sábado, 3 de marzo de 2018

UN FUNERAL EN LOBITO


UN FUNERAL EN LOBITO



Motopesquero "Rio Cauto"

Cuando la Flota Cubana de Pesca cerró su base situada en Ciudad del Cabo, se mudó al puerto angolano de Lobito en Angola. Eso fue posible por el “bloqueo” internacional realizado contra el régimen racista de Sudáfrica. Mientras eso no sucedió, La Habana mantenía negocios secreticos con ese régimen y se burlaba del mundo. Nada, que en política lo más importante es el cash. Corría el año 1977 cuando arribé por segunda vez a ese país y formé inmediatamente parte de la tripulación de su buque insignia, la motonave N'Gola. Ya conocía al puerto de Lobito, había dejado 1200 soldados que transportamos cuando la guerra en Enero de 1976, era la segunda o tercera visita a bordo del buque angolano.


Coincidimos en esas oportunidades con varios buques arrastreros de los fabricados en España, cada uno de ellos contaba con más de cien tripulantes. Como la mayor parte de la oficialidad y capitanes conocía a mi hermano Carlos, quien también era Capitán de la Flota Cubana de Pesca, no fueron pocas las ocasiones en las que visitara esos barcos y compartiera con sus marinos. El jefe de aquella base nos visitaba con una frecuencia casi diaria, es una pena que con el paso del tiempo se me borrara su nombre.


Lobito tenía muy poco para ofrecer al visitante en tiempos posteriores a la guerra, nosotros ya éramos vistos con un prisma peor al que usara la población para observar al portugués, aunque quieran negarlo hoy, los cubanos también fuimos considerados “invasores” o “mercenarios”. Se vivía con una calma muy tensa y la amenaza latente a sufrir cualquier tipo de agresión o atentado. No se podía estar comiendo mierda en la calle y mucho menos en horas de la noche, estábamos condenados a un auto encierro implacable.


Lazarito el Sobrecargo era mi compañero de escapadas, siempre nos íbamos de día con el bote salvavidas para las playas de “La Restinga”. Cargábamos alguna caja de cerveza y botellas de whisky para pasarnos el día libre fuera del barco. “La Restinga” viene siendo algo similar a la Península de Hicacos, una larga barrera natural de arenas que sirve de protección a la bahía de Lobito. Zona exclusiva como lo fuera Varadero, pero más pelada que la playa cubana en sus tiempos de cólera política, contaba con playas en ambas orillas de toda esa larga franja arenosa.


Bahia de Lobito, Angola.

Siempre buscábamos la manera de distraernos un poco, las operaciones portuarias eran extremadamente lentas y el tiempo se hacía demasiado largo para nuestras paciencias y temperamentos muy aventureros. Lazarito se había empatado con la mulatica más bella de aquella ciudad y por mucho que se empeñaran en presentarme amigas de ellas, preferí mantener mi soledad por miedo, mucho miedo a las enfermedades venéreas que existieron en aquella época. Algunos soldados se suicidaron cuando contrajeron una enfermedad conocida popularmente como “El boniato”, así le llamaban porque el glande adquiría las dimensiones de esa vianda y no hubo medicamentos que pudiera curarlo. La única solución para salvar la vida de aquellos hombres fue la amputación del pene, solo que algunos de ellos eligieron quitarse la vida en Angola por la vergüenza de regresar en esas condiciones a la isla.


Otros días los empleábamos en corridas con el telegrafista que trabajaba en la base, tampoco eran muchos los dedicados a las atenciones a los barcos de la pesca, no arribaban muchos a puerto y solo lo hacían en ocasiones de extrema urgencia, como dejar enfermos, pequeñas reparaciones, etc. No recuerdo haber conocido a otro empleado que perteneciera a esa dependencia de la Flota, es que no era necesario. Recuerdo que con aquel muchacho nos dábamos algunas escapadas fuera de la ciudad, unas veces con el propósito de tirar con fusiles en el campo, visita a cementerios o por simples paseos. En el maletero del auto guardaba algunas armas y yo elegí una “pepechá” en una de las salidas que hicimos hasta una represa próxima al pueblo de Catumbela. Era un arma pasada de moda y no me importaba, quería probarla y disparar ráfagas, solo eso. No fue el único cubano civil que poseía armamentos, varios de ellos me mostraron con orgullo sus closets en Luanda y hasta los camaroneros que radicaban en ese puerto no se cansaban de alardear por los arsenales que poseían. No había control, cualquiera podía poseerlas y hasta tener un auto que tal vez perteneció a un portugués que abandonara el país al comienzo de la guerra.


Solo en una de las oportunidades que me encontraba en Lobito coincidieron dos barcos pesqueros, es muy probable que evitara esos encuentros siempre conflictivos. Recuerdo haber visto a tripulantes de una de aquellas naves cruzar a la otra con su maleta, eran hombres a los que no les llegara el relevo después de faenar en altamar durante un periodo de seis meses. No es fácil continuar otro medio año en las duras condiciones de ellos y decidieron abandonar sus naves sin importarles el precio a pagar. Luego permanecerían en aquel buque hasta su salida, imagino que los mandaran más tarde para Luanda con destino a La Habana en carácter de sancionados. Entre aquellos hombres declarados en rebeldía encontré a un viejo compañero de la Beneficencia, Octavio era un negro bajo de estatura y muy fuerte, no había cambiado ese estilo particular de los benéficos en su hablar.


