viernes, 7 de junio de 2024

LA PROFECÍA DE MI MUERTE Singladura Nro.34



 

LA PROFECÍA DE MI MUERTE

Singladura Nro.34

 



Este es un recuento curioso para aquellos que aceptan lo que dicen los adivinadores con todo género de fe. Las coincidencias de estas profecías sobre mi futura muerte esas dos veces, una en la niñez en Cuba y una en la guerra en Italia, realmente constituyen parte del género de la fecunda cosecha de creyentes que aumenta a cada paso. De modo que leerlo, por favor, mire que hoy no es mi cumpleaños, lo dejo ahí, solo por el valor de la narración…

 

 

Un día dije:

 

HOY, 23 DE ENERO, CUMPLO 88 AÑOS.

 

Nada especial para uno que llega con relativa salud, muchos bríos, fuerzas suficientes para seguir ejerciendo su profesión y competir en el mundo legal, profesional y académico de los jóvenes... y disfrutarlo.

 

Nada raro hasta ahí. Lo curioso de mi caso es que esta es la cuarta vez que se cumple la profecía de que voy a morir a los 22. Porque creo que cuatro veces 22 suman 88. ¿No? Pues bien, esto por obligación me devuelve a mi pueblito querido de La Isabela... y a una de tantas supersticiones o cosas de esas.

 

Todos los días venía de Sagua a las 5:00 am., con una grandísima caja llena de dulces para vender por las calles y muelles, el Chino Julio. Como era pariente de un chino casado con una parienta de mi mamá, Julio era punto fijo a la hora de almorzar a mi casa. Hasta ahí lo único extraordinario es que nosotros, los chicos, nos banqueteábamos con su generosidad. Pero, la historia de la Isabela es rica en su folclor. Y ya saben ustedes que yo escribo Las Estampas y otras historias de nuestro terruño, siempre puramente de mis recuerdos, del fondo de mis memorias personales. Esta es una de ellas. Una verdad absoluta que carga mi alma y que siempre me ha causado dudas sobre la capacidad humana para leer y o entender el destino y ver hacia el futuro.

 

Julio no era conocido ni como vidente, ni como nada que tuviera que ver con misterios y adivinanzas, pero llegó un día en que vino desde Sagua más temprano que de costumbre y fue corriendo a casa de un estibador que creo recordar se llamaba Andresito Valencia, el cual iba a salir en ese momento para el muelle a trabajar en la carga de un barco azucarero. Con excesiva vehemencia el chino trató de impedir que el joven estibador fuera al trabajo ese día: "Tú va muele hoy; no va trabajo. "Incrédulos, Valencia, como buen "isleño", se molestó con el chino y casi lo echa a patadas de su puerta. "Condenao chino, pájaro de mal agüero." Valencia fue al barco, tocó la campana, izaron el amante y el penol, elevaron los primeros doce sacos de azúcar por el aire y alinearon la lingada con el sitio donde debía bajar hasta el fondo profundo de la bodega del barco. Y de pronto, ¡Saz! Se rompe la soga llamada "linga" que sostenía los sacos en un haz, y los doce sacos caen encima de Valencia. Muere Andresito Valencia. Horrorizado el pueblo y el Chino Julio es maldecido por el pueblo como hijo de Satanás, el diablo mismo.

 

Varios meses pasaron antes de que el pobre chino volviera a la Isabela. No sin que antes "un espíritu, una noche, haya ido, encubierto en las brumas de la noche, a la hortaliza donde vivían varios chinos, y apenas si matan a Julio de una brutal paliza.


Vaya santo espíritu...

 

Bien, tenía yo unos ocho años o nueve, cuando el chino, que ahora se veía asediado por gentes que creían que él tenía poderes especiales, aunque él siempre se negaba, un día, como a las once la mañana llega a nuestra casa, como acostumbraba, a "pegar la gorra" y yo me paré junto a su caja de dulces, ahora asentada sobre aquellas crucetas que él tenía de pedestal, cuando, juntando los dedos índice y pulgar derechos, los pasa por el centro de mi frente, mira al sol, y llama a mi madre con un tono que yo antes no le había visto: No sé si era misterioso o preocupado seriamente.

 

-"Nina", "Nina", tú cuidal mucho este muchacho."

 

-"¿Por qué?"

 

-"Mimito día que cumple 22, se muele tu hijo."

 

Mi madre era una pichona de gallegos con unas expresiones bastante generosas y yo me tuve que tapar los oídos.

 

Los tiempos pasan y las profecías, a menos que sean de Nostradamus, se olvidan. Y yo me fui a la Guerra por el mundo. Pero, ay, amigos lectores, cuantos recuerdos me trae el nombre de Génova. Apenas unos tres o cuatro meses antes de mis 22, una noche que visito, por invitación de unas chicas universitarias a una poderosa familia cuyo padre había muerto durante la Guerra, pero no peleando, y su inmensamente gorda viuda seguía la costumbre de las fiestas familiares aún bajo las balas, además, eran de "Alta alcurnia", como dicen, y después de una opípara cena donde había unas 24 personas todas más jóvenes que la anfitriona, tía de una de las chicas o madrina, no sé bien; pero que era adepta a la adivinación como creencia o no sé bien yo que dijo, ahora, vamos, chicos que le voy a leer las cartas de la baraja. Ah, divertido. Bueno, no tanto. Al menos yo, tuve unos placeres mezclados con susto. Resulta que la buena mujer, al leer mis cartas, se ve preocupada.

 

-"¿Qué pasa?" "¡Dame tu mano!"

 

-"¡Dio, Dio, non p..."

 

-"Te quedan cuatro meses de vida, hijo mío, las cartas lo dicen, tu mano también." Con delicadeza retiro mi mano, me despido mientras al unísono me decían todos, ¡suerte!, y me invitan a que regrese pronto.

 

Recordemos que yo estaba en Italia en plena Segunda Guerra Mundial y en los servicios en que yo andaba, uno moría a cada instante.

 

Mucho vino pasaría por mi garganta, muchas ansias de conquistar faldas se aceleraron mas allá de lo que un hombre normalmente busca a esa edad y bajo las circunstancias de la vida en ese instante. Y si digo, aquí no estuve preocupado, mentiría.

 

Mi vida siguiendo su curso, como las aguas de la lluvia siguió regando los sembrados, las nevadas enfriaron algunos trineos, y los años acumularon arrugas sobre mis sienes. Las curvas nunca se enderezaron, la sal nunca se escapó de los mares... y por mi vida han pasado naufragios, balas, heridas, alegrías, penas y emociones y, hoy, aquí, estoy escribiendo un poquito de esas memorias. ¿Por qué precisamente hoy escribo esto en lugar de estar por ahí celebrando? Pues muy simplemente, porque hoy se cumplen cuatro veces 22 años vividos por mí, y no he muerto en ninguno de los cuatro ciclos completados.

 

De modo que hoy yo miro hacia atrás a los recuerdos y me pregunto: ¿Acaso el chino Julio era vidente?... o simplemente una corazonada?... ¡Adivínelo usted! Pero, por favor, no me vaya a decir ahora que al cumplir yo 22 la quinta vez me muero. Porque si lo hace, va a tener razón con unos meses de error en la cuenta. Ciento diez es ya largo tiempo, y los videntes lo saben. Yo No.

 

 

 

Gilberto Rodríguez

Miami-Fla..USA

2010-06-04

 

 

xxxxxxxxxx

No hay comentarios:

Publicar un comentario