miércoles, 15 de mayo de 2019

HACER VÍVERES



                                                       HACER VÍVERES 


        Motonave "Sierra Maestra", buque insignia de la marina mercante cubana.




“Hacer víveres” no tiene un significado especial en el argot marítimo cubano, se refiere a la acción de avituallar con víveres a la nave. Sin embargo, era de relevante importancia para cualquier marino. En la medida que eso ocurría, me refiero a la acción de embarcar esos alimentos, el marino tenía una idea aproximada del comportamiento de su subsistencia durante la travesía. Es de suponer que en los océanos no existen supermercados donde la nave pueda detenerse para abastecer su gambuza. Deben imaginar también que existen viajes largos y cortos, todo depende del punto geográfico al que fuera destinada la nave. El más largo que di sin tocar puerto, tuvo una duración de cuarenta y cinco días, fue una travesía realizada desde Cuba hasta Malasia a bordo de un buque con pobre velocidad. Durante esos largos trayectos, van despareciendo primero los alimentos frescos, o sea, frutas, vegetales y verduras. Luego, los que van conservados en las cámaras refrigeradas y neveras para el “fresco”, absorben los olores de los productos que los acompañan. Todo marino conoce que un huevo con más de un mes en las neveras puede saber a cualquier cosa menos a eso.


La marina cubana tuvo una época dorada en cuanto a alimentación se refiere, ese período de tiempo no se extendió más allá del año 72 y creo que exagero. En el año 68 se declaró aquella fatal “Ofensiva Revolucionaria”, una especie de “Revolución Cultural Criolla”, donde la situación del país experimentó una brusca caída en sus ofertas a la canasta de la población, y como es de suponer, sus efectos se sintieron a bordo de nuestras naves. Entonces, me atrevo a afirmar que las nuevas generaciones de marinos tienen total desconocimiento del punto elegido a tratar.


Comenzaría manifestando que la alimentación en nuestras naves era excelente, contábamos con un desayuno adecuado a la actividad que realizábamos. Ese desayuno incluía un plato fuerte que siempre era variado, jugo, café con leche y pan con mantequilla. Los más jóvenes desconocen que ese desayuno era ofertado a la tripulación aunque el buque se encontrara en puerto cubano y, tenía derecho a su consumo la totalidad de la tripulación. No importaba si el marino se encontraba de guardia o acababa de llegar de su casa. Dentro de su horario, el marino se dirigía al comedor y desayunaba “por derecho”. Después se cambiaba de ropa y comenzaba su faena. A la hora de almuerzo ocurría algo similar, todos tenían derecho al almuerzo y también a la cena. ¡Ohhhh! ¿Qué sucedía cuando te encontrabas de franco y no disfrutabas esos servicios? El marino recibía una compensación en su salario conocida como “dieta” y el sobrecargo solo necesitaba informarse con la ayuda del libro de guardias. 


“La felicidad dura poco en casa del pobre”, reza un viejo refrán muy acertado. Esa felicidad nos duró muy poco, recuerdo que el pago de las dietas, horas extras y horas extras “pesadas”, desaparecieron definitivamente con la promulgación de aquella famosa Ley 270. Una trampa tendida a la clase trabajadora y donde tuvo una participación activa los “sindicatos cubanos” en franca complicidad con el partido.


En la época que les narro, me refiero a la “dorada” que muy pocos marinos actuales conocieron, la asignación en dinero para la adquisición de víveres en el extranjero satisfacía las necesidades de cualquier buque. Si algún producto no era suministrado en la isla, aquella asignación de plata era aumentada para su compra en el extranjero. Existían otras asignaciones adicionales para los buques en el exterior y aún para los que se hallaban en puertos nacionales. Me refiero a una cantidad extra destinada a la celebración de fiestas tradicionales, es así que los buques fueron autorizados a las compras necesarias para las festividades de Noche Buena, Fin de Año y por último el 26 de Julio.
Fueron tiempos adorables, solo que duraron muy poco. El personal que realizaba guardias de madrugada tenía garantizada una aceptable merienda y si se realizaban maniobras en horarios nocturnos, al concluir estas, el personal era aguardado en el pantry o cocina con una merienda acorde al clima reinante.


