AGUA
BUENA, AGUA MALA
Singladura
Nr. 24
Era yo muy joven y lleno de bríos, pero si muchos
golpes pegaban las olas contra babor por la proa lanzando blancas espumas que
se chorreaban sobre y por los cristales del puente, añadiendo sus risas a la
blanca oscuridad, muchos giros también daba yo pegado a la gigantesca rueda del
timón. Las cabillas, cadenas y sogas que hacían de comunicador paseando sobre
las cubiertas para llevar las órdenes a popa y tratar de amenguar los tirones
de babor a estribor a babor... Da Vinci y su novia, la rosa, danzaban como la
princesa cuando le presentaba la cabeza de Pedro al Rey.
Cuarto de vuelta, 30 grados, cinco más vuelve al cero
corre al sur ahora en redondo, pasito alante, pasito atrás, profesor enséñeme a
bailar... ¿Por qué no a nadar mejor? Los ensordecedores aullidos de lobo en
nada superan al viento contra los cables y serviola parado allá en el confín de
la proa, acurrucado que puede estar, las manos hechas churros sin calentar, la
campana a su alcance que no lo espera para sonar, los platos que ruedan de lado
a lado sobre las mesas y más aguas que has de corre por los pies porque ya
rompió el secreto de un cristal...
No se asusta nadie porque el piloto con tantos años
sobre el agua sea el primero en vomitar, muy a pesar de que estuvo aguantando
largo rato para que primero explotara el timonel, paciencia, mi señor, que yo
también he de cantar.
Rugiendo allá arriba el "pito" que para mí
barco era "whistle". aunque eso quiera decir, "chiflar". Si
fuera entre cubanos hubiera dicho el travieso que aquí siempre chifla el mono.
Pero esta es una nave de grandes y curtidos marinos y de científicos que se
limpian con hojas de seda y pana al defecar. El único
pirata en la escena es al timón. Me dejan ahí mucho tiempo, tanto hasta que mis
brazos cuelgan desgajados como árbol derribado en el costado de la loma allá al
caer. No sé si es que me consideran bueno, muy bueno, que me toman por tonto, o
que de veras lo hago bien. Y me gustan a veces esos sustos del chillón.
El ronco rugido cada dos minutos del silbato se pierde
entre la infernal orquesta de tantos instrumentos de líquido cristal. Miran,
miran y vuelven a mirar, serviola piloto y capitán. No es que haya miedo, es
atención profesional. Témpanos de hielo de mil tamaños flotan, giran, danzan,
señor maestro, enséñeme a bailar. Y por bailar claro que alegremente y con sus
risas enloquecederas danzan.
Y las finas gotas se tornan en grandes gotas y estas
y otras me obligan de vez en cuando a resoplar y quitármelas de la cara por que
no me dejan ver ni respirar.
El Segundo, mi mentor, apiadándose de mi tal vez, se
me plantó a la derecha y entre los dos ahora hacíamos girar aquella rueda que
de pronto, cual fantasma maligno del Valhalla, giraba de tirón sin consultar y
entonces los "spocks", eran batazos en un campo de beisbol en un
mundial, y al instante giraban a otra parte como dardos endiablados tratando
volar, o unas mazas de vikingos que nos querían apabullar.
Y sin quererlo bebimos del agua con sudor que desde
mi cabellera por ojos nariz y mejillas tantas veces en la boca me cayó.
Y dos días después ya pasada esa tormenta me sentaba
en las rocosas laderas de un volcán. Del leve callo que allí sentí espirales
similares a humo blanco se elevaban... aunque no iban muy lejos en lo alto, pues
a poco ya se congelaban. Y las aguas corrieron. Y mis brazos con el tiempo se
curtieron.
Girocompás, Lorán, Radar, pirulís en las bocas de los
chicos, azucenas en el pelo de la novia, barriles de petróleo debajo de las
cubiertas, reflectores y detectores, figurines de Capitán y mares por la
cintura del globo me ven pasar. Por allá arriba de las montañas distante se ven
las nubes que vienen hacia el mar.
Hay nubes rosas, grises, amarillas y coral, todas
variantes según que vuelan o a donde van...
Copiosa lluvia sobre mi cabeza cae. Velas al viento,
eso me ayuda. Bebo del alto, lo que me cae. De pronto pienso y pregunto: ¿Dime,
lluvia, nos conocemos?
Pasan las horas, días más pasan y llego a casa.
Duermo esa noche, ¡vaya, no faltaba más!
Y cuando amanece taza en la mano al jardín de mi
portal me acerco. Me deleitan mis rosas, jazmines y claveles, me gusta
cuidarlos bien. Pero he pasado mucho tiempo ausente, el que estado entre las
olas del mar.
Deslizo suavemente mi mano por debajo del pétalo de
una rosa. Cuido que mi atrevimiento no la vaya, cual a la novia somnolienta no
la vaya mi mano a despertar.
No llegué a tocarla. No me atrevo. Es virgen, es
sagrada, es nueva, es mujer...
Allí, sentada con su prisma, redondita más que el
planeta que habitamos, cristalina, sonriente, está esperando. Solo queda saber
de todas ellas, ¿esta es cuál?
¿Cuál de las millonarias gotas de agua salada que
empaparon mis mejillas en el Ártico eres tú? ¿O es que acaso me persigues por
los mundos y eres la misma que me mojó las espaldas mientras navegaba por el
Ecuador? Fría, cálida, fresca, espumosa, blanca, cristalina, verde o azul, ¿cuál
de ellas eres tú?
Oí a mi hijita llamar: "Papá, déjame que corte
esa rosa y la ponga en tu mesita de noche, así, con su gotita de rocío, ¿quieres?"
Esa otra noche la dormí acompañado de esa gota de mis
sabores, formas y amor que me ha seguido, fiel a mí, fiel al humano.
Gilberto Rodríguez
Miami-Fla..USA
2010-02-02
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