VIAJE
DE LUANDA-ARGENTINA-CUBA A BORDO DEL BUQUE “N'GOLA”.
SEGUNDA PARTE.- BUENOS AIRES-LA HABANA-SANTIAGO DE
CUBA.
La navegación por la costa brasileña resultaba muy
aburrida, se navegaba alejado de ella por los accidentes geográficos y en
algunos tramos por su baja profundidad. Solo la veíamos por el radar, eso sí,
sentimos su presencia durante los nueve días de navegación que consumimos para
devorar unas 4044 millas náuticas. En cualquier estación de radio que sintonizaras
escuchabas su música, mucha Samba, la Lambada aun no era un proyecto en la
mente de sus creadores y músicos. Me recordaba mucho aquellas navegaciones por
la costa pacífica de México cuando nos dirigíamos a Japón, existía un punto de
su geografía hacia el norte, donde solo transmitían aquella música de bandas
que luego derivaron en quebraditas. Cuando las escuchaba imaginaba encontrarme
de niño en Jalisco Park, siempre la consideré música de “Caballitos”, como
llamábamos a esos parques de diversiones infantil.
Una agradable pausa de Salsa cuando te desplazabas
por las costas de Venezuela y entrabas de lleno a salpicarte con las aguas del
Caribe, te invadían muchos recuerdos. No
recuerdo si elegí para esa derrota navegar por el Paso de La Mona o por el Paso
de los Vientos, me parece que seleccioné a La Mona, creo que era la menor
distancia. Continuamos disfrutando de la música y televisión de Puerto Rico y
Dominicana esos días, solo unos pocos días, hasta que nos metimos de lleno en
las fauces de la televisión mas aburrida del mundo después de la coreana.
-Leandro, diles a los muchachos fumadores de Liamba
(Marihuana), que antes de llegar a La Habana deben esconderla muy bien,
preferiblemente en el departamento de máquinas. Leandro era el contramaestre
del barco, un negro que vivía en La Ilha de Luanda y era respetado por el resto
de la tripulación. El primer viaje lo dio de timonel conmigo y cuando el
contramaestre -un joven jabaíto- se quedó de vacaciones, no se pudo ascender a
mi amigo Pedro a Contramaestre por problemas raciales a bordo. Estaban juntos,
pero no revueltos, el asunto es que los mulatos o mestizos eran discriminados
por la mayoría de los negros a bordo. Leandro siempre mantuvo buenas relaciones
conmigo, creo que fui de los pocos blancos que asistió a un funeral en su casa.
En el norte despedían al muerto con una fiesta y buena comida.
-¿Crees que habrá algún problema si se deja un
cigarrillo en el camarote? Fue una pregunta ingenua, ellos estaban
acostumbrados a navegar por Europa y nunca les hicieron un sondeo. Bueno, hasta
que llegamos nosotros y nos sonaron uno espectacular en Rotterdam.
-Leandro, si les encuentran un solo cigarrillo, no
imaginas los años de prisión a los que serán condenados en cárceles peores que
las de Luanda. Diles a los muchachos que no dejen absolutamente nada en los
camarotes, los sondeos en La Habana los realizan con perros policía. Creo que
de verdad lo asusté muchísimo y bajó a correr la voz entre los tripulantes.
Eran muy pocos los que no se sonaban sus taladros de tamaño superiores a los
que he visto encender por acá.
Cualquier arribada a La Habana resulta electrizante,
esa pitada larga de saludo le eriza los pelos a cualquiera. Rebota en cada
portal o grietas de los edificios, quienes se rebelan ante la indiferencia de
ojos que tuercen el rostro viendo llegar sus muertes. Hasta el barco nos llega
el eco adolorido y nauseabundo devuelto por cada barbacoa, acompañada por la
risa de niños jugando entre tanques de basuras, balcones que colapsan de noche
cuando no los vigilan las estrellas. Son segundos donde guardamos silencio y
nuestra mirada trata de atrapar esa imagen que pocos de los nuestros pueden
ver, una Habana inquieta, perturbadora, sucia, sensual, provocadora, indigente.
