sábado, 25 de agosto de 2018

EL NEGRO PELLO


EL NEGRO PELLO






Pello es un negro acharolado, tan oscuro como la pintura que usábamos para pintar las anclas del barco. Era de raza pura, su hermano era tan oscuro como él y nosotros lo apodamos El Azul por esas tonalidades que tomaba cuando se exponía al sol. Posee una voz muy potente y agresiva, la que se escucha a dos cuadras de distancia e infunde terror. Siempre daba la impresión de estar enojado o peleando, pero cuando llegabas a conocerlo, comprendías que era uno de los seres más nobles que haya parido la marina mercante cubana. Era de fisionomía regular, ni fuerte ni débil, mucho más cercano a la última. Cuando lo fabricaron, los espermatozoides del padre se acumularon en la fuente de la voz, no poseía otra virtud o defecto que lo distinguiera de los seres humanos. El Azul, no, era mucho más calmado que Pello, casi debía esforzarse para hacerse escuchar por los demás.

Nos conocimos en la microbrigada de Alamar y nunca navegamos juntos. Pello ocupaba la plaza de camarero en los barcos y en la micro era nuestro mezclero. Su trabajo consistía en prepararle las mezclas a todos los albañiles que trabajábamos en la construcción de tres edificios para la marina.

Los días de cobro nos dábamos un saltico hasta El Golfito, siempre coincidíamos los mismos, los que nos aferrábamos a nuestras tradiciones de marinos. Allí nos encontrábamos con viejos compañeros de profesión y se organizaban simpáticas tertulias. Hasta que perdíamos la noción del tiempo y preparábamos una justificación para nuestra llegada a la casa. Así pasamos los dos años y medio disfrazados de constructores, después, cada uno tomó su rumbo y quedamos como vecinos que se encontraban de Pascua a San Juan por esas cosas de nuestra profesión.

-¡Asere! ¿Por qué no nos ponemos de acuerdo y vamos a comprar unos aguacates mañana? Fue una invitación lanzada al azar una de esas mañanas tranquilas de días lejanos a cualquier pago de salarios.

-¿Aguacates, dónde? Preguntó Pello con su voz de tronera y despertó la curiosidad de Alberto. Hacia él había sido dirigida aquella propuesta, era el único de nosotros que poseía un medio de transporte. Un viejo miniván marca Fiat con el que Mussolini transportara parte de sus tropas en Italia. Creo que era el único de su modelo existente en toda la isla, nunca encontré otro similar.

-En San Agustín, yo tengo mis contactos por allá, solo tenemos que ponernos de acuerdo y hacer una vaquita para la gasolina.

-Alberto, ¿qué tu dices?, no está mala la idea, nos ponemos entre los tres para comprar la gasolina. ¡Asere! La jama está en candela y unos buenos aguacates resuelven un mundo. Hasta los huevos fritos se bajan con facilidad. Le dijo Pello muy emocionado.

-No hay tema, mañana mismo tiramos pa'llá, yo también tengo la casa en candela. Respondió Alberto y acordamos partir a las diez de la mañana, los tres estábamos de vacaciones.

El viaje fue entretenido, después del túnel nos desplazamos por todo malecón, 5ta. Avenida, calle 190 y luego la 198 hasta buscar la Avenida 51, allí doblamos a la derecha en demanda de la calle 246. Hoy, cuando escribo estas líneas trato de auxiliarme por el satélite de Google y compruebo una vez más el poder destructivo de esa mal nacida revolución. Han borrado del mapa la línea del tren que iba desde Plaza hasta Pinar del Río, pero bueno, no quiero apartarme del tema. En 246 entre la avenida 51 y la línea del tren vivían unos cuñados míos, era una zona que yo visitaba con frecuencia para comprar conejos, aguacates en sus temporadas y pollos.

-Los aguacates no se venden. Nos dijo el nuevo inquilino de aquella enorme casa dotada de un extenso terreno sembrado con una copiosa arboleda de diferentes frutos.

-Mire, yo he sido cliente de la casa durante muchos años, nosotros hemos viajado desde Alamar hasta aquí con la ilusión de comprarle como otras veces hacíamos.

