viernes, 5 de enero de 2018

OTRA ESCALA EN SANTIAGO DE CUBA


                OTRA ESCALA EN SANTIAGO DE CUBA


Motonave "Bahía de Cienfuegos", escenario de esta historia.


Me sube la bilirrubina



-Mister,¿change Money? Mister, ¿change money? Mister, ¿señoritas? Mister, ¿cigars?

-¡Chico, no comas tanta mierda! llevas cuatro calles con la misma cantaleta y yo no soy ningún yuma. La calle Enramadas era un hervidero de gente a esa hora del día, unos que subían y otros que bajaban. Todos buscando algo, siempre con una jabita en las manos o debajo del sobaco. El muchacho quedó petrificado y se detuvo en seco, muy nervioso. No sabía qué decir y me observaba con miedo, como si yo fuera uno de esos agentes encubiertos.

-¡Coño! Disculpe, compañero. Le salió del alma aquellas palabras, muy cargadas de arrepentimiento por el delito que estaba cometiendo. Traficar con dólares era penado por la ley y la sanción estaba en dependencia de la cantidad que te encontraran.

-¡Yo no soy compañero ni un carajo! Sigue en lo tuyo y ten más cuidado.

-Es que de verdad, cualquiera se come un cake contigo, andas vestido que pareces un yuma. Tenía razón, yo me vestía como me daba la gana y era una de las manifestaciones personales de rebeldía. Nunca acepté formar parte de ese ejército uniformado que pretendieron imponer en la isla unos años atrás y me quedé con esa costumbre o “desviaciones ideológicas”.

-¿A cómo está el cambio? El muchacho se sorprendió con la pregunta, sin darse cuenta continuaba caminando paralelo a mí.

-A veinticinco por un dólar, ¿quieres cambiar algo?

-No por ahora, pero si lo necesito, ¿dónde te puedo encontrar?

-Siempre ando por la Alameda pescando marineros extranjeros o en el parque Céspedes. En la acera de la pizzería la cola era escandalosa, mucha gente protestando por la lentitud y los colados, parecían fieras. 

El parque Céspedes no se encontraba muy lleno, apenas eran las seis y media de una tarde muy santiaguera, demasiado caliente. Me crucé con unos turistas rubios y bastante colorados por los efectos del sol sobre sus pieles delicadas para este clima. Me preguntaron si hablaba inglés y les respondí que un poco, una ráfaga de preguntas tontas se produjo al escuchar mi afirmación. No comprendían nada y tampoco lo comprenderían, era una perdedera del tiempo que yo no disponía.

-¿De dónde son ustedes?

-Somos norteamericanos.

-No sabía que estaban entrando gringos al país, con todo ese jelengue del embargo.

-Llegamos por México.

-¿Y les gusta esto?

-Es aterrador, no sabemos cómo pueden vivir así.

-Y eso que no han visto nada, sólo deben hacerse la idea que han visitado un parque jurásico. 

-¿Por qué, si están tan jodidos, se muestran tan contentos?

-¿Y ustedes les creen? Hay que ser demasiado ingenuo, como no son cubanos nunca lograrán comprenderlo.

-Pero todos se refieren al sistema con mucho agradecimiento, lo hacen reventando de felicidad.

-Y no lograrán sacarle otras palabras, se mueren de miedo y no confían en nadie. 

-No lo entendemos, ¿es usted cubano?

-¿Por qué lo preguntan?

-Por su forma de vestir y hablar.

-¡Ahhh! Es que soy marino mercante y no dependo de la libreta de racionamiento. ¿Y lo de hablar? Bueno, hace muchos años que me desprendí de esa molesta careta, tengo una sola personalidad. 

-No lo comprendemos.

-Ni lo lograrán, debo dejarlos, tengo una cita en unos minutos. Me extendieron las manos y los saludé compadeciéndome de ellos, les faltaba muchas mentiras por escuchar. 

