PÁJAROS A BORDO
Motonave "Renato Guitart"
La Mayoría de las
personas pueden detectar cualquier fallo en su auto con relativa facilidad, esa
relación constante con su vehículo le brinda esa posibilidad. Siente cambios en
las presiones de los pedales, timón y ruidos anormales del motor sin ser
necesariamente mecánico. Con los marinos sucede algo muy parecido, sus sentidos
se agudizan mucho en otros campos diferentes a los de un auto, son reacciones
que responden por necesidad o instintos de conservación.
En uno de mis trabajos
mencioné aquella oportunidad donde siendo de noche, pude observar un cambio de
coloración en el agua de mar que, me hizo reaccionar rápidamente maniobrando
ante lo que pudo ser una posible varadura. Nos encontrábamos frente a las
costas de Sierra Leona y navegábamos con unas cartas náuticas publicadas en
1959 sin haber sido corregidas. No se trataba de una negligencia, nos
dirigíamos a Islas Canarias después de descargar armas y militares en Angola, país
al que logramos recalar con fotocopias de cartas náuticas y otras antiquísimas,
todas en las mismas condiciones.
La vista del marino se
agudiza en esas circunstancias, me refiero a los que generalmente laboran en el
puente. Les recuerdo que de noche en el puente se trabaja con absoluta
oscuridad y con madrugadas totalmente oscuras se puede distinguir el horizonte
una vez adaptado a esas rutinas. Con el oído sucede algo similar al del chofer
de un auto, estás adaptado a los sonidos de la máquina principal, equipos
auxiliares, radar y otros aparatos del puente y cuando ocurre un sonido
adicional se te disparan todas las alarmas. Siempre que se entra al puente, la
persona debe permanecer unos minutos con la vista dirigida hacia el horizonte u
oscuridad para que sus pupilas se dilaten y adapten al nivel de luz existente.
Este ejercicio de dilatación y contracción de las pupilas exigidas por este
trabajo durante años, supongo que deba afectar en algo la visión.
Esa noche navegábamos
con niebla por el mar de Mármara en demanda del Estrecho de Estambul, este
viaje me parece que el timonel de guardia era Douglas Maceda, y si no fue él,
sería entonces Francisquito, popular personaje al que he mencionado en varios
trabajos a bordo del buque “Renato Guitart”.
Aves encontramos en
muchos mares del mundo, poco importa las latitudes o climas, ahí estarán siempre.
Aves marinas que pasan la mayor parte de su vida en el agua y solo van a tierra
para reproducirse. Las pude observar a distancias de unos cuatro días de la
tierra más próxima. Dato que traducido a millas náuticas, si se tiene en cuenta
que una nave con una velocidad de 15 nudos recorre diariamente unas 360 millas
y son multiplicadas por esos 4 días, nos
darán como resultado una distancia de 1440 millas. No quiere decir que esa sea
la distancia exacta en las que ellas habitan, pueden ser superiores.
En uno de mis trabajos
hablé de una especie de gaviotas que, nos siguieron durante este tiempo después
de haber pasado las islas Hawaii rumbo a Japón. Por el día volaban paralelas a
la proa del barco y se lanzaban en picada para atrapar a los peces voladores
que se espantaban con la presencia de la nave. Dormían en la proa y cada
amanecer repetían esas operaciones de cazar y engullir en el aire aquellos
peces. Cuando transcurrieron unos cuatro días, aquel grupo de aves nos abandonó
y voló en dirección a un barco que navegaba en sentido contrario. Todo parecía indicar
que tenían un limite y demostraban tener un excelente sentido de orientación.
En otro trabajo titulado
“La vuelta al mundo en una cafetera”, mencioné al ave marina con peor suerte
del mundo. Aquel enorme pajarraco vio en el horizonte a nuestro buque y al
parecer voló desesperadamente hacia nosotros. Para mayor suerte suya, debió haber
pensado, las portillas de todos los camarotes estaban abiertas. Aquel viejo
barco no poseía aire acondicionado y navegábamos por el trópico en demanda de
Filipinas. La pobre, eligió la peor de todas las portillas y penetró en mi
camarote. Cuando salí de la guardia la encontré acorralada en una esquina por
los tres gatos que viajaban conmigo y no fue una tarea fácil salvarla. Además de
disputarle la comida fresca a esos cabrones gatos, aquel pajarraco tenia
tremendo pico y soltaba picotazos en todas direcciones, pude salvarla ante la
protesta de aquellas fieras.
Las aves terrestres se
encuentran casi siempre en mares cercanos a tierra y que se cruzan en sus rutas
de grandes migraciones estivales generalmente. Aunque existen excepciones a
esta regla, me refiero a las palomas mensajeras que se extraviaban cuando eran
sorprendidas por una galerna o niebla. Con mucha frecuencia caían desfallecidas
en nuestros buques navegando por el Golfo de Vizcaya. Casi siempre les poníamos
comida y agua que aceptaban sin muchas exigencias. Luego de despejado o calmado
el tiempo, emprendían su vuelo nuevamente y desaparecían de nuestras vidas.
Bueno, algunas de ellas fueron secuestradas por tripulantes y llevadas a la
isla sin respetar el anillo de identificación que casi siempre llevaban en una
de sus patas.
Una de aquellas palomas
dio origen a mi trabajo titulado “El ultimo vuelo”, se trató de una paloma que
viajó con nosotros a bordo del buque “Bahía de Cienfuegos” hasta La Habana. Después
continuó viaje a Cienfuegos y todo parece indicar que no le agradó mucho el
panorama. Al siguiente viaje partimos para Europa y a varias millas del Cabo
Finisterre, aquella palomita estuvo volando en circulo sobre el buque mientras
ganaba altura. Se orientó y partió rumbo a su casa después de haber permanecido
con nosotros más de dos meses, fue un caso sumamente asombroso.
