EL INFARTO
Arturo recorría las calles de Rotterdam en silencio y consumía con voracidad animal cada objeto mostrado en sus vidrieras. Seguía obediente al guía del rebaño, caminaba junto a él rozándole los codos con frecuencia, como si deseara enviarle un mensaje constante de su presencia. Aquella escuadra estaba compuesta por ocho tripulantes en estado de alerta constante, escudriñaban con disimuladas miradas cada auto próximo, portales y grupos de transeúntes en busca de un enemigo. Confiaban en su disposición combativa y se mostraban dispuestos a gritarle un Patria o Muerte al más salvaje de ellos. Deseaban que ese grito de guerra estremeciera aquellas calles adoquinadas e hiciera temblar los brazos de las enormes grúas del puerto que convertían a Rótterdam en un enorme erizo. En su mente rebotaban las palabras del secretario del partido en la reunión de arribada, ¡hay que estar alertas!, el enemigo puede encontrarse donde quiera. La CIA tratará de captarlos para convertirlos en enemigos de la revolución como hizo con "El Brother", hay que reforzar la guardia de portalón.
Algunos lo conocían, pero la información era inexacta, El Brother se aparecía unas veces mulato, otras veces blanco y con gafas oscuras, fueron muy variadas las versiones. Había que desconfiar, esa era la orden. La gente cruzada en su camino los observaba con extrema curiosidad y Arturo se dio cuenta. Pensó que era importante informarlo al secretario del partido a su regreso, luego desechó la idea. Aquellas observaciones pudieron ser motivadas por la vestimenta uniforme del grupo, las pieles curtidas por el sol y salitre del mar daban un ligero aspecto a empercudidas, rostros barbudos, y ese hablar tan peculiar del cubano en voz alta poco común para aquella cultura.
Se detenían en cada vidriera y el más experto daba una explicación sobre los artículos y precios. Siempre culminaba diciendo que no eran los apropiados para nuestras posibilidades. Arturo apretaba el fajito de guildens con frecuencia y no sacaba la mano de ese bolsillo. Una y otra vez sacaba cuentas mentales para comprobar que el sobrecargo no le había robado nada.
Vamos a ver, se decía, setenta y cinco centavos diarios multiplicados por siete que tiene la semana, da como resultado cinco dólares y veinticinco centavos. Entonces no nos pagan setenta y cinco centavos por día como dicen. Sacó del bolsillo izquierdo de su abrigo un mochito de lápiz y en un pedacito de papel realizó una pronta cuenta de dividir. Es cierto, cobramos 0.714 centavos de dólar por día. Nos pagaron cinco semanas que convertidos a guilden hacen una suma de... Recogió otro pedazo de papelito y multiplicó 25 x 3.14= 78.5 guilden. Sacó el fajito de su bolsillo y contó nuevamente, unas moneditas con el rostro de la reina Juliana le confirmaron la exactitud y honestidad del sobrecargo.
Las operaciones portuarias de Rótterdam no dejaban mucho espacio de tiempo para pensar y los días se iban consumiendo en la medida que las bodegas se llenaban de carga para el regreso. Aquellas vagas caminatas sin sentido lo agobiaban, todos deseaban tirar para un lugar distinto y nunca se ponían de acuerdo en cuanto a las compras que debían realizar.
-¡Esto no es apropiado para nosotros! Decía una y otra vez el de más experiencia.
-¡Coño, Bolaños! El barco sale dentro de dos días, ¿cuándo carajo aparecerá el lugar adecuado para comprar? Dijo Arturo sin ocultar su enojo e impaciencia.
-¡Mañana! Mañana montan el pulguero muy cerca de aquí, allí si hay pa'toos los gustos.
-Ni un día más, asere. Tuvo razón Bolaños, el pulguero se encontraba muy animado y las tarimas ocupaban varias cuadras antes semidesiertas. De verdad que había para todos los gustos, pensó sin sacar la mano del bolsillo de su abrigo mientras recorría una y otra vez aquella plaza en toda su extensión. Luego de darle tres vueltas, extrajo una listica del bolsillo contrario al del dinero y la leyó detenidamente. Necesito ropa con urgencia, calzoncillos que releven a esos matapasiones de mierda, medias, camisetas de mallitas y algún perfume.
