EL "NEGRO" LEGORBURU
Singladura Nr.20
"Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte
echar"
José Martí.
El mal olor venía con la brisa anunciando el paso de
algún animal muerto por las arenosas calles del pueblo. Las caras de los
parroquianos isabelinos se volvían en busca del sucio carretón de la basura,
que no debía andar muy lejos.
El verde mar, color con el que hubo sido pintado
alguna vez, pujaba por mostrar una sonrisa por debajo de los chorros colgantes
de pútridas sustancias que un día fueron tal vez manjar en nuestras mesas. Y
aquél cuadrado cajón, ancho arriba y menos abajo, que pudo haber sido el que
transportaba oro en alguna mina oriental, era allí, en nuestras arenosas
calles, el "aura tiñosa" que cargaba en sus entrañas los desechos
"perfumados" de cada rincón del pueblo.
Desde La Punta hasta el cabo del pueblo recorría
llenándose la ancha panza en cada jornada. Montado sobre dos grandes ruedas de
madera cubana forradas con zunchos de hierro a puro fuego, tal vez hechas por
Perico Véliz en la Fundición que tenía allá en el patio de su casa, cerca de la
carretera. El viejo carretón era fiel compañero y silente cómplice en guardar
los secretos de la cocina de cada isabelino. Complicidad silente y servil la
suya, porque trabajaba con "El Negro"... y este casi nunca hablaba.
Tiraba, si es que a eso se le puede llamar así, del
carretón, un gigantesco mulo color chocolate que, bien mirado, podía
confundirse en color y catadura con el infeliz carretonero. Ya dijo el chuzco
maldito al hacerse cargo del corral: "Estos burros que llevan tanto tiempo
juntos en el mismo corral todos se parecen por el pelo". Hombre y animal
eran grandes, de pelo y piel oscuras. Pacientes eran los dos, más pacientes
digo, que Jean Valgean actuando como Cuasimodo en la película francesa titulada
"El Jorobado de Nuestra Señora de París". Nada, lluvia, viento,
chillidos burlones de los golfillos callejeros, pregones, ni la trompeta del
Capitán Nemo, si Jules Vernes se la hubiera mandado, perturbaban la paz mental
o alentaban la parsimonia del hombre ni la del animal. Tenían su paso.
Solo los jueves cambiaban de paso. El pobre mulo vestía
sus orejas de fiestas, moviéndolas casi cual si fueran de conejos enamorados de
la zanahoria. Era día de romería, de campo abierto, de yerba fresca, de agua
bebida al filo de las lagunas de El Dorado, de...
Y en la soleada faz de el "Negro", un como
sutil brillo en la voz se notaba al arrear su animal. "Hala, vamos, arrea,
mulo". Eso era en aquél solitario ser humano una especie de medio de
alegre expresión, esparcimiento, descanso. Ah, sí, hermano; hay almas que gozan
y descansan de sus cadenas si un día las pueden arrastrar por las calles fuera
de sus paredes.
El "Negro" y su mulo gozaban de asueto los
jueves. Viajaban muchos quilómetros para encontrar yerba de guinea y, hoz en
mano, cortar y atar en sendos "masos de yerba", el verde alimento
para alimentar durante la semana venidera al rudo animal. Y el mulo se
aprovechaba con la picardía de saber que hoy el podía comer toda la yerba
fresca que sus maxilares triturar pudieran. Y mientras tanto, el
"Negro" sudaba.
Muchos años duró esta rutina. Yo era un niño cuando
empecé a ver esta ESTAMPA ISABELINA. Nadie parecía sentir interés por "El
Negro de la Basura". Que dicho sea de paso, no era negro de raza. "El
Negro" Legorburu era oriundo de Las Islas Canarias, como tantos en nuestra
provincia Villareña, pero más parecía marroquí que español por su piel.
Vivía muy solitario, yo no recuerdo haberle conocido
amigos ni haberlo visto en comercio o bar alguno. Se decía que era miembro de
la familia Legorburu, que era una muy distinguida y buena familia de Sagua y la
Isabela, pero yo no lo sé. (Por cierto, Carlitos Legorburu fue por mucho tiempo
alcalde de la Isabela. Y muy bueno y luchador que fue.) Al "Negro",
todos le miraban indiferentes, como si el mal olor de los desperdicios de sus
propias casas, recogidas por este ser humano, fuera el mal olor permanente y
único del infeliz carretonero. Casi nadie se dirigía a él.
Y, oh, perdón, error que cometo, una vez oí al
sibarítico juez Enrique Ardabín haciendo piruetas con su larga boquilla de
marfil, mientras prendía uno de sus ovalados cigarrillos preguntarle si le
hacia un cierto favor.
El mameluco u overol que vestía, que una vez fue de
dril azul, (de esos que llaman Levy's hoy día) también se igualaba con el verde
extraviado del carretón. Y solo le vi uno oscuro cuando pasó el ciclón. ¡Dios
santo, cuánto es capaz de trabajar un ser humano por el bien de sus hermanos!
Regalo humano era el "Negro de la basura" a nuestro pueblo de
Isabela.
Yo me fui a cabalgar por las sierras ajenas que Dios
me diera. Y pasaron los años. Y vinieron las imágenes retratadas en el cerebro.
La última imagen que los ojos ven, la computadora de nuestra vida la conserva
permanentemente como su historia. Y si la vimos niña, muchos años después,
desafiando la realidad, nuestra memoria nos exige que la veamos niña todavía,
como miran las madres. Tanto así, que en Francia, allá por los años 30, científicos
policiacos con la colaboración del Doctor Israel Castellanos, ese genio cubano
de las ciencias policiales, llegaron a crear un tipo de fotografía de la pupila
de los humanos muertos violentamente para poder ver qué y quién fue la última
persona vista por el difunto.
Un día volví de visita a mi pueblo. Y pregunté, sí,
yo pregunté por el "Negro".
"El nuevo alcalde lo despidió (¡Arrea!) lo botó
y puso un hombre limpio en su lugar." Me dolió un poquito esa expresión.
Caray, me dije; durante tanto tiempo este pobre hombre nos mantuvo nuestro
lindo pueblo limpio y es esto lo único que se nos ocurre decir...
Me fui por los barrios a ver no sé qué... Pero vi
desperdicios en las calles. Había una gato destripado cerca del Ancla en el
arenal de La Punta y desperdicios de comidas junto al Muelle del City Bank.
Bajé hasta el Muelle de Amézaga y en el Bar de Muti, que todavía no se llamaba
Barrilito, allí me presentaron a un señor que hablaba de política, comparaba
aguardientes, reía con las putas deambulantes y vestía camisa blanca. Me
dijeron que era el nuevo recogedor de basura del pueblo. Me pareció que en ese
momento mi querido pueblo era traicionado por los condenados políticos de
afuera, y le pregunté al buen hombre cuando había recogido la basura por última
vez. Pero no esperé la respuesta. Me despedí.
Mientras el avión que me llevaba de regreso a New
York atravesaba el Estrecho de La Florida, en mi cerebro revoloteaba, cual si
ala de mariposa asustada fuera, una idea peregrina y mi voz descuidada sacudió
a los pasajeros: ¡Qué diantres, "el Negro" era el mejor!
Gilberto Rodríguez
Miami-Fla..USA
2009-04-19
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