jueves, 23 de agosto de 2018

LESCAY


LESCAY





Perteneció a ese numeroso grupo de “combatientes” de la Sierra que un día fueron a recalar a la marina mercante, quizás nunca comprendió la causa que condujo sus pasos hacia un barco. Es muy probable que tampoco llegara a entender muy bien la razón de su sacrificio y si lo que se comenzaba a vivir, formaba parte del ideal que lo llevara a su alzamiento en las montañas. Finalmente se adaptó perfectamente a la vida marinera y fue un tipo muy simpático, querido y admirado por casi toda la tripulación.

Gustaba mucho compartir con la marinería, trataba de aprenderlo todo, porque en esas relaciones pudimos adivinar que Lescay se encontraba en estado puro o virgen. Era de origen campesino, no existía la menor duda, no era difícil identificarlo a mas de cien metros de distancia. Su andar era el típico de cualquier guajiro, que, en su actual situación, brindaba la imagen de una nave dando cabezadas o bandazos por los efectos del mar. 

Tampoco tenia que agradecerle mucho a la naturaleza, su imagen física era fatal, algo así como un castigo o ensañamiento de ella. Pertenecía a la raza negra, aunque no era negro totalmente, digamos mas bien que calzaba un siete en la escala de diez, yo acostumbraba a decir que se trataba de mulatos oscuros. Mas allá de esa categoría se puede mencionar con tranquilidad la palabra negro y cuando se encuentra en el ocho de esa escala, es posible referirse a un negro claro.

Tenía pasas como pelo, solo que eran de aquel grupo noble que no se enroscan como caracolillos y ceden su resistencia al peine con el uso de cualquier vaselina. Tampoco era mucha la que mostraba, tenia sitios en la cabeza donde se le podía observar el cráneo, por cierto, muy grande y envidia para cientos de científicos.

Sus ojos eran pequeños y no guardaban relación con las dimensiones de su cabeza, eso le daba accidentalmente un toque asiático, aunque no fueran rasgados. Luego, con aquella cabeza tan grande y los ojos tan pequeños, dejaba libre demasiada superficie en su rostro, agrandado un poco mas por las pronunciadas entradas de la frente ganando territorios pertenecientes al cabello.

Su nariz debió ser normal o no la recuerdo muy bien. ¿La boca? ¡Ohhh! Aquello sí era todo un poema, inmensa, monstruosa. Solo que su enormidad no era lo que mas la distinguía de aquel rostro algo amorfo, digamos que su dentadura sin par era el punto donde culminaban o se rendirán todos sus pequeños defectos. Llegamos a pensar que se trataba de una prótesis confeccionada con “trabajo voluntario” y todos nos equivocamos en esa observación. Eran sus dientes naturales y lo demostraba cada vez que le daba una mordida a una manzana, causaba terror. El problema radicaba en que cuando lo mirabas de frente mientras hablaba, Lescay exhibía una sana dentadura cuyos dientes iban aumentando de una banda a la otra, no puedo recordar si de babor a estribor o viceversa. Nunca había topado con un ser humano que poseyera una dentadura tan única y singular como la de él, pudo ser la razón principal a su tartamudez, que no era tan grave tampoco.

Gustaba mucho frecuentar el salón de los oficiales subalternos, porque el buque “Pepito Tey” tenia tres salones. El del Capitán se encontraba a proa de la superestructura, el del Segundo Oficial estaba en el lado opuesto, o sea, situado a popa de la superestructura. El salón de la marinería estaba en el alcázar que poseía aquel barco en la popa y que se han eliminado en casi todas las construcciones modernas. Allí estaban también sus camarotes y si escapaban del ruido producido por los generadores eléctricos y el motor principal, no podían evadir las vibraciones y ruido producido por el eje de cola de la propela. 

Después de las comidas se producían interesantes tertulias dirigidas por un equipo extremadamente jodedor, oportunidad en la que se sumaban personajes como Lescay o los cocineros Cerulia y el jabao Chartrand. Quienes se convertían inmediatamente en el centro de todas las bromas, ellos aceptaban felizmente su rol. No nos quedaba de otras, el barco se mantuvo reparando tres meses y medio en el astillero de Barcelona después de haber explotado la maquina principal y nuestras vidas se convirtieron como las de cualquier recluso. La única diferencia era que nuestra celda tenia las puertas abiertas y solo salíamos una vez a la semana. Existieron muchas dificultades en la entrega del dinero para comprar comida y nuestra paga era de $5.00 dólares semanales, lo que significaba salir el día del pago hasta el primer bar para luego regresar a nuestro bendito cautiverio.






