Cada
amanecer
Singladura
Nro. 36
Le conocí desde muy temprano en mis días, calmado,
sutil, sereno. La imagen del lago en medio de las arboledas en verano. Sus ojos
eran negros, serenos como esas aguas y brillaban con amor cuando miraba sin
jamás mostrar una gota de cólera. Actuaba despacio y sin embargo constante. Me
enseñó a caminar con un ritmo decidido y sereno que nos permite andar decenas
de kilómetros sin cansancio, pese a quien se nos una en el camino puede que
deje el hígado en el empeño. Así era él.
A veces me decía cosas que necesité muchos años para
digerir, pero siempre en sus palabras hubo una como poesía filosófica sencilla
como era él. Mi papá no necesitaba mucho, pedía menos mientras luchaba por más
para los que le rodeaban.
Sembraba sus rosales. Una mañana, habiendo recibido
el día anterior unas tres o cuatro pequeñas plantas de rosas, de esas que
llaman "Príncipe Negro", que son de un rojo tan oscuro y profundo que
no puedes quitarle vista una vez que andan cerca y cuyo perfume dura en el
ambiente varios días. Las sembraba alrededor de nuestro bohío de guano cercano
al "plan" donde se quemaba el carbón de mangle que hacíamos para
ganar el boniato de cada día, ese día, digo mi padre era feliz.
Me levanté muy tempranito, como siempre lo hice, como
lo hago todos los días y con mis ojitos llenos de lagañas aún, me fui a su
lado. Me saludó y siguió en su tarea. Cantaba en voz muy baja para no molestar
a los que dormían. Mi padre nunca molestaba el sueño de los otros. Jamás hacía
ruidos. Revisaba cada raíz y le hablaba; volteaba la plantita en todas las
direcciones del compás y no descuidaba la más leve de sus espinas. "Sus
guardianes protectores de perfume y color", decía. Pasaba un señor. ¡Hola,
Pererita! Era un anciano amigo de la familia, creo que fue compañero de armas
de mi difundo abuelo en la Guerra de Independencia que aún vivía y seguir
llamando a mi padre por el apodo que les daban a él y a sus dos hermanos
mayores, Pereritas, por su apellido, Perera. A mí me lo llaman a veces y creo
que me provoca una cierta nostálgica ternura. Esa es mi única capacidad para la
nostalgia que tan explotada es hoy.
¿Qué haces, Marino? Siembra un rosal. ¡Ay muchacho,
como te pareces a tu padre! Y siguió el anciano su camino a puras penas por la
joroba de su espalda desgastada por los embates de las olas.
-Papá, ¿por qué te alegran tanto las rosas?
-¿No es verdad que son bellas?
-A mí me gustan.
-Pues mira hijo, ya viste a Don Pedro. Ese viejito fue
amigo de mi padre, de mi papá que dios me negó y no pude conocer aunque murió
conmigo en sus brazos. Trágicos recuerdos que me acosan desde antes de nacer.
Hay ocasiones en que hablo mucho de amigos. El mejor amigo de mi abuelo se hizo
miembro de los "voluntarios", cubanos que peleaban voluntariamente
contra sus propios conterráneos en favor de la cruel dominación española fue
quien lo asesinó. Mi abuelo cometió ese terrible error de los hombres que van a
las guerras y tratan de conservar y cultivar el amor de sus familias. Y ese
abuelo vino a ver a sus tres hijos y esposa. Mi padre era el menor, apenas dos
añitos. No hablemos mucho de amigos, que los hay buenos también. Su mejor
amigo, tenía derecho de saber por dónde andaba mi abuelo. En la confianza está
el peligro. El mejor amigo de mi abuelo, me lo robó muchos años antes de que mi
padre me trajera al mundo.
-Don Pedro nunca nos traicionó. Hay amigos buenos. Y
siguió el cultivo de las rosas.
Unos años más tarde pasaba yo un verano en casa de mi
tío abuelo paterno "Manuelito" Perera allá en ese querido pueblito,
San Diego del Valle, donde pude ver algo de lo que era mi familia antes de que
este hijo de Ángel Castro la destruyera. Yo era menor, unos trece años, y el
hijo menor del tío, un hombre casado y con tres hijos, me llevaba con él a
todas partes. Salimos del cine algo tarde. La luna era llena y bañaba esos
campos sembrados de tabaco que se extendían por sendas caballerías.
-¡Mira, escucha en silencio! Miré, escuché, agucé el oído.
Allí, entre las largas filas de plantas, un hombre
hablaba con las plantas casi maduras de tabaco. Les acariciaba pasando su mano
por debajo de las hojas, de abajo hacia arriba con caricias de seda pura,
terminado la caricia con esos pétalos de gloria besando su rostro. Rebozando de
orgullo, me dijo el pariente, "ese es mi padre, tu tío."
Papá, sin mirar hacia mí, mientras introducía una
matita en la tierra y le echaba un poquito de agua del jarrito que allí tenía
lleno, me dijo: -Yo quisiera todos y cada día, hijo, sembrar una rosa, y
conocer a un hombre. Así era mi padre. Así me enseñó. Su propia filosofía, no
la he conocido mejor.
Gilberto Rodríguez
Miami-Fla..USA
2010.04-14
xxxxxxxxx
El recuerdo de un padre nunca se olvida, sus enseñanzas prevalecen,, y sus consejos nos hacen buenos, que tengamos moral respeto y educación esa que se aprende en el seno de una familia, te quiero viejo me distes todo,siempre estarás conmigo. Castañedas
ResponderEliminar