Subí las escaleras de entrada al hotel Casa Granda, hacía varios años que no lo visitaba y me mataba la curiosidad. Siempre fue un punto de encuentro para los marineros, era lo mejorcito en los alrededores de una ciudad, donde no se podía afirmar cuál era su centro o down town. Allí convergíamos con una u otra putica trasnochada, las más selectivas de esa masa proletaria de entonces, las más profesionales, aún no les llamaban “jineteras”. 

Las aficionadas pescaban sus clientes en el parque y esperaban casi siempre por una invitación al cabaret del hotel situado en la terraza de la azotea. Tenía la vista panorámica de una ciudad decadente, preñada de miserias y nadando entre las olas que provocan tantas consignas revolucionarias. Santiago tenía una población que se sentía muy orgullosa de su revolución, presumían mucho ser su cuna y te lo restregaban con jactancia en la cara. Había que ser sumamente cuidadoso cuando se hablaba algo en desacuerdo con el sistema o, mientras discutían un campeonato de pelota entre los orientales y La Habana. Estaban ciegos y se comportaban como verdaderos fanáticos, razones que les hacían olvidar el hambre, calor, falta de agua, mosquitos. El beisbol y el discurso, la conga santiaguera arrastrando una cuna con la pesada criatura. Trocha arriba, Trocha abajo, con dignidad y moviendo el culo. 

No hizo falta preguntar o detenerme, tampoco hubo intenciones de hacerlo como en sus mejores tiempos, que sólo fueron regulares. Entré al bar y un denso vaho golpeó mi rostro con violencia, todo olía mal, la miseria de las calles estaba refugiada en aquel amplio salón. No había aire acondicionado y un hedor húmedo se impregnaba con descaro en los poros y causaba heridas en tu olfato, sólo por unos minutos. Nuestras narices se comportaban como los ojos, tan educados como nuestras mentes, pocos segundos eran suficientes para adaptarnos y hasta llegabas a disfrutar ese hedor. 

Nada horroroso existe, le decían nuestros ojos a la mente, nada huele mal, agregaba el olfato, todo es hermoso y podemos convivir con la indigencia, moral, desnuda o vestida. Hay que buscarle el lado positivo y pensar que se trata de una obra de arte, un cuadro de Lam, un pas de deux, una foto de Korda o la hijaputa Caperucita que descuartiza al lobo, cualquier cosa. Quizás era al revés y fue la mente, envenenada por el oído, quien le impartiera esas órdenes a todos nuestros órganos y los obedecíamos, todo resultaba indiferente. 

Una niebla londinense flotaba por todo el salón, olía mal, como huelen los cigarros mezclados con otras yerbas que nunca sabrás de cual plantación vienen, hería los ojos. Fui hasta la barra a pedir un trago y no hizo falta que lo anunciara al individuo mal vestido y sudoroso que se encontraba detrás del mostrador. Todos mostraban el mismo contenido, Paticruzao en strike, sin hielo. Servidos en vasos de cristal empercudidos que hacía mucho tiempo dejaron de ser translúcidos o limpios. 

La gente no hablaba, gritaba y resultaba molesto. Después del segundo trago, la gritería resultaba encantadora, una ópera con instrumentos de cuerdas acompañadas por un piano. Calor, humo, hedor, gritos que imitan una conversación, vasos asquerosos que llevas a tu boca con placer, licor que envenena o embriaga tus espantos. ¿Tanta naturalidad? Puede tratarse de una versión infernal del paraíso, estoy confundido. En el fondo del salón descubro un rostro conocido, bebe solo y observa asustado su entorno, como tratando de descubrir algo, es mi contramaestre. Medina, no es alcohólico, es un hombre muy tranquilo y laborioso. No sé qué mal le habrá hecho a Dios para arrastrarlo hasta aquel tugurio, porque es un castigo estar allí. Descubrí un aire de nostalgia en su rostro, la sombra de una terrible soledad y no lo comprendo. No habíamos comenzado nuestras penosas singladuras, me senté con él a compartir el mal olor, eso pensé, luego descubrí estar equivocado cuando fui al baño.



