sábado, 22 de junio de 2024

Cada amanecer. Singladura Nro. 36.



 

Cada amanecer


Singladura Nro. 36




 

 

Le conocí desde muy temprano en mis días, calmado, sutil, sereno. La imagen del lago en medio de las arboledas en verano. Sus ojos eran negros, serenos como esas aguas y brillaban con amor cuando miraba sin jamás mostrar una gota de cólera. Actuaba despacio y sin embargo constante. Me enseñó a caminar con un ritmo decidido y sereno que nos permite andar decenas de kilómetros sin cansancio, pese a quien se nos una en el camino puede que deje el hígado en el empeño. Así era él.

 

A veces me decía cosas que necesité muchos años para digerir, pero siempre en sus palabras hubo una como poesía filosófica sencilla como era él. Mi papá no necesitaba mucho, pedía menos mientras luchaba por más para los que le rodeaban.

 

Sembraba sus rosales. Una mañana, habiendo recibido el día anterior unas tres o cuatro pequeñas plantas de rosas, de esas que llaman "Príncipe Negro", que son de un rojo tan oscuro y profundo que no puedes quitarle vista una vez que andan cerca y cuyo perfume dura en el ambiente varios días. Las sembraba alrededor de nuestro bohío de guano cercano al "plan" donde se quemaba el carbón de mangle que hacíamos para ganar el boniato de cada día, ese día, digo mi padre era feliz.

 

Me levanté muy tempranito, como siempre lo hice, como lo hago todos los días y con mis ojitos llenos de lagañas aún, me fui a su lado. Me saludó y siguió en su tarea. Cantaba en voz muy baja para no molestar a los que dormían. Mi padre nunca molestaba el sueño de los otros. Jamás hacía ruidos. Revisaba cada raíz y le hablaba; volteaba la plantita en todas las direcciones del compás y no descuidaba la más leve de sus espinas. "Sus guardianes protectores de perfume y color", decía. Pasaba un señor. ¡Hola, Pererita! Era un anciano amigo de la familia, creo que fue compañero de armas de mi difundo abuelo en la Guerra de Independencia que aún vivía y seguir llamando a mi padre por el apodo que les daban a él y a sus dos hermanos mayores, Pereritas, por su apellido, Perera. A mí me lo llaman a veces y creo que me provoca una cierta nostálgica ternura. Esa es mi única capacidad para la nostalgia que tan explotada es hoy.

 

¿Qué haces, Marino? Siembra un rosal. ¡Ay muchacho, como te pareces a tu padre! Y siguió el anciano su camino a puras penas por la joroba de su espalda desgastada por los embates de las olas.

 

-Papá, ¿por qué te alegran tanto las rosas?

 

-¿No es verdad que son bellas?

 

-A mí me gustan.

 

-Pues mira hijo, ya viste a Don Pedro. Ese viejito fue amigo de mi padre, de mi papá que dios me negó y no pude conocer aunque murió conmigo en sus brazos. Trágicos recuerdos que me acosan desde antes de nacer. Hay ocasiones en que hablo mucho de amigos. El mejor amigo de mi abuelo se hizo miembro de los "voluntarios", cubanos que peleaban voluntariamente contra sus propios conterráneos en favor de la cruel dominación española fue quien lo asesinó. Mi abuelo cometió ese terrible error de los hombres que van a las guerras y tratan de conservar y cultivar el amor de sus familias. Y ese abuelo vino a ver a sus tres hijos y esposa. Mi padre era el menor, apenas dos añitos. No hablemos mucho de amigos, que los hay buenos también. Su mejor amigo, tenía derecho de saber por dónde andaba mi abuelo. En la confianza está el peligro. El mejor amigo de mi abuelo, me lo robó muchos años antes de que mi padre me trajera al mundo.

 

-Don Pedro nunca nos traicionó. Hay amigos buenos. Y siguió el cultivo de las rosas.

 

Unos años más tarde pasaba yo un verano en casa de mi tío abuelo paterno "Manuelito" Perera allá en ese querido pueblito, San Diego del Valle, donde pude ver algo de lo que era mi familia antes de que este hijo de Ángel Castro la destruyera. Yo era menor, unos trece años, y el hijo menor del tío, un hombre casado y con tres hijos, me llevaba con él a todas partes. Salimos del cine algo tarde. La luna era llena y bañaba esos campos sembrados de tabaco que se extendían por sendas caballerías.

 

-¡Mira, escucha en silencio! Miré, escuché, agucé el oído.

 

Allí, entre las largas filas de plantas, un hombre hablaba con las plantas casi maduras de tabaco. Les acariciaba pasando su mano por debajo de las hojas, de abajo hacia arriba con caricias de seda pura, terminado la caricia con esos pétalos de gloria besando su rostro. Rebozando de orgullo, me dijo el pariente, "ese es mi padre, tu tío."

 

Papá, sin mirar hacia mí, mientras introducía una matita en la tierra y le echaba un poquito de agua del jarrito que allí tenía lleno, me dijo: -Yo quisiera todos y cada día, hijo, sembrar una rosa, y conocer a un hombre. Así era mi padre. Así me enseñó. Su propia filosofía, no la he conocido mejor.

 

 

Gilberto Rodríguez

Miami-Fla..USA

2010.04-14

 

 

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1 comentario:

  1. El recuerdo de un padre nunca se olvida, sus enseñanzas prevalecen,, y sus consejos nos hacen buenos, que tengamos moral respeto y educación esa que se aprende en el seno de una familia, te quiero viejo me distes todo,siempre estarás conmigo. Castañedas

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