jueves, 20 de mayo de 2021

CAPITÁN MANUEL BALSA LARRINAGA


CAPITÁN

MANUEL BALSA LARRINAGA


 

Aventurarse a realizar una descripción correcta sobre la personalidad de Manolito, puede generar conflictos adversos por sentimientos muy particulares. De un lado tenemos al Manolito buen padre, hijo, hermano, tío, etc., casi adorado en el seno de su familia, yo soy testigo de esto que hablo. Del otro lado tenemos a nuestro Manolito, el hombre que en aquellos tiempos gastaba la mayor parte de su vida entre nosotros. Entonces, debemos separarlos, uno y otro son totalmente diferentes. Cuando se haga referencia a este hombre y se mencionen todas sus virtudes y defectos, puede incurrirse en excesos para unos y si dejáramos de mencionarlo todo, esas omisiones resultarían ofensivas a su memoria. Manolito fue el mismo y ya nada puede cambiarlo.

Estudiamos juntos en el Curso Básico para Oficiales que culminó a bordo del buque escuela “Viet Nam Heroico”. Venció todas sus asignaturas sin dificultad, pero nunca le interesó ir más allá del propósito de graduarse, o sea, nunca luchó por tener una nota sobresaliente. Pertenecimos al mismo grupo y compartimos el mismo camarote.

No haber logrado una puntuación destacada en sus estudios no le restaba inteligencia, Manolito poseía ese don natural cuyo coeficiente lo situaba por encima de la media normal entre nosotros. Tenía esa inteligencia natural, que bien utilizada, le sirvió para abrirse paso en la vida. Creo más bien, sus mejores títulos fueron esa Patente de Corso, Filibustero, Bucanero o Pirata de la que hizo un uso apropiado durante su vida de marino.

Era un loco y nunca se detuvo ante nada, desconocía el peligro o portaba una sobredosis de testosterona. Cuando se proponía algo nada lo detenía hasta lograrlo, mucho peor, podías verte involucrado con él en una aventura ajena a tus intereses por una razón muy poderosa. Manolito poseía un poder de persuasión y convencimiento que te amarraba y dormía en poco tiempo, era terrible. Ya una vez escribí sobre aquella aventura suya de irme a buscar a media noche en una canoa de dos remos y mi barco se encontraba fondeado en medio de la bahía de Luanda. Imposible decirle que no, nunca se rendía e insistía hasta agotarte, una hora después me encontraba remando junto a él rumbo al buque “Las Villas”. Otra anécdota de Luanda me traslada hasta una noche, donde me veo portando un AK-M penetrando junto al tele Luisito en uno de los barrios más peligrosos de aquella ciudad. Manolito iba conduciendo un auto del que desconozco quien era el propietario, iba armado también. -¡Ustedes son mis escoltas, si escuchan algún disparo llenen de huecos esa casa! Esa fue la orden que nos dio mientras tocaba a la puerta de aquella choza y negociaba con una vieja bandolera. Del interior salieron dos negros armados con fusiles AK-M también y se dispusieron a descargar unas cajas de ron del maletero del auto. Yo no sabía cómo había llegado hasta allí, ni qué necesidad tenía de verme involucrado en aquella peligrosa acción, solo encontraba una respuesta, Manolito.

Además de osado y valiente hasta la temeridad, era un tipo superdivertido, siempre estaba contento, resultaba difícil verlo enojado, y créanme, era lo mejor que se podía hacer si se compartía con él. Cuando la ira lo invadía se ponía rojo como un tomate y no lograba coordinar una oración, no hablaba, balbuceaba y le aparecía una tartamudez repentina muy peligrosa, después de esa fase podía aparecer la trompada. Si algo lo sacaba de sus cabales lo fue la traición, no la toleraba, si él no la cometía, esperaba en reciprocidad un comportamiento similar. Si eras su socio, estatus que no alcanza el nivel del amigo, podías estar seguro de que te sería fiel y nunca te traicionaría. Si eras su amigo, los privilegios que gozabas en su trato superaba al que brindaba quizás a sus propios hermanos, era simplemente un hombre especial.

Manolito nunca abandonó sus locuras a lo largo de aquella carrera contra el reloj desde que fuera un estudiante hasta lograr los grados de Capitán. Nunca cambio su personalidad, no se infló como muchos, solo era un loco con más responsabilidad. Recuerdo que me propuso salir con él como su Primer Oficial y esa vez su insistencia le falló. Lo conocía muy bien y preferí conservar su amistad alejada de los rigores del trabajo. Fue su último viaje y su esposa siempre condenó mi negativa alegando que yo lo hubiera controlado. Nada más falso que aquella expresión casi desesperada de ella, solo había una persona en el mundo capaz de controlar a Manolito y nunca en su totalidad, esa persona era precisamente ella.

Me encontraba navegando y hasta mí llegó la noticia de su fallecimiento. Fui con mi hijo a darles las condolencias y me lo encontré vivo, pero muerto en vida. Ya no tenía ante mí al Manolito que les he descrito y donde oculto otras aventuras, me partió el alma aquel encuentro y mi hijo quedó traumatizado. A partir de esa fecha, aquel loco simpático, valiente y fiel amigo, comenzó un recorrido doloroso para él y toda su familia.

Si de algo deben vivir orgullosos sus hijos, creo que deba ser por todo el amor que Manolito les profesó en vida, los adoraba. Si de algo debemos estar orgullosos sus amigos, fue aquella fidelidad que siempre nos regaló junto al recuerdo imposible de borrar, la de aquel loco al que una de todas sus virtudes lo superaba y brillaba junto a él, su inmaculada “hombría”. Eso era y es él en nuestras memorias, un hombre a todo dar. Había escrito dos trabajos que dediqué en su honor hace mucho tiempo, hoy me propuse desnudarlo un poco más ante sus ojos. Estoy convencido de que aquel Corsario, Filibustero, Bucanero o Pirata cubano llamado Manolito, ya deba haberle vendido dos motores fuera de borda a Neptuno para que se desplace con más velocidad en su reino.

 

Con mucho afecto y cariño a ese amigo de los que hoy escasean y nunca mueren, solo se van y nos dicen; ¡Hasta luego!

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2021-05-20

 

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