Motonave "Bahía de Cienfuegos"

-¡Que volá! ¿Qué te parece esto? Traté de provocarlo un poco para sacarlo de aquel mutismo transitorio al que se sometía espantado, podía hacerlo, era militante, pero no era chivato.

-¡Esto no tiene nombre! Nunca pensé que este hotel pudiera llegar hasta estas desagradables condiciones.

-¿El hotel solamente? Creo que se encuentra al mismo ritmo de todo el país.

-¡Coño! Yo conozco a aquella chamaca, no está mal la mulatica que la acompaña. Se refería a una rubiecita delgada y de cuerpecito bien formado que se encontraba a solo dos mesas de nosotros. No le desprendimos las miradas para atraerlas por señales telepáticas y parece que funcionó. Miró hacia nosotros y reconoció a Medina, le hizo una señal pidiéndole que esperara o prometiéndole que pasaría por nuestra mesa. La mulatica era más alta y tenía mejor figura que ella, me gustó por simple inspección. –Su mamá es amiga mía hace “una pila de años”7, ahora es la mujer de un contramaestre que tal vez conozcas, se llama Hugo. No sé si lo conoces, no recuerdo su apellido.

-Ya sé de quién se trata, un poco descarado. Estuvo enamorando a la mujer de su mejor amigo, otro contramaestre como tú, le dicen Pachiro.

-¡Sí!, sé quién es, muy buen socio ese guajirito. ¡Mira! vienen hacia aquí, deben estar buscando puntos. Medina se levantó y le dio un beso a la rubia, ella le presentó a la mulatica. Intercambiaron algunas palabras y se olvidaron de mi existencia, yo no me había levantado del asiento y me dedicaba a explorar las piernas de la mulata.

-¡Miren! Le presento al Primer Oficial del barco. Dijo, cuando reaccionó y la rubiecita fue la primera en ofrecerme su mano. Me dijo su nombre y lo he olvidado, para los efectos es lo mismo, lo iba a cambiar de todas maneras como he hecho con cada vagina protagonista de este trabajo. Luego saludé a la mulatica y me regaló una bella sonrisa, algo pícara.

-¿No desean sentarse con nosotros? Aunque sea por un rato para compartir entre todos estas miserias. Ambas intercambiaron miradas y pude descifrar la aceptación inmediata.

-Pero sólo por un rato, este lugar está muy feo y huele tan mal. Dijo la mulatica.

-Poco tiempo, sólo el que dure el traguito que ahora les traigo. Me levanté y los dejé conversando animadamente sobre la mamá de la rubia, alcancé escuchar que no estaba en Santiago.

-¿Y cuándo se van? Preguntó Carmita, que así se llamaba la rubia. Sentada frente a mí pude observarla mejor, no era fea, tenía los dientes superiores algo sobresalientes. sin embargo, aquel defecto lograba darle cierta gracia y la imaginé de pronto dándonos un beso, ¿cómo sería? Comenzó a picarme el bichito de la curiosidad, las cosas extravagantes pueden resultar placenteras, sin embargo, me inclinaba por la mulatica, tenía una dentadura perfecta y superaba a Carmita en sus carnes.

-Apenas hemos llegado, creo que estaremos una temporada por esta ciudad, todo depende. Le respondí y noté un destello de alegría en su rostro. No existían razones, pero esa fue la impresión que recibí.

-Tal vez tengas tiempo para ver a mi madre, ella se encuentra con el marido en Puerto Padre. Le dijo la rubiecita a Medina y se llevó el vaso a la boca, hizo una mueca al primer sorbo, siempre ocurre.

-¿Qué piensan hacer esta noche? Fue la respuesta del viejo y me sorprendió que sacara los “coles” tan rápido, no era normal a su edad. Tampoco estaba muy viejo que digamos, algo maltratado.