En un mostrador se puso a bucear para encontrar la pareja de un zapato punta de estilete que le había gustado. Aquella operación le consumió unos diez minutos, se lo probó y pagó los quince florines que le habían solicitado. Luego, completó todo el disfraz de aquellos tiempos, una buena camisa de nylon, un pantalón de poliéster, una camiseta, dos calzoncillos para hacer la palomita hasta el viaje que viene, las medias y el pomito de perfume falsificado. Contó el resto de la plata y consultó la listica nuevamente. No alcanza para todos, debo llevarles algo que sea de uso común. ¡Ya sé! Un televisor, eso es, son pocas la gente que lo poseen y eso nos dará más categoría en el barrio. ¡El televisor, va! Ni me imagino la cara de alegría que pondrá la vieja, pensaba Arturo mientras tomaba la decisión de guardar los treinta y cinco florines restantes. Consultó con el guía de la mansa manada y acordaron visitar al siguiente día un seconjaus que quedaba cerca del puerto, decía Bolaños que el dueño daba precios especiales a los cubanos.
-¿Crees que encuentre un televisor para la vieja?
-¡Claro que sí! Es una lástima que no estemos en Ámsterdam, allí si hubiéramos hecho el pan.
-¿Es mejor que Rótterdam?
-Por supuesto, allí los llevaría a casa de La Viejita. Ella es socia de todos los cubanos y te lleva las cosas hasta el barco. Eso sí, hay que jugar tremenda pata.
-No voy en esa, lo compro en este viaje.
-Pero vas a tener que esperar cinco años para comprar otro si acaso no te gusta o sale malo.
-Asere, lo compro, y si sale malo ya yo cumplí con mi gente. Pero si hay que caminar más de lo que hemos hecho en esta ciudad, puedes estar seguro de que no cuentas conmigo.
-No te desesperes, muchacho, hay que buscarle la vuelta a todo.
-¿Y eso cómo es?
-¡Mira! Nosotros nos montamos en el tranvía sin pagar y nunca hemos tenido problemas.
-¿No tienen conductores?
-¡Claro que no! Eso es lo maravilloso de este país.
-¿Así de jamonete?
-Claro que te la tienes que jugar, pa'que me entiendas, el asunto es que debes estar atento por si monta un inspector.
-Claro, y si te chupan en esa ahí mismo viene la multa y despídete de la marina.
-Todo tiene un precio, Arturo. Te la juegas o caminas unos diez kilómetros que hay hasta casa de La Viejita.
-Lo compro aquí, hay demasiada tragedia para jugármela en Ámsterdam.
-¿Jaumoch? Preguntó Bolaños
-Two hundreds guildens. Respondió el holandés sin inmutarse.
-¡Coño, Bolaños! Y eso que el tipo es tu socio y que se lleva bien con los cubanos.
-Debe estar en baja, asere.
-Consorte, tú que te le cuelas al inglis, por qué no le tiras un llorao al blanco.
-Mister, mi frends tener a la moder en una silla de ruedas.
-I don't understand.
-Afina un poco más la puntería, parece que el social no le entra mucho al inglés.
- Yes, mi frend tiene a la moder en un sillón de ruedas. El tipo lo miraba fijo a los ojos tratando de captar alguna señal. Entonces Bolaños se sentó en una silla y realizó una piadosa mímica tratando de causar un efecto conmovedor en aquel hombre.
-Two hundreds guildens.
-Será posible de que no se le ablande el corazón a este hijoputa.
-Asere, no comiences a ponerte farruco, va y el tipo se le cuela un poco al español y mira la espalda que se manda.
-¡No seas pendejo, chico! ¿Quieres el televisor? Hay que lucharlo.
-¿Por qué no le preguntas cuánto vale aquel RCA que está a la derecha? ¿Jaumoch aquel? Le indicó con la punta del paraguas que cargaba.
-Hundred forty.
-¿And aquel?
-Hundred fifty.
-¿And ese otro?
-Hundred twenty.
-Chico, ¿y este hijoputa na'más aprendió a contar después del cien?
-¡Asere! No te pongas, mira el lomo que se manda ese animal.
