viernes, 11 de febrero de 2022

VIAJE DE LUANDA-ARGENTINA-CUBA A BORDO DEL BUQUE “N'GOLA”. Primera Parte.


VIAJE DE LUANDA-ARGENTINA-CUBA A BORDO DEL BUQUE “N'GOLA”

 

Motonave “N'Gola”, buque insignia de la marina mercante angolana.



PRIMERA PARTE.- LUANDA-BUENOS AIRES

 

Con desagrado recibí la orden del Capitán de preparar la derrota del barco con destino a Buenos Aires y luego continuar hacia La Habana. Revisé el catálogo de la Admiralty y comprobé que poseíamos las cartas necesarias para llegar hasta el Río La Plata. Consultado el Guide to Port Entry, busqué el punto donde debíamos tomar los servicios del Práctico que nos guiaría por el río hasta Buenos Aires. Elegí un punto al sur de Punta del Este como destino final de mi derrota ortodrómica. El pequeño tramo distante hasta Montevideo solo requería de un rumbo y la distancia que los separa es de aproximadamente 71 millas, unas 4 horas de navegación entretenida. Me preocupaba la ausencia de un Tercer Oficial para la navegación, estando en puerto, Miyares y yo estábamos haciendo guardias de 24 X 24, poco nos importaba porque en ningún puerto de Angola existía lugar de distracción alguna. Navegando sería otro cantar y nos recargaría mucho cualquier distribución de las horas de guardia entre dos oficiales.

 

Mis planes habían sido otros, tenía pensado cumplir con Calero una parte de su solicitud, me pidió que permaneciera un año más a bordo de esa nave y le prometí seis meses. Si no hubiera tenido los problemas de vivienda tan graves en Cuba, yo lo aceptaría con gusto, me sentía muy bien en aquella nave y su tripulación. Mis planes eran dar uno o dos viajes más antes de solicitarle mi regreso a la isla y este repentino cambio alteró mis planificaciones.

 

Pedro me presentó a tres individuos con aires de gánsteres en un bar de Ámsterdam, me inclino a pensar que eran solo aficionados influenciados por el recuerdo de Scarface o el mismísimo Padrino. Eran mulatos caboverdianos y uno de ellos vestía un elegante traje, los otros dos llevaban abrigos de cuero negro como en aquellas películas. Pudieron estar armados o solo deseaban brindar esa impresión, solo el del traje hablaba, los otros mantenían sus rostros de acero momificados y de vez en vez hacían un recorrido visual por todo el local.

 

- Y este blanquito, ¿quién es? Preguntó el supuesto capo en un portugués que ya comprendía perfectamente luego de un año navegando en ese buque. Su pregunta me llegó acompañada de un número musical interpretado por los Boney M, estaban en la cima de la popularidad en toda Europa. Involuntariamente comencé a mover los pies, quizás llevado por el ritmo de la música o por nerviosismo. Aficionados de gánsteres o simples bandoleros, nunca había estado involucrado en ese ambiente.

 

- ¿Ese blanquito? ¡Mírenle bien la cara! Este blanquito es mi hermano y el único en quien confío a bordo del barco. Él es quien va a traer la mercancía y nunca, escuchen bien lo que diré, nunca la bajará del barco, ese viaje yo no vendré porque me tomaré unas vacaciones. Ustedes deben embarcar con el dinero a entregar, cifra que le informaré a él y les comunicaré a ustedes antes de arribar el buque a Rotterdam o Amberes. Reinó unos largos segundos donde no se cruzaron palabras en aquella mesa y después de la firme presentación hecha por Pedro, el capo me extendió la mano, los testaferros lo hicieron después. Un trago más de Chivas Regal en un ambiente despejado de tensión, nos despedimos en la entrada del bar mientras a nuestra espalda sonaba ahora River of Babylon. Se marcharon en un Mercedes Benz negro y nosotros anduvimos varias cuadras en busca de un taxi.


Al centro yo y Pedro a mi derecha en la foto, mi amigo y hermano. En los extremos dos amigos de Sao Tomé y Príncipe.


-¡Ven acá, Pedro! No me habías preparado para este encuentro, ¿estamos hablando de drogas? Le pregunté algo inquieto mientras nos desplazábamos por aquellas frías aceras custodiadas por prostitutas.

 

-¡Tranquilo! Te portaste muy bien y causaste buena impresión, yo los conozco y sé cuándo hay rechazo sin necesidad de expresarlo. ¡Tienes las puertas abiertas al negocio con esa ganga!