-No tenemos planificado nada, pero no pienso que sea agradable pasarnos la noche encerrados en esta letrina apestosa. Respondió la mulatica y en sus palabras pude comprender con facilidad su mensaje.

-¿Y dónde creen que se pase mejor? Porque el cabaret de la azotea es el único sitio con vergüenza en esta parte de la ciudad. Intervine y me lancé al ataque.

-No creas, el cabaret también está en ruinas, me parece que el Versalles está mucho mejor ahora y tienen buen show.

-¿Qué les parece si nos vamos para el Versalles? Ambas se miraron y aceptaron la invitación sin decir palabra alguna.

-Pero debemos ir hasta mi casa para cambiarnos de ropa, no salimos preparadas, así saludas a mi hermano, intervino Carmita dirigiéndose a Medina y pocos minutos después tomábamos una guagua en dirección a su casa. 

Ya conocía su barrio, pude identificarlo cuando nos bajamos en la intersección formada entre la Carretera del Morro y la calle Candelaria Herrera. Unos años atrás tuve una noviecita en la misma Candelaria; Carmita vivía en un callejón perpendicular y sin salida a ninguna parte. Su casa era de dos plantas y en fase de terminación, una vez en el interior pude comprobar su amplitud, todavía necesitaba pintura y faltaban los marcos de las puertas. 

Se podía reconocer el esfuerzo que significaba aquella construcción, eso lo saben los cubanos y no lo comprenderán nunca aquellos turistas encontrados por la tarde. El muchacho reconoció a Medina y lo saludó con familiaridad, luego nos presentó a su mujer, una joven mulata que supongo desertara de la secundaria básica. Aurora se disculpó y nos dijo que iría a su casa para cambiarse de ropa, vivía a dos calles y prometió regresar pronto. Nos brindaron café y un trago de ron, apenas intervine en aquel cuadro tan familiar. Carmita salió de su cuarto vestida y parecía otra mujer, bueno, mientras no hablara o se riera, porque aquellos dientecitos de liebre no los ocultaba el mejor de los maquillajes. Sí, se observaba un aspecto especial y me encantaba su cuerpecito delgado con piernas bien torneadas. Como Medina conocía a su madre, comencé a suponer que era la pieza destinada para mí y hacia donde debía dirigir mis balazos, me gustaba y estaba conforme con esa idea. Aurora llegó unos treinta minutos más tarde y logró poner en duda cualquier pensamiento adelantado, estaba mucho más rica que la rubiecita y las mulatas me encantaban.

-¿Tienes veinte pesos para sobornar al portero? Me preguntó Carmita a la entrada del Versalles, aquello era una perrera de gente violenta presionando por entrar. Ver el escenario que se nos presentó de repente, descartó cualquier esperanza de pasar al interior del hotel, ella desapareció y nos mantuvimos apartados del molote. 

-¡Vamos! Ya tengo las entradas. Nos dijo, cinco minutos después y no tuve la menor duda de estar acompañado por una fiera superior a todos aquellos que ladraban en la cola. Escuché algunas protestas cuando pasábamos frente al custodio, y él supo contenerlos con pocas palabras. 



Motonave "Bahía de Cienfuegos"

-¡Los compañeros tienen hecha reserva! Todos aceptaron mansamente y callaron, los perros que ladran no muerden. Al menos ladraban, dicen que los encontrados por nuestros descubridores y colonizadores eran mudos. Esa raza ha perdurado hasta nuestros tiempos, aguantan sin ladrar. Todas las mesas estaban ocupadas, todas. Dimos varias vueltas entre el público y no encontramos ninguna, Carmita volvió a separarse de nosotros.

