LA BEBIDA DEL COMANDANTE
Por Eduardo Ríos Pérez.
Motonave "30 de Noviembre" (I), escenario de esta historia.
En el año 1970 y cuando arribó la M/N “30 de Noviembre”
al puerto de la Habana en su primer viaje, me enrolaron como marinero de
cubierta. Era un buque muy viejo con el casco remachado, creo que cada 3 pulgadas
había uno de aquellos remaches, se encontraba total falta de mantenimiento. Tenía
la ciudadela ubicada en el combés y para cruzar de una banda a la otra había
que pasar por el interior del departamento de máquina, podía observarse
perfectamente el motor principal en pleno funcionamiento. Las tapas de las bodegas
eran de cuarteles y durante las operaciones de carga o descarga disponíamos de
un Capú para protegerlas de la lluvia o nevadas. Era una especie de carpa la
cual hacíamos firme a un gancho e izábamos con una de las plumas para tapar las
bodegas provisionalmente.
A medida que se terminaba con una bodega, colocábamos
los beams de acero transversales y por último los cuarteles que eran unos
tablones de madera uno al lado del otro. Para hacer estanco ese espacio y no
filtrara agua a las bodegas, cubríamos toda la escotilla con unas tres lonas
enceradas. El sistema de fijación consistía en varios sunchos de hierros (flejes)
que corrían de banda a banda y por último, unas láminas de acero por los costados
en dirección longitudinal a la cubierta y al final unas cuñas que se aseguraban
a mandarriazos con la parte ancha de la cuña siempre hacia la proa para que no se
aflojaran con los golpes de mar.
La tarea del arranche de esos buques para ponerlos a
son de mar eran agotadoras y exigía mucha concentración en lo que se estaba
haciendo, cualquier deficiencia podía poner en peligro no solo a la carga, también
al buque si embarcaba agua en sus bodegas. Aquellas lonas requerían de periódico
mantenimiento, que coserlas a cada rato
y pintarlas con una especie de preservo para hacerlas impermeables, operación que
se realizaba también con el Capu utilizado en las operaciones dentro de los
puertos.
Mucha fue la mandarria que se dio en aquella cubierta
para darle mantenimiento, donde se levantaban inicialmente los cascarones de
óxido. Trabajo que seguía con el uso de piquetas eléctricas y de mano, cepillo
eléctrico. Se dejaba el área brillante y limpio de oxido antes de aplicarle dos
manos de minio (anticorrosivo), dos manos de mierda de mono (esta era una
pintura elaborada por el pañolero del barco con todos los residuos que quedaban
en diferentes latas), se usaban para para hacerle capa y por último se aplicaba
el rojo de la cubierta anti resbalante. Muy fácil decirlo con cuatro párrafos,
pero era un trabajo sumamente agotador en aquellos viejos buques comidos por el
óxido.
El buque se había adquirido a una naviera griega,
decían que era de Onasis y se llamaba Felicie. Lo importante es que estaba muy
feliz, lo veía grande, yo venía de la M/N “Matanzas” mucho más pequeño. Mucho más feliz aún, porque parecía ser un
viaje bueno el que tenía programado, para nosotros un viaje bueno era cuando el
destino era un país capitalista. Estábamos cargando azúcar refino con destino a
Barcelona y después repararíamos allí y así fue.
Nada más que salimos me percaté que era de esos
buques que no meten la proa a la mar. Era de esos de balance, como era tan
viejo, cada vez que la escotilla del sollado donde vivía hacia contacto con el mar
era mucha el agua que entraba, por mucho que la atrincara no tenía solución.
Nos acostumbramos a vivir con el camarote lleno de agua, pero no importaba,
como íbamos a reparar, pensamos que todo eso se tendría en cuenta.
Llegamos al puerto de Barcelona, más exacto, casi en
Barceloneta, nada más y nada menos en el muelle de pasajes. Allí en un ladito descargábamos
nuestra azúcar, por cierto, delante atracó un buque de guerra llamado La
Argentina y no podíamos visitarlo, aunque estaba abierto al público.
