lunes, 8 de marzo de 2021

…Y HABLANDO DEL TELEGRAFISTA…

…Y HABLANDO DEL TELEGRAFISTA…



 

Ya una vez lo mencioné en unas cortas líneas escritas a modo de homenaje, muy modesto, creo hoy. Este personaje tan importante que se va borrando injustamente de nuestras memorias y es posible que las nuevas generaciones solo sepan de ellos por su presencia en algún film. No descarto a nuevos navegantes, atrapados por la modernidad en esa fiebre que provoca cierto olvido o ignorancia. Hace muchos años que este querido amigo fue borrado de nuestro panorama náutico y nadie conoce el destino sufrido por aquellas “llaves” o “vibros” que usaron como herramientas de trabajo.

El telegrafista fue convertido en una especie de animal con hábitos nocturnos por exigencias de su labor y no muchos conocen las razones de aquel inusual comportamiento. Como a cualquiera de nosotros, debió gustar de la calma nocturna para dormir, sin embargo, durante la salida del sol la ionosfera se divide y dificultan las comunicaciones. No quiero entrar en detalles técnicos, solo mencionarles que, debido a esa causa, los telegrafistas se veían obligados a trabajar de noche cuando nos encontrábamos lejos de tierra o el buque poseía equipos de poca potencia. Los oficiales del puente nos acostumbramos a sus frecuentes visitas de madrugada cuando venían por un buchito de café, también para entregarnos algún parte meteorológico o avisos a los navegantes.

La lejanía a la sede del centro de comunicaciones con nuestras naves (CLA), que muy bien podía alcanzar la distancia de miles de millas, se encargaba de poner a prueba la voluntad y destreza de esos hombres por mantener ese contacto tan necesario con la empresa armadora y nuestras familias. Cuando no existía la posibilidad de un contacto directo con ese punto, ellos se transformaron en una sólida familia y hacían lo imposible por ayudar a sus compañeros de profesión. Podías recibir mensajes familiares desde los confines del Océano Pacifico, Mar de China, Océano Indico, etc. y nunca les preguntamos como lo lograban o les expresábamos nuestra gratitud. Largas cadenas se establecían entre ellos para ayudarse sin considerar la sobrecarga de trabajo que se producía, mucho más cuando se asumía la recepción o transmisión de varias naves en esas condiciones.

En lo personal, cada uno de esos hombres podía clasificarse de acuerdo con la media o vara que siempre ha existido, podían ser buenos, regulares y hasta malos. Creo, sin temor a equivocarme, fueran pocos los casos que descendieran en esa escala para que la gente los calificara de “malos”, existieron, pero se trataba de excepciones no muy abundantes. Se destacaron algunos chivatos que no merecen embarrar estas líneas con sus nombres, es mejor que desaparezcan sepultados por el olvido. Si existiera un mérito que los destaque ante los demás, me inclinaría por esa cualidad ausente entre muchos de nosotros a bordo de cualquier nave, me refiero a lo “reservado” que fueron. Un barco durante una larga travesía se diferencia muy poco de cualquier solar habanero, no hay secreto que pueda escapar al dominio público y el chisme ocupó un lugar en la vida de casi todos los hombres a bordo. Sin embargo, los telegrafistas, seres por donde transitaban tantos secretos de estado o familiares, nunca se vieron involucrados en esos comentarios de pasillos o salones.

Técnicamente hablando, a ellos se les exigía un nivel de competencia superior al de cualquier oficial a bordo. No existía espacio para dividirlos entre buenos, regulares y malos. Simplemente tenían que ser buenos para poder asumir esa responsabilidad, los hubo regulares, pero creo sean los menos. No cabe la menor duda de que el Capitán es la persona de mayor rango y responsabilidad en un barco, sin embargo, esos poderes nunca provocaron que ante su ausencia una nave se detuviera, siempre aparece un sustituto ante cualquier eventualidad. En el caso del Telegrafista existía una excepción poderosa que superaba a la presencia del Capitán en aquellos tiempos, si no se presentaba a bordo en el momento de su salida, simplemente se suspendía la partida del buque hasta que la plaza estuviera ocupada. Puede resumirse estas líneas diciendo que era el único hombre a bordo “imprescindible” para garantizar el éxito de una aventura en el mar. De su importante labor dependían muchas cosas durante la operación de una nave y la principal de ellas tenía muchos vínculos con su seguridad. Estamos hablando de épocas donde no existían las comunicaciones por satélite, radios facsímil, etc. La recepción de los partes meteorológicos en las zonas de navegación y avisos a los navegantes, fueron herramientas que facilitaban el trabajo de los Pilotos y garantizaban su seguridad.

