miércoles, 3 de octubre de 2018

EL GRAN COMBO


EL GRAN COMBO

Motonave "Jiguaní"
                                                                                                                                                                
     

Aun conservábamos el himen de la inocencia, éramos jóvenes soñadores y muy laboriosos que íbamos aceptando todo. Buscábamos ese futuro que nunca imaginamos tan lejano y creímos ciegamente que existía. Tampoco fuimos todos los afectados por esa ceguera ideológica impuesta poco a poco, angustiosa lentitud que logró aplastarnos como moscas. Hasta lograr lo que somos hoy, una vez que arribamos al futuro prometido, una masa amorfa que continúa aferrándose a viejos cantos de sirena, una multitud dispersa más allá de los horizontes. Unos que se aferran mientras otros reniegan, unos que se van y guardan silencio para poder regresar. Unos que se van en silencio y no regresarán más.

Fueron tiempos muy románticos donde lo bueno era malo y viceversa. Mala fue la música extranjera y la moda era un defecto ideológico. Se imponía ordenarlo todo y para hacerlo, debíamos comenzar por desordenar lo que estaba en sus puestos, cambiarlo del sitio donde lo colocaron nuestros padres y abuelos. Éramos jóvenes a merced de una ola producida por nuevos vientos, muy violentos, casi de galernas. Todo lo pasado fue peor, estribillo repetido en cada canción, nada fue mejor, la era estaba abortando un corazón y allí estábamos todos aplaudiendo a la comadrona.

Las tripulaciones eran casi familias atrapadas en armazones de acero, eso nos hicieron creer, todos éramos hermanos, eso creímos por un tiempo mientras viajábamos hacia el futuro. No fue muy larga la travesía de esa familiaridad, no así la de nuestro destino, todavía nadie sabe dónde vive el futuro perseguido, nunca imaginé que el mío se encontraba en Canadá. Los viajes se sentían menos, quizás porque estábamos bien alimentados y una vez en altamar no nos alcanzaban los vientos huracanados que soplaban en tierra. ¡Que alivio!

Comenzábamos a tener buques con camarotes individuales, aunque sus baños fueran colectivos, más intimidad. No teníamos que oler los vapores que despedían los pies de nuestros amigos, podíamos masturbarnos apelando a esa imaginación infinita de un joven cualquiera, el uso de cualquier revista atrevida era penada por la ley. 

Las videocaseteras eran todavía un sueño y las grabadoras no habían probado el sabor de los pequeños casetes. Diariamente ponían una hora de música cuando estábamos comiendo, tampoco llegaba a ser muy variada y en las largas navegaciones se repetían y repetían hasta que las conocías de memoria. Casi siempre era música grabada del programa “Nocturno” y sometida al gusto del telegrafista que estuviera enrolado en ese viaje. ¿Antes? Los salones poseían un radiecito de onda corta que una vez en los océanos no captaban apenas señales. Que les cuenten los que vivieron esos tiempos del silencio vivido durante semanas en el océano Pacifico. Luego, las pocas emisoras con potencia eran propiedad del enemigo y sintonizarlas podía provocar algún accidente, como aquel considerado peligrosísimo, poseer “desviación ideológica”. 

Las películas eran proyectadas semanalmente en aquellos artefactos de fabricación rusa, cuyo ruido superaba el volumen del filme. No solo eso, se recalentaban de tal manera que en ocasiones quemaban las cintas de celuloides. Tampoco eran muchas las películas embarcadas, escasamente podían sumar diez y ya deben imaginar, la navegación desde Panamá hasta Japón consumía unos treinta días a buen paso. No alcanzaban para un viaje completo y había que repetirlas hasta la saciedad. Lo jodido era que en las partes calientes donde se mostraba algún desnudo, llegaba mutilada por el uso que le dieron en otros barcos. Recuerdo como si fuera hoy aquella película rusa titulada “Aquí los amaneceres son mas apacibles” o algo así. Bueno, la parte donde las guerrilleras se encontraban encueras dándose masajes con unas ramitas. Esa era la única fracción del filme que nos interesaba para cargar las baterías y los jodedores le pedían al operador de aquel tractor que detuviera la marcha. Solo un segundo podía hacerlo e inmediatamente se quemaba el rollo. Nada, al final de ese viaje le faltaba todo ese pedazo y los buques siguientes no podrían disfrutar de aquellas hermosas mujeres rusas desnudas ni las ramitas.

¿Para entretenernos? Cuando había buen tiempo se jugaba dominó, solo que no todos éramos aficionados a ese juego. Un poco de muela como sobremesa después de las comidas y un regreso voluntario al cautiverio de nuestros camarotes, que como manifesté, comenzaba a resultar mas agradable cuando se vivía solo. Muchos escapamos con la lectura, ya les dije en otro tema que se leía muchísimo y les mencioné al viejo “Manso” como ejemplo. Le decíamos “La voz mas alta de Caibarién”, deben imaginar que su origen sea el volumen con el que hablaba con naturalidad, enojado era un peligro. Manso era timonel en aquellos tiempos y compartimos camarote en el buque “Habana”. Tenia un nivel de escolaridad bajo, sin embargo, le sobraba cultura para repartir en varias universidades de la isla. Podía darte una disertación literaria sobre cualquier obra o autor con la profesionalidad del más estudiado en literatura. Consumía todo lo que cayera en sus manos desde Corín Tellado hasta el clásico Dostoievski, era una polilla gigante.