Los almuerzos siempre fueron menos importantes que las cenas y el plato fuerte ofrecido era muy variado. Casi siempre se ofrecían distintos guisos o vísceras de res, arroz, frijoles, ensaladas, pan, postre, etc. Muy pocas ocasiones se acudieron a los alimentos enlatados. Durante la cena todo cambiaba y el menú era delicioso, muy variado también.


Los capitanes de esos tiempos fueron muy profesionales y les exigían a los mayordomos o sobrecargos la confección de un menú donde entre otras cosas, no se podía repetir en la semana un mismo plato. Por otro lado, aquellas tripulaciones contaron con la presencia de mayordomos y cocineros verdaderamente competentes. Ellos debían estudiar en la escuela de alta cocina del hotel “Sevilla” si deseaban aspirar a ocupar una de esas plazas. Los camareros tampoco eran improvisados y recibían un curso de preparación en nuestra empresa. Asistir al comedor de un buque, tenía el mismo significado que acudir a un restaurante. Si existieron momentos sagrados en la vida de los marinos, ellos fueron los instantes que acudían al comedor y su hora de descanso. Los buques cuentan con dos comedores generalmente, el destinado a la oficialidad y el del personal subalterno. En cada uno de ellos se sirven las mismas comidas y se prestaba idéntica atención.


Después de la mencionada “Ofensiva Revolucionaria”, todo fue cambiando en nuestra flota para desgracia de nuestros marinos. Los buques partían de la isla muy mal abastecidos y el personal dedicado a sus trabajos en el departamento de cámara dejó de ser calificado. Aunque eso que menciono pudiera carecer de importancia para muchos, solo les digo que un mal cocinero puede ocasionarle mucho daño a una tripulación. ¡Tanto! Que ese solo hombre posee la capacidad de convertir a una buena tripulación en mala y conflictiva. La experiencia de los años lo demostró.


La flota tuvo un crecimiento vertiginoso durante los años setenta y ochenta, lo que provocó la aceptación de hombres en la flota carentes de tradición marinera y poco interés por la profesión. La única razón que los llevó hasta allí, fueron las ambiciones personales en la adquisición de pacotilla y la explotación oportunista de sus condiciones “militantes”. Fueron suprimidos los cargos de mayordomos y segundo cocinero, volando con ellos muchas de aquellas viejas tradiciones.


La comida se convirtió en un verdadero dolor de cabeza a bordo de nuestras naves, ya hemos vistos la incapacidad de la isla para abastecernos y luego la mala calidad en la confección. Aún así, todavía no habíamos arribado al clímax de nuestras desgracias. Se me olvidaba mencionar que aquellos viejos capitanes nunca acapararon alimentos en sus camarotes mientras sus tripulaciones sufrían cualquier tipo de penurias. Ellos compartían la misma suerte de sus subordinados, constituyéndose de esa manera en verdaderos ejemplos para sus tripulaciones.


Ya en el año 1971 durante unos viajes realizados a los Grandes Lagos de Canadá a bordo del buque “Jiguaní”, salimos de La Habana totalmente desabastecidos. La navegación entre ambos países consumía unos nueve días y llegamos a Montreal comiéndonos las barreduras de la gambuza. Una vez avituallado el buque, el Capitán Raúl Hernández Zayas ordenó preparar una suculenta cena y toda la tripulación, quizás por el susto recibido en sus estómagos, experimentó una aguda diarrea. Para estos años, hubo una práctica muy común que observé en diferentes naves que regresaban de Asia. Cuando la carne a bordo estaba a punto de desaparecer en las neveras, se acostumbró a guardar uno o dos bistec en el refrigerador del Capitán para ofrecerlo al Práctico cuando pasáramos en Canal de Panamá. Aquel desabastecimiento de nuestras naves, llegó a sentirse incluso en la preparación del café matutino. Durante varios viajes nos vimos obligados a endulzar ese café con el sirope de dulces en conservas, pudieran pensar que exagero, resulta imposible creerlo cuando hablamos del primer país productor de azúcar de caña en esos tiempos.