Con la recepción de los mensajes privados, muy numerosos en oportunidades, los telegrafistas colaboraban mucho para mantener un estado de ánimo soportable en toda la tripulación ante los sacrificios a que fueran sometidos. Solo dos personas podían convertir a una tripulación buena en conflictiva de la noche a la mañana, el cocinero y el telegrafista. Comer mal y además de eso, estar sin comunicación con sus seres queridos, era una especie de castigo que transformaba el carácter de cualquier marino. Las labores desempeñadas por los telegrafistas en esta parte tan importante de nuestras vidas, fue verdaderamente plausible y digna de admiración. La modernidad no puede lanzar al tanque de la basura la memoria histórica que les pertenece a esos hombres.

… ¡Y hablando de telegrafistas!... Han transcurrido 53 años desde mi primera navegación, es casi imposible recordar el nombre de cada uno de los que me ayudaron a superar esa etapa cargada de miedos, una verdadera pena porque merecen un espacio en mis historias. Esos primeros viajes realizados a bordo del buque “Habana”, tuve el placer de navegar con un viejo telegrafista blanco en canas y de muy buen carácter. Recuerdo que un día se apareció en el puente mientras me encontraba haciendo guardia de timón y me dijo; -¡Oye, comemierda! “Deceo se escribe con “S”, el próximo telegrama que no lo escribas correctamente, pues simplemente no te lo voy a pasar. Me lo dijo con tanta gracia que no pude sentirme ofendido. Este viejo fue relevado por otro tan viejo como él y de apellido Rigo, tampoco era mala persona, pertenecían a la vieja guardia a punto de extinguirse. A finales de mi estancia en ese buque y encontrándonos reparando en el dique de La Habana, Rigo fue relevado por Carlos Collazo y por suerte abandoné la nave. Ya he escrito sobre este personaje, creo haya sido la nota mas negativa escrita en la historia de los telegrafistas. Murió a manos del Segundo Maquinista Freixas en Angola.

Después vinieron muchos mas a lo largo de esa agotadora vida mía por una parte importante de su flota, el próximo telegrafista fue el negro Garbey a bordo del buque “Jiguaní” y aquí debo hacer una pausa racial. Por aquellos años no era muy común encontrar a hombres de la raza negra entre la oficialidad de cubierta, fueron escasos. Entre el personal subordinado del departamento de Máquinas, sin embargo, esa raza era dominante. Un alto porcentaje de los engrasadores eran negros y no encuentro una explicación a ese fenómeno. Pero volvamos a los telegrafistas negros, Garbey fue el primero de ellos con el que me tocó navegar y de él guardo muy gratos recuerdos. Mantuvimos muy buenas relaciones y compartimos varias veces en familia, tanto él como su esposa eran excelentes seres humanos. Muy educado en su hablar y relación con toda la tripulación. Además de ser considerado muy buen telegrafista, este hombre se apartaba de la media común de su raza que reinaba en nuestros barrios habaneros. Bueno, otros como él y que al parecer fueran fabricados con el mismo molde, les dieron siempre un toque distintivo a los de su raza a bordo de nuestras naves. Mencionemos a Planchet, Fausto, Malleza, El Lobo, Platt y otro que no recuerde ahora.

Fue una época dorada donde los hombres brillaban con luz propia, Garbey fue relevado por Carlos Marín, el querido quijá. Luego vendrían Camino y Platt a bordo del mismo buque, pero esa marcha continuaría por varios años más. Me vienen a la mente recuerdos que nunca quisiera abandonar y rostros de estos hombres que una vez nos hicieran aquella dura vida más fácil de digerir. El Paye en el “N'Gola”, El jabao Villegas, Enriquito en el “Viet Nam”, Luisito en el buque “Las Villas” mientras navegaba en Angola. Ruiz del Viso, Antunes y Tamayito como agregados en el “Habana”. Arnaldo González en el “Aracelio Iglesias y “Bahía de Cienfuegos”. El jabao Mauricio a bordo del “Bahía de Cienfuegos”, a quien dejamos infartado en Bangladesh y llegó a Cuba un mes después de nosotros arribar porque no había dinero para pagarle el viaje en avión. Pudimos continuar aquel viaje alrededor del mundo porque con nosotros iba un excelente agregado, anda por estos sitios de Internet y lamento haber olvidado su nombre. Ha sido muy saludable olvidar el nombre del telegrafista del “Viñales” cuando deserté, era trompeta. Este negro y otro de apellido Polo que navegó conmigo en el “Otto Parellada”, fueron las únicas mierdas entre todos aquellos buenos de su raza, hombres destacados en su profesión.

Los años no perdonan y no solo atacan a nuestro cuerpo, creo que la memoria es su principal víctima. Apuro notas antes de que se marchen o lo haga yo, ellos no merecen morir olvidados y sus “llaves” o “vibros” deben permanecer lanzando puntos y rayas desde nuestros corazones.

 

Sirvan de homenaje estas notas para todos esos telegrafistas que me leen, poco importa si navegamos juntos o no. ¡Muchas gracias por esa labor tan humana que una vez realizaron!

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2021-03-08

 

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