-¡No seas pendejo, coño! ¿Cuánto tienes de plata?
-Treinta y cinco florines.
-¡Ño, asere! Me hubieras advertido por cuánto me he estado jugando la vida.
-Show me your money. Dijo el hombre dando muestras de agotamiento de paciencia.
- ¿Guatsapen?
-Show me your money.
-El tipo quiere ver tu plata, así que muéstrasela. Arturo sacó la mano del bolsillo y abrió ante los ojos del propietario del negocio el rollito que mostraran tres billetes de diez guildens y uno de cinco.
-Follow me. Les hizo una señal con el índice y ambos siguieron tras el individuo. Al final de la tienda abrió una puerta y luego de encender la luz les mostró todo un cementerio de aparatos. Les indicó tres de ellos por el precio de treinta y cinco florines.
-No hay arreglo, solo puedes llevarte uno de esos.
-Pregúntale si trabajan. El hombre parece que lo comprendió y conectó los tres aparatos al mismo tiempo.
-¿Con cuál te quedas?
-Creo que con el de las teclitas, ¿qué te parece?
-Es viejito, pero ese modelo nunca ha entrado en la isla. Es una novedad, fíjate que tiene hasta radio incorporado.
-Está un poco sucio, pero si me pongo farruco le doy su mano de lija en el viaje y lo barnizo de nuevo, ¡ese mismo! El bola cerró el trato con el rubio y quedó en llevarlo por la tarde.
El regreso fue apacible, el mar mostraba una calma chicha increíble en casi la totalidad del océano. Arturo creyó haberlo domado y en su estela dejaba los amargos momentos de la subida y su promesa en abandonar aquella terrible aventura. El viejo mundo era algo nuevo para él, muy diferente al anunciado en los constantes pregones impuestos por la moda de su tierra.
Durante esos días contados con ansiedad, fue desarmando y limpiando todas las partes de su viejo aparato. Lo lijó con toda la ternura del mundo y luego de varias manos de barniz marino, aquel aparato era digno de mostrarlo en los palacios de la corte de Inglaterra.
Durante esos días contados con ansiedad, fue desarmando y limpiando todas las partes de su viejo aparato. Lo lijó con toda la ternura del mundo y luego de varias manos de barniz marino, aquel aparato era digno de mostrarlo en los palacios de la corte de Inglaterra.
El palomar rosado situado en la calle Herrera Nr.252 esquina a Reforma en Luyanó, fue el destino final del televisor.
La vieja de Arturo había comprado cuatro cajas de cerveza para celebrar el acontecimiento, ya ella se había encargado de pasarle la voz a los vecinos de balcón a balcón. El día que llegó en el carro de la ANCHAR con el aparato, una gran comitiva de amigos y hermanos lo esperaban en el balcón con una cerveza en la mano. ¡Ño! Tremendo caballo trajo Arturo. Pudo escuchar sin identificar el origen de aquella voz. Elena estaba en su balcón con todas las greñas indisciplinadamente alborotadas. Sabrá dios cuántos días hace que no pasa un peine por esa pasa, pensó Arturo y al cruzar con ella una mirada se saludaron por medio de una mueca, ambos ignoraban si era de simpatía o desprecio. Teté también se encontraba parada en su balcón, Arturo elevó la mirada y le vio el blúmer a su hija, no hubo gesto alguno de recato. Le pagó al taxista y con la ayuda de su hermano subieron el televisor de sus sueños.
-¿Y la antena? Preguntó alguien.
-¡Coño, verdad que sí! ¿Cómo pude olvidarme de ella?
-Nada, asere, es la falta de costumbre. Le respondió uno de los amigotes de sus hermanos.
-En eso no hay tema, Margot, usted no tiene dos percheros de alambre. Intervino otro de los amigotes mientras Arturo se dirigía hasta la bañadera por una cerveza.
-Tienen que resolver con uno solo, hace muchos años que no venden percheros. Respondió la madre de Arturo sin poder ocultar su alegría. Con un pedacito de tabla se dieron a la tarea de improvisar una rústica antena ante la mirada curiosa de todos los vecinos.