El mercado nacional y nuestras gambuzas fueron invadidos de productos enlatados provenientes de los países del CAME. Desde entonces y hasta mi deserción, todos los almuerzos estaban compuestos por uno u otro de aquellos horribles productos. El mal abastecimiento de la nave antes de partir y la mala confección de los alimentos, no resultó ser el peor fenómeno experimentado en nuestras mesas. Una nueva promoción de capitanes y oficiales llegaron a comandar nuestras naves. Mucho más jóvenes que los anteriores, pero con una carencia de profesionalidad inconcebible. Debo aclarar que siempre existieron excepciones y no debo generalizar, solo que en este caso, esta nueva especie era mayoría.


Entre los males aparecidos después de la mitad de la década de los setenta, se manifiesta una abierta corrupción, tanto en la isla y con reflejos inevitables en nuestra flota. De esta corrupción no escapa cargo alguno y cada cual eligió su modo de lucrar con las necesidades existentes en Cuba. Para lograrlo y ante el ridículo pago que existía en la marina en moneda fuerte, cinco dólares a la semana y posteriormente dos dólares diarios. Algunos de nuestros capitanes en franca complicidad con los sobrecargos, realizaban uno u otro fraude del que no escapaban los alimentos adquiridos para la tripulación. O sea, compraban alimentos de pésima calidad y firmaban facturas como si fueran de primera. Es lógico que se embolsaban la diferencia, poca cosa, pero algo era algo. En la medida que el tiempo avanzaba se iban reduciendo aquellas asignaciones para las compras de víveres y materiales para el buque, pero eso tampoco era lo peor que nos pudo pasar. Muchos de esos nuevos capitanes además de robar parte de lo que pertenecía a las tripulaciones, las sometían además a rigurosos sacrificios con el objetivo de “ahorrar” plata y reflejarlo en el informe de arribada a Cuba. Nada de eso lo hicieron por “patriotas’, fueron motivados solamente por ambiciones personales de “méritos revolucionarios”. Nada de lo expresado hasta estas líneas pudo ser peor para nosotros, llegó el momento en que nuestros buques se convirtieron en verdaderos infiernos donde las penurias eran sentidas desde el mismo instante que te despertabas.


En la década de los ochenta y con la caída del bloque “socialista”, fue muy frecuente arribar a un puerto y encontrar la negativa de los agentes y proveedores para suministrarnos víveres. ¡Cuba no paga, Capitán! Debe sumarse a esa situación que tampoco llegaba a tiempo el pago en divisa a las tripulaciones. Una tras otras, se repetían las detenciones de nuestras naves debido a demandas realizadas por diferentes acreedores. Al final de la historia, llegaba el dinero para el agua y combustible acompañada de la orden de continuar viaje con la gambuza casi vacía. En dos oportunidades me vi obligado a cambiar cabos y cables viejos para adquirir víveres. Operación considerada “ilegal” porque existía una orden de vender esos materiales y llevar el dinero para La Habana.


Existieron escenas dantescas en la historia de nuestra marina mercante referente a este punto tratado y que fuera motivos de burlas. Recuerdo al Sobrecargo Lázaro, un hombre obeso oriundo del poblado de Regla en La Habana, si la memoria no me traiciona, él había manifestado en diferentes oportunidades que vivía en la casa que perteneciera a Roberto Faz. Hoy lo recuerdo claramente desplazándose a lo largo de un muelle en China seguido de una caravana de chinos con sus bicicletas sobrecargadas de viandas, vegetales y hortalizas. Una vez al costado del buque y descargadas las mercancías que transportaban, Lázaro les fue pagando uno a uno por sus servicios. ¿Se imaginan una operación similar en Holanda, Bélgica, Inglaterra, etc.? Era muy probable que el buque fuera detenido y sometido a una rigurosa inspección.


Ante aquellas circunstancias, donde inclusive, atracados en puertos cubanos nos mantenían varios días con la gambuza en “cero”, muchos tripulantes acudían a las guardias con alimentos traídos de sus hogares. Desde entonces, se acostumbró salir de viaje con alguna reservita de alimentos en los camarotes. Alimentos que como es de suponer, eran comprados en la bolsa negra. Menos de una década después, nuestras flotas desaparecieron del escenario cubano para siempre. Se esfumaron las imágenes de un puerto saturado de buques y nuestros marinos fueron despedidos a su suerte.








Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2013-02-16


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