Una parte de las tripulaciones estaban compuestas por individuos a los que sin temor a equivocarte podías señalar como bandoleros de nuestros barrios y razones existían para que las selecciones en la Flota no fueran tan estrictas como en la mercante. Si no pescaban ellos, ¿quién coño lo haría? Había que estar medio loco para elegir esa vida, espero no se ofendan los pescadores que me leen, pero saben muy bien que no exagero o miento. En una de mis frecuentes visitas a esos buques, Lazarito se fue a compartir con algún conocido y yo me mantuve en el camarote de ex subordinados de mi hermano. Abrieron una botella de ron cubano y la compartieron conmigo como si se tratara de un viejo amigo, porque así eran casi todos ellos de desinteresados y sociables. Seríamos cuatro personas acomodadas en aquel reducido camarote, cuando uno de ellos le puso el seguro a la puerta y encendió un pitillo de mariguana que fue pasando de labios en labios, como hacen en las películas. Aquel taladro llegó a mis manos en una franca invitación a convertirme en cómplice de la aventura o como una prueba de hombría. Le di una patadita y lo dejé continuar el recorrido, no sentí efecto alguno y me molestaba su repugnante y nauseabundo olor. Dicen que hay que saber fumarla, aspirar profundo y mantener el humo durante unos segundos en los pulmones, yo no lo hice. Ante sus ojos había vencido mi prueba de “hombría” y era de confiar. Creo haya sido la única vez que he tenido uno de esos cigarrillos en mis labios. Si puedo asegurar que me sentí muy sorprendido al descubrir aquel secreto, imaginé que ese vicio había sido erradicado de la isla como decían sus propagandas. Nunca coincidimos con los buques frigoríficos de la flota, ellos se dirigían a las zonas de pesca para recoger en sus neveras las capturas, avituallaban a las naves, les llevaban correspondencia y los relevos de tripulaciones, después se dirigían a la base que tenían en Las Palmas de Gran Canarias.


Uno de aquellos días tan aburridos como los demás, el Capitán Calero me ordena subir el bote salvavidas, la escala real que estaba arriada y velar porque ningún puntal sobrepasara los límites del casco. Me dijo que esperaban por uno de los buques de la Flota que se abarloaría a nosotros para dejar a un enfermo y partirían en el menor tiempo posible. Así ocurrió, solo que la camilla donde bajaron al supuesto enfermo iba totalmente cubierta, no cabían dudas que se trataba de un cadáver. La maniobra se realizó en total silencio, nunca había observado tanta seriedad o solemnidad en un colectivo de pescadores distinguidos por el escándalo, las bromas, la palabra soez, las burlas y cuanta arma utilizaban para manifestar su alegría. A la mañana siguiente se largaron sus cabos y los vi partir con el mismo silencio que llegaron, solo se escuchó una larga pitada que pudo ser la despedida de su tripulación al marino muerto.



Motonave "N'Gola", buque insignia de la marina mercante de Angola.

-Hace falta que asistan al funeral del marino de la pesca. Nos ordenó Calero aquella tarde, no hubo necesidad de repetir una sola palabra, Lazarito y yo nos encontrábamos a la misma distancia y el Capitán poseía una potente voz.


-¡Coño, Master! ¿A un velorio? Para esas cosas estamos nosotros. Protestó Lazarito y yo elegí mantenerme en silencio, pero interiormente no aceptaba la tarea que nos encomendaba.


-Hay que ser humano, el muchacho no tiene parientes ni dolientes en este país. Explicó a modo de réplica ante la inconformidad de mi amigo.


-Master, ¿se puede saber las causas de su muerte? Le pregunté sin afirmarle si asistiría al funeral.


-Dicen que estaban faenando en medio de un mal tiempo que provocaba muchos bandazos al buque y que, en una de esas inclinaciones violentas, un gancho de carga le golpeó la cabeza fracturándole el cráneo.


-¡Coño, que muerte más mierda! Mira que venir a llevárselo de esa manera, ¿era joven?


-Unos veintitantos que no recuerdo, muy joven.


-No hay lio, hoy pasaremos por su funeral. ¿Dónde se realizará? La respuesta corrió a cargo del jefe de la supuesta base, él nos indicó con lujos de detalles cómo llegar hasta el salón donde seria expuesto su cadáver.


-¡De pinga, Lazarito! Mira que morir de esa manera, eso pasa por no comprarles cascos de protección, me la corto de que andan sin cascos. No fue hasta un tiempo después que el uso de cascos y orejeras fuera de carácter obligatorio en las marinas cubanas. Fue necesario de que decenas de maquinistas y engrasadores sufrieran hipoacusia para detectar ese mal que tanto nos afectara. La solución al daño causado a nuestros hombres lo solucionaron removiéndolos de sus cargos hacia los departamentos de cubierta y cámara sin ningún tipo de indemnización. Precisamente el Jefe de Máquinas de nuestro buque en esos instantes, Carlos Mendoza, fue uno de aquellos perjudicados y sus últimos años de vida útil en la marina los gastó como “Contramaestre”. Pero, bueno, no vale la pena profundizar en este tema que fuera aceptado con toda la pasividad que existe en el mundo por parte de los afectados, entre ellos, él.


