miércoles, 20 de marzo de 2024

A LA DERIVA Singladura Nr.9



A LA DERIVA

Singladura Nr.9

 




Las olas se estrellaban contra el costado de estribor, lanzaban salpicaduras a mis ojos y chorro tras chorro del salino líquido al interior de la cabina. El mástil se sacudía libre de carga como los potros cerreros cuando juguetean en las montañas rocallosas. El último jirón de la tela se abría paso a tropezones entre cresta de ola y bocanada de tormenta. El bote corría de costado, manipulado a gusto por las ondas descaradas... al garete. La pala del timón flotaba burlona a unos pocos metros de la borda. Una carcajada de las aguas le había arrancado de sus soportes y ahora le mecía como a diosa en 
hamaca de mullidas cuerdas. Un remo era mi medio único de propulsión ahora, como si el espíritu de Saint Elmo quisiera robarme todas las pocas energías que me quedaban para usarlas en la noche, como lumbre a su supuestamente maldita luz de los mares.



Las jarcias, alguna de las cuales había sido arrancada de sus bases en la cubierta revolaban en todas las direcciones cual columpio en el parque movido por traviesos pillines, aunque a mí se me antojaban péndulos en la torre de la catedral. "Tengo que amarrar esos cables o”... Me dije sin poder concluir la frase; un fuerte latigazo me rajó la cabeza. Ahora el agua y el rojo líquido me corrían por los ojos haciéndome mucho más difícil la misión, porque los bandazos y sacudidas eran tan violentos que, la experiencia y habilidades mías estaban siendo puestas a una dura prueba.



Al fin, limpiándome la sangre del rostro con el dorso del antebrazo derecho, atrapo de un salto el dichoso cable de la jarcia y me aferro al mismo, pero una ola que casi vira el bote completamente, lleva el palo casi hasta el punto de tocar las olas y, de paso, me tira, jarcia en mano, fuera de la cubierta, al mar. -¡Ah, gato, que uñas te gastas! No logró hacerme soltar el cable. No solo mi cuerpo colgaba del mástil en este juego de gato y ratón, si no mi propia vida. Usando más fuerzas que las que ya me quedaban, en un instante en que el peso de mi cuerpo, por unos pocos segundos, envolví mi brazo derecho en el cable en forma de espiral y me amarré la punta de este alrededor de la cintura.



La próxima ola, que ahora era menos violenta pero más alta, devolvió el nivel del bote hacia el lado opuesto, con lo cual el mástil tiró de la jarcia y el cable de la jarcia tiró de mí. Creí que se me desprendía el brazo del cuerpo cuando volaba por sobre la cubierta golpeándome cada hueso del cuerpo como si el cocinero del infierno hubiera decidido hacer un amasijo de carnes a costa de mis piernas. Solo que no logra hacerme soltar el cable, ni cuando estaba en el agua fuera del bote, ni ahora, que me encontraba forcejeando con el cable en cubierta. Y logré al fin atar el cascabel al gato, un problema menos.



El viento no amaina, el bote sigue acumulando agua en su vientre, con lo que se hace más cruel y violento cada bandazo que sufre. Pensé que, si derribaba el mástil, podía ciertamente aminorar la violencia de los vaivenes de costado, pero a veces lo que parece malo, no es siempre lo peor... Y, luego, ¿con que se sienta la cucaracha? todo lo que estaba suelto había caído al mar ya... y el hacha también. Nada había con que cortar el duro palo de la vela.



Miré de pronto hacia el agua que ahora se gozaba de su triunfo, bailando allá dentro de la cabina. "¡Hola, estamos de fiesta!", me dije. La botella de coñac que siempre me acompañaba en mis aventuras, mirándome descaradamente, danzaba al compás de un Strauss empedernido que pretendiera robarle su reino al Rey Neptuno y, desnuda ahora de su etiqueta, como que me retaba a libar.

 

-Coñac, mujer, hembra, salvación, compañera fiel...


Tragué como un bendito que se arrastrara a los pies de una diosa tentadora y silente besándole los pies por su bendición. Al hacerlo y echar la cabeza hacia atrás, en el momento que una ola chocaba, resbalando caigo boca arriba mientras un chorro del cálido licor se derrama sobre mi cara. "Ah, bueno, también me quieres curar la herida”... y me lo froté sobre la herida, mezcla de agua, licor y sangre.

 


Los días pasaron y cuando las olas se calmaron un poco, yo logro con el remo volver el bote popa al viento y, de ese modo, el pelado y alto palo, al ser empujado por el viento me sirve de una suerte de esqueleto de vela. Pero en cuanto al agua, no tengo medio alguno para sacarla, con lo que se hace muy difícil avanzar en dirección alguna, como no sea hacia el norte. Las aguas del Atlántico, dada la posición por la cual yo navegaba cuando empezara la tormenta, por mucho que el viento del Norte me empujara hacia el sur, el calado que el agua abordó le había impuesto a mi bote, tenía por fuerza que haberme llevado al menos unas cuantas millas en dirección norte, Terranova, Groenlandia, Islandia, tal vez Portugal, Noruega...



Pensé en Julio Verne y en su Capitán Nemo viéndose arrastrados hacia el Maelstrom. ¡Horror! Me reí de mí mismo al pensar en ser tragado por los remolinos del Maelstrom, cuando las quemaduras del sol y el salitre que ahora carga mi piel, el hambre y la sed que calan mis más profundos tuétanos y la incertidumbre que conllevan los horizontes desiertos... Comencé a cantar. Por favor, olas amigas, no se enojen de nuevo, 
canto para ustedes.



Un tiburón curioso se aposta cerca del bote. Nos miramos... una y otra vez. Pienso, nos miramos muchas veces y entra la noche. "En la noche vendrán sus amigos y familiares; probablemente ya este cachondo les ha mandado aviso: "Venga uno, vengan todos, que hoy comemos"... Y me antojo yo de pensar en hacerle una pregunta al buen animal: "Oye, hermano, ¿quién se va a comer a quién?"



Pero el tiburón luce joven y saludable y con una dentadura perfectamente afilada por uno de aquellos gallegos que con un aparato de una rueda, pedal y piedra afilaban las tijeras de las amas de casa isabelinas, mientras que yo, a más de dos semanas de separación de una comida, las encías adoloridas, la boca reseca y el orine en candela, ¿con qué cuento para la cena? ¡Ríe, alégrate, estás vivo, mira al futuro, allá alante hay un puerto... ja, ja, ja!



Cuando miré a mi alrededor no tenía la menor idea de donde estaba, ni de que hacían todos esos hombres uniformados trabajando afanosamente en y sobre mí, y esos saltos y chillidos.

 
-¡Bien; ¡Ya vuelve, está vivo!


-¡Ya vuelve! ¡Vive!


-¡Lo salvamos!...

 

 

 

Gilberto Rodríguez

Miami-Fla..USA

2009-08-18

 

 

 

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