Una ciudad que nos atrapa dentro de su canal abriéndonos sus piernas como si se
tratara de una puta barata y hambrienta. Llega la segunda pitada y despertamos,
no somos muchos, pocos muchachos corren a lo largo del malecón y son vencidos
por la velocidad del barco. Cruzamos gritos para avisarles el muelle de nuestro
atraque, los angolanos permanecen atento a esos intercambios de palabras sin
comprender. -¡Vamos para el muelle Juan Manuel Diaz! Le grito a los míos y
dejan de correr. Aquella era mi visión prejuiciada de una ciudad a la que amaba
y detestaba a la vez, la autora de mis sufrimientos por llegar y mis desesperos
por abandonarla cuanto antes. Si la viera hoy, yo que alcancé a verla bella,
creo que mi corazón colapsaría, no solo por su destrucción, más dolor me
causaría ver la satisfacción del que regresa para alimentarse de sus miserias.
El despacho del barco fue mas lento que la
extremadamente agotadora lentitud normal, resulta siempre desesperante para el
que llega, una oportunidad para caer emboscado por quien ha estado pacientemente
esperando una presa. Son cabrones de buen olfato, saben que acá pueden pescar
mas que en un barco de bandera nacional, lo presienten, lo huelen. Poco les
importa que tu familia pueda ser evaporada por ese sol implacable de nuestra
tierra, ellos luchan algo para la suya y no lo comprendes. Por suerte para los
negros no nos sondearon con perros.
-Hoy van a llegar algunas compras que le hicimos a
CUBALSE para continuar viaje, ya sabes cómo son estos Bad Boys. Necesito que no
te separes de Webber cuando arriben esas mercancías, nos pueden meter gato por
liebre. Bueno, eso no hace falta recordártelo. Me dijo Calero a la mañana
siguiente de haber llegado. Webber era el Comisario Político y ocupaba la plaza
de Sobrecargo. ¡Ojo! Nada que ver con esas piezas cosechadas en nuestras
flotas, ni lo uno, ni lo otro. Webber era un joven muy sano y carente de
maldad, nada extremista en el ala política, nada de ladrón en el lado
administrativo. Mantuvimos muy buenas relaciones durante todo el tiempo que
estuve en ese barco y sabia de casi todos los movimientos de su tripulación. Nunca,
fíjense bien, nunca tomó represalia alguna contra los tripulantes. Era uno de
los pocos de ellos que poseía buen nivel educacional y cultural. Hoy lo tengo
en mi lista de Facebook y hemos conversado en diferentes oportunidades. Aunque
algo maltratado por los años, como lo estoy yo, Webber conserva una asombrosa
memoria. Aún mantiene tallada en su mente los nombres y apellidos de cada uno
de los cubanos que pasamos por esa nave.
-No te preocupes, creo que me voy a desquitar todas
las cabronadas que nos hicieron en los barcos cubanos. Calero sonrió y Webber
se limitó a escuchar solamente, no tenia remota idea de lo que encerraban mis
palabras. En estos días experimentaría el sabor de lo que significa ser
extranjero en mi tierra, el destino había puesto en mi camino la gran
oportunidad para desquitarme de tantas y tantas hijaputadas recibidas por parte
de los proveedores cubanos.
Ellzworth Webber, Sobrecargo y Comisario Político.
-Casañas, llegó un camión cargado de pollos y carnes,
los traen tirados en la cama del vehículo a merced del sol, el polvo y los
insectos. Me dijo Webber a eso de las once de la mañana y cuando lo hizo no
pudo ocultar su espanto, me lo dijo con cierto aire de terror.
-Espero que no los hayas recibido.
-¡No! Vengo a avisarte solamente por las
instrucciones que nos dio el Comandante Calero.
-¡Perfecto, vamos a bajar! Le respondí mientras lo seguía
por la escala interior.
-¡Compañero! ¿Es usted el Oficial de Guardia? ¡Mire,
firme esta factura y traiga a su gente para descargarlo! Me abordó el chofer
del vehículo, su rostro me era conocido, fueron muchas las veces que nos suministró
mercancías en los barcos cubanos.
-¿Sabes una cosa? Te llevas toda esa basura llena de
moscas para otro lado, nosotros pagamos con dólares y no compramos mierdas
carentes de calidad o presentación. Dile al cabrón de tu jefe que nos mande los
mismos pollos que le venden a los griegos, españoles, ingleses y cuanto
extranjero les compran a ustedes.
-¡Webber, subamos al barco! No pierdas el tiempo
dándole explicaciones a ese hombre, él solo es un tarugo.
