lunes, 24 de mayo de 2021

LA PAJA EN EL OJO AJENO


LA PAJA EN EL OJO AJENO




Tony llegó desesperado buscando alguien que le hiciera una media, no me explico esa puntería suya para invitarme los días que me encontraba de guardia. Cuando me dijo que andaba con el Capitán mi respuesta fue un rotundo no, un no inviolable, radical. Pero el gallego era un cabrón en el arte de convencer a la gente, tenía toda la paciencia del mundo para seducirte. Me dijo que andaban con tres jevitas y ellos eran solamente dos. La que sobraba era una chamaca de unos dieciocho años con unos seis pies de estatura, rubia, ojos verdes y nada de grasa en toda su arquitectura.

 

-¡Es muy grande para mí! Fue todo lo que pude expresarle en aquel instante que me dio tiempo para abrir la boca, porque eso sí, cuando Tony se lanzaba al ataque no daba tregua al enemigo.

-¡No jodas!, ¿complejitos con la estatura? ¡Caballo grande, ande o no ande! Tenía que ser bastante alta para que él hablara así de ella, el gallego me superaba cómodamente en estatura.

-No sé, nunca he maniobrado con una pieza como esa. ¿Dices que es rubia?

-Como el oro, el pelo le llega hasta la cintura, bien lacio. Comencé a ceder en mis pensamientos, nunca había compartido con una mujer así.

-Yo no tengo dinero y ya sabes de la pata que cojea el Capitán. ¡No! Mejor lo dejamos para otra oportunidad.

Lo veía realizando ejercicios de infantería alrededor de la piscina del hotel Jagua de Cienfuegos, caminaba como un condenado el muy cabrón, lo hacía con el mismo shorcito que utilizaba en todas las navegaciones, apenas tenía ropa tampoco, vestía muy mal para ser Capitán de un barco. Su mujer lo seguía con resignación mientras nos observaba con algo de envidia, le deba tres o cuatro vueltas a la piscina y se perdía en dirección al lobby del hotel. ¿Cómo se llamaba la mujer? No recuerdo su nombre ni me explico que hacía al lado de aquel tipo. Era una hermosa trigueña habanera que no encajaba en el prototipo de su marido, tenía de todo lo que a él le faltaba, cara, cuerpo, gracia, elegancia, sencillez y esa alegría tan suigéneris de los nuestros. ¡El Capitán, no! Era un sapito vestido de uniforme y carente de todo lo que pueda resultar atrayente para una mujer.

-¡Qué pasme la plata si quiere enterrar al animal! Tú no te preocupes por el dinero, acuérdate que él recibe por gastos de representación. No me convencían sus argumentos, tenía libertad para solicitar plata y justificar sus gastos alegando que fueron realizados en función de servicios prestados, pero el hombre no entraba en esa, era uno de los pocos incorruptos que existían en aquellas fechas, nunca gastaba nada extra. Peor aún, sometía a sus tripulaciones a sacrificios extremos innecesarios y en todas las asambleas sus peroratas justificativas giraban en torno al bloqueo.

-¡No jodas, Tony! Si este tipo es capaz de sacrificar a su mujer, ¿qué coño podemos esperar nosotros? ¡Búscate otro, men! Yo no comparto con ese tipo en la calle, es suficiente que me lo tenga que disparar a bordo.

-¡Asere, no me hagas eso! Tengo un material de primera esperándome en la aduana, tú eres mi única esperanza. Sus últimas palabras estuvieron sobrecargadas de frustración y me conmovieron hasta los cimientos del alma, tuve que ceder. ¡Vamos! Tampoco tan calvo, yo era un jodedor de guardia las veinticuatro horas y no necesitaba tanta cuerda.

-Tony, en la primera mariconería que se ponga este sapo de mierda te la dejo en los callos. Te repito, no tengo un solo centavo para pasmar en esta aventura. La felicidad le regresó al rostro al escucharme y partió para hablar con el Tercer Oficial. A Paneque no había que darle muchas explicaciones, apenas salía del barco y consumía la mayor parte del tiempo leyendo, era un tipo que siempre se encontraba radiante de felicidad sin justificación alguna. Cualquier tiempo en el barco era mejor a los pasados en la Sierra Maestra, siempre me dije. Paneque era conocido entre los rebeldes como el Capitán Bayamo, nunca le pregunté por qué. Ocupaba esa plaza de oficial gracias al Capitán, no sabía obtener posiciones por radar o utilizando métodos tradicionales con el uso de la alidada, menos aún con los astros. Paneque era un adorno que teníamos en el puente y siempre se acompañaba de un muñequito llamado Zucuzucu. El Capitán se empeñaba en enseñarlo a obtener posiciones y diariamente le impartía alguna clase. Luego, cuando consideraba que su alumno había aprendido algo, le solicitaba que obtuviera la posición del buque, Paneque se dirigía a su muñequito y le decía; ¡Zucuzucu, posición!

