MEMORIAS
DE MI PUERTO
Singladura
Nr.6
Terminada la Segunda Guerra Mundial, en los Estados
Unidos, donde unos 13 millones de personas estuvieron empleadas de un modo u
otro en la industria de guerra y las fuerzas armadas, nos vimos en las calles
con la sección de clasificados del periódico bajo el brazo; la economía se
hundió. Las colas comenzaban a las tres de la mañana y se desvanecían allá por
las dos de la tarde... y repite al día siguiente. En las colas de desempleados
tocando puertas con el suplemento del periódico bajo el brazo, llegó a
desarrollarse tal camaradería, que un día todos los residentes de New York
llegamos a conocernos por nombre y apellidos. De pronto comenzaron a formarse
compañías navieras aprovechando el hecho de que el gobierno americano quería
impulsar la economía y la cantidad de barcos que tenía en sus manos le
resultaba muy costosa de mantener.
¿Recuerda acaso usted estos dos nombres de marineros
griegos, trabajadores del Mar del Plata en Argentina, Stavros Niarchos y aquel
que compró una famosa ex primera dama, Aristóteles Onassis, y se contoneó con
la soprano, también griega, la de las orquídeas: María Callas? ¿Sabía usted que
fueron los casi-regalos de barcos viejos casi regalados lo que les dio sus
millones? Una de esas nuevas empresas, operada por un viejo Capitán y sus hijos
corredores de bolsa, la Gulf Traders Shipping Line, me
contrató a mí para cambiarle a sus barcos las estructuras militares y
convertirlos en barcos de carga de categoría mediana y menor; 14 barcos cambié
yo.
Una lesión en el ojo izquierdo me enfrentó a la
empresa, pero todo quedó entre amigos. (Dicho sea de paso, en esos tiempos no
había esta industria médico-legal de las demandas ante los tribunales. Te
lastimas, arréglatelas como puedas) Entonces vi los cielos abiertos cuando me
dijeron un día, que tenían para mí una plaza de Contramaestre
en el barco "Gulf Trader", que llevaría carbón de Newport News,
Virginia a Port Royal y Kingston-Jamaica, y de allí cargaría azúcar en la
Isabela para Boston, y que iban a designar marineros y Mayordomo cubanos para
la tripulación. Amigos, ¿preguntarle al tiburón si se quiere zambuir?
Eran ya muchos años lejos de mi pueblo, de mi Patria,
de mi familia. Mi Jefe inmediato era un joven americano a quien tuve por
compañero en La Academia Naval, medio chiflado, pero buena gente y enamorado de
Cuba. El Mayordomo habanero y los otros tripulantes cubanos eran Nuevitas y
Pastelillo, en Camaguey. (Curioso recuerdos me trae esto, nunca he visto a
Esteban Lamela en Miami, personalmente, pero gracias a esos tripulantes, conocí
aquel joven delgado, alto, que vestía impecables guayaberas blancas planchadas
por su madre que escribía reportajes para el Excelsior, El País, bajo la
dirección de Félix Soloni, más tarde mi director y amigo en New York en la
editora Joshua B. Powers. ¡Mundo chico, este nuestro! Y compartimos un café y
tostadas una noche, en aquel café con nombre de capital europea) ... Pero a La
Isabela vamos.
Cuando un barco se acerca al puerto, el Tercer Oficial
toma el mando de la proa, el Segundo la popa, el Contramaestre a popa, el Primer
Oficial y el Capitán al puente y el timonel mayor al puente, al timón. Yo había
sido timonel mayor y oficial de emergencias y crisis. Pero estábamos llegando a
La Isabela y gracias al Primer Oficial el Capitán me llamó al puente. Usted es
isabelino y conoce su puerto. Hágase cargo del timón y llévelo a un muelle
llamado "Amézaga". Cielos míos.
Frente a Cayo Cristo se nos acercó el bote del
Práctico del Puerto. Don Severino Ponce llegó al puente con ese carácter, a la
vez estricto y simpático que le adornaba, saludó al Capitán y se dirigió a mí,
que sostenía el timón ya enfilando la proa del barco hacia la boya exterior del
canal de Marillanez. Y dijo en inglés, ¿Usted conoce el
canal? Si es así, sígalo, está en sus manos. Y se pasó todo el trayecto
hablando con el capitán a veces conmigo sobre el mar, el mundo y asuntos
técnicos. Miraba el rumbo a cada paso, pero nunca me dio una orden hasta que
enfrentamos el muelle.
La maniobra era simple, entramos de proa con el
costado de estribor, el lado derecho del barco, atracado al muelle de cemento,
de frente, mirando a la iglesia del pueblo. Don Severino Ponce me dio las
gracias también en inglés cuando el Primer Oficial me dijo, deja al Segundo
ahí, que ya están bajando la escala. Nunca he sido más rápido en mi vida. Al
extremo de que me costó una seria lesión en el tobillo derecho el tirarme de
varios pies de altura al muelle, sin esperar que la escalera estuviera segura,
porque vi a mi madre, mis hermanos y muchos amigos corriendo hacia el barco.
Nunca supe cómo se enteraron de mi llegada.
Ah, pero que sorpresa, me esperaba. El viejo Práctico
del Puerto, Don Severino Ponce era un gran amigo de mi familia, por todas las
generaciones. Yo estaba abrazado a mi madre cuando este descendió por la escala
y se acercó a nosotros con una curiosa expresión en el rostro. Mi madre,
abrazándolo cariñosamente le dijo: Hay Severino, gracias por traérmelo.
El buen hombre me miró de arriba a abajo, y con toda
la fuerza que tiene el carácter paternal de nuestra herencia española, me dijo
indignado; Usted es el hijo de Marino Perera, y
me ha hecho a mí hablarle inglés por más de dos horas sin darme la oportunidad
hablar su propio idioma... usted me ha faltado al respeto. Y se alejó enojado.
Pero ah, cubano, a la salida del muelle, apenas avanzando por los abrazos y las
manos de mis hermanitos y hermanitas que se me colgaban, de pie y ya un algo
relajado mentalmente, estaba Severino Ponce ahora acompañado de Miguel Castell,
el Práctico mayor del puerto y un sinnúmero de amistades.
Los dos respetables y queridos lobos de mar me
abrazaron, como quien abraza al hijo pródigo que regresa. Y los dos hombres a
quien tanto respeto debía yo, derramaron lágrimas envueltos en mis brazos, como
las estoy derramando yo en este momento.
Gilberto Rodríguez
Miami-Fla..USA
2008-10-22
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http://isabeladesagua.tripod.com
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