 

-¿Se supone que yo deba recibir alguna comisión? Fue una pregunta fuera de contexto y tal vez impulsada por el nerviosismo aun latente. Yo confiaba plenamente en él y nuestras relaciones alcanzaron el nivel de hermandad como manifestó ante el capo. Habíamos realizado varios negocios en viajes anteriores, solo que de menor valor y ganancias. Esta vez Pedro había decidido dar un salto en grande dentro de ese mundo oscuro del contrabando.

 

-Ya te diré cual será tu comisión! No te preocupes y relájate, te veo algo tenso aún. Yo no trafico con drogas y esta vez nos lanzaremos con una mercancía bastante limpia y bien pagada, diamantes. Mi contacto me dijo que varios colegas tuyos en Luanda llevan tiempo moviéndose en este giro. ¡Nada! Es poco voluminosa, no huele y se puede esconder en cualquier lugar del buque.

 

Yo lo escuchaba y sabía que no mentía, esos colegas a los que se refería moviéndose en el tráfico de diamantes eran generalmente militares de alto rango. Vi a más de uno portando relojes Rolex, imposibles de adquirir por un cubano común y corriente. Ni los mismo guajiritos, aquellos que formaban parte de la mayoría de los soldados prestando servicios en Angola, podían imaginar el precio de uno de aquellos relojes “Rolex GMT”, modelo preferido. En ese mismo viaje yo acompañé a un tripulante al Bond Store de Ámsterdam, allí extrajo un fajo de billetes y compró tres de esos relojes por encargo de unos “pinchos” en Luanda. ¡Por supuesto que no brindaré nombre! Cuando lea estas notas se asombrará tal vez de mi memoria.

 

El resto del camino y la noche fui invadido por una ilusión nunca experimentada. Me veía portando un bulto de billetes, satisfaciendo las necesidades de los míos y comprando un pequeño apartamento en La Habana. Todo se derrumbó de la noche a la mañana un día de otoño en Luanda, Pedro tampoco pudo quedarse de vacaciones. Al final de la jornada, creo que Calero fue montando guardia de navegación en toda la trayectoria realizada y la que nos faltaba por vencer

 

 

ARRIBADA Y ESTANCIA EN BUENOS AIRES.

 

De acuerdo con la distancia existente por círculo máximo entre Luanda y Montevideo (consultada en Google), unas 4712 millas náuticas -más o menos-, nos tomaría entre 10 días y unas horas de más desarrollando una velocidad de 18 nudos para recalar al punto de destino. El barco podía navegar a velocidades superiores, todo dependía del estado del tiempo, corrientes en contra y vientos reinantes. Afortunadamente nos favoreció el estado de la mar, no recuerdo marejada fuerte durante aquella travesía, creo más bien, la mayor parte de la derrota nos desplazamos con un mar calmado y donde su fuerza no superaría la 3 en la escala de Beaufort. Establecidos los contactos con el punto de Práctico, nos dirigimos a su encuentro a poca máquina hasta que embarcó, era argentino.

 

La navegación por el río La Plata carecía de atractivos cuando te alejabas de Montevideo, ciudad que devoramos con los binoculares, tierra por conquistar y con la que no teníamos relaciones de ninguna especie. El color del agua era amarillento y sus riveras eran extremadamente planas, pocas construcciones sobresalían en ambas orillas, distantes entre sí por la anchura experimentada en esta parte del río hasta su desembocadura. Al menos, estos son los vagos recuerdos que me llegan después de tan largo recorrido en el tiempo, puede que la geografía se haya transformado en este tramo vencido. Tampoco me acuerdo de las horas de navegación desde Montevideo hasta Dock Sud. Las conversaciones con el Práctico debieron ser parcas después de la acostumbrada bienvenida, limitada a temas netamente técnicos. No se mostró muy familiar que digamos, me parece que sentía temor en abrirse, luego comprobé que ese temor era compartido por muchos argentinos en tierra, nosotros navegábamos bajo un pabellón aspirante a comunista.

 

La llegada a Dock Sud se produjo entrada la tarde, no recuerdo si pasamos por una especie de dique de contención de sus aguas para evitar los efectos del cambio de marea, puede que sí. Sin embargo, no he podido olvidar el deplorable aspecto de sus aguas en aquellas fechas. Competía en nivel de contaminación con las de La Habana y Alejandría entre otras, eran aguas casi negras. Allí permaneceríamos durante unos días mientras preparaban en otro muelle la carga que recibiríamos con destino a Luanda, frijoles blancos. El resto del cargamento consistía en vehículos y trenes con destino a La Habana. La imagen de Dock Sud me hizo regresar a las viejas películas argentinas que aún se transmitían por la televisión de la isla. Aquellas viejas grúas del puerto sobrevivían a la época de Carlos Gardel, eran muy antiguas, piezas de museo. Esa parte del puerto no se encontraba activo a operaciones de carga o descarga de mercancías generales.