La juventud siempre ha sido muy dinámica e impone sus estilos, es un derecho de cada generación. Fue así que, sin identificar su error, abandonó los libros y eligió sus propios medios de distracción. Aparecieron de esa manera los equipos de pelota o futbol, pero a bordo de un buque comprenderán que esas prácticas eran destinadas a los cortos periodos de tiempo en puertos. Tampoco se practicaba en cualquier puerto, bastaba permanecer atracados en sitios donde abundaran las sayas para que se abandonara cualquier tipo de ejercicio. 

Navegando y para celebrar las fechas que nos impusieron como nacionales, se celebraban algunas cenas, tiritos de cerveza, actos culturales, etc. Entre esas actividades culturales se montaban sketches humorísticos que al principio fueron algo críticos con la situación cotidiana de cada viaje, pero que rápidamente provocó el rechazo de quienes dirigían nuestras almas y terminaron prohibidas. ¡Claro! Los artistas y guionistas voluntarios de aquellas cortas obras no pertenecíamos a nada, tuvo que ser preocupante nuestros desafíos e influencia dentro de una masa que debía ser homogénea. Que les pregunten a los tripulantes del “Jiguaní” de aquellos tiempos.

¡La música! Siempre tan arraigada a nuestras existencias, fue otro de los escapes descubiertos en aquella época. Apareció un “Combo” que no fue nunca “Gran” y la gente supo aceptar y aplaudir el esfuerzo de aquellos que se empeñaron en ser músicos además de marinos, unos mas desafinados que otros, pero aplaudida su existencia para sacarnos muy bien de esa agonía experimentada en las grandes navegaciones.

Delvis Monteagudo era un enfermero muy entusiasta y servicial con la tripulación, tenía cierto parecido físico con ese famoso cantante y compositor mexicano llamado Marco Antonio Solís. Solo que su rostro estaba algo marcado por una despiadada acné juvenil ya superada con el paso de los años. Siempre sonriente podías encontrarlo en cualquier rincón del buque, perteneció a la primera generación de enfermeros navales enrolados en nuestras naves. Delvis, como creador de esa gran idea y con algo de dominio en la guitarra, fue el que organizó el combo y se declaró su director. Supo captar al timonel Alarcón, conocido entre nosotros como “El Ñato” por la deformación sufrida en la nariz al recibir un tropón cuando recién nacía. Alarcón sí sabia de música y era buen trovador con un dominio casi perfecto de la guitarra. Nos contaba entre tragos de su pasado en los bares y arrabales de su ciudad natal Santiago de Cuba, donde entre copas y faldas gasto parte de su voz, aunque conservó un poco para complacer nuestros pedidos. El Ñato sería la guitarra principal y solista, Delvis tocaría el bajo y haría de coro o dúo. El camarero Roche se encargaría de los timbales, muy bueno en la percusión y complaciente en el comedor de oficiales, nunca lo vi enojado. Morejón, quien comenzó su carrera empírica desde engrasador hasta maquinista de aquel buque se encargaría de la gangárrea, claves y maracas, mientras no logro recordar a quien tocaba las tumbadoras. Dedicaron muchas horas de ensayo en el salón de oficiales para montar varios números y recibir el aplauso de la tripulación. Ya teníamos un combo, sin nombre, pero combo al fin y al cabo donde no podía faltar nuestro himno nacional, “La Guantanamera”.

¡Que les cuento! De verdad que nos sentíamos muy orgullosos de nuestra agrupación musical que, luego participara en algunas actividades terrenales durante nuestras estancias en la isla. Su fama alcanzó el cenit en un viaje que dimos a Venezuela, se trató del primer buque cubano en visitar aquel país después de los acontecimientos del pesquero “Alecrín”. Durante una visita recibida a bordo, el Capitán Héctor Fernández los recibe en su salón y como acogida le pide al combo que le interpreten algo a los visitantes. Una de aquellas personas que los escuchó, los llevó como invitados a tocar en una tribuna existente durante los carnavales de Puerto Cabello y fueron bien recibidos por el público. Varios días mas tarde tocaron en un hotel de aquel puerto, claro, sin recibir paga alguna, era penado recibir un solo dólar en el extranjero por las razones que fueran, no olviden que era la moneda del enemigo. Después de ese viaje yo me desenrolé y no supe de la suerte corrida por aquel grupo de hombres que tanto nos alegraran la vida.


Motonave "Viet Nam Heroico"


Poco tiempo después partiría de viaje como Tercer Oficial a bordo del buque “Viet Nam Heroico”, tenia como destinos a Puerto Cabellos y Paramaribo en Surinam. Iba repleto de guardiamarinas, profesores y tripulantes, no puedo recordar a cuál promoción pertenecían. En el buque se respiraban esos aires propios de la juventud, vientos muy diferentes a los que una vez respiré, ya habían transcurrido varios años y las condiciones eran muy diferentes. Ellos tenían organizados equipos de pelota, futbol, y para sorpresa mía, contaban con un excelente combo integrado totalmente por estudiantes de la academia naval.

 Superaban en número, calidad de instrumentos y musicalidad a aquel viejo combo del “Jiguaní”. Los pude disfrutar en una fiesta realizada cuando nos encontrábamos atracados en Paramaribo y se desempeñaron con mucha profesionalidad, Guantanamera incluida. En aquella fiesta el Agente llenó al barco de cuanta puta encontró en su camino y le costó una buena sanción al Capitán Medina y al Comisario Político, ambos eran militares. Aquí los dejo porque lo demás pertenece a otra historia, luego no escuché mencionar de combo alguno en los siguientes veinte años navegados a partir de esas fechas. La juventud siguiente impuso su estilo y la música no se encontraba contemplada en sus planes, el contrabando fue una de sus preferencias.


Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá.
2018-10-03


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