-¡Ayúdame a traer una mesa! Me dijo unos diez minutos después, y la seguí sorteando todo tipo de barreras, la tenía junto al bar. Era de esas plásticas que por acá venden muy baratas para los jardines, como era tan liviana la cargué sobre mi cabeza y anduvimos un rato buscando un lugar donde colocarla. Luego fuimos pasando entre el público para pedirle las sillas que no estaban utilizando y me encontré con varios marinos de otros barcos. Pedimos una botella de ron, refrescos y un recipiente con hielo, también solicitamos platillos de jamón y queso. El show era pobretón y con una temática que ya resultaba agotadora. Si recorrías los pocos cabarets de la isla, los bailes africanos consumían una tercera parte de sus espectáculos. Serían atractivos para los turistas, pero a los nacionales nos tenían hartos de estar viendo lo mismo y eso no era lo peor, regresabas dos años más tarde y los volvías a encontrar, las mismas bailarinas con sus medias ahuecadas. Felizmente terminó aquel horrible show y pusieron música grabada.

…♫ Tengo un corazón, mutilado de esperanza y de razón,
Tengo un corazón, que madruga donde quiera,
Ay,ay,ay,ay, ese corazón, 
Se desnuda de impaciencia ante tu voz,
Pobre corazón, que no atrapa su cordura.
Quisiera ser un pez, para tocar mi nariz en tu pecera,
Y hacer burbujas de amor por donde quiera, oh,oh,
Pasar la noche entera, mojado en ti,
Un pez, para bordar de coraje tu cintura,
Y hacer siluetas de amor bajo la luna,
Oh,oh, saciar esta locura, mojado en ti. ♫…

El ritmo era suave y ella era buena bailadora, la atrapé por la cintura y la mantuve atada a mí hasta el final de la canción. Podía sentirla y olerla, el sudor fresco de su rostro bañaba mi cara y cambiaba de posición para que me mojara totalmente. Su aliento era dulce, como aquel viento iluminado que pegaba su vestido a nuestros cuerpos. Mis piernas, traviesas como mis sueños, se colocaban entre las suyas. Podía sentir la temperatura de sus sólidos muslos, casi éramos uno y nadie deseaba separarse. No le dije nada al oído, nuestros poros hablaron, y era mejor que hablaran ellos. Sólo escuchábamos, con sus senos hincando mi pecho, su pelvis calentando mi muslo, su aliento quemando mi cuello, bailamos en silencio. Nos sentamos rodeados de burbujas fosforescentes, le brillaba el rostro, y yo, no encontraba el defecto de sus dientes.

-¡Baila con ella! Parece que Medina no sabe bailar. Tal vez quiso decir que era algo viejo y se contuvo por piedad. Le hice una señal con los ojos y se levantó a bailar nuestro himno nacional de entonces. La bilirrubina no se presta para apretar, tampoco podía hacerlo con las dos al mismo tiempo, debía contenerme. Se meneaba rico, tan sabroso como saben hacerlo las mulatas y cada vuelta se tradujo en una posición diferente en la cama, comenzaba a delirar. El ciclo se repetiría hasta la hora de la salida y me encontraba totalmente sudado. No recuerdo hayan cambiado de disco durante el resto de la noche, Juan Luis Guerra nos había sacado de la monotonía. Ellas caminaban unos quince metros delante de nosotros, debíamos regresar a pie hasta su casa, no pasaba ningún taxi y menos debíamos esperanzarnos en una guagua a esa hora de la madrugada. Se detuvieron e intercambiaron unas cuantas palabras, solo nos llegó un “carajo” algo lejano. Aurora acelero el paso y se separó rápidamente del grupo, Carmita esperó por nuestra llegada y se colocó a mi lado.

-¿Qué le pasó a Aurora? le pregunté en voz baja, mientras Medina aceleraba el paso y nos regalaba un poco de privacidad.

-¡Nada, que la muy pelúa quería irse contigo! Casi no comprendí su respuesta y dejé pasar unos segundos.

-Pero no contaron conmigo. Pudo escucharse algo estúpida aquellas palabras, pero fueron las únicas que encontré en mi mente saturada de alcohol y tantas vueltas al bailar.

