SER
MARINO CUBANO. ALGO MUY ESPECIAL
Cuando empecé a navegar me convertí en un personaje.
En otro lugar sería diferente. En Cuba, “salir al extranjero”, “visitar esos
mundos” era algo más allá de los horizontes de una familia humilde del centro
de Las Villas.
Pensaban que un sin fin de placeres esperaban allende
la mar. Cuanta película idealizando esa vida habían visto en los cines del
pueblo y en la televisión. Alimentando una fantasía completamente divorciada de
la realidad. Esa imagen del marino rodeado de mujeres, bebiendo como un cosaco,
enfrentando la furia del mar y conociendo lugares que ninguno de los parientes
había visto y posiblemente jamás lo harían, daban un toque muy especial a la
figura del primo que muy lejos de casa disfrutaba de una vida desconocida y
misteriosa.
Muchas veces al encontrarme con amigos y familiares,
esperaban escuchar historias extraordinarias que ellos luego repetirían
poniendo algo de su cosecha personal y con picardía cómplice iluminarían las
tertulias con amigos y parientes, consumidos por la monotonía, a oscuras por la
política de ahorro de energía y sin el movimiento y la vida que años atrás tenía
su pueblo.
En otras marinas el salario permitía una situación
personal holgada y además dársela de turista en los puertos que su buque
visitara. En la marina mercante cubana, la guitarreada era muy diferente.
Épocas de recibir un estipendio de 0.75 centavos dólar diario, un dólar o un
poco más, pero nunca lo suficiente para que “los apetitos burgueses” no
destruyeran la obra del “hombre nuevo” o “del nuevo trabajador estupidizado” en
que desearon convertirnos.
Supongamos un viaje de tres meses, al llegar al
primer puerto recibías unos ochenta o noventa dólares en la moneda nacional del
lugar. Poco podías hacer si pensabas comprar algún regalo o algo indispensable
que tu familia necesitaba y además, dar una vueltecita por tierra después de
semanas o meses en condiciones de vida sumamente difíciles.
La vida no es solo mar, trabajo y las tres comidas
garantizadas que la magnanimidad de la Empresa Cubana-Navegación Mambisa-ofrecía
a sus tripulantes. Además, daban por sentado y así nos lo restregaban en el
rostro que éramos “trabajadores privilegiados y por lo tanto cualquier penuria tenía
que ser soportada”. A protestar o pedir algo más allá de lo que nuestros jefes
consideraban como suficiente, era un pecado imperdonable con el resto del
pueblo que se encontraba bloqueado.
Recuerdo los viajes que dimos en condiciones
precarias de navegación porque en los puertos cubanos no tenían las piezas
necesarias, o no había presupuesto para reparar el equipo o no se había
planificado correctamente lo que se necesitaba para mantener un estado técnico
de acuerdo a los certificados internacionales y por lo tanto, no había dinero
para adquirir lo mínimo necesario, o al jefe supremo se le metía en los tarros
que el buque saliera a navegar tal cual estaba y así un problema menos
preocuparía a sus atribuladas mentes.
Era una tragedia a la hora de comprar vivieres y los
materiales para mantener la navegabilidad. Es sorprendente que un accidente
como el de la motonave Guantánamo (Ver Blog Faro de Recalada de Esteban Casañas
Lostal) no se multiplicara por más unidades de la extinta flota mercante
cubana.
Viajes a Montreal con temperaturas de 20 grados bajos
cero y luego de finalizada la descarga, la tripulación “tenia” que limpiar las
bodegas para el embarque de granos. Hay que hacerlo, el azúcar por las bajas
temperaturas se compacta hasta formar una roca, las bodegas de los buques
tienen lugares que por su altura se hacen extremadamente difíciles de limpiar.
Los marinos, con ropa deficiente y con una alimentación que no garantizaba las
calorías necesarias para temperaturas tan bajas eran obligados a preparar los
espacios de carga mal vestidos, mal alimentados y con herramientas
insuficientes. De más está decir que estas faenas no se pagaban, eran incluidas
en su salario y ya está.
Di un viaje en el buque Alamino con el Capitán
Vivanco que lo único que faltaba era que nos dieran el beso de despedida y
colocar una bomba en la sentina del buque. Dos radares deficientes, la maquina
principal en estado precario, ninguno de los motogeneradores funcionaba lo
mínimo para garantizar el viaje, no teníamos equipos modernos que garantizaran
la posición así que todo era a golpe de sextante y olé, tramos de la línea
contra incendio que filtraban en la bodega cinco. Si tuviera el plan de
reparación que confeccionamos lo daría a conocer y le haríamos un juicio sumarísimo
al Capitán Calero-ex director de la Empresa-, al culón de Romay que era el Jefe
técnico y al hijo de puta del Capitán Laguna por haber mandado a ese buque(como
a tantos otros) a realizar su reparación en Shangai.
