martes, 5 de junio de 2018

LA DOCTORA DORA Y AIDEL

LA DOCTORA DORA Y AIDEL


Motonave "Aracelio Iglesias", escenario de esta historia.


Hay gente buena que me obliga a mover el teclado y lo hago con placer, creo que cumplo el deber de no dejarlos morir para siempre. Tal es el caso de la Doctora Dora y su esposo Aidel, compañero mío de estudios, aunque el perteneció a la especialidad de máquinas. Me contó mi amigo Arabí mientras vivía en la isla, este magnífico hombre se encontraba sufriendo una terrible enfermedad y mi temor es que estas líneas no lleguen a tiempo.

Navegamos juntos a bordo del buque “Aracelio Iglesias”, Dora como Doctora y Aidel como Segundo Maquinista. Mis relaciones con ambos puedo calificarlas de excelentes, eran una pareja perfecta que cumplía a cabalidad con sus deberes. Podía adivinarse a simple vista que aquella unión no se encontraba sellada por la atracción o deseo por la carne, como sucedía con otras parejas en apariencias formales de sus tiempos. Eran dos seres que se amaban y luego el tiempo se ha encargado de reafirmar lo que en su tiempo había sido una suposición basada en la experiencia. Aquellos tiempos mencionados se remontan a 1983, recuerdo que la despedida del 82 la celebramos bajo el mando del Guajiro Marrero en Finlandia, ahora navegaba por segunda vez en ese barco luego que su “propietario”, el Primer Oficial Amaral, fuera destronado por voluntad popular o partidista. 

El ambiente reinante no era de mi agrado, ya he manifestado que nunca simpaticé con “piñas”, “pandillas”, “clanes”, grupos afines etc., ya había sufrido bastante por las existencias de ellos. Desafortunadamente, mas de la mitad de aquella tripulación participaba en aquel concurso por ser el mas guataca o chicharrón del Capitán Miguel Haidar. En aquella funesta y desagradable competencia, discutían puestos cimeros los militantes del partido y por supuesto, el sindicato incluido que era una rama enfermiza de aquel árbol. 

Ya he contado por ahí que un día, el secretario del sindicato, un individuo que entró conmigo en la marina por el año 67, había agredido y golpeado brutalmente al segundo cocinero, uno de los tripulantes mas nobles de aquella nave. Inmediatamente llevé al cocinero ante la doctora y le pedí que me extendiera un certificado medico para proceder como establece el reglamento en caso de indisciplinas graves. El primer encontronazo fue con el Capitán, quien, a toda costa, trató de defender a uno de los principales miembros de su clan. Peor fue su reacción cuando vio que yo tenía un certificado firmado por la doctora, ya sabia que ella no era santa de su devoción y debía esperar a que pasara el tiempo, el cual nunca se detiene.

-Primero, hágale una evaluación mala a la doctora. Quiso ordenarme aquella mañana en nuestro viaje de regreso casi a la altura de las islas Hawaii.

-¿Por qué debo hacerle una mala evaluación, ella es muy buena trabajadora? Le pregunté esperando una respuesta que justificara aquella solicitud conociendo el origen de tan miserable acción.

-Tú no te preocupes, haz lo que te digo y no averigües. Así, con toda la tranquilidad del mundo me contestó, sin suponer cuál sería mi reacción.

-Miguel, yo creo que te has equivocado conmigo. Yo no entro en ningún tipo de mariconeras y no voy a ensuciarle el expediente a ningún tripulante que haya cumplido con sus deberes. Ella es una buena trabajadora y si no quiso estar contigo, ha sido su derecho a elegir la pareja de su agrado. Además, lo eran mucho antes de enrolarse en este barco. El Primer Oficial estaba en la obligación de realizarle una evaluación “laboral” a cada uno de los oficiales subordinados. Es indudable que en su caso no estaba facultado ni poseía los conocimientos para incluir detalles técnicos o profesionales. Creo que se quedó congelado cuando escuchó mi respuesta y aunque tenían el poder de destruirme con una evaluación partidista, eligió quedarse tranquilo y aquel encontronazo no trascendió para bien de él.

-Aquí tienes tu evaluación, léela y fírmala si estás de acuerdo. Le dije a Dora aquella mañana. -No aceptes ni firmes otro tipo de evaluación, solo yo soy el facultado para realizarla como jefe de cámara y cubierta. ¿Me entendiste?

-¿Hay algún problema? Me preguntó después de leer el papel que puse en sus manos y firmarlo.

-¡No! Pero si firmas otro documento como este con diferente origen, te garantizo que sí lo habrá. Nunca le expliqué las razones de aquella actitud mía y pudimos terminar en calma el desafortunado viaje. Una vez en La Habana yo solicité mis vacaciones y ellos también, me refiero a Dora y Aidel.


Motonave "Aracelio Iglesias".

Aidel vivía en uno de los edificios de doce plantas que la marina mercante tenia en Alamar, era lógico que alguna vez coincidiéramos en el mercado o la pizzería de la Zona 1. Varias de esas ocasiones, iba acompañado de su exesposa e hijo. Luego perdimos contacto como suele ocurrir en la vida de los marinos y pueden pasar años sin un nuevo encuentro. Imagino las vicisitudes y dificultades que deban haber sufrido para formar un nuevo hogar partiendo desde cero. Esto lo pienso hoy que veo, casi cumplida, aquella sorda promesa de “hasta que la muerte nos separe”. Tal vez estas líneas les lleguen algo tardías y lo lamentaría mucho.

Volví a encontrarme con Dora en diferentes momentos, instantes que muy bien pudieron tener intervalos superiores al año. Ella trabajaba como doctora en la sede de la Empresa de Navegación Mambisa y cada uno de aquellos encuentros estuvieron edulcorados por esos sentimientos de amistad y respeto que siempre me inspiró. Fue muy servicial con todos los marinos que asistían a su consulta y nunca escuché palabra alguna que dijera lo contrario, fue querida y respetada por nuestra gente. ¿Qué hubiera sucedido si, por el contrario, mi evaluación fuera sucia? Estábamos viviendo tiempos donde el extremismo imperaba y se alimentaba de actitudes miserables para destruir hombres. Una evaluación laboral mala, era el fundamento principal usado por el partido para dar el tiro de gracia. Se trataba de un mecanismo diabólico, donde sin proponérnoslo, debíamos estar alertas para poder sobrevivir.

Han transcurrido 35 años de aquel viaje, tiempo suficiente para premiar el amor que ha sobrevivido en esta pareja. Hoy, el viejo compañero de estudios esta a punto de decirnos hasta luego y ella continúa luchando a su lado, regalándole esa dosis de amor tan necesario en cada despedida. Todavía hay quien se atreve a pedirme silencio en nombre de esa aberrante “ética” que ellos degeneraron a su paso. Si miserables fueron quienes se atrevieron a actuar así, peores son los que pretenden sepultar estos desagradables recuerdos, cobardes.

Sirvan estas humildes líneas como elixir que cure las penas pasadas y los dolores presentes. Sirvan como reconocimiento a dos seres muy queridos en nuestra flota, seres que supieron en su momento luchar por ese amor que los mantuvo unidos hasta hoy.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2018-06-05


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