que la audiencia por tiempos se conocía,
esperando un aplauso y solo recibió una rechifla. Me gusta siempre hallar esa
filosofía simple de la música de los pueblos que tanto enriquece la
conciencia...
"...y cundo nadie escuche
mis canciones ya viejas,
detendré mi camino
en un pueblo lejano
y allí moriré..."
Pocos me leen. Cuando escribo en serio a pocos les
interesa, a pesar de que son las mismas personas las que me piden que escriba
sobre mi vida, la historia las luchas de los pueblos y de los hombres. Pocos me
leen.
Apelo en silencio al
cursi recurso de querer hablar de amor. ¡Qué diablos se yo de amor...! Me
trae mucho calor, muchas nuevas amistades, muchas voces de mujeres que aman y
que sueñan y que se sienten como el último peldaño de la escalera. Yo venero,
respeto, amo y trato de proteger a la mujer. A la mujer en plural, suya, mía,
del sol.
¿Puedo y debo quejarme si no leen mis escritos? No.
En absoluto; no. La libertad es derecho absoluto de expresarse, de escuchar y
de no escuchar también. Mañana será otro día.
Nadie puede obligarme a mí. Yo no exijo a los demás
que hagan o acepten lo que yo no quiero para mi. Un día partiré, no solo no
logré mis sueños, no llegué si no que todo lo empeñé, todos los huevos los puse
en una sola cesta y la cesta se rompió.
Y mientras tanto la tierra de mis sueños y mis amores
es más pobre y miserable hoy que el día en que yo nací.
Mañana volará una paloma blanca sobre los tejados
rojos, el cielo se vestirá de azul y la nube blanca le dará tonos de mar. Por las laderas de la montaña volarán melodías de una
guitarra lejana y tal vez algún perro sarnoso orinará sobre mis huesos
emblanquecidos por la lluvia y el sol junto con los del tirano, la puta y el
adulador... y el mundo seguirá girando, aunque yo pasé por allí.
Gilberto Rodríguez
Miami-Florida..USA
2010-04-01
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