LA GUAGUA: Viaje de Cienfuegos-La Habana.
Recuerdo que
llegamos a esa ciudad a bordo del buque “Jiguaní” procedentes de Montreal, la
gente se encontraba en plena celebración carnavalesca y cuando eso ocurre, el
mundo deja de girar o simplemente no existe. La tarea urgente que domina la
mente de una gran mayoria de los cubanos es mover el culito y tomarse una perga
de cerveza. Vale destacar que por aquellos tiempos el carnaval era una
festividad a la que acudían muchos seres carentes de recursos, creo que es la
única fiesta a la que pueden asistir la mayoría de los trabajadores a lo largo
de todo un año. Cada pueblo o provincia lo celebra acorde a sus tradiciones y
en algunas ciudades son realizados durante una semana continua.
En fin, luego de arribar a Cienfuegos liberaron -como
era costumbre- a un tercio de la tripulación de franco y cada cual partió a sus
ciudades de origen. La mayoría de aquel grupo éramos de La Habana y nos
dirigimos hacia la terminal de ómnibus. El insalubre y reducido local se
encontraba atestado de personas que pernoctaban en el suelo como gitanos,
muchas de ellas acompañadas de niños. Era una escena dantesca la que ofrecían
aquella manada de indigentes que invadió aquella siempre limpia y tranquila Perla
del Sur. El Alcohol desinhibe al ser humano de todo síntoma de moral o
vergüenza y en muchos casos los presenta como vulgares animales. No le encuentro
mucha justificación viajar desde tan lejos para participar en un evento que,
había perdido todo su encanto desde hacía muchísimo tiempo. Más que
disfrutarlo, exigía de la persona ciertos sacrificios para consumir algún
producto o simplemente realizar cualquier necesidad humana tan simple como
orinar. Una gran parte del preciado tiempo que normalmente sería destinado a divertirse
se debía emplear para realizar agotadoras colas. Tampoco resultaba muy sencillo
comprar un vaso de cerveza, unas croquetas, pedazos de pizzas, refrescos, etc.,
debías disputarla a codazos o empujones entre una jauría muy violenta, hambrienta
y sedienta. La manada disponía de un tiempo que no estaba a nuestro alcance, el
franco concedido era limitadísimo y de nuestro regreso dependía la salida de
los tripulantes que quedaron a bordo. El ambiente nauseabundo y agresivo
reinante en aquella terminal, no nos ofrecía garantías algunas de poder partir
esa noche hacia La Habana, situación que nos pedía a gritos fuéramos creativos.
Así fue, como todos sabemos, el que hizo la ley también hizo la trampa y ya en
esas fechas podíamos considerarnos muy buenos tramposos. Estábamos en una parte
de Cuba y nosotros éramos cubanos, la isla se encontraba sumida en una grave
crisis económica y la gente había aprendido muy bien, yo diría con
calificaciones excelentes, pues la gente se dedicó a vivir y lucrar con el
dolor ajeno. La población solo disponía de los cigarros que ofrecían por la
libreta de racionamiento (algo increíble en un país que siempre fue exportador
de tabaco), se podía observar a ciudadanos recogiendo colillas en la calle y en
esa desagradable ecuación nosotros ocuparíamos un puesto muy importante.
La gente necesitaba fumar y nosotros necesitábamos
viajar en guagua. Ellos no tenían cigarros y nosotros andábamos armados hasta
los dientes, porque en esas fechas aún no habían limitado las cantidades que
podíamos comprar a bordo. El posadero era vicioso al tabaco, lo eran también
los taxistas, el Carpeta de un hotel, el Capitán de un restaurante, el vendedor
de pasajes en Cubana de Aviación y hasta el vendedor de flores para los muertos.
Vivíamos en una isla donde se fuma desde temprana edad y se bebe ron con la
misma sed del que anda en camellos por el desierto de Sahara. Todo andaba patas
arriba, los fumadores no tenían tabaco y los borrachos andaban bebiendo
walfarina destiladas en casas. Experimentábamos los efectos de la “Ofensiva
Revolucionaria” con su ley seca y la Zafra de los 10 millones que nunca fueron,
toda una verdadera locura. Nosotros teníamos lo que ellos necesitaban y ellos
tenían lo que nosotros necesitábamos. Solo debíamos actuar como los indios y
los españoles cuando la conquista, el dinero no tenía valor, estábamos obligados
a cambiar oro por espejitos.
Uno de aquellos tripulantes -el más pícaro- se
encargó de hacer una “vaquita” (colecta), donde cada uno de los integrantes
aportó dos cajetillas de “Populares”. Al final de aquella vaquita teníamos unas
30 cajetillas de cigarros dentro de un cartucho. Con ese preciado material que tendría
un valor total de $900.00 pesos, partió convencido de su éxito a negociar con
el jefe de tráfico de aquella terminal.
