EL
CIELO ME LA ENVIÓ
Singladura
Nr.15
Ya me había encargado yo de escribir un poema
anunciando mi amor sin paredes. “Te amo cual eres” se titulaba el poema y en
sus versos anunciaba a las nubes que la amaba sin penas ni formas. ¡Ya la amaba!
Yo creo que ella me amaba también, sin jamás unos ojos mirar ni una piel. Me
paré en la acera y miraba acucioso en su pos.
Una voz que de cerca me resuena al oído, yo escucho, yo
la esperaba sin saber quién era. Ni siquiera me hacia una idea de cómo luciría.
-¿Espera usted a alguien?
Me brotó una sonrisa del alma y sin pena ni asombro
la besé en los labios con candor y alma. Reímos… Bebimos una copa de vino y
charlamos cual viejos camaradas. Ya nos conocíamos, decía que nos viera, pero
no, ni siquiera observarnos el uno al otro. No estábamos allí sentados frente a
frente, las copas reían, los versos se hacían pocos y las pupilas se cruzaron
al fin.
-Me gustas cual eres.
-Yo no estaba segura de sí te iba a gustar o no.
-Yo no lo pensé, no lo necesitaba. Te amo así.
-Difícil fue separarnos luego de media hora allí.
-Y nació este amor... O, tal vez debo decir, miramos a nuestro entorno y vimos los ojos de lo que hacía tiempos ya, era nuestro amor.
Se unieron las alas de las gaviotas al viento que
pasaba, dando aliento a las flores que surgían en nuestros caminos. Caminamos
un trecho. Nos amamos.
Se fundieron los mares y el cielo, allá en la comba
lejana azul y verde en los horizontes.
Y de ahí comienza un idilio de libélulas que cantan
por vez primera en la vida, flores que surgen solo cuando la ven en mis brazos,
corazones que se alborozan al verla pasar de mi brazo y ángeles que cantan
plegarías al cielo porque ha nacido este amor.
Los inviernos no son ya tan fríos. Los veranos no son
tan calientes, la brisa refresca mi lecho, entre rosas y azucenas, orquídeas,
clavo, jazmín.
Un día, acurrucadita en mis brazos miraba a la
distancia, mientras revolvía una espiguita de yerba con los dedos entre sus
labios.
-¿Qué sueñas?
-Sueño desde siempre con este sueño.
-Cuéntame, ¿quieres?
-Te cuento… Siempre sueño con un palacio de mármol
blanco, donde a la entrada hay un banco también del blanco material. Me veo
sentada en ese banco. Mientras que por la verdeante distancia se encuentra el
camino, todo reluciente en el verde más puro. Las sutiles madejas del viento se
destrenzan al llegar hasta mí. Detrás mío están las puertas del palacio o
templo de la virtud. Tal vez un día me abran las puertas y un ser espiritual me
invite al interior. Tal vez…
Muchas veces más o menos en esto es que piensa y
recuerda mi amor. Y una vez.
No sé porque las cosas suceden así, las cosas de Dios
y del amor son cosas ciertas, pero a veces el ojo del hombre no entiende las
señales. Me dijo que había soñado, aunque no estaba dormida. Curiosa la vida de
este amor nuestro, lo mismo soñé yo esa noche. Estábamos mirando a dios en
nuestra esquina y vimos que ya habíamos estado junto a él en varias ocasiones
anteriores. ¿Pero cómo, Señor?
-Demoré en unirlos porque me quedé dormido. Ustedes
dos se pertenecen desde muchas vidas que ya fueron, y mañana al salir de esta
vida nuevamente, los quiero juntos para siempre sin cesar. Si me duermo me
despiertan y griten si es que hacerlo se hace necesario: ustedes dos se han de
amar para la eternidad.
Humildes nuestros espíritus, pero alegres nuestras
almas, bajamos del altar hasta la plaza.
Unas sombras se acercaban, era noche.
Un relámpago brotó del firmamento y el cielo lleno de
luces se abrió al camino de la eternidad.
Un corcel de mil campanillas nos llevaba, tirando de
la barra de aquel coche y en el camino eterno de los cielos. De pronto, un
ángel del coche nos levantó y flotando como espuma de nubes, ya que flotando
nos fuimos por los eternos caminos del eterno, donde no había envidias, velos,
ni dolores.
Me contaba ella y recordaba yo. Lejos el uno del otro,
había soñado eso mismo. La tomé en mis brazos, la acaricié un momento y luego
la miré a los ojos… Lloraba. Era feliz porque ella cree en su Dios. Nunca más,
amor, nos separaremos. Tantas veces ya fuimos los amantes de otras vidas que
esta vez hemos pagado con distancias y ajenos al dolor de haber sido tan
felices en un mundo de cristal. Nos juramos nuevamente amor eterno. Lo juramos
ante Dios y ante las horas.
Y han pasado misteriosos de envidia unos días, hay
quienes han querido este amor destruir, pero el cielo en su eterna bondad no
selló con la sangre de oro, y con el cuño de su santa bondad, Dios nos dijo que
somos eternos amantes, en esta vida, en la próxima como en nuestra anterior y
las muchas que vienen detrás. Así es nuestro amor.
Ahora un ángel divino en su mano, la trompeta que
anuncia el señor, toca a vuelo de tambor y campanas, la venida hasta el mundo
del cielo la bendición de este amor que comienza en un beso a sabiendas muy
bien que la amaba sin que abriera mis ojos a ver.
La amo, nos amamos, y solo en el cielo vivimos.
Gilberto Rodríguez
Miami-Fla..USA
2010-10-09
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