-Eso lo habíamos acordado antes de entrar al cabaret, pero parece que se calentó bailando contigo.

-¿Y yo no tengo derecho a elegir?

-Estás a tiempo, si no quieres estar conmigo yo le grito para que regrese.

-No es necesario, yo te había elegido a ti desde que nos vimos en el Casa Granda. Le tomé su mano y busqué su boca, así anduvimos el resto del camino.

Tocó en la puerta de su casa, lo lógico fuera que la abriera con su propia llave, pero hacía muchos años que desaparecieron las copias de llaves y los cerrajeros artesanales. ¿Qué coño van a entender aquellos turistas? ¿Cómo entenderían que algunos cubanos dormían en colchones de sus abuelos manchados por lo viejos que eran? ¿Una llave, una llave? No hay espacio para tantos lujos, más importante era conseguir un litro de luz brillante. El hermano abrió frotándose los ojos y sin decir palabra alguna se dirigió a su cuarto. Carmita me pidió que esperara y condujo a Medina hasta el segundo piso, le asignó la habitación de su madre. Entramos al suyo sin encender la luz y la oscuridad era total, ella me conducía tomado de la mano para evitar que chocara con algún mueble.

-¡Vamos a bañarnos! Ese era uno de los detalles que siempre he admirado en las cubanas, son aseadas como ninguna en este planeta.

-¡Claro! Es imposible dormir como estamos, hemos sudado mucho.

-¡Quítate la ropa aquí y déjala caer al suelo! No te preocupes, está limpio. Chocamos nuestros brazos en medio de la oscuridad, ella también se desvestía y me excitaba de sólo pensarlo.

-¡Debes llevarme! No veo absolutamente nada y no tengo idea de donde se encuentra el baño. Ella me tomó de la mano y a pocos pasos abrió una puerta, mis pupilas iban adaptándose a la penumbra y lograba ir viendo su pequeña silueta. La besé y sentí el calor de ambos cuerpos cuando nos pegamos, una especie de fiebre intensa nos quemaba, aunque perfumados, repelentemente pegajosos. Extendió una de sus manos y escuché el ruido de la llave del agua como un quejido, tuvo que ser muy vieja, tal vez reciclada durante medio siglo. Las primeras gotas fueron terriblemente frías, una especie de tortura que se sufría por el cambio tan brusco de temperaturas. Luego resultó muy agradable y se agradecía, ella comenzó a enjabonarme mientras yo me dedicaba a explorar su cuerpecito. En el sexo deben intervenir todos los sentidos y esa vez el tacto resultó imprescindible. Fui recorriendo cada poro de su cuerpo y mi mente recibía los mensajes de mis manos. Imaginé inmediatamente la figura de su bollito, la apropiada para su cuerpo, tan pequeño como ella misma y sin abundancia de vellos. Su pelvis resultaba llana, una prolongación del abdomen, nada denunciaba en apariencias que existiera un sitio tan delicioso una vez cubierto con tela. Sus labios eran disimulados y sentí unos deseos inmensos de besarlo debajo del chorro de agua que ahora hervía en su recorrido por nuestros cuerpos.

-¿Qué hay en esa pared? Le pregunté al descubrir un mueble parecido a un sofá.

-Es la camita de mi hijo. Respondió ella y me causó sorpresa.

-No sabía que tenías un niño. Verdaderamente no conocía mucho de su vida, apenas habíamos cruzado muchas palabras y hasta su nombre olvidé esa noche.

-Es que cuando pasamos por aquí, él se encontraba en casa de su padre, vive a tres calles de aquí.

-¿Qué edad tiene?

-Cumple nueve años el mes que viene.