Media cuadra antes de llegar al local del supuesto funeral, nos cruzamos con Collazo acompañado de dos militantes más. Por ironías o burlas del destino, Collazo fallecería dos o tres semanas más tarde por dos balazos que le propinara el Segundo Maquinista de apellido Freixas. Ya escribí sobre ese acontecimiento, sin embargo, me veo obligado a repetirlo, porque el difunto secretario del partido tenía a un hijo como médico en Luanda y lo evacuó hacia la isla con un suero puesto cuando ya era cadáver.


A la derecha mi amigo Lazarito.

Era un saloncito algo oscuro y de una tristeza infernal, como si tuviera conciencia del papel o trabajo que estaba desempeñando en ese instante. Carecía de asientos como cualquier salón dispuesto para acoger a los dolientes y tenía razón, allí no había nadie que fuera a expresar dolor por la muerte de un desconocido. El único presente era el jefe de la base pesquera y nos recibió con un apretón de manos. No recuerdo haber observado corona de flores algunas, ni una sola flor, solo el féretro divorciado del mundo, avergonzado tal vez por su miserable función. Nos acercamos al cadáver, se trataba de un negro muy joven y fuerte con una venda cubriendo parte de su cabeza, quizás la que recibió el impacto de aquel mortífero gancho. Daba la impresión de encontrarse vivo y sin comprender su situación, como preguntándonos la razón por la que estuviera dentro de aquella horrible caja en un salón iluminado por dos tristes y débiles bombillos.


-¿Cuándo lo transportan para Cuba? Fue la pregunta que se me ocurrió, no encontré otra que le demostrara al negro estar rodeado de seres vivos.


-No hay traslado para la isla, será sepultado mañana en el cementerio de Catumbela.


-¿Y eso por qué? Debe resultar caro su traslado, pero es en la isla donde se encuentra su familia y solo ellos tienen el derecho a llorarlo.


-¿No te has enterado? Preguntó el jefe de la base mirándome fijo a los ojos y muy serio.


-¿Enterado de que? Pregunté algo sorprendido mientras Lazarito guardaba silencio.


-De la orden del Comandante.


-¿Cuál orden, men?


-Que todo el que muriera en Angola debía ser sepultado aquí hasta que se lograra la independencia de Namibia y se retiraran nuestras tropas.


-¡No jodas! Eso es una mariconá.


-Amárrate la lengua y piensa bien lo que vas a manifestar antes de abrir la boca. Mas que un consejo, me llegó al oído como una amenaza, solo que estaba en una situación donde se me había descompuesto la marcha atrás.


-Me importa un pito, solo nos encontramos en este salón el difunto y nosotros tres. Vuelvo a repetirlo, es una reverenda mariconada y me importan tres cojones si es una orden del Comandante. Esa orden debe ser de exclusiva aplicación a los soldados y ese negro es un humilde pescador que no murió en este país.


-Yo sé que ninguna palabra logrará convencerte y considero que en parte tienes razón, pero no abuses de ella en estos tiempos que corren.


-¡Qué pena! Mañana el negro se convertirá en un numerito.


-¿A qué te refieres?


-A la triste realidad que el destino le ha dado como premio. No creo que seas tan ingenuo y no comprendas. Mañana su tumba tendrá una cruz de palo con una tablilla donde aparecerá escrito un numerito. Si no sabes de lo que hablo, date un paseíto por los cementerios de Catumbela, Benguela o varios de ellos en Luanda. Se te cansará la vista de contar cientos de crucecitas como las que acabo de mencionarte.


-Yo las he visto también…


-Lazarito, vámonos pa'la pinga, pobre negro, pobre familia. Allí dejamos solo al jefe de la base, posiblemente nadie más acudiera a despedir a un ser anónimo que alimentó gusanos en una tierra que no era la suya. A saber si aquellos huesos entregados a su familia se correspondían con los del negro. Fueron necesarios el transcurso de muchos años para que su gente pudiera finalmente llorarlo y enterrarlo en la tierra que le regalara la vida.


Leandro el contramaestre, yo y el camarotero Jose Matuteo en el buque "N'Gola"

-¡Asere, aguanta el pico! Recuerda que estamos en Angola y los problemas te pueden caer de gratis. Aquel consejo me llegaba de un amigo que unos tres años más tarde encontrara la muerte en Miami. Lazarito salió de Cuba cuando el éxodo del Mariel y una vez del otro lado del charco se vinculó a la droga, eso fue lo que me contaron, que ironía.


-Lazarito, tú has visto las mismas cosas que yo y desafortunadamente, hay instantes en los que resulta imposible olvidarse que somos hombres.






Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2018-03-03





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