CONGELADOS
Singladura
Nr.21
Aquella, mi primera noche encerrado dentro de un
barco aprisionado entre las inmensas fauces del monstruo de las nieves, me hacía
oír una extraordinaria cantidad de sonidos, cuyas formas y expresiones, no se parecían
al choque de las olas contra las bordas, ni al rugir del viento en las jarcias,
ni tampoco a una banda de gorilas descarriados por el monte. ¡No, todo era distinto!
El cielo era blanco, blancas las nieblas que nos negaban visibilidad y blanco
también era el mar que nos rodeaba ahora congelado. A las cuatro de la
madrugada, cuando terminé mi guardia en el puente, más como guardián que otra
cosa, miré por el frente de la proa. La cadena del ancla lucía ser de una
tonelada de peso en cada eslabón. Hielo eran las cubiertas, no había nieve
alguna, solo hielo cristalizado al punto del acero fino en la fragua. Y más
blanco.
Me sentía perfectamente bien y solo un poco curioso
de todo lo que veía que era a la vez, nuevo para mí. Me dormí al instante, pero
no por mucho tiempo. Como el barco estaba encerrado en el hielo de la bahía de
donde no podía moverse, difícil iba a ser que una ola lo moviera. Pero un
sacudón del camastro me puso sobre mis pies. ¿Qué pasó? Muchos corrieron a sus
puestos de emergencia y el Capitán salió a cubierta. -¿Qué está pasando aquí?
Por primera vez veía yo a todos los oficiales juntos
al mismo instante. "Presión" me dijo el viejito Olsen, mi jefe de
guardia y segundo piloto.
El Skibforer y los Steermen todos se echaron fuera de
borda a recorrer todos los costados del barco caminando sobre la plana
superficie helada. Comenzaron los estudios, el barco se elevaba sobre su propio
calado tratando de liberarse de su encierro. Tres pulgadas, dijo uno de los oficiales.
Tres pulgadas menos de calado, el hielo está rechazando el barco y de la misma presión
que estos hielos hacen tratan de expulsar al intruso y echarlo fuera del agua.
Pero hay más aún, la presión que ejercía el hielo contra las bodegas y fondos
del barco ya se hacían sentir. La presión era inmensa y los temores de un desastre
no se hacían esperar. Comenzaron a traquetear las paredes, los remaches de los
costados empezaban a saltar uno tras otro. Se nos desarma el barco, anunció el
primer oficial. Hay ya paredes, (Bunkers) a punto de rajarse. Los traquidos
lloran a menudo. ¿A quién llamar?
Marineros somos y en el mar andamos, pero este, ¿este
es el mar ahora? Este barco está en medio de un enorme valle de hielo que le
presiona por todos lados
Los ruidos de la presión hacen que se le tenga miedo
a una achatarrada pila de planchas de un momento a otro, donde ayer hubo un
barco. El Capitán ordenó sacar colchones y frazadas fuera del barco y los
abrigos, para tratar de descansar sobre el hielo y así evitar pérdidas de vida.
"Stavanger" era mi compañero de guardia, alto flaco pálido como una
doncella asustada y con una sonrisa casi infantil a sus 28 años. Nada sorprendía
a este muchacho.
-¡Eah, cubano, vámonos a esquiar! Yo no pienso dormir
y hay unos cerros por allí que me gustaría explorar...
-Oye, pero están a muchas millas me dijo un esquimal ayer
mismo…
-¡Na, narenah! En minutos estamos allá. Y a esquiar
nos fuimos en solo minutos.
-¡Caray! Si aquel flaco sobre el hielo era un cohete.
Mucho tengo que agradecerle sus enseñanzas en aquel ambiente. Gracias a ese
muchacho que se me pegó de hermano cuasi real, como en la realidad era conmigo,
pude yo sobrevivir, disfrutar y servir los propósitos deseados en mis viajes
alrededor del Polo Norte. Nos echamos a correr.
-¡Hear, vait,
vait fer me! Mal inglés el de Scorgen pero que diantres, si era
nuestro violinista abordo. ¡Y qué violinista! Con el teníamos la ópera, el
concierto, La Scala, Radio City Music Hall, el mejor salón abordo. Y con lo
corpulento que era pronto me dejaba atrás. Estos noruegos nacen patinando.
Media hora o más había pasado cuando los ruidos del movimiento de los hielos
nos aturdían y aun así un sonido metálico sobrepujando todos los demás nos
conmovió. -¿What was that?
El oído musical tan delicado de Scorgen era un
instrumento de la más delicada sensibilidad a las vibraciones. -¡Halt! Nuestro
barco. Volvamos. ¡Presto!
-¡Nuestro barco!... ¡Vaya un par de instrumentos los
de este violinista!
Feo fue el despertar de aquella pesadilla. Parte del
costado de estribor estaba rajado a la altura del centro, allí por donde estaba
la máquina, unos metros detrás del puente. La plancha de acero estaba doblada
un metro hacia adentro y la loma de hielo que a su lado crecía lucía
amenazante. En cualquier momento el hielo rompe hacia adentro. -¿Que? Ya está
dentro de la casa de máquinas
-No se asuste nadie, estamos en tierra firme.
-Stavanger, para de decir tonterías, cuando afloje la
presión del hielo el barco se nos hunde.
-Bueno, por eso yo quiero irme a esquiar a las
montañas. "¡Fanny e helvete!" "¡Nah, nah, nareanáh!"
