domingo, 5 de mayo de 2024

La Muerte De Una Abeja Singladura Nr.26


La Muerte De Una Abeja

Singladura Nr.26




 

Cayó sobre una losa color terracota del piso en el corredor que lleva desde la portada de la reja a las puertas de la sala y la oficina. Boca arriba cayó, delante de mí, apenas a una vara de distancia de mis pies. Yo la vi caer desde la parte alta de una orquídea colgante al húmedo piso. Sus alitas revoloteaban agitadamente y sus patitas se recogían y estiraban a gran velocidad, como quien lucha por ganar su última batalla, y en consecuencia se paraba, daba volteretas, se caía de nuevo y venía a dar bocas arriba. La atmosfera iba aparentemente absorbiendo el agua y la humedad desaparecía de las losas a pasos agigantados, pero los tejidos de sus alitas mojados se adherían una y otra vez de espaldas a la superficie del piso.

 

Como cada amanecer, yo volvía hacia dentro de la casa después de haber regado el jardín y recogido el Diario de la Mañana, cuando la pobre abejita caía ante mis ojos envuelta en una fiera lucha por sostenerse en vuelo, primero, y levantarse después de caída (o caído, que yo no sé si era del otro género). Curioso que soy me agaché allí mismo y comencé a observar al desdichado animalito luchar por su existencia. Siempre he admirado seriamente a todos aquellos que tratan, que luchan, que no se rinden al primer tropiezo... y este animalito era uno de esos. ¿Tal vez le ha dado un lanzaso a alguien y ahora tiene que morir?…


De chico siempre oía a mis mayores decir que cuando una abeja hinca su aguijón en la piel ajena, ese doloroso instrumento se queda clavado allí mismo, junto con las tripas del insecto y que de ahí este muere… Yo no sé de esas cosas…

 

No vi yo aguijón alguno. De su hocico surgían un par como de tenazas negras. Dos “manos” delanteras muy rápidas, y dos largas patas traseras que parecían servirle de catapulta de canguro, muy negras también. (Creo que las abejas tienen seis patitas, ¿no? Yo solo le vi cuatro.) Su cuerpo era una serie de círculos alternados de oro y de negro. Las transparentes alitas eran formadas de una como tela, delicada malla-membrana color oro.

 

Revoloteaba por momentos, se levantaba y volvía a caer, y de nuevo, de espaldas. Ahora puedo notar que su larga pata izquierda cuelga inerte. Con las dos manos y la pata derecha agarra a menudo la pata lesionada, le da como unos masajes, tira de ella y se revuelca debajo y por encima de la dichosa pata.

 

Al fin un descanso. Se queda quieta un instante. Pero las alitas se adhieren a la losa por sus dorsos, lo que le impide pararse de nuevo. Y así pasaron siete minutos y yo en cuclillas.

 

Una vez más comienzan los revuelos, pero ahora la pierna izquierda responde y da un poquito de empuje al voltearse. Y mientras tanto los aires parecen anunciar a los buitres insectívoros, del hecho que una muerte, o tal vez el espíritu de los infiernos que anuncia el final de cada quien, rondan cercanos.

 

Eso me hace recordar mi niñez allá por los manglares de mi puerto, cuando los aullidos de los perros jibaros eran recibidos con imprecaciones, unas producto del miedo a los muertos y otras, de miedo a los augurios y maldiciones como estas: “Arrenuncio, perro maldito”, “maldito tu alma”… y muchas más. Luego pienso en ese canal de televisión llamado “Discovery” y sus programas sobre animales en los desiertos y bosques… León, hiena, chacales… Solo que ahora era una oscura y veloz hormiga.

 

La abejita descansaba por un instante, agotada tras tanto esfuerzo por levantarse y volar. Varias hormigas negras, de esas a las que llaman “locas”. Si las llaman “locas”, recorrían a veloz carrera las losas del corredor en su eterna lucha por lograr sus alimentos. La hormiga pasa una y otra vez olfateando, pero a no menos de cuatro pulgadas de distancia de la abeja. Y se marcha y vuelve muchas veces. Macabra espera, me digo. Mi mente vuela hacia los años de marinero, a los tiburones, esos monstruos que de cobardes cierra los ojos ante la sombra y que saben buscar el momento de descuido para atacar a sus víctimas, cuando no atacar en pandilla.

 

Vuelve muchas veces más la abejita a levantarse, pero ahora veo que además de mojadas sus alitas, parece haber un defecto o lesión en el ala izquierda, lo que le impide vibrar. Pobre que soy, poco puedo hacer por el desdichado animalito, porque ¿de qué modo le remiendo las alas yo, si apenas he aprendido a lavarme las orejas?… Mi mente recorre mundos y universos en busca de ayuda. Pobre abejita que nos da miel y cera y ayuda a cultivar las flores y las plantas productivas. Yo he reparado barcos, autos, carretas, y he, también, reconstruido las alas de muchos aviones y volado en ellos después, pese a lo grandes y peligrosos que son, pero, amiga mía, ¿Cómo remiendo tu alita? Siguen pasando hormigas… distantes. Y cada vez más.

 

Dirijo la mirada hacia un pequeño agujero en el encuentro del muro de la pared y las losas del piso, hecho allí para desaguar el pasillo en tiempos de lluvia y ahora convertido en túnel de contrabando y paseo por las hormigas. Ya cuento 37 hormigas… Círculos danzantes de buitres sin alas al olor de la muerte rondando. Pero la abejita seguía viva y luchando. Y yo de cuclillas allí.

