Motopesquero "Rio Cauto"
Cuando la Flota Cubana de Pesca cerró su base situada
en Ciudad del Cabo, se mudó al puerto angolano de Lobito en Angola. Eso fue
posible por el “bloqueo” internacional realizado contra el régimen racista de
Sudáfrica. Mientras eso no sucedió, La Habana mantenía negocios secreticos con
ese régimen y se burlaba del mundo. Nada, que en política lo más importante es
el cash. Corría el año 1977 cuando arribé por segunda vez a ese país y formé
inmediatamente parte de la tripulación de su buque insignia, la motonave
N'Gola. Ya conocía al puerto de Lobito, había dejado 1200 soldados que
transportamos cuando la guerra en Enero de 1976, era la segunda o tercera
visita a bordo del buque angolano.
Coincidimos en esas oportunidades con varios buques
arrastreros de los fabricados en España, cada uno de ellos contaba con más de
cien tripulantes. Como la mayor parte de la oficialidad y capitanes conocía a
mi hermano Carlos, quien también era Capitán de la Flota Cubana de Pesca, no
fueron pocas las ocasiones en las que visitara esos barcos y compartiera con
sus marinos. El jefe de aquella base nos visitaba con una frecuencia casi
diaria, es una pena que con el paso del tiempo se me borrara su nombre.
Lobito tenía muy poco para ofrecer al visitante en
tiempos posteriores a la guerra, nosotros ya éramos vistos con un prisma peor
al que usara la población para observar al portugués, aunque quieran negarlo
hoy, los cubanos también fuimos considerados “invasores” o “mercenarios”. Se
vivía con una calma muy tensa y la amenaza latente a sufrir cualquier tipo de
agresión o atentado. No se podía estar comiendo mierda en la calle y mucho
menos en horas de la noche, estábamos condenados a un auto encierro implacable.
Lazarito el Sobrecargo era mi compañero de escapadas,
siempre nos íbamos de día con el bote salvavidas para las playas de “La
Restinga”. Cargábamos alguna caja de cerveza y botellas de whisky para pasarnos
el día libre fuera del barco. “La Restinga” viene siendo algo similar a la
Península de Hicacos, una larga barrera natural de arenas que sirve de
protección a la bahía de Lobito. Zona exclusiva como lo fuera Varadero, pero más
pelada que la playa cubana en sus tiempos de cólera política, contaba con playas
en ambas orillas de toda esa larga franja arenosa.
Bahia de Lobito, Angola.
Siempre buscábamos la manera de distraernos un poco,
las operaciones portuarias eran extremadamente lentas y el tiempo se hacía
demasiado largo para nuestras paciencias y temperamentos muy aventureros.
Lazarito se había empatado con la mulatica más bella de aquella ciudad y por
mucho que se empeñaran en presentarme amigas de ellas, preferí mantener mi
soledad por miedo, mucho miedo a las enfermedades venéreas que existieron en
aquella época. Algunos soldados se suicidaron cuando contrajeron una enfermedad
conocida popularmente como “El boniato”, así le llamaban porque el glande
adquiría las dimensiones de esa vianda y no hubo medicamentos que pudiera
curarlo. La única solución para salvar la vida de aquellos hombres fue la
amputación del pene, solo que algunos de ellos eligieron quitarse la vida en
Angola por la vergüenza de regresar en esas condiciones a la isla.