Era una rubia que valía la pena cualquier sacrificio, hasta el estar escuchando al Capitán hablar mierdas durante cuatro horas. Tomamos una mesa para seis personas en el restaurante y yo no quise comer nada, lo había hecho en el barco a las seis de la tarde. El vodka lo mezclé con la Pepsicola rusa que se fabricaba entonces en ese país, era de los escasos productos capitalistas disponibles entonces. La rubia era monumental y sentada a mi lado me superaba dos cuartas, pero solo hablaba ruso, no entendía ni los esfuerzos mímicos que yo realizaba y con los cuales triunfé en otros países. La velada fue muy aburrida y no pasó de ser solamente eso, una velada en la que todos esperábamos que el tipo con la plata se empatara. Tony me miraba, yo lo miraba, me volvía a mirar y nos pasamos toda la noche en esa bobería. Con los ojos nos decíamos lo mismo, ¡oye!, si este tipo no se empata en Cuba con una gata, ¿crees verdaderamente que logre conquistar algo en Rusia?

Nos despedimos con la promesa de encontrarnos al siguiente día a la entrada del restaurante, no existían muchos lugares de distracción en Novorossisky por aquellos tiempos. La distracción nunca ha sido una prioridad en la mentalidad comunista, todas nuestras salidas realizadas por invitación de las organizaciones políticas estaban dedicadas a mostrarnos las huellas de la guerra. El monumento al soldado desconocido, un submarino de no se sabe qué época, el museo tal y más cual. Y para serles franco, lo que menos importa a un marino sometido a largos tiempos de abstinencia sexual, es someterse a la historia de guerras o héroes. Una simple y modesta puta puede satisfacer nuestras exigencias del momento.

La rubia no fue ese día y a pocos metros del restaurante le dije a Tony que regresaba a mis aventuras cotidianas. Yo lo imaginaba, demasiado grande aquel caballo que anda o no anda y rubia para más defecto. Demasiado enano para ella, y lo peor, flaco, trigueño y no hablaba ruso.

-¡No te vayas! Casi me gritó Tony cuando trataba de girar sobre mis pasos. –Lo que te tengo es material de primera, ¿ves aquella trigueña de ojos azules?, es la que vino en sustitución de la rubia. Paré en seco y recorrí toda su figura en segundos, me convenció. Nos sentamos en la misma mesa de seis personas de la noche anterior luego de sobornar al portero de la entrada, la camarera se sintió muy feliz al vernos regresar y tenía razón para comportarse así. Tony fue el que había pagado la cuenta con el dinero del Capitán y dejó buena propina.

Nunca había sido tan dichoso en mi vida, me encontraba sentado al lado de un monumento ruso. Trigueña como yo, más o menos de la misma estatura, unos ojos que eran la prolongación del cielo en el cuerpo humano y por bendición de Dios, aquella ninfa hablaba español.

Mientras comíamos, tocaba un grupo musical que entre números tradicionales interpretaba algunos rocks lentos de cantantes famosos en esa época. Me gustaba aquella costumbre rusa de estar comiendo y detener el cuchillo o el tenedor para salir a la pista. Cuando menos lo imaginabas llegaba una mujer y te tocaba en el hombro para invitarte a bailar, aquel relajo era un vacilón. Comías un poquito y hacías la digestión moviendo el esqueleto. Otro detalle relevante y que asimilé a la velocidad de un trueno lo fue, que cuando una mujer estaba para tu cartón no era necesario forzar la situación. Mientras bailaban ella se pegaba a ti, te abrazaba y hasta te besaba en el cuello. A los cubanos no hay que darles mucha cuerda en esos casos, manos por la cintura que tú conoce ejerciendo presión hacia tu cuerpo y una respuesta oportuna a todos esos besitos espontáneos que nacen en medio del baile. Luego, disimular en lo posible las repentinas erecciones y tratar de regresar a la mesa algo inadvertido.

-¡Damoi! Me dijo la rusa cuando salimos del restaurante y esa palabra yo la había aprendido a la perfección. Tampoco comprendo el por qué me lo había dicho en ruso hablando tan bien el español, estaba tan caliente como yo.

-¡Tony, voy quemando, men!

-¡Asere! No me dejes embarcao ahora.

-No te dejo embarcao, men. Ya yo cumplí contigo y la pieza está caliente, me invitó a su casa.

-Sí, pero debemos esperar a que el Capi cuadre la caja. No olvides que él fue quien pagó.

-Pero ese no fue mi trato, yo te hice la media. ¡Carajo! No me pidas ahora que espere a que ese sapo ligue. Tú sabes que el tipo es zurdo para estas cosas y si no lo hizo anoche, no esperes nada positivo hoy.

-¡Coño, mi herma! No me dejes con esta candela, yo estoy más desesperao que tú. Volvió a conmoverme y me dejé arrastrar por los sentimientos. Unos metros separados de nosotros se encontraba el Capitán pasmado, no hablaba nada, no era escopeta como nosotros.