-Me voy a casar y necesito comprarle ajustadores a mi novia. ¿Cuáles me recomiendan ustedes? Dijo Lescay y aquella noticia cayo como una bomba, tan así, que a las horas siguientes toda la tripulación se le acercaba con una sonrisa para felicitarlo.

-¿Te vas a casar? Pregunto uno de los tertulianos con asombro.

-¿Te vas a casar?... ¿Te vas a casar?... ¿Te vas a casar?... La misma pregunta recorrió cada una de nuestras bocas.

-Si, cuando llegue de viaje pienso hacerlo. Contestó muy feliz. ¿Cuáles ajustadores creen que sea el mejor para la ocasión? Cada uno dio su versión y hubo uno mas atrevido que le recomendó exigiera a su novia estar a la altura de los tiempos, ya la mayoría de las muchachas andaban sin ajustadores, no por una moda impuesta por la edad, es que no había en el mercado.

-Coño, ella es una muchacha seria del campo. Dijo algo serio.

-Así que te casas con una guajirita, ya era hora Lescay, eres un poco temba y se te puede ir el tren. Intervino un agregado de cubierta.

-¿Por qué no le compras uno de media copa? Le dije acordándome de un caso similar sucedido hacía varios años.

-¿Cómo son esos? Preguntó con mucha curiosidad.

-Lescay, son unos que le cubren solamente la mitad de los senos, o sea, digamos que hasta el pezón nada más.

-Coño, pero le queda la mitad de la teta afuera.

-No te preocupes, eso solo lo disfrutarás tú. Nada más debes preocuparte de que los vestidos o blusas no sean muy escotados.

-Voy a analizar la situación, no me agrada la idea de que ande con los mondongos afuera. ¡Vengan acá! ¿Duele? Hubo un silencio pasmódico y todos los rostros giraron hacia él.

-¿Duele, qué? Deberías explicarnos. Dijo uno de los jodedores y pude adivinar por donde venían las balas.

-Pregunto si duele cuando se la metes a la jeva. Respondió y se condenó a muerte. Aquellas aberradas mentes comprendieron al instante que la pureza de Lescay no era solo de alma, también lo era de cuerpo y para estas fechas no se encontraba justificación. El guajiro no se había enterado de que el toque a degüello por la liberación de la templadera, había ocurrido en el año 1961 cuando la campaña de alfabetización. Al parecer, su mente continuaba viajando por aquellos años donde la zoofilia fue el principal deporta practicado durante su pubertad y juventud del campesinado.

-¡Asere! ¿Tú nunca te has templado a una jeva? Le preguntó Pepito el Cuarto Maquinista y se guardó otro prolongado silencio.

-¿Yo? Jijijiji, jojojojo, jujujuju. No pudo ocultar su nerviosismo y las dudas fueron evacuadas inmediatamente por aquel jurado, Lescay era señorito.

-¿Todavía conservas el prepucio cubriéndote el glande? Le pregunto el telegrafista y Lescay hizo una mueca.

-¡Coño, tele, no jodas! Lescay no comprende eso que dijiste, vas a ver como aterriza. Lescay, ¿todavía tienes ese pellejito que te cubre la cabeza de la pinga? Le pregunté sin dar tiempo a otra intervención.

-No, no, no, yo me lo corro hasta atrás. Respondió sin poder ocultar su nerviosismo.

-Oká, el asunto no es tan grave, el problema es que aun no le has metido el tabaco a ninguna jeva. Uno que otro soltó alguna carcajada y los contuve para que no se nos espantara y se jodiera la tertulia.

-Bueno, yo, jijijiji, jojojojo. Se detuvo muy nervioso al sentirse descubierto. No era para menos, Lescay andaba por los cuarenta y cinco años o más.

-Negro, tienes que practicar antes de casarte o vas a descojonar a tu novia.

-¿Qué me dices?