Otros días los empleábamos en corridas con el
telegrafista que trabajaba en la base, tampoco eran muchos los dedicados a las
atenciones a los barcos de la pesca, no arribaban muchos a puerto y solo lo
hacían en ocasiones de extrema urgencia, como dejar enfermos, pequeñas
reparaciones, etc. No recuerdo haber conocido a otro empleado que perteneciera
a esa dependencia de la Flota, es que no era necesario. Recuerdo que con aquel
muchacho nos dábamos algunas escapadas fuera de la ciudad, unas veces con el
propósito de tirar con fusiles en el campo, visita a cementerios o por simples
paseos. En el maletero del auto guardaba algunas armas y yo elegí una “pepechá”
en una de las salidas que hicimos hasta una represa próxima al pueblo de
Catumbela. Era un arma pasada de moda y no me importaba, quería probarla y
disparar ráfagas, solo eso. No fue el único cubano civil que poseía armamentos,
varios de ellos me mostraron con orgullo sus closets en Luanda y hasta los
camaroneros que radicaban en ese puerto no se cansaban de alardear por los
arsenales que poseían. No había control, cualquiera podía poseerlas y hasta
tener un auto que tal vez perteneció a un portugués que abandonara el país al
comienzo de la guerra.
Solo en una de las oportunidades que me encontraba en
Lobito coincidieron dos barcos pesqueros, es muy probable que evitara esos
encuentros siempre conflictivos. Recuerdo haber visto a tripulantes de una de
aquellas naves cruzar a la otra con su maleta, eran hombres a los que no les
llegara el relevo después de faenar en altamar durante un periodo de seis
meses. No es fácil continuar otro medio año en las duras condiciones de ellos y
decidieron abandonar sus naves sin importarles el precio a pagar. Luego
permanecerían en aquel buque hasta su salida, imagino que los mandaran más
tarde para Luanda con destino a La Habana en carácter de sancionados. Entre
aquellos hombres declarados en rebeldía encontré a un viejo compañero de la
Beneficencia, Octavio era un negro bajo de estatura y muy fuerte, no había
cambiado ese estilo particular de los benéficos en su hablar.
Una parte de las tripulaciones estaban compuestas por
individuos a los que sin temor a equivocarte podías señalar como bandoleros de
nuestros barrios y razones existían para que las selecciones en la Flota no
fueran tan estrictas como en la mercante. Si no pescaban ellos, ¿quién coño lo
haría? Había que estar medio loco para elegir esa vida, espero no se ofendan
los pescadores que me leen, pero saben muy bien que no exagero o miento. En una
de mis frecuentes visitas a esos buques, Lazarito se fue a compartir con algún
conocido y yo me mantuve en el camarote de ex subordinados de mi hermano.
Abrieron una botella de ron cubano y la compartieron conmigo como si se tratara
de un viejo amigo, porque así eran casi todos ellos de desinteresados y
sociables. Seríamos cuatro personas acomodadas en aquel reducido camarote,
cuando uno de ellos le puso el seguro a la puerta y encendió un pitillo de
mariguana que fue pasando de labios en labios, como hacen en las películas.
Aquel taladro llegó a mis manos en una franca invitación a convertirme en
cómplice de la aventura o como una prueba de hombría. Le di una patadita y lo
dejé continuar el recorrido, no sentí efecto alguno y me molestaba su
repugnante y nauseabundo olor. Dicen que hay que saber fumarla, aspirar
profundo y mantener el humo durante unos segundos en los pulmones, yo no lo
hice. Ante sus ojos había vencido mi prueba de “hombría” y era de confiar. Creo
haya sido la única vez que he tenido uno de esos cigarrillos en mis labios. Si
puedo asegurar que me sentí muy sorprendido al descubrir aquel secreto, imaginé
que ese vicio había sido erradicado de la isla como decían sus propagandas.
Nunca coincidimos con los buques frigoríficos de la flota, ellos se dirigían a
las zonas de pesca para recoger en sus neveras las capturas, avituallaban a las
naves, les llevaban correspondencia y los relevos de tripulaciones, después se
dirigían a la base que tenían en Las Palmas de Gran Canarias.