-Los aguacates no están en venta. Repitió aquel viejo con cara de hijoputa comunista y no quisimos presionar con nuestra insistencia. Podíamos correr el riesgo de que nos chivateara y nos acusaran por el delito de receptación, no había de otras. Mi sobrino se subió en el techo de su casa y le tumbó seis aguacates al árbol de su vecino y los repartimos entre los tres. Ni conejos, ni pollos, ni la madre de los tomates, la zona estaba tan pelada como nosotros y decidimos regresar, pero ahora nos desplazamos por todo 51 con dirección a La Habana.

-¡Tengo un hambre del carajo, estoy partío! Dijo Pello cuando andábamos por Monte y Águila.

-Podemos llegarnos hasta el Pío Pío del muelle de Caballería. Propuso Alberto.

-No es mala idea, jamamos algo y de paso va y se nos pega cualquier cosa para la casa. Agregué aprobando la idea de Pello y hacia allá nos dirigimos. La suerte cambió de repente, no había cola y comenzaba un tirito de cerveza.

-Nueve cervezas y seis raciones de pollo. Pidió Pello al camarero.

-Lo siento, solo se ofrece una cerveza por ración. Le contestó el camarero.

-¡Eso es musical, mi hermano! Hay una pila de viejos que están sentados y no tienen cerveza en la mesa. Tira pa'cá todas las de aquellos vales y olvida el tango, el toque de nosotros va a estar sabroso. El camarero no respondió y se fue, pocos minutos después regresó con las seis cervezas y un poco más tarde con las raciones de pollo y papas fritas solicitadas. En la medida que se iban vaciando las botellas, el camarero las sustituía por otras llenas sin necesidad de solicitarlas. Así, nos pasamos varias horas tranquilos hasta que nos pusimos sabrosos. Cuando nos dijo que el tiro se había acabado, le pedimos que nos trajera otras seis raciones de pollo para llevar a la casa, ya el local se había llenado de gente y la bulla era insoportable.

-¿Por qué no nos damos un saltico hasta el bar que se encuentra en los bajos de la Empresa? Propuso Pello nuevamente.

-¡No jodas, Pello! Eso debe estar pelado a esta hora, allí nunca hay donde amarrar la chiva. Le contesté.

-¡Te equivocas! Estamos exactamente en el tiempo justo que comienza el tirito de ese bar. ¡Vamos pa'llá! Confíen en mí que soy perro huevero de La Habana Vieja. Insistió y medio que nos asombramos, Pello no era un tipo jodedor de andar fugado de la casa, Alberto me miró como buscando aprobación.

-¡Vamos bien, ya estamos embarcao! No lo estábamos, no habíamos cometido ningún error hasta ese instante, solo éramos perseguidos por los pesos de nuestras conciencias pecadoras. Cinco minutos después nos encontrábamos estacionados en la esquina de nuestra empresa, beneficiados por el horario, era muy difícil encontrarse con marineros que no fueran del barrio, solo dos o tres conocidos intercambiaron saludos con nosotros. Pello salió del bar con una caja de 24 cervezas y la colocó en el piso del auto. De la nada aparecieron tres mujeres que se sentaron junto a nosotros, una al lado de cada uno, me tocó una mulatica de pelo bueno que resultó trabajar en las oficinas de la pesca. Conocía a mi hermano, me conocía a mí, era prima de una queridita de Alberto. Todo quedaba guardado en un círculo muy cerrado, pertenecíamos a la misma farándula. No me percaté en qué momento salimos de aquella esquina sin devolver las botellas de cerveza, solo sé que pocos minutos después, compartíamos con gente extraña en uno de los peores tugurios de La Habana. Delincuentes, putas, ladrones y traficantes me eran presentados con todos los protocolos de rigor para ese ambiente. La Pampa era uno de los pocos palacios del bajo mundo que se resistían a desaparecer y allí brillaba lo peor de nuestra sociedad, no creo haber estado en lugares peores y tampoco considero haberme sentido mal, la bebida fue una especie de pasaporte que me sirvió para penetrar o descender hasta ese mundo asqueroso que sobrevivía en la capital cubana.

