LA
CADENA DEL ANCLA.
Singladura
Nr.23
Desde chiquitín me enamoré de un ancla, herrumbrosa,
esbelta, su brazo al lado de la cadera, imponente en toda su majestuosidad,
lunares de ostras en sus caderas, piernas que atrapan y sujetan desde la más
leve de las arenas hasta la más feroz y coralina roca...
A su lado yo me cantaba mis propias e improvisadas
canciones, la tocaba con el pie, delicadamente para no ofenderla y con la
carita le acariciaba la cruz mientras pasaba con cariño mi cabellera. El aire
venía del mar con melodías de sirenas atraídas por el verdor la costa y
orientadas por aquellos grandes veleros que nos traían el arroz, las sedas y
las losas de China, las maderas de tea de Birmania y las románticas cadenas de
colgar sus anclas debajo de sus blancas velas. El mundo recalaba en esas horas
sobres las playas de mis propios sueños. Tierras lejanas, velos de seda, ojos
que tratan de verte a hurtadillas, risitas ingenuas de tiernas doncellitas muy
nuevas aún para decir que aman y mis ojos que llevan en su búsqueda de los
horizontes mi espíritu que nació ya sabiendo viajar. Tal vez he vivido antes.
No sé, sabios dicen esas cosas, yo muy poco sé.
Una ola de pronto me arranca de allí, flotando no sé
en qué barca navegó hacia el porvenir, hoy tengo sueño. Ellas me cuidan, dicen
que me aman. No sé, aún soy muy niño, aún hoy no entiendo, no sé.
Pero todo lo que flota navega, todo lo que navega
llega a puerto un día y en cada puerto le espera un amor, un nuevo amor. Uno de
esos casos que las gentes sin arte en sus venas se atreven a llamar amor.
Mañana parte mi nave, mañana levo el ancla. Tal vez al levantar mi ancla
desgarre tu corazón, tal vez tengas la buena fortuna de poder alegrarte de mi
ausencia, no sé, sé muy poca de esas cosas de amor. Solo sé que te sentí muy
cerca, muy cerca de mí... Levo el ancla, recuerdo mi ancla y pienso en mi
ancla...
¿Pero qué haces tú aquí? Ya estoy lejano en el mar,
andamos a toda vela y en el último puerto te dejé, sí, te dejé. Allí, allí al
pie de mi ancla, la que de oro y brillantes a tu cuerpo le colgué...
Ya, ¿es el determinante adiós porque mi nave ha
partido, o es acaso el principio de un romance? ¡Qué poco del amor yo entiendo,
soy un ancla!
Un ancla es como sus eslabones, todos iguales, cada
uno semiovalado, cada otro es igual... más, no todo es igual. Siempre hay un
más, la cubierta lo muestra, uno al grillete se agarra para sostener el ancla.
Y con ella baja y se besa para asegurar los fondos. Otras solo flotan
remolonamente por las mitades, algunas ríen con las olas de la superficie y
unas hay que nunca allí bajan. Eslabones somos, encadenados estamos, el ancla
con nuestros espíritus sujetamos atada una parte al fondo de nuestros
corazones, clavadas sus palas como garfios de acero o como miel que se nos
derrite entre los dedos de la pasión. Fuertes unas veces, delicadas avecillas y
espuma unidos somos.
Únense los eslabones allá escondidos debajo de las
olas y a la vista de todos, pero ocultos como al relampaguear de los reflejos
de la luz del sol en las hondonadas y los retozos del agua
que apenas nos ocultan. Hay amor.
Allá por las praderas corren las ardillas juguetonas,
entre los corales se ocultan mientras lucen sus colores una miríada de
sirenitas, rubias, ostras y placeres. La brisa seductora nos roba el
sufrimiento y deposita nuestras penas ante el altar de las noches. Otras velas
más blancas, tal vez tiene ese nuevo velero... ¡Oh, más viejo y duradero aquél
es! ¿Es más fuerte la conservación de ese viejo eslabón herrumbroso que el
partir a otras rutas de aventuradas conquistas?... Anclas por los rincones de
los puertos y debajo de los arrecifes hay muchas más aun, pero mi ancla es
perfecta, mis eslabones de acero, mis noches de luna llena y las gardenias
perfumadas por ti son.
Hoy regresé a mi puerto, a mi niñez y a mis viejas
anclas, a mi ancla preferida, al arrullo de tu voz. No sé por qué puerto andaba,
no sé hacia que puerto voy. No, no lo sé Yo solo sé que te amo. Que anclado a
tu puerto estoy.
Gilberto Rodriguez.
Miami-Fla..USA
2010-04-16
xxxxx
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