-¡Vístete! Vamos a subir al cuarto de tu madre y que Medina duerma acá. No voy a tener sexo contigo estando cerca de un niño, si ese muchacho despierta y nos encuentra en esas funciones, puede provocarle traumas imborrables y llegar a condenarte en un futuro. No deseo eso para ti, me gustas muchísimo, pero no quiero hacerte daño. Es que tampoco me gusta hacer el amor a oscuras, disfruto mirando desnuda a la mujer con la que me acuesto.

-Él tiene el sueño profundo, pero tienes razón, cabe la posibilidad de que se despierte. Comenzamos a vestirnos y unos minutos después bajamos a Medina, estaba medio dormido o borracho.

La habitación era amplia y muy bien amueblada, dejamos encendida una lámpara de noche. Por la ventana penetraba una brisa muy agradable y podía verse la claridad regalada por una luna gibosa. La Madre tenía separada la cama de una pequeña salita por medio de un muro, donde descansaban femeninamente colocados varios adornos de origen extranjero. Su cuerpo resultó ser el mismo que informaran mis manos al cerebro, pequeñito y bien formado, todo era chiquito en aquella figurita de sirena. Quise besarlo por ambos hemisferios y ella se volvía loca, gemía escandalosamente. Sentí temor en despertar a su hermano o vecinos con aquella sinfonía de gritos, poco común entre todas las mujeres cruzadas en mi camino. Vi que en el muro y casi justo en medio de la cabecera de la cama, había una grabadora de doble casetera y apreté la tecla del play con el propósito de disimular lo que luego sería un verdadero escándalo.

-…♫ Te regalo una rosa, la encontré en el camino,
No sé si esta desnuda o tiene un solo vestido, no, no lo sé,
Si la viera en verano o se embriaga de olvido,
Si alguna vez fue amada o tiene amor escondido. ♫ … 

¡Cojones! ¿Otra vez? Pensé al escuchar aquella canción y esperaba fuera el único número de ese disco que desbarató muchos himnos. Cada vagina tenía la música de sus recuerdos, unas clásicas y otras populares. Cada una las interpretaría en mis sueños y la de ella, casualmente fue esas bachatas que me han perseguido hasta hoy. No le presté atención a la música y puse mis sentidos en función de aquel cuerpecito maravilloso. Hoy me calificaría de loco o imprudente, no siempre me protegía y esos arrebatos muy bien pudieron ser calificados de suicidio. Poco me importaba morir hoy o mañana, la enfermedad o la muerte nunca envenenó mi mente y disfrutaba la vida como se presentaba. Puedo considerarme un hombre con mucha suerte. ¿Cuántos no han sido contagiados? Y lo más penoso, quizás en la única aventura de toda su desafortunada vida. Únicamente me contagiaron piojos en una guagua de Santiago a La Habana.

Hay algunas mujeres que tienen el toto lindo, otras lo tienen feo, o grande, o pequeño. Me gustaba mirarlos, olerlos, besarlos, fue una obsesión que no pude abandonar nunca. Me atrevo a descubrir si una mujer es zurda o derecha con sólo mirárselo, debe ser con las piernas cerradas, los labios nunca me han engañado. Ella lo tenía precioso y despertaba ese apetito siempre latente en mi pensamiento. Nada era exagerado y bien compartido, armoniosamente diseñado. Lo olí como hiciera cualquier perro y puse mi rostro sobre su escasa pelvis, mientras mi lengua escapada buscando la perla de sus lujurias y gritos. Después la senté sobre mi pecho para que descargara en mi boca todo lo que llevaba escondido en sus entrañas. Hicimos el amor como merecíamos, con ese arte que sólo nace en el Caribe y muchos locos tratan de explorarlo o comprarlo con bagatelas. Conocen perfectamente la austeridad o miserias que agobia a nuestra gente y la explotan.