-¿Y el cable para la antena? Preguntó el voluntarioso electricista mientras las miradas se dirigieron hacia el rostro de Arturo.
-Qué carajo me va a pasar por la mente lo de la antena y el cable, se me olvidó también.
-¡Margot! ¿No tiene un pedacito de cable?
-¡Nooo!
-Tetéeeee, ¿no tienes un pedacito de cable por tu casa?
-¡Noooooo!
-¡Elena! ¿No tienes un pedacito de cable por tu casa?
-¡Nooooo!
-¡Carajo! En este cabrón país nadie tiene nada. Exclamó Arturo algo impaciente.
-Yo creo que Pedro debe tener. Intervino uno de los hermanos de Arturo.
-¿Cuál Pedro?
-El dueño del camión que vive en la acera del frente.
-Miherma, pero el socio es gusano y me puedo ensuciar. Contestó Arturo con cierto temor.
-Bueno, no vayas tú que estás navegando y te puedes perjudicar, que se inmole otro. Intervino Margot y aquella riesgosa proposición logró algo de silencio en la sala. Nadie dio el paso al frente.
-¡Qué pendejos son estos hombres! ¿Dónde vive el tal Pedro? Dijo Caruca de manera desafiante y el silencio fue más profundo.
-Cary, el tipo vive en el número cinco de la acera del frente. No es mala gente, pero ya sabes, soy militante del partido.
Tony se encargó de unir los pedazos de cables de diferentes calibres hasta lograr sacarlos al balcón. Tomó cada punta y los enrolló en cada alambre del perchero que haría la función de antena. Todos se sentaron frente al aparato y esperaban por la decisión de Arturo.
-Caballeros, alguien que le de el asiento a la vieja. Dijo Tony mientras Arturo recorrió cada rostro de los presentes en la sala.
-Bueno mi vieja, este es el regalo por el día de las madres. El grupo lo aplaudió y Arturo giró el botón que servía para encender el aparato y darle volumen. Fue girando el sintonizador de canales y se detuvo en el 6, la imagen estaba muy borrosa y con mucha interferencia.
-¡Eso es por la antena, caballeros!, alguien que la gire hacia el Habana Libre. Ordenó Tony, el voluntarioso electricista. Ñico se ofreció a realizar aquella interesante tarea.
-¡Un poco más a la derecha!
-¡Un poco más a la izquierda!
-¡Te pasaste!
-¡Dale pa'la derecha otra vez!
-¿Se ve? Preguntó Elena desde la acera del frente.
-¡Te pasaste otra vez!
-¡Dale pa'la izquierda nuevamente!
-¿Se ve bien? Preguntó Olga desde la acera del frente.
-¡Ahí, ahí, ahí coño!
-¡Te pasaste otra vez! ¡Dale pa'trás.
-¡Se van pal carajo y que venga otro! No me van a estar vacilando.
-¡Asere, no seas complejista!
-¡No, no, no! No estoy pa'esa rumba, voy al baño a mear y a buscar un lagarto. Cuando decidió abandonar su misión, Ñico se enredó con los cables y provocó un fuerte tirón en la tabla con los alambres de perchero que servía como antena.
-¡Déjala ahí! Ni la toques coño, ahora sí que se ve como un cine.
-¡No la toques animal! Gritó otro de los presentes.
-¿Qué carajo voy a tocar, caballeros? Ya estoy en la sala y voy pal baño que me meo.
-¿Se ve bien? Preguntó Elena desde su balcón con todas las pasas paradas.
-¡Ya se ve, ya se ve como un cine!
-¡Ya se ve! Le dijo Elena a Teté.
-Ya se ve! Le dijo Teté a Olga.
-¡Ya se ve el televisor de Margot! Recorrió como un eco por toda la cuadra.
-¡Asere, súbele el volumen a esa mierda! Dijo uno de los muchachos y Arturo se dirigió hasta el televisor. Giró todo el botón a la derecha sin obtener respuesta alguna.
-¡Coño, no se oye!
-¡Consorte, cambia de canal a ver! Arturo cumplió la orden y fue girando toda la piña, apareció el canal 2 y tampoco se escuchaba, continuó girando sin obtener señal de voz.
-¡Qué pasará! Preguntó Arturo intrigado.