-Bueno, voy a convencer a la rusa para hacerles la media, pero por Dios, si se demora mucho en el ligue voy quemando. Fuimos caminando hasta un parquecito donde los bancos se encontraban bastante separados entre sí y cada pareja eligió el suyo. Era verano para ellos, solo para los habitantes de aquella ciudad. En las noches la temperatura bajaba mucho para nosotros, se acercaban a nuestros inviernos. La oscuridad era casi total y las luces de las edificaciones próximas no afectaban aquella deseada intimidad. ¡Damoi! Me repitió en varias oportunidades aquel monumento de mujer y siempre traté de convencerla de la necesidad de nuestra presencia en aquel banco. El tiempo pasaba en medio de aquel manoseo propio de jóvenes y la temperatura de ambos cuerpos se elevaba rompiendo los efectos que producían sobre ellos la frialdad y humedad de la madrugada. Hubo una barrera que al principio consideré difícil de vencer, no imposible para cualquier hombre de mi edad. Le fui subiendo poco a poco su maxifalda en la medida que mis hábiles manos de panadero recorrían esa parte de su cuerpo. Media hora después, yo me encontraba con el pantalón sobre las rodillas y ella permanecía sentada sobre mis piernas. ¡Damoi!

-¡Document! Dijo una voz oculta detrás de la impactante luz de una poderosa linterna que apareció desde ultratumba y me asustó. Le bajé el royo de tela de la muchacha en un movimiento casi brusco y la senté a mi lado mientras subía el pantalón y trataba de fingir estar haciendo algo que no fuera lo que realmente hacía al ser sorprendido.

-¡Document! Repitió aquella voz con timbre de acero y metí la mano derecha en mi bolsillo trasero sin poder distinguir a nadie detrás del foco que me apuntaba, le extendí mi pasaporte. -¿Kubinsky?

-Da, yo soy kubinsky. Le respondí con cierto miedo, ya me habían hablado de la mala fama que tenía aquella milicia rusa. La muchacha permanecía muda a mi lado.

-¿Gabana? Dijo el tipo que al parecer leía los datos de mi pasaporte.

-Da, yo vivo en La Habana, Gabana.

-¡Niet problem! El tipo me entregó el pasaporte y se retiró. Dije yo, claro que no hay problemas, somos hermanos, somos socialistas y que viva el internacionalismo proletario. Los vi cuando se llegaron hasta los bancos de Tony y el de Ferreiro, los imagino desarrollando el mismo procedimiento de preguntas y respuestas esperadas, yo vuelvo a lo mío. El mismo calentamiento de células, moléculas, iguales pulgadas de tela a enrollar, blumer que se baja, pantalón rodando hasta las rodillas, carne que frota con carne, lenguas que viajan hacia otras cavidades, pequeños saltos espasmódicos e involuntarios, algunos gemidos que rompen el silencio de la madrugada.

-¡Document! Rompe una voz diferente aquella hermosa armonía de movimientos. ¿Otra vez? El susto fue sustituido por el descaro del que reincide y el tiempo para bajar el rollo de tela de la maxifalda fue más prolongado, la luz viajaba entre piernas buscando las pruebas del delito con más interés que la vez anterior. Le entregué nuevamente el pasaporte que me identificaba como hermano de causa.

-¿Kubinsky? Preguntó nuevamente aquella voz diferente.

-¡Da! Y vivo en La Habana, Gabana y somos tovarichs… Detrás de aquella luz salieron unos gorilas que se aferraron a los brazos de la trigueña de ojos azules que hablaba español y se la llevaron. Sentí la palma de una mano abierta sobre mi pecho que me detenía y vi desaparecer a la mujer dentro del arco de oscuridad que escapaba al haz de luz de la linterna. Luego, aquel grupo silencioso viajó hasta los bancos de Tony y el Capitán para repetir la operación. Uno de ellos nos dijo en perfecto inglés que nos fuéramos tranquilitos para el barco, las muchachas fueron montadas en carros patrulleros.

-¡Coño, Tony! Te lo dije, men. Ferreiro no es escopeta pal ligue. Mira el pasme que me ha dao. El gallego no quiso responder y caminaba en silencio a mi lado, había sido perjudicado por la misma medida. Unos minutos después comencé a sufrir un dolor muy agudo en los testículos y apenas podía caminar. Le pedí a Tony que me dejaran y continuaran ellos solos, el dolor se convirtió en insoportable y me obligaba a marchar con las piernas abiertas. Creo haber arribado al buque una hora después de Tony y el Capitán.

-¿Qué te pasa? Me preguntó el guardia de portalón.

-Me duelen los huevos, creo que haya sido por culpa de un calentón.

-Eso es fácil de resolver, tienes que botarte una paja.

-¡Dale al carajo! Ni que la pueda parar ahora.


Allí permanecimos atracados mas de un mes y no volvimos a encontrarnos con las chicas, las desaparecieron con el mismo encanto utilizado por todos los países comunistas. Quizás las acusaron de jineteras y no consideraron que nosotros éramos tovariches, hermanos de luchas.

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal.. Canadá.

2008-09-04

 

 

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