jueves, 29 de febrero de 2024

MIS AVENTURAS EN LA 2da GUERRA MUNDIAL Singladura Nr.4



MIS AVENTURAS EN LA II GUERRA MUNDIAL

Singladura Nr.4




 

Al salir de San Juan de Terranova (Saint John's, New FoundLand), el barco Liberty en yo tripulaba en calidad de timonel fue designado como el SS24, pero al establecerse la formación nuevas naves que venían del sur de Los Estados Unidos cargados de granos sueltos en las bodegas fueron situados, por ser más indefendibles, un poco por delante de nosotros dando por consecuencia que vinimos a ocupar el puesto exterior número 26, nordeste, o sea a estribor del convoy. En total íbamos en ese convoy unos noventa y cuatro mercantes y transportes militares, además de dos destroyers y seis corbetas.

 

Las olas eran de fondo, poco viento, bastante frío por cierto y algunas nieblas. Al amanecer partimos como de costumbre a un rumbo desconocido. Proa al nordeste franco al principio.

 

Ya vendrán órdenes, el destroyer delantero nos guía, cuatro nudos, muchos ojos de serviolas y voluntarios en cada nave, zig and zag a ritmo de danzón criollo. Corazones trémulos, luces tenues o apagadas, suprema inmersión de cada humano en sus más íntimos silencios. El espíritu avanza, la muerte acecha. Estamos en guerra, pocos saben reír ahora. Y yo con mi eterna taza tomando café y la pipa encendida con un aromático tabaco inglés.

 

-¡Timonel, tenga la bondad, apague esa pipa!

 

-Como usted diga capitán...

 

-NO es porque fume, entienda usted, es porque nos han notificado que los alemanes tienen ahora unos detectores de aromas y olores distintos sobre el agua...

 

-Como usted diga, Capitán. Un poco confundido apagué mi pipa y me la puse en el bolsillo trasero derecho de mi pantalón. Pensé mucho sobre aquellas palabras del Capitán. ¿Pero y el olor del aceite y del petróleo y de las cocinas? ¿No son y han sido siempre detectables esos? ¡Oh, bien!

 

Seis días o siete, no recuerdo bien, llevábamos avanzando hacia algún lugar de Europa, me parecía dado el rumbo que, por cierto, no sabíamos si íbamos a dar vuelta 90 o 180 grados en cualquier instante dados los ataques de los submarinos alemanes) que se mantenían más o menos constantes. Cuando sin ni siquiera sospecharlo yo, de algún lugar lejano a mi vida y a mis conocimientos, ya algunos hombres altamente encumbrados en sus cargos y posiciones estaban disponiendo de mis servicios, de mi vida. Nada en la vida de un joven guajirito cubano, marino mercante por demás, jamás pudo haberle dicho ni al más fantasioso de los escritores de novelas de ciencia ficción de que en unas cuantas horas en el futuro, una especie de vorágine interna cambiaria el rumbo de mi vida para siempre en un corto minuto en el mar.

 

Muchas cosas suceden sin que uno sepa por qué; millares de seres pululan por esos caminos de Dios y nadie siquiera los ve al pasar... y algunos hasta se sacan el premio gordo la lotería nacional. Yo debo haber nacido atravesado, sí, eso es lo único que se me ocurre pensar, porque desde el instante mismo en que me quité la ropa de hijo de un puerto y abordé una nave, otras personas, ajenas, lejanas, desconocidas para mí, forjaron planes, dictaron órdenes y dispusieron de mí como de picadillo dispone el carnicero. Lo curioso es que siempre estuve allí, donde me buscaron, y serví con una sonrisa en los labios y una decisión jamás cuestionada por nadie porque sé cumplir.

 

No sé si considerarme orgulloso, sentir pacer o considerar que, sabían que yo era el más tonto ciervo de la manada. Pero sea cual fuere la situación, yo estuve allí. Y por ahí andan unos papeles que dicen lo hice bien. Tal vez sea verdad.

 

Tal vez en el maelstrom ese de que hablaba Jules Verne, que da la casualidad de que está muy cerca de Noruega, por ahí muy cerca se iniciaron mis aventuras... Y no soy yo ni con mucho su Capitán Nemo, ni ninguno de mis barcos cargó su nombre.

 

El convoy avanzaba tranquilo y nada que no fuera mucho trabajo, lavando las paredes y pintando sobre pintado en las cubiertas camufladas, sucedía. Pero.