Minutos antes de la venta de los pasajes para el
ómnibus que saldría a las ocho o nueve de la noche, aquel jefe se subió a una
de las pocas mesas allí disponible para dirigir un discurso a esa parte
aguerrida de nuestro pueblo.
-¡Atiendan acá, compañeros! Manifestó el individuo
con la autoridad que emana de todo “dirigente”, no crean que es sencillo
enfrentar a las masas, se requiere de un don especial que no todo ser humano
posee. A la manada se debe impresionar, asaltarla emocionalmente cuando menos
lo esperen y utilizar contra ella todas las armas de las que solo es posible adquirir
en cualquier escuela del partido. El líder debe imponerse por cualquier vía
para lograr que lo respeten y si logra que le teman, será en todo momento el
dueño de cualquier situación, la masa es pendeja y siempre debe repetírselo interiormente
antes de enfrentarla. Todos abandonaron sus improvisadas camas de losas y se
dirigieron a la tribuna donde rodearon al espontáneo líder. Cuando hubo reinado
el orden y el silencio, con la maestría que caracteriza a todos esos tipos con
carnet rojo, se dispuso a ofrecerles aquel discurso casi improvisado.
-¡Compañeros, atiendan acá! Yo sé que muchos de
ustedes se encuentran desesperados por partir hacia sus ciudades, pero nos
encontramos ante un gran problema. En estos momentos ha arribado a nuestro
puerto un buque procedente de una misión internacionalista y quince de sus
tripulantes tiene que viajar hacia La Habana. Solo disponen de pocas horas para
visitar a su familia y regresar con tiempo para relevar a sus compañeros. Por
lo tanto, la oferta de pasajes se verá afectada a la población. Se oyeron
prontas protestas de parte de aquel desesperado público y la reacción de aquel
brillante dirigente opacó todo intento de sublevación. -¡Oigan muy bien!
Ustedes se encuentran en esta ciudad por la celebración de los carnavales,
mientras esos compañeros se encontraban jugándose la vida en una misión
internacionalista, cualquier manifestación en contra de la decisión tomada por
nuestro partido y las máximas instancias de esta revolución, será interpretada
como un acto contrarrevolucionario. Reinó un silencio total y la manada se fue
retirando hacia los pedazos de losas donde continuarían durmiendo hasta que
ocurriera un milagro. Después de aquella concentración espontanea nos acercamos
a la ventanilla donde obtuvimos nuestras boletas de embarque y partimos hacia
el Prado cienfueguero a disfrutar de unas buenas “pergas” de laguer.
Alrededor de
la una o dos de la madrugada de aquel día llegamos a la terminal de ómnibus de
La Habana, el servicio de transporte urbano se encontraba casi paralizado por
las festividades y era imposible tomar una guagua con equipaje. No tuve otra
opción que hacer la cola para tomar un taxi que se dirigiera a Luyanó. Las
esperanzas de llegar a la casa eran remotas y nos sorprendían los primeros
claros de la mañana. Sentado sobre el equipaje por falta de asientos y de muy
mal humor por la demora, que ya sobrepasaba el tiempo empleado en el viaje
desde Cienfuegos, llega un viejo algo alterado como yo a preguntarme algo.
-Compañero, ¿para dónde va usted? Sin levantarme lo
miré de arriba-abajo y le respondí a secas con muy mal humor.
-Yo voy para mi casa. Aquel viejo dio un saltó por mi
inesperada respuesta y retrocedió dos pasos adquiriendo una posición de guardia
como la de los boxeadores en una pelea.
-¡Chico! Tú eres un comemierda, ¿qué carajo me
interesa que vayas para tu casa o a una posada? ¡Mira, es más! Sale pa‘fuera
que te voy a descojonar. No le quité la vista a aquel viejo fuera de fonda y capaz
de todo en medio de su locura. Yo sabia lo que me estaba preguntando, pero era
tanto el enojo cargado que no me dio la gana de complacerlo. Resulta que en la
puerta lateral de la Terminal de Ómnibus de La Habana se tomaban los taxis y
las colitas se realizaban por municipios. Sucedió lo
que tanto temí, llegó una guagüita que ofrecía los servicios de taxi colectivo
y tuve que montar obligado en ella. Estuve dando vueltas por Luyanó y barios
fronterizos hasta las nueve de la mañana.
-¡Caballeros! Llévense a ese viejo de mierda antes de
que le dé una patada en el culo y lo descojone todo. Les pedí a los que se encontraban cerca de mí en la cola. La
gente colaboró enseguida de muy buen humor, una parte de ellos destilaban olor
a cerveza de pipa por la boca. Hacía más de doce horas que había salido del barco
y gracias a la idea de aquel pícaro con el truco de los cigarros, me encontraba
esa mañana en La Habana. En Cuba todo es posible, hasta imaginarse que se vive
en un parque jurásico.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
25-12-2001
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