Los días se alargaban, las semanas corrían y el hielo
seguía sin ceder un palmo. Afortunadamente el propio crecimiento y la presión
iban empujando el barco hacia arriba según crecía uno y aumentaba el otro.
Tanto así que hubo momentos al mes en que se temía que el barco se virara de
costado porque ya estaba demasiado elevado y amenazaba con virarse. Ya tenía
unos 38 grados de escora.
Un ingeniero danés de la mina de Ivigtut y unos
ingenieros y soldadores de los US Marines que nos asistían habían quebrado el
hielo y liberado las planchas rajadas, pero no se atrevía a reparar todavía por
múltiples razones. Había que esperar, pero entre el Capitán y el ingeniero de
minas trazaron un plan de emergencia. Trajeron una bomba, largos tramos de
manguera y una barrenadora. Perforando el hielo lograron llegar al agua líquida
debajo de la capa de la superficie y comenzaron a bombear a gran velocidad por
el agua se congelaba de instantáneo.
¡Voilá! El agua así extraída era regada a todo lo
largo del costado del barco y según esta caía y se congelaba una enorme pared
de hielo se iba formando para que el barco, recostado allí, no pudiera seguir
escorándose. Doce metros de altura construyeron así y justo a tiempo. Debo
decir que esos tiempos y en medio de la guerra parecíamos una pobre palomita
esperando por los alemanes con sus torpederas, pero no vinieron. Tal vez
pensaron que la naturaleza ya se había hecho cargo de nosotros. Un enemigo
menos sin gastar balas.
Pero tampoco las necesitaron. Unos días más tarde los
ingenieros de las minas trajeron sus equipos, cortaron una brecha en el hielo
hasta llegar al punto donde las planchas estaban rajadas y se preparaban para
empezar a soldar unos parches cuando de pronto se nos viene encima una de estas
tormentas de hielo y viento que arranca palmas mochas y secuestra doncellas
grises. Poco no fue el esfuerzo para sobrevivir en esos tres días que le
siguieron al vendaval. La congelación ahora fue tal que el barco quedó
sepultado, no ya bajo una nieve blanda, no, quedó bajo una montaña de hielo
sólido. Y ahora los meros y los Marines no podían ayudarnos porque la situación
se había tornado crítica a esas alturas del planeta y necesitaban todos sus
equipos en las minas y la vigilancia antisubmarina.
Tres barcos fueron hundidos por los alemanes durante
esos días a unas pocas millas de distancia hacia el sur. Y nosotros sentados
hurgándonos las narices. La comida empezó a escasear, aunque teníamos mucha
cerveza de la que le llevábamos para los oficiales de los Marines y de las
minas. Yo, que tenía el estómago un poco dudoso me mantenía de papas y hervidas
y por la madrugada me metía en el refrigerador y comía unos pepinos en vinagre grandísimos
que habíamos traído del Canadá y nadie los comía.
¿Mal del estómago y comiendo pepinos en vinagre, dice
usted? Bueno, lo otros estaban ya comiendo carne de animales cazados por los
nativos, cruda y congeladas... ¡Uf! Por eso es que yo no como sushi japonés.
Casi cuatro meses allí, en esas condiciones. Los US
Marines nos habían acogido en una de sus barracas de acero, calentitas y bien
abrigadas. Lo único malo era que no nos dejaban meter allí a las
"esquibuenas" porque decían que eran "esquimalas". ¡Vaya
usted a ver!
Y eso que el lobo con hambre le mete el diente a
cualquier cosa. Bueno.
Un día llegaron cargamentos de comida en trineos
esquimales y equipos para nosotros los tripulantes de mi barco. ¿Y el barco,
qué hacemos con el barco?
La naturaleza es sabia, dicen. La respuesta no se
hizo esperar. De pronto la temperatura dió un enorme giro y el hielo comenzó a
derretirse. Bastaron unas cuarenta horas para darnos la respuesta a la
pregunta. Según el hielo aflojaba el barco comenzó a bajarse de su alta loma de
hielo, y al principio, empujado por la alta pared que le habían construido
junto al costado de estribor, empezó a enderezarse... y bajar. Lentamente al
principio... Lentamente.
Pero según pasaba el tiempo, el tiempo se hacía más
corto, el hielo se derretía a mayor velocidad y lo resbalones hacia abajo se hacían
más y más estruendosos hasta que allá por la segunda madrugada, de pronto.
¡BBBBRRRRUUUUMMMM!
Hierros, hielo, agua, espuma y estruendos
atormentadores. Una o dos horas pasaron cuando el ingeniero jefe de la mina y
el coronel que mandaba los US Marines nos ordenaron alejarnos hacia tierra
firme. La cubierta congelada del mar había comenzado a mostrar quebraduras, era
demasiado riesgoso el permanecer allí esperando.
.¡BBBRRRUUUMMM! ¡Splash!
Truenos y largas columnas de espuma se elevan del
ahora hueco donde había estado recostado nuestro barco...
Una leve imitación de columna de humo congelado subía
como la mano del amigo muerto en medio de la batalla, diciéndonos su último
lúgubre adiós.
Con el barco se fue al fondo uno de mis dibujos más
queridos. Era ella, era la mujer que desde muy niño soñaba yo que un día sería
de mi amar, una ilusión, una carita de magia. La que he seguido buscando en las
luces y las sombras de los días y las noches, en los puertos y la salas, y
hasta hoy en el regazo de sus cabellos enredados que un día serán míos.
Gilberto Rodríguez
Miami-Fla..USA
2010-05-02
xxxxxxxxxx
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