-¡Pero mire, compañero! El asunto es que no sé si me explico…
-¡Compadre, ahórrese la muela y llévese esa mierda!
Una vez que puse el pie sobre la escala no volví el rostro.
-Casañas, llego el camión con la cerveza que
compramos. Me dijo Webber unos cuarenta minutos más tarde.
-Bajemos a recibirla, ojalá no tengamos contratiempo.
¿Cuántas cajas son?
-Serían unas trescientas, todavía nos quedan de las
compradas en Canarias el viaje pasado. No mentía, normalmente se compraban unas
quinientas cajas en cada viaje. La tripulación tenía una cuota de una caja de
cerveza semanal y una botella de bebida espirituosa. Diariamente se les ofrecía
un litro de vino, medio litro en el almuerzo y el otro medio litro en el
almuerzo.
-Mi hermano, no te pongas bravo, yo sé que esto no es
culpa tuya. Regresa con toda esa cerveza y le dices a tu jefe que nos mande Heineken,
San Miguel, Oranjeboom o cualquier otra que no sea esa. El asunto es que
estamos pagando con dólares y sabes bien que esa cerveza carece de calidad.
-¡Asere! Yo se que tienes toda la razón del mundo, no
aflojes y mantenle la pata en el pescuezo a estos ladrones hijoputas. Nos dimos
la mano y tomamos nuestros rumbos.
-¿Es tan mala esa cerveza? Pregunto Webber con mucha
curiosidad.
-¡Ni te imaginas! Lo mismo se nos puede cortar al
poco tiempo de tenerlas a bordo o puede suceder lo que una vez nos pasó en
Tokio. El Jefe de Máquinas le ofreció una cerveza a un inspector japonés
durante una reparación y por suerte se dio cuenta que dentro de la botella contenía
una cucaracha. El solo escuchaba, observaba y tomaba nota mental.
-Mi hermano, llegó el carro con los cigarros
comprados. Me dijo Webber esta vez y bajamos nuevamente al muelle.
-¡Compañero, aquí tiene la factura! Lo van a subir
por la escala o me parqueo mas a popa para subirlo con un pallet. Me dijo el
chofer de un van marca Ebro o Fiat, no recuerdo muy bien.
-¡Tranquilo, tranquilo! ¡Abre las puertas del van y muéstrame
la mercancía! El tipo como que se enojó conmigo, no estaban acostumbrados a que
el cliente revisara la mercancía comprada. -¡Mira! Regresa con toda esa carga
de hierbas apestosas a tu empresa y dile a tu jefe que como cigarrillos suaves
nos envíe Marlboro, las pocas ruedas solicitadas de cigarros fuertes puede
mandar H.Upman o Partagás. Cerró con algo de violencia las puertas del van y se
marchó con su carga de cigarros Populares y Aromas. Cuando Webber y yo nos
dispusimos a subir al buque, veo que se aproxima un auto Lada y preferí
mantenerme en el muelle junto a la escala.
-¡Oiga, compañero! Se dirigió a mí sin que mediara
ningún tipo de saludo y créanme, mentalmente estaba preparado para recibirlo,
me extrañaba que se demorara tanto. -¿Usted es el oficial de guardia que ha
regresado toda la mercancía enviada? Su voz no podía ocultar su prepotencia y
amenaza oculta. Esa táctica de intimidación utilizada y ante la que temblaba
mucha gente, me refiero a la de aparecerse con su auto Lada, fue usada hasta el
final de mis días en esa isla.
-¡Pues, si, yo soy el mismo que viste y calza!
Algunos de los estibadores que merodeaban por el área se detuvieron para
escuchar el interesante intercambio de palabras.
-¿Sabes lo que estas haciendo? Eso es una especie de
boicot contra nuestros productos.
-¡Yo sí sé lo que estoy haciendo! Tan es así, que le
voy a recomendar se dirija hasta la popa, lea el nombre del barco, puerto de matrícula
y el pabellón que tiene izado. Allí encontrará las respuestas a cualquier
demanda suya o preocupación. Mientras tanto le diré algo, no voy a recibir nada
carente de calidad, este no es un barco cubano y nosotros pagamos con dólares. No
creo tener más nada que hablar con usted. Buenos días. Aquel comemierda se quedó
con la boca abierta cuando le dije esas palabras y observé en el rostro de los
estibadores una señal de satisfacción y aprobación por lo que acababan de
presenciar. No imaginan como me sentí en aquellos momentos, me desquité por
todas las humillaciones y maltratos que recibíamos de esos hijoputas, quienes,
además, se robaban parte de las mercancías antes de despacharlas en nuestros
buques. Al final tuvieron que entrar en caja y entregar los productos que les
solicitamos. Imagino el odio que me tendrían aquellos cabrones.