En uno de esos pocos momentos donde tuve un poco de conciencia o quise tenerla, porque no puedo negar que comenzaba a sentirme muy cómodo al lado de la mulatica, veo que nos desplazamos por la avenida 31 en dirección a Marianao y que ella era la única mujer dentro del vehículo. Casi al final del viaje reconocí la entrada al aeropuerto de Ciudad Libertad (antiguo Columbia), unas cuadras muy cercanas a esa entrada estacionamos y bajamos la caja de cerveza del bar, aún quedaban botellas llenas. La mulatica nos presentó a la tía y a su niñito.

Era una de esas casas antiguas de puntal alto que comenzaba a rendirse por el abandono, sus paredes no probaban el sabor de la pintura desde hacía varias décadas, quizás las que marcaban la fecha del abandono de sus verdaderos dueños. Los muebles tenían la misma edad de la casa y se encontraban disfrutando igualdad de condiciones que ella. La mulatica se sentó en mis piernas y bebíamos de la misma botella. Me molestaba, no ella, el muelle de la butaca que me pinchaba el culo, yo no protestaba, no quería que se levantara. Tampoco comprendí cómo rayos llegó hasta allí, no habíamos cambiado palabra alguna sobre gustos, deseos, afinidades. No nos dijimos nada de todas esas boberías que se expresan en planes de conquista, ella se encontraba allí y me agradaba, solo mis nalgas protestaban. Hasta la tía me resultó familiar, hablábamos como si nos conociéramos de toda la vida. Se abrió y me contó de su pasado, tal vez pensó que no le creí y comenzó a sacar diplomas y medallas de todos lados. Había sido condecorada por no sé que mierda, participó en no sé cual operación secreta, desarticuló no sé que maniobra del enemigo, estuvo designada en el frente tal y más cual. Todo constaba en aquellos documentos firmados por Raúl, Abrahantes y hasta Fidel, todo se resumía en aquellas medallas que comenzaban a oxidarse, ninguna era de oro. La vieja no podía ocultar su orgullo cuando mencionaba cada una de aquellas misiones cumplidas, sus recuerdos eran el néctar de su vida, solo ellos. No tenía hijos, no pudo tenerlos a causa de aquella vida tan consagrada a sus ideas, por esa razón se dedicó a criar una sobrina, eso no me lo dijo ella, fueron simples deducciones. Sin darnos cuenta habían puesto a hervir yuca que fue servida con aquellos pollos del Pío Pío y que comimos con mucho placer, ella siempre sobre mis piernas.

-Yo no sé quién eres tú, yo no vendo cerveza. Me dijo un paralítico que tenía un tiro ilegal cerca de la casa.

-¡Mira, compadre! Te voy a dejar la caja vacía y vengo con la persona que me dio tu dirección. Yo no soy del barrio, lo mío es sonarme un laguer, ahora regreso. El tipo no respondió, no reaccionó y tuve que ir en pos de la mulatica, ella sí era cliente de él.

-¿Ya ves? ¡Dame una caja de 24! Le dije mientras le daba el fajo de billetes, cuando aquello cada cerveza costaba $3.50

-El problema es que yo no puedo regalarme, yo no sé si tú eres fiana.

-Yo sé, dame el laguer. La vieja se empujó varias botellas sin parar, estaba tan seca como cualquier camello que acaba de atravesar un desierto, se puso contenta. Alberto nos miraba y se reía, nos miraba y se reía. Estaba pasmao, pero fíjense si era buen socio, que por nada de la vida se le ocurrió decir que iba echando, allí se mantuvo hasta el siguiente día. ¡Placatán! De buenas a primeras veo a la vieja sentada en las piernas de Pello. ¡Coño! Me provocó risa aquella escena, pero hice lo imposible por contenerme. La temba no era comemierda a nada, el negro estaba prieto con cojones, pero era una tranca joven, y a saber, tal vez no la veía pasar desde su último combate. La rumba duró hasta altas horas de la madrugada y no me di cuenta del momento que el niño se fuera a dormir. Sí vi cuando la vieja le preparaba el sofá a Alberto, mientras la mulatica me llevaba para su cuarto. No me gustó la idea de dormir en la misma cama donde lo hacía el niño y tiramos unos trapos en el piso. Teníamos que echarnos agua de la bañadera con una latica y aunque nos encontrábamos en los finales del verano, resultaba extremadamente fría a esas horas de la madrugada, nos bañamos. A oscuras no puedo describirles el cuerpo de aquella mulatica, solo puedo decirles que todo era sólido, macizo, firme. La imaginación ayuda mucho en esos casos de apagón y se logra pasar un momento agradable. Apliqué todas las técnicas de su momento, la primera, pasar el dedo por allí y luego olerlo, era una necesidad impuesta por los tiempos que corrían. Después de evacuadas las dudas se continuaba confiado, el sida no había aparecido en nuestra isla.