Concluida la descarga fuimos a dique para comenzar la
reparación. Los españoles no concebían como podíamos permanecer a bordo
trabajando, cuando ellos hacían cambios de remache el ruido era enloquecedor,
era como estar al lado de una calibre 50 mientras está disparando. Era mi
primera reparación y yo no sabía nada, todo era nuevo para mí. Subir a dique
seco ver el casco por debajo, su limpieza era toda una novedad. Lo más
importante de aquella estancia en ese barco fue que, allí se encontraba enrolado
mi amigo Rafael Gómez Amaya. Éramos inseparable
por aquellos tiempos, él viajaba como camarero de los tripulantes. Ya nos
conocíamos media Barcelona, Rambla arriba y Rambla abajo, siempre caminando
hasta la plaza Cataluña y de ahí hasta el palacio del Conde de Montjuic,
festival de la canción de verano, Nino Bravo estrenando Noelia, etc. Por cierto,
así también se llamaba la españolita amiga de Amaya.
Concluye la reparación general, la cuatrienal, casco,
cubierta y cámara. Salimos hacer prueba de mar y se produce una explosión en un
pistón. De nuevo a continuar reparación y otra vez La Rambla de las Flores
arriba y abajo, nuestras amiguitas también felices. Par de meses más allí, todo
lo que se llama un viaje bueno.
Al fin resuelto el incidente, las máquinas listas y a
continuar viaje. De inmediato se regó la noticia que íbamos para Bulgaria, y
pusimos proa rumbo al puerto de Varna para cargar a full. Bueno, no se podía
pedir más, está bien el viaje, no se fue perfecto, pero ya estábamos en los
finales. En cuanto salimos y el buque comenzó con su balance, ahí empezó nuevamente
a entrar agua por las portillas. No tenía solución y había que adaptarse, ese
detalle no entró en la reparación y para decir la verdad, yo seguía mirando el
barco como estaba falta de mantenimiento y después de varios meses de
reparación lo veía igual.
Llegamos a Varna, cargamos y al fin se inicia el viaje
Sur, como anotan los navegantes, porque para ellos era viaje Norte y viaje Sur,
cosa que aprendí cuando me hice oficial, para nosotros los tripulantes ya lo dije,
viaje bueno o viaje malo. Mar Negro, Estrecho de Estambul, Mar de Mármara, Mar
Egeo y Mediterráneo. Todos contentos, par de semanas después estaríamos en Cuba
enterrando el muñeco, pero vuelven a bajar noticias del puente a la cubierta. ¡Preparen
las plumas de la bodega Nr.4! Vamos a entrar al puerto de Marsella en Francia
para recoger una carga.
Entramos a Marsella y atracamos. En el muelle veo a
cinco señores muy bien vestidos y abrigados que nos estaban esperando. Nada más
que arriamos la escala principal, subieron a bordo con la dificultad que lo
hacen los que no son marinos. El Capitán Eduardo Arencibia se para en el plato
para recibirlos, algo no acostumbrado en él y a medida que le iba dando la mano
pasaban a cubierta y continuaron hacia su camarote.
Quitamos las cuñas, los sunchos, las lonas, cuarteles
e izamos el Capu. La bodega Nr.4 estaba
lista para recibir la carga, le comunicó el contramaestre de nombre César al Primer
Oficial Gustavo (ya fallecido).
No sería así de rápido como pensamos, aquellos
señores se alojaron en dos camarotes de pasaje que tenía el buque por lo que se
veía que vendrían con nosotros. Pasaban los días y la misteriosa carga no
llegaba y el frío que pelaba, ya habíamos olvidado los vacilones de Barcelona.
El viaje ya se había puesto malo
Con los días comenzó el inevitable rum rum, que si
estábamos esperando una carga especial que esos señores escoltarían hasta Cuba,
etc. Que si la carga era para el comandante en jefe, que esos señores eran de
la seguridad personal. Y al fin se apareció la carga , el corretaje del Capitán
y el Primer Oficial en la cubierta, los cinco segurosos mirando para todos
lados. Las plumas las operaba exclusivamente el contramaestre con extremo
cuidado y despejando toda la cubierta de cualquier marino intruso. Se subieron
aquellos dos pallets del camión hasta el interior de la bodega.