 

De pronto surge creo que, para todos, abeja, hormigas y hombre una inesperada sorpresa. Un diminuto insecto cuyas picadas por experiencia propia sé que son dolorosísimas, que es infinitamente pequeño, parece una hormiguita negra o achocolatada, tan veloz como un rayo y tan inquieta como las olas del mar. Una sola vuelta y, en un instante en que la abeja descansaba boca arriba el endiablado insectico pega contra la cabeza de la abeja. ¡Zas! La pobre abejita de un salto se endereza y trata de emprender el vuelo. Pero, no, este no es su mejor día. De nuevo cae mientras patas y manos se sacuden y entrechocan como en una danza macabra.

 

Y han pasado diecisiete minutos de mi tiempo ya. Y sigo en cuclillas allí.

 

Siete nuevas hormigas llegan casi juntas y se acercan y comienzan ahora un ir y venir en todas las direcciones. Y en cada paso que dan, se topan unas que van y otras que vienen, y como que se comunican y alegran del festín que les espera. Ya cuento 39 y llegando.

Y la abejita se para por enésima vez.

 

Solo que ahora trata de saltar con mayor fuerza que antes. Y ya no se ha de levantar más. Hecha una bolita su figura tiembla y se queda quieta. Muerta… me dije, y esperé un tantito más. Y como si quisiera agradecerme la vigilia, eleva sus cuatro patitas y las hace vibrar… en un adiós que sentí.

 

Yo admiro la naturaleza. Y me descubro ante aquellos que luchan hasta el último cartucho, hasta la última canción, el cielo, el último beso.

 

Y murió mi abejita. No sé si muere por lo que le había sucedido antes, o si su muerte es causada por el veneno del diminuto villano que le pegó en la cabeza. Pero muerta está…

 

Siete hormigas se aproximan, miran, huelen, y halan. La abeja pesa mucho y, además, las membranas de sus alitas, que son planas y parece que absorbentes, se han adherido ahora a la losa del piso. Siete solas no pueden moverlas. Tres se quedan tratando y cuatro salen a todo correr en busca de ayuda. Y de ahí en adelante más de cien hormigas trabajan por turnos o alocadamente. Solo once a principio y diecisiete más adelante, entra y salen y tratan una y otra vez. Por aquí ahora surge una hormiga igual a las otras, pero tiene la cabeza más gorda. Recorre el entorno y se aleja. Pero algo cambia.

 

Siempre hay siete pegadas al muerto, se turnan entre si con las que recién llegan. Pero no pueden con la carga adherida al piso. Mas, las hormigas son muy sabias. De pronto comienzan a quitarle microscópicos pedacitos al tejido de las alas de la abeja, hasta dejar solo el brazo o vara central que cada una de las alas tiene, cual árbol desgajado, de modo que ya no se adhiera al piso, a la vez que les sirve de palanca para cargar en alto el cadáver. Y diecisiete, alternantes inician el transporte.

 

Muchos esfuerzos tuvieron que hacer para lograr el primer movimiento, apenas les toma dos minutos y medio hacerlo, pero la voltearon y comienza el viaje, o, a mi ver, la procesión funeral. Dos y tres cuartos era la distancia que sobre la loza tenían que andar antes de llegar al túnel de escape. Unas 42 pulgadas. Pero al camino sus patitas echaron.

 

¡Ah, pero, y con esa no contaban, un canal entre loza y loza…!

 

Tú que me lees, observa esas hormigas “locas”… tal vez la humanidad pudiera usar unas cuantas “locas” como esas. Siete hormigas se lanzaron al cemento que sirve de empate a las losas y, metiendo sus cabezas debajo de la cabeza de la abeja, sirvieron de puente al total de sus amigas y la gran carga pasó los dos canales entre las tres lozas a mayor velocidad que lo que el resto del camino podía permitirles ver. Y ahora unas doscientas (ya perdí la cuenta), o más arribaban y se alternaban a la carga y se besaban con casi todas y cada pase, y en cada centenar encuentros.

 

Me parece oírlas: “Hola, Pepa, hoy comemos”; “Junica, que bueno”, ¡Oye Lola, que banquete!, ¡Suerte, muchachas que esta si es dulce!… Vaya.

 

El huequito de la pared es de media pulgada y las varillas de las alas abiertas de la abejita necesitaba más espacio. ¡Corran, consulten al jefe!...

 

¡Córtenle las varas de las alas! Siete segundos pasaron tratando de hacerlo. Parece que sus dientes y serruchos no eran muy filosos que se dijera.

 

Y trataron de entrar de nuevo en el túnel, PERO…

Quien haya visto a las multitudes londinenses o brasileñas correr hacia las puertas del estadio al concluir un partido de futbol, sabe lo que digo.

Todos a una, todos a un tiempo… y la puerta es estrecha.

Pero nadie cede… Muchos se revolcaron. Y no creo yo que de alegría.

 

Y unos instantes más tarde el funeral de mi abeja traspasaba al fin el muro de la pared. Yo pude haber ido al patio de mis vecinos para ver el resto de la procesión y el banquete, pero una querida voz femenina me sacó del letargo.

 

-Abuelito, ¿qué haces ahí en cuclillas? Ya llevo ya treinta y siete minutos esperándote en esta puerta y tu ahí…

 

-¡Oh, hija mía, cultivaba una flor…!

 

-Si, en la loza mojada.

 

Rudo despertar.

 

 

Gilberto Rodríguez.

Miami-Fla..USA

2009-09-14

 

 

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