 

Se produjeron situaciones delicadas o peligrosas para esos tiempos, ya las he mencionado en otros escritos. No olviden que imperaba el dominio de una dictadura militar rígida y violenta como la nuestra, solo que, ante los ojos del mundo y este podrido continente, la del Caribe resultaba simpática. Siempre nos mencionaban las medallas ganadas por nuestros atletas, la educación gratuita y la salud. Tampoco hablaban mucho con nosotros y padecían el síndrome del “policía oculto” que escucha tus pensamientos, tal y como les sucede a los cubanos hasta nuestras fechas.

 

En Dock Sud, ya conté una vez, un grupo de militares armados hasta los dientes detuvo a un grupito de negros con libros de contenido comunista en la calle. Nunca se me olvidó el título de aquel libro “Prostitutas de la guerra”, tampoco imagino de donde sacaron aquella cantidad. Lo cierto fue que uno de ellos acudió a mí en busca de ayuda, volaba por la escala real y el color de su piel se había tornado gris oscuro, estaba cagado.

 

-¡Camarada, camarada, nosotros tenemos un problema! Me dijo muy nervioso cuando estuvo en el plato de la escala. En el muelle permanecía el grupo, unos cuatro tripulantes, rodeados por los militares, quienes no dejaban de apuntarlos con armas largas.

 

-¿Qué problemas tienen? Le pregunté sin tomarlo muy en serio ante el nerviosismo que mostraba.

 

-Nos agarraron con unos libros de contenido comunista. Respondió tartamudeando y bien cagado cuando terminó de pronunciar aquella oración.

 

-¡Uffff! ¡Prepárense, creo que los van a fusilar! Tomás se puso más nervioso aun, era un magnífico camarotero cuyo origen no era angolano, creo que era de Sao Tomé y Príncipe. Había enrolados tres o cuatro tripulantes cuyas nacionalidades pertenecían a esas islas, Cabo Verde y uno de Zaire.

 

-¡Camarada, haga algo por nosotros! Dijo a modo de súplica y fui descendiendo la escala.

 

-¡Buenas tardes, amigos! Expresé cuando me encontraba en el grupo integrado por jóvenes soldados y los tripulantes detenidos. - ¿Ha pasado algo?

 

-Así que usted habla español, mejor, eso facilitará que nos entendamos. ¿Cuál es su nacionalidad? Preguntó quién al parecer era el jefe de aquella escuadra.

 

-Yo soy cubano. Respondí a secas.

 

-Debes ser otro comunista más.

 

-No lo entiendo, yo soy oficial del barco, pero de comunista no tengo un pelo. ¿Cuál ha sido el problema con estos marineros?

 

-¡Uyyy! Gravísimo para la situación que se está viviendo en el país. Los hemos pescado repartiendo estos libros comunistas en la calle. Fue entonces cuando me entregó uno de los ejemplares, ya lo conocía y no me había molestado en leerlo.

 

-Si le digo algo, quizás no me crea. Ninguno de esos negros sabe leer, es muy probable que hayan sido manipulados por comunistas en tierra, ellos no participan en ninguna actividad política. Nada, lo de ellos es vivir su vida como cualquier marino cuando llega a tierra, buscar un bar y beber para ahogar sus penas, tratar de tener sexo con alguna mujer vendedora de placeres, uno que otro pequeño contrabando, etc. Esa es la vida de estos hombres, se lo aseguro.

 

-¿Cómo crees que podamos resolver este problema? La situación comenzó a mejorar cuando aquel jefe me pasó el balón, desconocía que si me dejaban hablar nunca me fusilarían y lo acepté con serenidad pícara.

 

-Amistosamente, si después consideras que deben permanecer castigados sin bajar a tierra, nosotros aceptaremos sus decisiones respetuosamente. Como le decía, podemos resolverlo sin que trascienda a males mayores. ¿Qué le parece si les digo que traigan unas cajitas de cerveza para beberla con ustedes? También ordenaré que les regalen una botella de whisky a cada uno de los miembros de su escuadra. Mientras bebemos esas cervecitas podemos hacer una fogata y quemar todos esos libros de mierda, porque para que lo sepa, yo detesto a ese sistema comunista.