Uno de aquellos días tan aburridos como los demás, el
Capitán Calero me ordena subir el bote salvavidas, la escala real que estaba
arriada y velar porque ningún puntal sobrepasara los límites del casco. Me dijo
que esperaban por uno de los buques de la Flota que se abarloaría a nosotros
para dejar a un enfermo y partirían en el menor tiempo posible. Así ocurrió,
solo que la camilla donde bajaron al supuesto enfermo iba totalmente cubierta,
no cabían dudas que se trataba de un cadáver. La maniobra se realizó en total
silencio, nunca había observado tanta seriedad o solemnidad en un colectivo de
pescadores distinguidos por el escándalo, las bromas, la palabra soez, las
burlas y cuanta arma utilizaban para manifestar su alegría. A la mañana
siguiente se largaron sus cabos y los vi partir con el mismo silencio que
llegaron, solo se escuchó una larga pitada que pudo ser la despedida de su
tripulación al marino muerto.
-Hace falta que asistan al funeral del marino de la
pesca. Nos ordenó Calero aquella tarde, no hubo necesidad de repetir una sola
palabra, Lazarito y yo nos encontrábamos a la misma distancia y el Capitán
poseía una potente voz.
-¡Coño, Master! ¿A un velorio? Para esas cosas
estamos nosotros. Protestó Lazarito y yo elegí mantenerme en silencio, pero interiormente
no aceptaba la tarea que nos encomendaba.
-Hay que ser humano, el muchacho no tiene parientes
ni dolientes en este país. Explicó a modo de réplica ante la inconformidad de
mi amigo.
-Master, ¿se puede saber las causas de su muerte? Le
pregunté sin afirmarle si asistiría al funeral.
-Dicen que estaban faenando en medio de un mal tiempo
que provocaba muchos bandazos al buque y que, en una de esas inclinaciones
violentas, un gancho de carga le golpeó la cabeza fracturándole el cráneo.
-¡Coño, que muerte más mierda! Mira que venir a
llevárselo de esa manera, ¿era joven?
-Unos veintitantos que no recuerdo, muy joven.
-No hay lio, hoy pasaremos por su funeral. ¿Dónde se
realizará? La respuesta corrió a cargo del jefe de la supuesta base, él nos
indicó con lujos de detalles cómo llegar hasta el salón donde seria expuesto su
cadáver.
-¡De pinga, Lazarito! Mira que morir de esa manera,
eso pasa por no comprarles cascos de protección, me la corto de que andan sin
cascos. No fue hasta un tiempo después que el uso de cascos y orejeras fuera de
carácter obligatorio en las marinas cubanas. Fue necesario de que decenas de
maquinistas y engrasadores sufrieran hipoacusia para detectar ese mal que tanto
nos afectara. La solución al daño causado a nuestros hombres lo solucionaron
removiéndolos de sus cargos hacia los departamentos de cubierta y cámara sin
ningún tipo de indemnización. Precisamente el Jefe de Máquinas de nuestro buque
en esos instantes, Carlos Mendoza, fue uno de aquellos perjudicados y sus
últimos años de vida útil en la marina los gastó como “Contramaestre”. Pero,
bueno, no vale la pena profundizar en este tema que fuera aceptado con toda la
pasividad que existe en el mundo por parte de los afectados, entre ellos, él.
Media cuadra antes de llegar al local del supuesto
funeral, nos cruzamos con Collazo acompañado de dos militantes más. Por ironías
o burlas del destino, Collazo fallecería dos o tres semanas más tarde por dos
balazos que le propinara el Segundo Maquinista de apellido Freixas. Ya escribí
sobre ese acontecimiento, sin embargo, me veo obligado a repetirlo, porque el
difunto secretario del partido tenía a un hijo como médico en Luanda y lo
evacuó hacia la isla con un suero puesto cuando ya era cadáver.
A la derecha mi amigo Lazarito.