Una vez en la bodega, se pasó para unos
compartimientos con puertas que en una ocasión muy remota fueron neveras
refrigeradas. Para esta tarea revolucionaria, se eligió un selecto grupo de la
tripulación muy reducido, cuatro o cinco para que, bajo la mirada atenta de los
seguros, se colocara en el interior de dicho espacio y una vez concluido, se
cerró con un candado grande marca Glove. Finalizada con éxito aquella misión revolucionaria,
supongo que hayan informado de inmediato a las máximas instancias en Cuba. Nosotros
entonces procedimos a cerrar la bodega, los tablones o cuarteles, lonas,
sunchos, la madre de los tomates y las plumas a son de mar.
Una cosa nos llamaba la atención y lo era el exceso
de vigilancia de los segurosos, no se apartaban de la bodega. Por supuesto,
hasta el último tripulante ya sabía que eran cajas de vino para uso exclusivo y
del gusto de Fidel Castro.
Al fin decidieron retirarse y dejaron a uno de
guardia en la bodega. Llegó el Práctico, soltamos los cabos y con aquel frío
irresistible salimos rumbo a Cuba. Cuando bajo del castillo de proa y voy rumbo
a mi camarote, observo a uno de ellos sentado en la bodega, pensé, ¿y éste, no
va a entrar con el viento y el frío que hacía? Así fue todo el viaje y nosotros
muy felices como las lombrices, estábamos mas cerca de enterrar al muñeco.
Como yo estaba haciendo las horas que me faltaban
para hacerme timonel, cuando subía por las noches al puente, lo que se hablaba
era que ellos pretendían hacer la guardia dentro de la bodega. Una verdadera
locura en esa oscuridad y con esos gases que siempre emanan. Al convencerlos
que era imposible, pues no dejaron ni un momento su guardia, ahí venían muy
sentados esos tarugos cuidando la bebida del comandante. Velaban porque nadie
bajara a la bodega y abriera el enorme candado marca Glove, rompieran parte de
aquellas lindas cajas de madera y sacara una de las botellas para envenenarla. Eso
no podía suceder, esa era su misteriosa misión, ellos fueron enviados a Francia
y estuvieron semanas esperándonos para garantizar una entrega segura a la despensa
del comandante La Piedra.
¡Coño! Con frío, tempestad, mal tiempo, nos acercamos
al trópico y aquellos señores al comprender sus estupideces, los vi entrar
rapidito a la ciudadela de vez en cuando a tomar un poco de calor. Se tomaban
un cafecito y salían nuevamente a cumplir su riesgosa misión, siempre con el
temor latente de que pudiera aparecer el enemigo. Poco importaba si nos encontrábamos
en medio del océano, ellos no estaban diseñados para pensar, solo para cumplir órdenes.
No sé si se vomitaron o si se cagaron en la travesía.
Lo que sí sé es que, bajo esa estricta vigilancia de guardia de bodega
arribamos puerto de la Habana. Allí nos abarloaron una patana en cuanto
fondeamos, nuevamente preparamos las plumas, abrimos la bodega, siempre bajo la
vista de los 5 segurosos, más otro séquito de tarugos misteriosos que subieron
a nuestro arribo, bajaron con extremo cuidado aquella mercancía, con mucha más delicadeza
que si se tratara de sus mujeres. Se fueron todos a la mierda con la bebida del
comandante y regresamos finalmente a la normalidad. Volvimos a poner los
cuarteles, sunchos y el carajo la vela. Al rato le hacíamos señales a cuanta
lancha pasaba cerca del barco para acabar de bajar a tierra y poder ir a casa.
El comandante ya tenía su exquisito vino, su marca
preferida, añejado de tantos años Ya podía de nuevo arengar a ese pueblo a que
se sacrificara y luchara por un futuro mejor para nuestros hijos y para los
hijos de nuestros hijos. Lo jodido es que nadie sabe donde vive ese puto futuro
y yo nunca pensé hacer este cuento desde Miami.
Mas datos sobre el buque “30 de Noviembre” (I)
https://estebancl1949.blogspot.com/2019/07/barcos-que-pertenecieron-la-empresa-de_3.html
Eduardo Ríos Pérez
Miami-Florida.
Febrero 23 de 2020
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