 

Nada es más temible en esas circunstancias que el silencio y la tranquilidad duradera, ni la brisa nos molestaba. Esa situación, créame, amiga lectora o lector, es siempre el estado de expectativa más trémulo de los muchos que carga en su mente e historia el hombre de mar. Y me a trevo a revertir el refrán y decir, antes de la tempestad siempre viene la calma. Y calma había, la tempestad no aguardaba escondida en los misterios del cielo.

 

Yo subí al puente diez minutos antes de las ocho campanadas, mi guardia era la de doce a cuatro.

 

(Continuará en el número II)


 

Jun 10, 2010 #2

Eran la una y treinta y siete de la madrugada cuando el destructor en que viajaba el Comodoro se apareo a cierta distancia, viniendo de atrás, a nosotros. Los únicos medios de comunicación en términos generales, entre una nave y otra debía ser las luces, y para eso con unos capacetes muy discretos. Del destructor surge de pronto en el ala de babor del puente el farol de señales y hace una llamada. El segundo de abordo que estaba a la postre de guardia en el puente conmigo, manda a buscar al radiotelegrafista que a esas horas dormía y a continuación hubo que llamar al Capitán, que era necesario en el puente.

 

Mucho corre-corre notaba yo mientras atendía mi timón que estaba un poco complicado dado que el cielo empezaba a dar señales de mal tiempo.

 

Manejar un barco bien cargado con el viento y las olas es siempre un reto para piloto, Capitán y timonél. Pero cuando ese montón de hierro flotante se multiplica por una centena, y se tiene que mantener dentro de una estricta y bien dirigida formación militar, y además de las dificultades para obedezca al timón sin movimientos de agua bajo la popa, encima de lo cual, la distancia por el frente, la proa, la popa, a los dos lados, babor y estribor y todos esos monstruos de acero con escaso poder de dirección, ahí, en ese momento es cuando el Capitán se entera de quien es su marinero y cual no lo es.

 

El Capitán ordena al piloto que ponga al agregado al timón y a mí que lo acompañe a su despacho.

 

Yo, francamente me sorprendí un poco. Y se lo dije.

 

-Siéntese, me dijo el Capitán. -Sailor, have you done something we may be ashamed of? ¿Ha hecho usted algo que debía avergonzarnos?

 

-¿Y por qué me hace usted esa pregunta, Sir?

 

-Esperemos un rato y tendrá mi respuesta, mientras tanto vaya y tómese un café y regrese aquí a mi despacho en diez minutos.

 

De pronto y a esa hora que todos los tripulantes salvo los de guardia están durmiendo, se llenó la cubierta de personal.

 

Al rato aparece otro farol de señales. Pero este viene de una lancha que está al costado de estribor pidiendo que les bajen una escalera Jacobs para abordarnos.

 

(Sigue en el III)

 

 

Jun 11, 2010 #3

Yo fui al comedor, llené una taza de café (americano, claro está) sin azúcar que así es como me gusta, fuerte, solo y amargo y salí a cubierta.

 

Un oficial de la Navy cuyo rango no era distinguible en la ropa que vestía, subía abordo con un cartapacio en la mano. Lo conduje al despacho del Capitán como me había sido ordenado. Al llegar a la puerta, con una señal de la mano el Primer Oficial que en ese momento entraba también a ver al Capitán, me dijo que me quedara afuera, en el corredor. Allí esperé lleno de anticipaciones, mi mente volaba en busca de curiosas respuestas a una sola pregunta. ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué tiene todo esto que ver conmigo? ¿Qué, donde, cuando?...

 

Atrás habían quedado plasmado en el cuadro de la historia los viajes a Groenlandia, las historias vividas en carne propia de los esquimales, los encuentros con Peter Freuchen y otras cien aventuras que ayer fueran lejanas a mis sueños y a estas alturas ya se habían vivido, extenuado y convertido en parte viviente de mi joven existencia.

 

De simple marino mercante cubano navegando en barcos de banderas ajenas a sujeto de novela en el ejercicio de mi profesión, de mi simple trabajo como uno más en la cubierta, un cliente más en el bar del arrabal porteño, ahora parecía yo pasar a un corredor blanco, fuera de mi timón en espera de un no sabía yo qué y cómo, ni cuándo. Pero esperaba.