Era un saloncito algo oscuro y de una tristeza
infernal, como si tuviera conciencia del papel o trabajo que estaba
desempeñando en ese instante. Carecía de asientos como cualquier salón
dispuesto para acoger a los dolientes y tenía razón, allí no había nadie que
fuera a expresar dolor por la muerte de un desconocido. El único presente era
el jefe de la base pesquera y nos recibió con un apretón de manos. No recuerdo
haber observado corona de flores algunas, ni una sola flor, solo el féretro
divorciado del mundo, avergonzado tal vez por su miserable función. Nos
acercamos al cadáver, se trataba de un negro muy joven y fuerte con una venda
cubriendo parte de su cabeza, quizás la que recibió el impacto de aquel
mortífero gancho. Daba la impresión de encontrarse vivo y sin comprender su
situación, como preguntándonos la razón por la que estuviera dentro de aquella
horrible caja en un salón iluminado por dos tristes y débiles bombillos.
-¿Cuándo lo transportan para Cuba? Fue la pregunta
que se me ocurrió, no encontré otra que le demostrara al negro estar rodeado de
seres vivos.
-No hay traslado para la isla, será sepultado mañana
en el cementerio de Catumbela.
-¿Y eso por qué? Debe resultar caro su traslado, pero
es en la isla donde se encuentra su familia y solo ellos tienen el derecho a
llorarlo.
-¿No te has enterado? Preguntó el jefe de la base
mirándome fijo a los ojos y muy serio.
-¿Enterado de que? Pregunté algo sorprendido mientras
Lazarito guardaba silencio.
-De la orden del Comandante.
-¿Cuál orden, men?
-Que todo el que muriera en Angola debía ser
sepultado aquí hasta que se lograra la independencia de Namibia y se retiraran
nuestras tropas.
-¡No jodas! Eso es una mariconá.
-Amárrate la lengua y piensa bien lo que vas a
manifestar antes de abrir la boca. Mas que un consejo, me llegó al oído como
una amenaza, solo que estaba en una situación donde se me había descompuesto la
marcha atrás.
-Me importa un pito, solo nos encontramos en este
salón el difunto y nosotros tres. Vuelvo a repetirlo, es una reverenda
mariconada y me importan tres cojones si es una orden del Comandante. Esa orden
debe ser de exclusiva aplicación a los soldados y ese negro es un humilde
pescador que no murió en este país.
-Yo sé que ninguna palabra logrará convencerte y
considero que en parte tienes razón, pero no abuses de ella en estos tiempos
que corren.
-¡Qué pena! Mañana el negro se convertirá en un
numerito.
-¿A qué te refieres?
-A la triste realidad que el destino le ha dado como
premio. No creo que seas tan ingenuo y no comprendas. Mañana su tumba tendrá
una cruz de palo con una tablilla donde aparecerá escrito un numerito. Si no
sabes de lo que hablo, date un paseíto por los cementerios de Catumbela,
Benguela o varios de ellos en Luanda. Se te cansará la vista de contar cientos
de crucecitas como las que acabo de mencionarte.
-Yo las he visto también…
-Lazarito, vámonos pa'la pinga, pobre negro, pobre
familia. Allí dejamos solo al jefe de la base, posiblemente nadie más acudiera
a despedir a un ser anónimo que alimentó gusanos en una tierra que no era la
suya. A saber si aquellos huesos entregados a su familia se correspondían con
los del negro. Fueron necesarios el transcurso de muchos años para que su gente
pudiera finalmente llorarlo y enterrarlo en la tierra que le regalara la vida.
Leandro el contramaestre, yo y el camarotero Jose Matuteo en el buque "N'Gola"
-¡Asere, aguanta el pico! Recuerda que estamos en
Angola y los problemas te pueden caer de gratis. Aquel consejo me llegaba de un
amigo que unos tres años más tarde encontrara la muerte en Miami. Lazarito
salió de Cuba cuando el éxodo del Mariel y una vez del otro lado del charco se
vinculó a la droga, eso fue lo que me contaron, que ironía.
-Lazarito, tú has visto las mismas cosas que yo y
desafortunadamente, hay instantes en los que resulta imposible olvidarse que
somos hombres.
Montreal..Canadá.
2018-03-03
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