-No te rompas la cabeza ahora, total, es el horario del noticiero.
-Mi ambia, por qué no pruebas con las teclitas a ver. Sugirió otro de los presentes.
-Verdad que sí. Arturo apretó la primera teclita y fue moviendo el sintonizador de frecuencias. ¡Pi,pi,pi,pi,pi,pi! ¡Pi,pi,pi,pi,pi,pi! ¡Pi,pi,pi,pi,pi,pi! ¡Pi,pi,pi,pi,pi,pi! Es mejor, que la vida como venga, y el amor, hay que darlo a quien convenga. Es muy fácil, si lo piensas, es muy fácil, si lo intentas. ... Buenas noches, con ustedes, su programa Nocturno…
-¡Asere, dejalo ahí! De todas maneras lo que hay hoy en la televisión es una mierda.
-¡Suave, caballeros! Las paredes tienen oídos y pueden perjudicar al socio. Dijo Tony tratando de atajar lo que vendría después de la primera caja de cerveza.
-Bueno, los que están de acuerdo con Nocturno que levanten la mano. Sugirió Arturo y la votación fue unánime.
-¿Están poniendo Nocturno por la televisión? Preguntó Elena.
-¡Ven acá, Arturito! Entonces el tipo no se oye, o sea, que te has metido todo ese viaje en medio de galernas para traer un televisor mudo. ¿Cuánto te costó? Preguntó su padrastro, quien hasta ese momento solo había participado como observador.
-No sé, hay que averiguar que le pasa al aparato.
-¿Cuánto le costó? Preguntó Elena desde su balcón.
-¡Cojones! Esta tipa tiene oídos de tuberculosa. Dijo el padrastro de Arturo.
-Ni se lo imaginan, ese aparato me ha costado treinta y cinco florines. No saben el sacrificio que esa cifra representa.
-¡TREINTA Y CINCO FLORINES! ¡Caballeros! Estamos hablando de plata. ¡Ná! Debe resultar incómodo hacer una inversión y que luego te falle. Intervino Cary.
-¿Cuánto le costó? Preguntó Elena desde su balcón.
-¡Chica! Por qué no te metes en tu casa y preparas la comida a tus hijos. ¡Coño! Por eso te la dejó en esa tu marido. Le gritó Margot desde la cocina.
-Por fin, ¿se ve o no se ve el televisor? Preguntó Teté.
-No sé, ahora están poniendo Nocturno por la televisión. Le respondió Elena.
-¿Cuánto le costó finalmente? Preguntó Olga desde su balcón.
-¡Chica! ¿No escuchaste que fueron treinta y cinco florines? Le contestó Vilma desde la esquina diagonal.
-Yo creo que mañana, cuando todo vuelva a la normalidad, debemos llamar a Jesús para que mire el televisor. Manifestó el padrastro de Arturo.
-¿Jesús? Jesús es electricista de rastras. Le respondió Arturo.
-Sí, pero se le cuela a cualquier cosa.
Vino Jesús y pidió un pedacito de cualquier cosa plástica para hacer una especie de destornilladorcito. Sacó el botón de cambiar los canales y le mostró a Arturo un pequeño orificio por donde introdujo la fina varilla plástica.
-¿Ves eso? Es el sintonizador de frecuencia. Arturo observaba aquella operación casi cirujana desarrollada por su tío político. Aflojaba, volvía a darle en sentido opuesto y la voz no aparecía. Cambiaba de canales y repetía la operación sin éxito alguno. Así, repitió una y mil veces el mismo trabajo, le dio millones de vueltas a la piña y el aparato continuaba renuente a brindar sonido alguno.
-Esto se escapa de mis conocimientos, debes llamar a un especialista.
Vino Fajardo, era un técnico muy famoso de la flota y experimentó un poco más allá del campo donde intervino Jesús. Destapó el televisor y cambió de posición varios bombillos. Arturo no le quitaba la vista de encima, no por las piezas de repuesto, Fajardo tenía fama de mujeriego y temía que le fuera a lanzar un fajón a su vieja. Cuando consideró agotar todos sus conocimientos le dijo a Arturo que todo se debía a la diferencia de frecuencias utilizadas entre Europa y América.