 

Pasaron unos largos minutos; minutos solamente. Pero esperar, que de si propio es, en mi opinión, el más difícil de todos los encargos que tiene que sufrir el ser humano, esperar, en este instante me parece, activo y enérgico como siempre he sido, demasiada imposición a mi vida. Sobre todo que estamos envueltos en una guerra a muerte; una guerra cruel, larga, sangrienta... y flotando en estas aguas frías del Océano Atlántico expuestos a cada instante a la próxima explosión de una mina flotante suelta o de un bien dirigido torpedo. Mi barco, hemos de recordar, flotaba al exterior derecho, o sea a estribor del convoy, posición que nos designaba el primero de haber un ataque por el este. 

 

-¡Quartermaster, come in, please!" -¿Please? Cortés ese llamado. ¡Hummm! ¿qué será? -Dígame su nombre completo. Lo dije. -¿Usted habla italiano, verdad?

 

-No señor Teniente. Que ahora le vi las barritas. -Yo no hablo italiano.

 

-¿Y ese fuerte acento que tiene usted al hablar?...

 

-Señor, yo hablo español con un fuerte acento gallego, pronuncio bien cada letra, y uso las "C" y la "Zeta" como manda Dios.

 

-¿Y usted es cubano?

 

-Si, señor, soy cubano.

 

-Mire, usted tiene no solo acento italiano, pero además, un fuerte tono de alemán...

 

-¡Mire, Teniente! Yo no sé si usted es un experto lingüista, y si lo anda, muy lejos de entender acentos, ese fuerte acento es del idioma noruego, no alemán. Lo corté rápido.

 

-¿Qué tiene que ver todo esto con los noruegos?

 

-Usted busca mis acentos al hablar, yo le saco de su ignorancia, le educo, si quiere. Aquel buen oficial hasta ahí había sido muy terso en su comportamiento para conmigo y de pronto en su rostro apareció una leve sonrisa.

 

-Yo soy hijo de noruegos, me dijo.

 

-Lo felicito, son buenas gentes.

 

-¡Me basta, usted es el hombre que vine a buscar!

 

-No entiendo, señor.

 

-¡Infórmele usted, Capitán!...

 

-Mister Rodríguez, nuestro país lo necesita una vez más.

 

-¿Y?...

 

-Usted debe ahora mismo recoger todas sus pertenencias, sin hablar con nadie y marcharse con el teniente al destructor... Yo no estoy autorizado a decirle más, y no sé si el Teniente quisiera decirle algo, Rodríguez, pero alguna misión lo espera y estamos retrasados ya. Por favor, prepárese, vamos yo le ayudo a empacar.

 

-Rodríguez, me dijo el Primer Oficial, no se preocupe usted si tiene que dejar algo, yo personalmente cuidaré de todo y su salario será entregado a su esposa en New York a nuestro regreso, o antes. Eso ya está en sus órdenes. Buena suerte.

 

Y a la lancha entre las olas rumbo al destructor salimos.

 

(III y sigue en el IV)

 

 

Jun 12, 2010 #4

Bueno, se me perdió una hora de escritura aquí anoche)

 

 

Jun 22, 2010 #5

Porque Esteban me lo pidió, y porque ese fue siempre mi propósito al ingresar a esta nave, comencé a escribir a pedacitos en Literatura Sobre El Mar, una de esas raras aventuras que el destino de un hombre le lleva a realizar, lejos de sus propios entornos, a mundos ajenos y sueños que ni dormidos hubiéramos soñado algunos, o ninguno allá en las riberas del rio "Undoso" ese maravilloso y a veces cruel chorro de aguas del Escambray al Atlántico que baña mi querida provincia villareña. Para un pésimo mecanógrafo, este sistema a veces es el menos apropiado para escribir largas historias. De modo que hice unas líneas y paré. Una breve mirada al resultado bastará para ver que no lo empecé bien y menos se puede esperar. Por consiguiente, desde aquí comienzo a escribirlo en WORD y según progrese el escrito, lo iré poniendo acá tal cual le prometí al Capitán. Mi promesa ahora es a ustedes, lo miembros de las tripulaciones y los amigos que nos leen y saludan al pasar por los distintos muelles y puertos. Y hay mucho más. Lo fuerte, lo interesante, está muy lejos aún. Hay que echar una buena remada para llegar al muelle. Pero les garantizo que lo van a disfrutar, tal cual lo disfruté al tiempo que lo sufrí yo.

 

 

 

Gilberto Rodríguez

Miami-Fla..USA

2010-06-10

 

 

 

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