-Tampoco te hagas el comemierda, mas claro ni el agua, tienes que usar el trabuco antes de casarte para que le encuentre el sabor a una chochita. De lo contrario, te vas a venir como una yegua desde que la metas y corres el riesgo de dejar insatisfecha a tu mujer y te peguen los tarros.

-¿Cómo? Saltó asustado, yo sabia que la palabra tarro, la mas temida entre los marinos, lo devolvería a la realidad.

-Como lo escuchaste, te vas a venir rápido porque no estas acostumbrado a templar y eso es un papelazo. A las cubanas no se pueden estar dejando a mitad del camino, te arañan la carrocería.

-¿Y qué me recomiendan? Ahora la broma tomó otro curso y se transformó en un tema muy serio la boda de Lescay.

-¿Qué te recomendamos? Sale para Las Ramblas a templarte una puta, son bien económicas aquí. Solo debes tener cuidado a la hora de elegir, probablemente las más baratas sean travestis.

-Coño, tengo miedo agarrar una enfermedad venérea a esta hora del juego.

-Eso puede evitarse, compra condones para protegerte. ¡Mira! Cuando sales del astillero en dirección a la ciudad, hay una farmacia donde atiende un viejito muy servicial. Llegó la hora de la faena para algunos de los presentes y allí terminó la tertulia de ese día.






-¡Que pena he pasado! Nos dijo Lescay al siguiente día cuando recién habíamos dado inicio al encuentro diario.

-¿Qué te pasó, Lesca? Preguntó uno de los presentes que no logro identificar ahora.

-Muchacho, di con la farmacia que ustedes me dijeron sin dificultad alguna, no hay pérdida.

-¿Cuál fue la pena entonces?

-Que no estaba el viejito a esa hora, en su lugar había una jevita lindísima.

-No le veo el misterio, ¿Qué pasó?

-La farmacia estaba vacía y en lo que yo buscaba los cabrones condones entraron una pila de gente, el asunto es que no los encontré y tuve que preguntarle a la muchacha. Pero ya saben, tratándose de una mujer me daba vergüenza.

-¡No jodas, Lescay! Estamos en Europa y eso es muy normal. Intervino uno de los presentes.

-Entonces, ¿Qué pasó?

-Nada, ella me preguntó que deseaba, como es natural. Ya deben imaginar la pena y el público esperando detrás de mí en el mostrador.

-Asere, deja los comerciales y pasa la película. Orita se nos va el tiempo de descanso. Le dijo el contramaestre.

-¿Qué desea señor? Preguntó nuevamente aquella blanquita hermosa y yo le respondí muy bajito. Shhhhpsssshposssshhh.

-Señor no lo comprendo. Me dijo alzando la voz y mi nerviosismo fue aumentando, la respuesta fue la misma, casi un susurro. La suerte es que aquí son muy comprensivos y entonces ella se inclinó para ofrecerme la oreja y yo le confesara lo que deseaba. Fue cuando me vino aquella palabra mágica, “condones”.

-¡Joer, majo! Tanto misterio para eso, aquí lo puede gritar a los cuatro vientos. ¡La ostia, que somos civilizados! ¡Señorita, necesito condones! No tenga tanta vergüenza. Vamos a ver, ¿los quiere lubricados, en colores, con sabores, cual es su talla? Todo eso gritado a los cuatro vientos y se me caía la cara de vergüenza. Ya deben imaginarse, los gallegos se orinaban de la risa. Cuando terminó de contarnos ese pasaje el salón se vino debajo de la risa.

-¡Coño, caballeros! Aparte de todo, si no es por Lescay no nos enteramos de los condones con sabores. Dijo uno de los presentes.

-Yo compré con sabor a fresa y a chocolate. Dijo a tono de héroe.

Cuando llegamos a La Habana se desenroló más de la mitad de la tripulación y yo debí continuar en el barco luego que me negaran las vacaciones. Nunca mas nos cruzamos en otros buques, tampoco volví a verlo. Ayer me vino a la memoria la imagen de aquel noble guajiro y ya han transcurrido 36 años de aquella amarga aventura vivida en Barcelona. No supe si logró casarse y si la novia usó los ajustadores de media copa. Si estamos seguros de que Lescay cumplió nuestras orientaciones y le metió el chorizo a una trabajadora social de Las Ramblas.


Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2018-08-23



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