-¿Qué número metemos ahora en la casa? La solté al azar mientras viajábamos por el malecón.

-¡Jejejejejjejejeje! Fue la respuesta irónica de Alberto.

-¡Asere! Tú no estuviste en ná, pero lo mismo, estás en candela. Le respondí y Pello continuaba en silencio.

-¡Jejejejejejejejejeje! Fue todo lo que me contestó.

-¡Coño, qué metedura de patas! Alberto, tú fuiste el culpable de todo esto. Alegó Pello.

-¿Yoooooooooooo? La culpa la tiene Esteban con sus cabrones aguacates. Y tú no protestes, bastante bien que la pasaste. Dijo Alberto cuando ya enfilábamos la entrada del túnel.

-¡Jijijiijijijijijijijiji! Se me ocurrió reírme y Pello se molestó.

-No te rías tanto, bien cagado que estás.

-¿Yooooooooo? Aquí el más cagado de todos eres tú, Alberto está limpio.

-¿Y yo por qué? Preguntó el negro algo sorprendido.

-¡Asere! Porque te jamaste a Julito el Pescador, ¿la vieja no te condecoró con una de sus medallas?

-¡Jejejejejejejejeje!

-¡Alberto, cojones! Atiende el timón, vamos a descojonarnos.

Estacionó la guagüita en el jardín como siempre hacía, frente por frente a su balcón. Las tres mujeres acudieron a nuestro encuentro, repartí dos aguacates para cada uno.

-Ya íbamos a llamar a la policía, ¿qué les pasó? Dijo una de ellas.

-Que no habían aguacates en San Agustín y continuamos para Pinar del Río, pero nos rompimos en las ocho vías.

Ya han pasado más de veinte años de aquella aventura y poco importa que se enteren Caridad y Teté, los perdonarán. El negro Pello era militante del partido, una de sus excepciones, un tipo formidable y hombre a todo dar. Después de mi deserción, mi familia fue condenada al olvido por muchos que un día dijeron ser amigos míos, tuvieron miedo llegar hasta mi casa y me defraudaron. Pello y yo no fuimos amigos nunca, solo compañeros de trabajo. Hoy debe estar viejo y quiero que no caiga en la trampa del olvido. Pedro Iznaga ayudó a mi familia cuando aquellos amigos no tuvieron pantalones para tocar a la puerta de nuestra casa, esta es la gente que recuerdo con cariño.



Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2008-10-18


Y si tenéis por rey a un déspota, deberéis destronarlo, pero comprobad que el trono que erigiera en vuestro interior ha sido antes destruido.
Jalil Gibrán.



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"EL NEGRO PELLO"

Acabo de recibir la triste noticia de su fallecimiento ocurrido hace un mes, su verdadero nombre fue Pedro Iznaga. Durante mucho tiempo libro una tenaz batalla contra el cáncer y esa enfermedad no pudo vencerlo, falleció en el policlínico de la Zona 5 de Alamar de un infarto cardiaco.

Pello y yo nunca navegamos juntos, tampoco nos unían lazos fuertes de amistad. Coincidimos durante dos años y medio en las microbrigadas de Alamar donde construimos tres edificios para poder tener un apartamento.

Pello militaba en el partido comunista, sin embargo, tuvo un gesto que admire luego de desertar. Fue de los pocos conocidos que visitaba mi casa y le brindo apoyo a mi familia. Gente que se llamaban amigos levantaron el pie por el temor a ser señalados por sus vínculos con el "enemigo".

Aquel gesto noble, y si se quiere muy valiente para sus tiempos, me conmovieron y obligaron a escribirle estas lineas que hoy comparto con ustedes.

Llegue hasta su esposa e hijo y a toda su familia mis mas sentidas condolencias. Ya el negro Pello debe encontrarse navegando en el reino de Neptuno.

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