Ahora pienso que me equivoqué cuando manifesté que
los frijoles blancos cargados tenían como destino a Luanda. Fueron varios los
días dedicados a la descarga en La Habana y luego terminamos de descargar en
Santiago de Cuba. La cubertada de camiones y coches de trenes se descargaron en
pocas horas. Me inclino por un viaje charter, nuestra estancia en Angola fue
larga sin que apareciera mercancías para transportar. La economía de aquel país
andaba por los suelos, no cabía dudas del éxito de nuestra injerencia.
Aquella estadía en la capital cubana dio origen a varias
situaciones cómicas, si se quiere. Un día andaba yo caminando por la calle San
Ignacio con dirección al muelle donde estábamos atracados y la imagen
presentada ante mis ojos eran verdaderamente cómicas.
-¿Qué haces aquí? Le pregunté a un tripulante que
encontré en una esquina vestido con pantalón de kaki gris y una camisa bastante
maltratada, calzaba de paso un par de chancletas metededos chinas con cientos
de kilómetros recorridos. Contuve la risa cuando observé su cara de angustia.
-¿Esperándola para qué?
- Ela me disse iria tentar achar
minhas roupas e minha carteira com dinheiro e meus documentos.
-¿Cómo fue que los perdiste?
- Não sei, camarada, fiquei totalmente
bêbado com dois drinques e não me lembro de nada.
-¿Tampoco recuerdas su casa?
- Não, ele me tirou de casa de
madrugada dizendo que a polícia estava chegando e como eu estava bêbado não
lembro.
-Mira, mejor vamos para el barco. Ella no va a
regresar, te han robado todo. Ahora debo hablar en la aduana para que te dejen
pasar al buque. Bueno, no pude contener la risa de los aduaneros, me dijeron
que ya había pasado otro en la misma situación, desplumado como el gallo de Morón.
Esa misma tarde me llamaron desde la entrada, había un carro patrullero
esperando por mi para que identificara a otro infeliz. A este último le fue
mucho peor su aventura, le habían prestado un pantalón verde olivo para que
resolviera hasta el barco, lo dejaron en calzoncillos y borracho en una calle
de La Habana Vieja.
Lazarito fue a visitarme una tarde acompañado de un
delincuente y tuve que hablarle en privado para que comprendiera algo. Estaba
fuera de sí y ya no era el mismo muchacho amigo mío con el que compartiera
aventuras y negocios solo unos meses atrás. El bandolero me propuso una sortija
de hombre que dijo era de oro, tuvo que ser del que cagó el moro. Tampoco pudo
tumbar a ningún tripulante, ellos estaban mejor preparados que ese imbécil en
estos menesteres. Lázaro me pidió una muda de ropa completa para escapársele a
su mujer y tuve que ir por ella varios días antes de que saliera el barco. Me
dio lástima las condiciones en que vivía con una muchachita que era la madre de
su único hijo. Un tiempo después me enteré de que en esa misma casa en La
Habana Vieja lo sacaron a patadas por el culo, Lazarito se bebió toda la paga
de una tripulación y por poco lo matan. Se fue cuando el Mariel y perdió la
vida en Miami, no alcanzó a graduarse de delincuente.
Uno de aquellos días, decidí llevar a Pedro y Webber
a almorzar en mi casa. Deseaba que vieran las condiciones casi infrahumanas en
las que vivía un oficial de la marina mercante, creo que logré impactarlos,
nunca lo hubieran creído de no haberlo visto. Pasamos unas horas agradables
donde con la hospitalidad que nos caracteriza, compartimos lo poco que teníamos
con ellos, nuestra pobreza.
-¡Camarada! ¿Esto es el socialismo? Me preguntó un día
Tomás en el portalón.
-¡Sí, Tomás, esto es el socialismo!
-¿Y esto es lo que quieren imponer en mi país?