 

-Cubano, no puede negarse que vos sos un pelotudo. ¡Muchachos, hagan una hoguera con esos libros y bebamos unas cervecitas con estos marinos! Reinó la paz y regresó la tranquilidad entre los tripulantes que habían sido sorprendidos en esa rara aventura. Todos terminamos riéndonos mientras el fuego consumía aquella literatura de porquería. Unas horas más tarde, cuando regresó de la calle, le hice el cuento a Calero y por poco se orina de la risa. Se alertó a toda la tripulación sobre la gravedad de hechos como estos en ese país.

 

No recuerdo el tiempo que permanecimos en Dock Sud, varios días después nos movieron hacia el área del puerto de Buenos Aires y las operaciones de carga comenzaron inmediatamente. Las relaciones con los portuarios fueron muy familiares, eran amantes de las bromas como nosotros. Las operaciones eran muy lentas debido al tiempo lluvioso y algo frío que reinaba en Buenos Aires. Para nosotros el otoño andaba en marcha en el hemisferio norte, allí se encontraban en primavera. Los días soleados y cuando no me encontraba de guardia, decidí recorrer aquella majestuosa y bella ciudad, deseaba atrapar cada imagen conocida de las películas. Me faltaba algo muy importante desde el viaje anterior, la compañía de mi amigo Lazarito. No todos los que integraban el nuevo grupo compartían mis gustos, algunos apenas salían a la calle y reservaban lo poco que ganaban, $2.00 dólares diarios a partir de la salida del último puerto angolano para comprar pacotilla. Resultaba difícil convencerlos para tomar una cerveza o un café en la calle, varias veces salí solo.

 

La avenida Corrientes fue una de mis preferidas, me dejé arrastrar por la melancólica letra de aquel tango mundialmente famoso “A media luz”, donde en una de sus partes mencionan a Corriente 348 y hasta esa dirección me moví con mi cámara Zenit de fabricación soviética. Estas cámaras eran muy buenas y bien aceptadas por aficionados a la fotografía. Superaban en gran medida a marcas japonesas porque su mecanismo era metálico y las hacia más duraderas, mientras las asiáticas poseían el mecanismo plástico. Traté de venderla en un estudio existente en la avenida Corrientes y me ofrecieron $150.00 dólares que no acepté empecinado en que su valor era superior a los $200.00 dólares. Nada, comemierderías mías, tenía el bobo de guardia, unos años más tarde se la regalé a un amigo en Bilbao.


Jefe de Máquinas Taquechel, al fondo El Paye y delante Pepito el Enfermero. 


Bueno, debo confesarles que sufrí una gran desilusión cuando visite Corrientes 348, allí no encontré otra cosa que no fuera un edificio de viviendas con una entrada a un estacionamiento interior. No quisiera equivocarme, la memoria puede traicionarme, pero no recuerdo la existencia de todos los comercios que hoy aparecen en la planta baja cuando acudes a Google Maps. Otras fotos tomadas al Luna Park y emprendimos un largo recorrido por Corrientes, hablo en plural porque ese día iba acompañado del telegrafista Roberto Rodríguez Malagón (El Paye), el Jefe de Máquinas Taquechel y Pepito el Enfermero. Larga infantería realizada hasta el obelisco que existe en la intersección con la impresionante avenida 9 de Julio, caminata que se hizo sin consumir absolutamente nada, solo mirando igual que aquellos guajiros cubanos cuando se enfrentaban al Capitolio en La Habana.

 

En días posteriores fui acompañado por el Paye, también pudo ser por otro Pepito que ocupaba la plaza de Electricista (José Yanes Madruga) Los recorridos eran más calmados y nos deteníamos por una cerveza para calmar la sed. Esos recorridos incluyeron una exploración a fondo de la avenida Corrientes, recuerdo que en una de ellas entramos a un cine para ver una película muy taquillera en esos tiempos, si la memoria no me traiciona, esa película la vimos en el Teatro Opera de la calle Corrientes. Fotos a la Casa Rosada, Mausoleo del General José de San Martin, calle Florida y muchos otros sitios de interés. Desafortunadamente el hobby resultaba muy caro para nosotros los marinos cubanos con la paga en divisa ya mencionada, el revelado de esos rollos en Cuba fue un desastre y me los echaron a perder con la química y tecnología socialista usada en la isla. Solo sobrevivieron pocas fotos y luego las perdí una vez que deserté.