-¿Entonces? Preguntó Arturo casi vencido.
-Debes tratar de llevarlo a un consolidado para que le cambien el sistema de frecuencias.
Arturo fue directamente al consolidado de Carlos III y allí le informaron que debía dirigirse al consolidado de su municipio. Por mucho que trató de sobornar a la empleada que atendía la recepción, los resultados fueron negativos. Se vivían tiempos de pureza revolucionaria o de temores exagerados, nadie se arriesgaba a aceptar sobornos y no tuvo otra alternativa que dirigirse a su municipio.
-Nosotros podemos realizar ese trabajo, pero la lista de espera está tomando unos seis meses.
-¿Seis meses?
-Bueno, y pudieras considerarte un afortunado si logras obtenerlo en ese tiempo. Hay casos que nos han tomado entre uno y tres años.
-No me queda más remedio, deseo inscribir el aparato para cuando me toque.
-Sí, sí, pero eso no es así. ¿Qué pensaste? Llegué de jamonete al consolidado con mi carita linda y la buena coba porque soy de la marina mercante y ya resolví. No mi socio, eso no es así, ¡despierta!, estás viviendo en Cuba.
-¡Ven acá muñequita! ¿A qué viene toda esa descarga?
-No te estoy descargando, te estoy poniendo al día.
-Sí, pero no te comprendo. Ya me hablaste de todos los problemas y lo único que he hecho es pedirte un turno para reparar el televisor.
-Ahí es donde está el problema y tú te niegas a comprender.
-¡Oye! Yo no me estoy negando a nada.
-¡Mira! Para ponerte al día y no gastar más tiempo porque hay otros compañeros esperando en la cola. Necesitas traer un certificado de infartado para agregarte a la lista de espera.
-¡Cojones! ¿Y que coño tiene que ver el corazón con un televisor?
-¡Nada, compañero! Pero es lo que tenemos orientado. Arturo no se despidió.
-Vieja, ve usando el televisor para que escuches Nocturno. Defraudado con todos los contratiempos de su época, partió nuevamente de viaje. Aquellas travesías se repitieron y el televisor continuaba en el mismo sitio, mudo. En uno de esos regresos a La Habana, Arturo recibe la noticia de que su padrastro estaba muy grave y se encontraba ingresado en la clínica La Dependiente. Ese día lo exoneraron de guardias y partió del puerto directamente al hospital.
-Mima, ¿cómo se encuentra el viejo?
-Muy grave, ya lo verás.
-¿Y qué tiene?
-Le ha dado un infarto que ni te imaginas.
-¡Coño, qué bueno!
-¿Cómo vas a alegrarte del mal de los demás? Eso Dios no lo perdona.
-Vieja, no me alegro por el mal de nadie, pero como dice el refrán, no hay mal que por bien no venga. Ahora podemos arreglar el televisor. Hazme un favor, dile al médico que te extienda un certificado para llevarlo a la administración de su trabajo.
-Buenos días, compañerita.
-Buenos días, compañero, ¿en que puedo servirle?
-¡Mire! Aquí le traigo el certificado de infartado de mi padre para ponerlo en la lista de espera. Lo tomó en sus manos y escudriñó dentro del papel tratando de encontrar algún error.
-No cabe dudas, es original.
-¿Qué tiempo demoraría la reparación del aparato?
-Bueno, actualmente está tomando unos dos años. Ya usted sabe, cosas del bloqueo americano.
-Muy bien, mañana se lo traigo.
En ese lapso de tiempo Arturo contrajo matrimonio, cuando ya se había olvidado del aparato, se lo entregaron un buen día. Se veía y escuchaba perfectamente, pero necesitaba utilizar una pinza para cambiar los canales, porque en el consolidado le habían robado todos los botones. Estuvo funcionando durante algún período corto de tiempo.
-Compañera, el televisor fue reparado en este consolidado hace escasamente dos meses y ha dejado de funcionar.
-Bueno, ya usted debe saber cómo funcionan las cosas por acá.
-¿Cómo?
-Debe traer un certificado de infartado para agregarlo a la lista de espera.
-Bueno, el certificado de mi padre es de hace más de un año.