-¡Sí, Tomás, esto es lo que quieren imponer en tu país!
-¡Camarada, pero el socialismo es tremenda mierda!
-¡Si, Tomas, el socialismo es una reverendísima mierda!
Continuamos en silencio con la mirada fija en dirección a la proa, mientras era
interrumpida al paso de cualquier lingada con sacos de frijoles.
LA HABANA-SANTIAGO DE CUBA.
Como la Empresa no envió relevo alguno, tuve que
continuar viaje a Santiago y para estar más tranquilo, le saqué un permiso de
viaje a mi esposa en el barco. Calero es santiaguero, así que deben imaginar
que las guardias continuaron repartidas entre Miyares y yo. El negro se
aparecía por el barco de Pascua a San Juan, dejaba algunas instrucciones o
ningunas, solo iba para que supiéramos que continuaba siendo el Master y se
largaba. Eso no produjo ningún contratiempo entre nosotros, solo me preocupaba
que no llegara el relevo y tuviera que partir con destino hacia Angola
nuevamente.
La negra Carmen Rosa comenzó a visitarnos y se ganó
las simpatías de todos los negros a bordo. Hacía muchos años que la conocía y
sentía por ella un cariño muy especial, creo que todos los marinos la adoraban
cuando arribaban a Santiago. No había problemas que le plantearas y ella se
negara a ayudarte, era simplemente el Ángel de la Guarda de todos nosotros. Así
un día, le comenté mis sospechas sobre el estado de salud de la tripulación y
le propuse cargar con todos para un hospital. Ella me prometió contar con la
autorización de Calero cuando lo viera en el barco y si estaba de acuerdo,
realizaría todas las gestiones necesarias para realizarles un chequeo médico.
Nos avisó con un día de antelación y se apareció con una guagüita Girón donde
cargó con la mayoría de los tripulantes, solo quedaron pendientes los
integrantes de la brigada de guardia. Al día siguiente repitió la operación y
solo faltaba esperar por los resultados.
El barco había finalizado sus operaciones de descarga
en Santiago y nos movieron para un muelle que existía detrás de la terminal de
trenes en muy mal estado. Estuvimos sin guardias de aduanas durante varios días,
los necesarios para que desfilaran por los camarotes de los marinos todas las
puticas del parque Céspedes. Carmen Rosa trajo los resultados del chequeo médico
realizado a la tripulación y la noticia fue preocupante. A tres de ellos les
detectaron estar contagiados de paludismo, eso no era muy alarmante o peligroso.
Para ellos que tenían los anticuerpos a esas y otras enfermedades en África, la
pasaban como si se tratara de una simple gripe y solo podían contagiar a otras
personas por medio de la picada de un mosquito. Sin embargo, no ocurría lo
mismo con otros dos tripulantes contagiados de sífilis. Esta enfermedad se
puede trasmitir por contacto sexual y a ellos se les prohibió bajar a tierra,
además de suministrarles un tratamiento médico, aplicado por el enfermero
angolano, muy bueno, por cierto. El gran problema y la alarma provocada con
esos dos tripulantes, fue que ellos ya habían metido el pito en La Habana y
Santiago.
Siempre tuve el hábito de realizar un recorrido por
el barco antes de acostarme a dormir y esa noche algo alarmó mis sentidos, escuché
diferentes voces femeninas en la cubierta del personal subalterno. Una a una
fui tocando las puertas de sus camarotes y vaya sorpresas las que recibí.
-¡Mire, camarada! Nunca pudieron vencer ese vicio de
llamarnos “camaradas” a todos los cubanos, como si nos vieran cara de
bolcheviques, sin embargo, no lo usaban entre ellos. -Le presento a mi amiga,
le presento a mi novia, le presento a la camarada, le presento, le presento, le
presento cualquier cosa. Conté ocho rostros de razas distintas, las había blancas,
mulatas y negras. Todas eran jóvenes que posiblemente fueran cazadas en el
parque Céspedes, ninguna me resultó conocida. Es muy probable que se tratara de
principiantes en el oficio, las de mas experiencia debían estar picando más
alto, quizás a la altura del cabaret del hotel Casa Granda.
-¡Mucho gusto, papito! ¡Encantada, mi amor! ¡Un
placer, mi chuli! ¡Mucho, gusto, mucho gusto, encantada, un placer, que lindo conocerte!