Vista de la superestructura del buque “N'Gola” atracado en Dock Sud-Argentina. Caminando por el muelle el Electricista José Yanes Madruga. (Pepito)


Creo que por culpa de la lluvia casi constante nos demoramos en cargar alrededor de un mes, el barco iría con sus bodegas repletas de frijoles blancos para Angola y tomaríamos una cubertada de camiones Ford más cuatro coches de ferrocarriles para pasajes marca Fiat para la isla. Hacia solo dos años de ocurrido el golpe militar en Argentina y los golpistas no se molestaron en suspender los créditos comerciales al régimen cubano, imagino que aun estarán esperando por el pago de la deuda contraída con ellos. Una fuerte inyección de autos Chevy y Ford Falcon recorrieron nuestras calles como taxis o pertenecientes a entidades gubernamentales hasta que se quedaron sin piezas y comenzaron a canibalear a unos para mantener funcionando a otros. El canibaleo afectó a todas las ramas de la economía cubana de la que no escaparon nuestras flotas.

 

Durante aquella larga estancia en Buenos Aires y por el contacto casi diario con sus estibadores, es lógico que las relaciones humanas entre ambas partes adquirieran más confianza y familiaridad. Algunos de ellos se quejaban de la situación por la que estaban pasando, bueno, descontando las horas de almuerzo. Ellos habían creado un barbiquiú con un barril de 55 galones cortado a la mitad donde tenían carbón y asaban diariamente tiras de churrasco a las que fui invitado varias veces. La carne era exquisita, oportunidad aprovechada para explicarles las diferencias entre el régimen militar de ellos y el nuestro.

 

-Puedes decirme de cual manera puedo llegar al cementerio de Chacarita. Le solicité una vez al capataz del barco.

 

-¡Oye, Manolo, este pelotudo me pregunta cómo llegar al cementerio de Chacarita! El otro agarró enseguida la señal y se echó a reír burlonamente en mi cara, no solo eso, contagió a varios estibadores con su cabronada.

 

-¿De qué carajo te ríes, comemierda? Le dije algo encabronado y fue peor el remedio que la enfermedad, tuve que dejarlos disfrutar antes de que me explicaran.

 

¿De qué nos reímos? De ti, eres el marino más tonto que ha pasado por Buenos Aires. Acá todos preguntan por bares, clubes y burdeles. Tu eres el primer marino que pregunta por un cementerio. ¿No es para reírse? Volvieron a soltar otra andanada y cuando se calmaron me explicaron la línea del Metro que debía tomar. Yo solo deseaba llegar hasta la tumba de Carlos Gardel, creo que a ellos no les pasaba por la mente que existíamos marinos a los que nos gustaban recorrer sitios históricos de las ciudades que visitábamos. Fotos del cementerio con gran parecido a la necrópolis de Colon y varias de la tumba de Gardel que perdí junto a las otras. Tampoco soy santo alguno, una mitad mía pertenecía al marino que ellos conocían. Esta es una anécdota inolvidable que le cuento a cuanto argentino me cruzo en el camino.

 

En este puerto tuvimos un contratiempo bien grave, nos robaron todos los sextantes, cronómetros y cronógrafos. Deben suponer que, por tratarse de instrumentos profesionales, sus precios serían elevados en el mercado negro. Quedamos como un francotirador sin su fusil, buenos para nada. Resulta que por negligencia -vaya usted a saber- si intencional, Fernando Miyares Gutiérrez dejo una de las puertas laterales del puente abierta. Yo me inclino por la intencionalidad de esa acción, lo conocía bien y sabía que él podía vender el barco completo, va y me equivoco acusándolo injustamente, quien sabe. Lo cierto es que tuvimos que comprar uno de cada instrumento para poder continuar la navegación hasta Cuba y regreso a Luanda. Una vez cargados a full, llegó el momento de despedirnos de esa encantadora ciudad que recorro en cada película argentina que veo.

 

Partimos hacia el punto de donde siempre quise escapar después de un mes permaneciendo en él, aun me queda mucho por contar, pero es preferible dejarlo para una segunda parte, no quiero agotarlos.

 

Con la corriente del rio dándonos por la popa el barco superaba los veinte nudos de velocidad, atrás quedaba una tierra que conocía desde mi infancia. Un lugar del planeta cargado de una rica historia, mujeres hermosas, personas con razones para sentirse superiores al resto de muchos latinoamericanos. Vivian su dictadura con la que no simpaticé y nosotros la nuestra hasta hoy, desafortunadamente apoyada por muchos de sus hijos.

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2022-02-11

 

 

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