-¡Ahhh, no! Debe ser un certificado reciente.
-O sea, que puedes estar jodido del corazón toda la vida, pero para reparar el aparato solo tienes derecho si te dio un infarto recientemente.
-Así mismo es, compañero. Imagínese usted si nos ponemos a atender a todos los enfermos cardiacos que hay en este país, no olvide los efectos del bloqueo americano. Arturo se retiró sin reclamar nada. Estando navegando hacia el puerto de Nuevitas recibió un mensaje donde la madre le informaba que su padre había sufrido otro infarto. Con aquel telegrama pudo embarcar en la primera guagua hacia La Habana.
-¡Compadre! ¿Qué haces fumando? Le preguntó a su padrastro.
-¡Na! El médico me dijo que fumara lo que me diera la gana.
-Vieja, ¿cómo es eso de la fumadera de este hombre?
-Nada mijo, dice el médico que le queda muy poquito.
-Hace falta que le pidas el certificado de infartado para llevarlo al trabajo.
-Ya lo intenté, pero dice el doctor que él no sale de esta.
-No puede ser, Ambrosio no me va a hacer esa mierda, no se puede morir antes de inscribir el televisor en el consolidado.
El sol era abrasador e implacable a esa hora del día, sentía correr gruesas gotas de sudor a lo largo de su columna vertebral. Luego, burlaban la cintura y se dirigían directamente a las nalgas. Fueron incontables los intentos por convencer a un taxista que lo condujeran cuando menos hasta Marianao.
-¡Compadre! El doble de la tarifa y lo que recojas en el camino es tuyo.
-¡Monta! ¿Para dónde vas?
-Voy para Artemisa.
-¡Ño, esa es mala!
-¿Por qué?
-Porque no puedo salir de los límites de Ciudad Habana.
-¡No jodas! ¿No hay algún invento por ahí?
-Vamos a ver que se puede resolver. Por el camino recogió a tres pasajeros que se dirigían al parque central. De allí, recogió a otros tres para Marianao y Arturo se mantuvo sin protestar. Los fue dejando a su paso y el último desembarcó justo en el obelisco de Marianao, era un tipo excéntrico que no cesaba de hablar y manifestaba estar estudiando pintura. El taxi se dirigió al cuerpo de guardia del hospital militar.
-¡Asere! Dame tu carné de identidad. Arturo lo extrajo de su cartera y se lo extendió, vio como el chofer entraba al recinto hospitalario. Pocos minutos después regresaba al auto y le entregaba unos papeles pidiéndole los conservara con él. Arturo pudo leer entre otras cosas; El paciente ha sido atendido de infarto al miocardio leve y luego de mantenerse en observación durante doce horas en el cuerpo de guardia de este hospital, se decide enviar para su casa, debiendo cumplir todas las orientaciones del médico y asistir a la consulta programada para el día 15 del mes en curso…
…
-¡Dime el nombre de la escuela de tu hijo!
-Es la República de Bulgaria.
-¡Mira que casualidad! Yo tengo una chamaca en esa escuela, ahora aprovecho para verla. Por el camino fue recogiendo pasajeros con la condición de que no se apartaría de la carretera central.
-¡Tómate tu tiempo con el chamaco! Cuando regrese guardo el carro, ya hice el pan contigo.
La historia fue la misma para el regreso, pasajeros que subían y bajaban durante cortos tramos del trayecto. Arturo era feliz, descubrió que no era tan malo padecer de la bomba.
-¡Mire!, yo deseo hacer una inscripción para que me instalen el gas.
-Muy bien compañero, ¿trajo el certificado?
-¿Cuál certificado?
-El certificado de asmático.
-Bueno, ¿y que coño tiene que ver el asma con el gas?
-Supongo que nada, compañero. Pero es lo que está orientado.
-¡Mire! Yo deseo inscribir mi colchón, el asunto es que tiene varios muelles salidos, ya usted sabe, es incómodo para dormir, y no le cuento los contratiempos a la hora de hacer el amor.
-Muy bien compañero, ¿trajo el certificado médico?
-Pero es que yo no estoy enfermo.
-¡Jódase entonces!
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
1999-10-15
xxxxxxxxxx
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