Las había para escoger y la mayoría eran unos encantos de chiquillas.
-Cariño, tienes una hora para resolver tus problemas.
Después de ese tiempo debes abandonar el barco, ya sabes que si vienen los
guarda fronteras te pueden llevar presa y le pondrán una multa al barco. Ellas
me escuchaban con mucha atención y de solo mencionarles al cuerpo represivo las
puse a pensar. -¡Domingo, solo tienes
una hora! ¡José, solo tienes una hora! ¡Matuteo, solo tienes una hora! ¡Aleixo,
solo tienes una hora!... En cada camarote fui repitiendo el estribillo y decidí
mantenerme en el salón viendo la tele mientras transcurría el plazo acordado. A
la hora exacta comenzaron a bajar y todas se despidieron amigablemente de mí.
Luego de contarlas y saber que no quedaba ninguna muchacha a bordo, me fui a
dormir tranquilo.
Estaba yo desayunando cuando me avisan que unos
militares querían conversar conmigo y bajo inmediatamente al portalón. En el
muelle tenían detenidas a unas cuatro muchachas, les miro el rostro y ninguna pertenencia
al grupo que despedí la noche anterior. Luego baja otra acompañada de un
soldado y este le informa a su jefe haber sondeado los camarotes de la marinería
y ya se encontraban limpios.
-Jefe, ¿cómo explica esto? Era un teniente y debía afinar
la puntería, no se trataba de aquellos soldados de Buenos Aires, estos eran
mucho más extremistas.
-Creo que los marinos han actuado con inocencia y sin
maldad alguna. Están acostumbrados a meter mujeres a bordo, es que eso no esta
considerado un delito en la mayoría de los puertos visitados por este barco.
-¿Sabes que se le puede poner una multa al barco?
-Realmente no han cometido delito alguno, como no había
vigilancia por parte de la aduana o ustedes, ellos no han violado ninguna ley.
Es que yo mismo estaba asombrado de que no la hayan puesto desde que atracamos.
-¡Oká! Vamos a dejarla pasar por hoy, pero no creas
que me convenciste. Ahora te dejo un guardia junto a la escala hasta que asuman
los compañeros de la aduana.
-¿Qué piensas hacer con las chamacas?
-Vamos a ver que se me ocurre mientras camino por el
muelle.
-¡Hombre, déjalas escapar! Son muy jóvenes y merecen
una segunda oportunidad. Además, van con las manos vacías.
-Leandro, diles a los marineros que por comemierdas
se les jodió la oportunidad de sacar sus contrabandos.
-¡Sí, camarada!
Varios días después arribó un Tercer Oficial para
cubrir la plaza vacante, no tenía conocimiento sobre el enrolo de otro oficial.
Como Calero seguía volando con su familia, le dejé una nota escrita y le pedí a
Webber que me pagara el pasaje de regreso y la dieta correspondiente, realmente
me pago de mas considerando que yo estaba con mi esposa.
Esa mañana me fui despidiendo de todos ellos en el portalón,
todos me abrazaron con mucho afecto. Otro pequeño grupo me esperaba en el
muelle y entre ellos pude ver las lagrimas que se le escapaban a José, ese
negro noble que trabajaba de camarero, su abrazo fue el más fuerte de todos y
por poquito logra arrancarme unas lagrimas también. El abrazo de mi hermano Pedro
no podía faltar, me ayudó a llevar el equipaje hasta la terminal de trenes. No volvería
a verlo hasta 15 años mas tarde cuando fui con el buque “Bahía de Cienfuegos” a
cargar armas de regreso. Allí lloró como un niño a la hora de despedirnos, ya falleció.
Mientras andaba caminando en silencio por aquel viejo
muelle debía detenerme a cada rato y contestar al saludo de todos esos buenos
negros reunidos en la popa. Tras de mí dejaba un año y medio perdido de mi
vida, sin embargo, aun hoy guardo con amor el recuerdo de esa oscura tripulación
que fue mi familia. Hablando con Webber me ha mencionado a cada uno de los que
ya no están con nosotros y siempre se me escapa una frase de cariño al escuchar
sus nombres. La distancia hasta su tierra la multipliqué hace unos treinta
años, pero no pude borrarlos de mi mente, siempre han estado junto a mí. Este
fue el final de aquella aventura.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2022-02-14
xxxxxxxx
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