En mi oficina a bordo del "Bahía de Cienfuegos"


El baño de la madre no tenía instalada la ducha y fuimos hasta el tanque de agua situado en la azotea y utilizamos un jarro pequeño. Era una mujer bella a la luz de la luna, adquirimos ese tono plateado que nos daba la imagen de estatuas vivas. Allí nos bañamos con descaro sin importarnos la existencia de vecinos y regresamos a la cama más frescos. La segunda vez siempre es más agradable y duradera, ya se esfumó la desesperación, se conocen los cuerpos y es cuando verdaderamente acude la experiencia. 


Mantuvimos esa relación durante todo el tiempo que el buque permaneció en Santiago, pudo ser unas tres semanas. Nos quedábamos en su casa y adquirí otra familia, porque así me trataron ellos. Tenía una hermosa mujer, un hijastro que hablaba mucho conmigo, cuñado y hasta amigos en el barrio. ¿Qué más puede pedir un marino carente de todo? Pude conocerla en la medida que se abría esa caja cargada de secretos y llegué a admirarla mucho, no sólo a ella, también a su hermano. 

Era una excelente costurera, me enseñó una gran parte de sus diseños, sus modelos preferidos eran los vestidos típicos cubanos conocidos como “Bata cubana”. Muy actualizados y frescos, sin los recargos de vuelos o cintas con colorines. Todas de un blanco puro y rematado con cintas, puntas de encaje y entredós, muy sencillo y lujoso a la vez, más frescos que los modelos originales. Esas labores las realizaba en su tiempo de descanso con una máquina de coser muy antigua, quizás de la edad de su madre o algo más vieja. Su empleo consistía en ser despachadora en un kiosco donde vendían luz brillante. Su salario de miseria la obligaba a “inventar”, que traducido a nuestro lenguaje isleño quiere decir robar al gobierno (en el trabajo), eso no lo entenderían aquellos turistas que me preguntaron tantas tonterías una de aquellas tardes. Entonces, entre tragos de ron, café o descansando luego de tener sexo, me contaba todos los trucos que se hacían para buscar unos centavos de más cada semana. Eran verdaderos supervivientes ella y su hermano, tal vez esas batallas por la vida los unió tanto, nunca encontré a dos que se quisieran más que ellos. Me hizo la historia del día que los chivatearon porque estaban vendiendo carne de puerco de manera ilegal, pudieron ver a la policía tocando su puerta y en fracciones de minutos lanzaron la carne hacia el patio de un vecino. No les encontraron nada y tampoco perdieron su mercancía, nuestra gente resulta muy solidaria ante casos como estos. La madre regresó una tarde y no nos pudimos quedar a dormir en su casa. Su presencia no fue la razón, yo me negaba a dormir en el cuarto con el niño, aunque una o dos veces lo hicimos, pero el sexo era muy reprimido. 

Recordé que la marina cubana había construido un motel con cabañas, algo cercano a su barrio y a orillas de la bahía. Era un sitio hermoso, muy tranquilo y nosotros los marinos teníamos privilegios por encima de cualquier ciudadano. Si un marino llegaba a ese lugar y pedía una habitación, desalojaban al huésped que no perteneciera al sector de la marina. Tenían variadas comidas y te ofertaban una caja de cerveza para llevar a la cabaña. El único inconveniente era el mal servicio de taxis y la inexistencia de transporte por ese lugar. Varias madrugadas caminamos algo asustados por su oscura carretera y tener que atravesar el barrio Van Van, peligroso para esas fechas. Toda historia tiene un final y el de aquel romance nacido de una aventura, llegó a su fin. 

Partimos a cargar azúcar y emprendimos uno de los peores viajes alrededor del mundo. Atrás se iban borrando con las singladuras la tierna imagen de aquella chica que, regresa en cada número de Juan Luis Guerra y su famoso disco “Bachata Rosa”. Era una mujer perfecta para formar una familia, ella me lo propuso y fue una verdadera pena haber estado comprometido. Si su pasado hubiera sido el de una puta, yo no habría puesto obstáculos, las he conocido muy damas que luego resultaron peores que ella y cada persona se merece una segunda oportunidad.


Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canada
2018-01-05



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