Existió otra de aquellas
palomas que un día entró por una de las puertas exteriores en mi cubierta,
penetró en mi camarote y no quería salir de él. Yo le ponía comida y agua
diariamente, ella eligió de sitio para dormir una maleta que yo tenia colocada
debajo de un armario, pero un día me cansó, cagaba demasiado. La saqué al
exterior en varias oportunidades y cada vez que abrían la puerta, aquella
palomita se dirigía directamente a mi camarote. Aquella película se repitió hasta
nuestra llegada a Barcelona, por mucho que insistí en dejarla fuera del
camarote ella no entendía, tuve que agarrarla y llevarla a la ciudad. No
recuerdo si fue exactamente donde comienza Las Ramblas o en la estatua de Colón
donde encontré buena concentración de ellas y allí la dejé entretenida hablando
con sus nuevas amigas.
Corrían aquellos tiempos
de las grandes navegaciones y poca ayuda a los navegantes. En esas condiciones
nos desplazábamos hasta los confines del Mar Báltico o Mar Negro sin otro
auxilio que nuestros conocimientos. La navegación satelital era solo un sueño y
aquellos viejos buques poseían radares que ofrecían escasamente dos líneas isométricas
para determinar la posición, los navegantes saben del tema y no deseo
extenderme en cuestiones técnicas. En los buques cubanos se reforzaban las
guardias y eran compartidas por dos hombres. El Capitán y el Tercer Oficial cubrían
un turno de cuatro horas y el siguiente era realizado por el Primer Oficial
acompañado por el Segundo Oficial. Las cartas náuticas tampoco se encontraban
debidamente actualizadas, lo que aumentaba los riesgos de aquellas
navegaciones. En el buque N'Gola hacíamos esas guardias los oficiales solos y llamábamos
al Capitán unas cuantas millas antes de que nos abordara el Práctico. Podíamos correr
esos riesgos porque las cartas se actualizaban cada viaje en Rotterdam y el
buque poseía un sistema DECCA de navegación, una maravilla para esos tiempos
que no tuvo ningún buque cubano. Años mas tarde la flota mercante cubana se fue
modernizando e increíblemente se tomaba Práctico desde Francia hasta Finlandia
o cualquier puerto del Mar del Norte o Báltico. También comenzó a tomarse Práctico
para cruzar el Estrecho de los Dardanelos y créanme, sentí mucha vergüenza cada
vez que recibíamos a esos Prácticos a bordo. Me sentía como un indio cualquiera
sin valor y no un profesional que había navegado por esas aguas sin asistencia.
¿Qué pasó? Vaya usted a saber los millones gastados innecesariamente y quienes
fueron los beneficiados por las naturales “comisiones o toques” recibidos.
Aquella noche comenzamos
a escuchar un ruido anormal y fui recorriendo cada aparato del puente. Era un
sonido intermitente sin un ciclo de tiempo determinado, simplemente aparecía y
desaparecía. El timonel me acompañaba en la infructuosa búsqueda hasta que
descubrimos nos llegaba desde el exterior.
-Asere, yo no creo que
el radar vaya a darnos bateos ahora con esta niebla de mierda. Le dije al
timonel mientras me dirijo hasta la lampara Aldis que tenia en el piso al lado
de la puerta de babor.
-Esa es fea si se nos
jode ese tareco.
-Mantente al lado del
radar por si notas algo anormal, voy a revisar eso allá afuera. Le ordené,
ellos sabían que los punticos blancos eran barcos y aunque teníamos muchos en
la pantalla del radar, ninguno se encontraba a menos de siete millas.
-Ten cuidado no vayas a
resbalar con la humedad y darte un trastazo.
-No te preocupes, vigila
bien la proa.
Fui iluminando todo el alerón
del puente y luego subí hasta la cubierta magistral, la que sirve de techo al
puente, omito detalles técnicos. Iluminé su piso, barandillas y esa parte de la
chimenea cercana a mi posición sin notar nada extraño. En esos instantes
comienza a reproducirse el ruido escuchado en el puente, llegaba cercano a la
antena del radar y hacia ese sitio dirigí el haz de luz. La antena se encontraba
funcionando perfectamente, aparté la luz unos diez metros a proa de ella y
descubro una enorme bandada de aves volando cercanas a la luz de navegación, bajé
inmediatamente al puente, la niebla no me permitía permanecer mas tiempo alejado
del radar.
-¿Qué, descubriste algo?
Preguntó el timonel mientras acomodaba la lámpara en su caja.
-¡Compadre, no lo vas a
creer! Cerca de la antena del radar hay volando tremenda banda de pájaros, ese
era el ruido que escuchábamos. Parece que los infelices fueron sorprendidos por
este banco de niebla y no se apartan de la luz de navegación, sabrá Dios cuántas
horas llevan volando sin parar.
Cuando amaneció y aun
cubiertos por la niebla, los marinos fueron recogiendo una a una todas aquellas
aves y las guardaban en un pañol. Les pusieron unas lámparas para darles algo
de calor, comida y agua. Eran de diferentes especies, muchas de ellas
desconocidas para nosotros.
A una milla de Varna se
les abrió la puerta del pañol y todas partieron en dirección a tierra. Varias
nos regalaron algún canto de agradecimiento, iban en busca de alimentos y un
sitio seguro donde construir sus nidos. Nosotros llegábamos a un puerto
conocido donde esperábamos aparearnos también.
Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá.
2020-02-29
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