Todos eran técnicos con experiencia y sabían muy bien
el peligro que corría la tripulación ¿Podremos pedir y hacer justicia? O
tendremos que alimentar la memoria y un día ¿Quién sabe cuándo? hacerla por
mano propia y que el perfume de la pólvora inunde nuevamente las ciudades y
campos de Cuba.
En la reunión de salida nos dieron una arenga como si
fuéramos a combatir a los persas en las Termopilas, además se agregó el
incentivo de: “el que no esté de acuerdo puede quedarse”, lindo chiste. Un país
en que el Sindicato y los Gremios lo único que hacen es obedecer lo ordenado
por las Administraciones en detrimento de los derechos más elementales de
cualquier trabajador, que es poner su vida en peligro por la decisión
irrebatible de unos perfectos hijos de puta.
Salimos de la Habana, en el canal de salida el Jefe
de Maquina subió al puente con los pelos de punta porque la maquina explotaba.
El Capitán lo tranquilizo, todos nos miramos y fondeamos a la salida del puerto
para una reparación de emergencia. Esa es otra, cuidado, que averías repetidas
pueden ser consideradas sabotaje y eso sería harina de otro costal.
No arrastramos más que navegamos al Puerto de
Cienfuegos, cargamos y luego de encomendarnos a Neptuno, salimos en demanda del
Canal de Panamá, pidiendo que pudiéramos observar los astros para que las
posiciones astronómicas permitieran una arribada feliz a puerto.
Luego de pasado el Canal y a unas 500 millas de la
costa los motogeneradores reventaron y la más completa oscuridad envolvió al
buque. El pobre maquinista a cargo por suerte era más negro que la noche y el
aceite no se veía en su piel, el hombre vivía prácticamente en el cuarto de Máquinas.
La cosa fue, que luego del susto y varios días al pairo, se tomó la decisión de
eliminar todo consumo de energía del que pudiéramos prescindir, no al aire
acondicionado, no a las luces de los camarotes… ni Colon en su peor momento
tuvo tanta penuria.
Se racionó el agua, se colocaron tanques en la popa y
una exigua ración seria suministrada en las semanas que nos separaban del
puerto de descarga. Se elimino la energía a la cocina y de ahí hasta la llegada
a Japón, los cocineros tuvieron que hacer su trabajo con la madera que por
suerte había quedado del viaje anterior.
Una alegre nubecilla de humo indicaba el rumbo del
buque y cuando el viento venia por la popa, el subproducto de la incineración
de la madera encontraba refugio en los locales donde dormían o trabajaban los
tripulantes. El cocinero llegó con los ojos hechos tierra al puerto y todos con
una peste a humo que metía miedo.
Como tampoco se realizó la fumigación en Cuba, los
camarotes tenían unas trampas especiales aderezadas con mantequilla, las
cucarachas eran atraídas por el mensaje de la golosina grasosa y atrapadas para
salvar nuestros oídos de una agresión segura.
No voy a contar todas las vicisitudes, sería para
llenar un libro de “quejas y puteadas”, lo cierto es que llegamos al astillero
y se reparó el buque durante un mes. Si tengo que aclarar, que muchos trabajos
de reparación fueron parciales y otros anulados, había que ahorrar plata, el
país bloqueado por el enemigo así lo requería (¿?)-con este versito cagaban
cualquier pedido que hicieras-
Al llegar a Cuba, luego de un viaje infernal, el jefe
de grupo nos recibió con toda la comparsa que aguardaba a los buques, esperando
ver que podían arañar de lo que la tripulación traía para sus familias o del
abastecimiento del buque. La rapiña era infernal y se hacía feroz cuando los
inspectores de Aduana embarcaban a inspeccionar y autorizar la “pacotilla”.
Tenían un apetito insaciable y guarda con enojarlos.
El abuso de autoridad en estos sistemas es algo completamente normal y
amariconadamente aceptado por todos. Al final, la tripulación que jugo su vida
por nada, no recibió su salario completo por haber incumplido los parámetros de
“La Emulación Socialista” y eso era algo que no podía pasarse por alto. En fin,
había que vivir y dejar vivir, ¡Qué viva la corrupción!
¿Queríamos igualdad? Ya la tenemos. ¿Queríamos
Comunismo? Ya lo tenemos ¿Queríamos que el pueblo fuera dueño de todo? Ya lo
tenemos, Repitamos como nuestros hijos en las escuelas: “¡Entupidos por el
comunismo, seamos como el che!”¡¡¡¡¡¡¡ÑÑÑOOOOOOOOOO!!!!!!!
Guillermo Ferrer Sánchez.
Buenos Aires-Argentina
xxxxxxxxxx
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