Motonave "Sierra Maestra", buque insignia de la marina mercante cubana.
Nunca comprendí aquella indiferencia del Capitán Calero a la acción de abarloar al “Sierra Maestra” a nuestro costado de estribor. La bahía de Luanda es amplísima y permite fondear en su seno a decenas de buques, tampoco se encontraba congestionada, nunca lo estuvo en el tiempo que permanecí en Angola. Pudo ser que el Capitán de aquella nave fuera amigo suyo, desafortunadamente no lo recuerdo, tampoco a su oficialidad, pudo deberse a que ninguno tuvo vínculos importantes conmigo.
Conocía muy bien a esta nave desde el año 1968, allí trabajé como marinero de cubierta bajo el mando del Contramaestre Basulto. Fueron tiempos de muchos sueños e ilusiones, aprendizaje y adaptación a la vida del marino. Era una nave algo compleja en sus operaciones y de una arboladura exagerada, pudo ser la que poseyera los palos más altos en su tiempo, demasiados puntales de carga también. Aún recuerdo el nombre o apodo de algunos tripulantes, solo que no deseo gastar cuartillas en un tema que no es el principal.
Les diría a las personas ajenas a nuestro mundo y no
dominan nuestra jerga, lenguaje o léxico, que “abarloar” es la acción de
amarrar un barco al costado de otro. Poco importa la banda y de acuerdo con el
espacio disponible, la cantidad puede ser indefinida. La bahía de La Habana
pudo ser una de las reinas en esa acción, hubo tiempos donde estuvo muy
congestionada, las operaciones de su puerto muy lentas y el espacio de la rada
habanera no era tan amplio. Momentos de tensión sobraron cuando se estaba en
estas condiciones y éramos sorprendidos por una de aquellas fuertes turbonadas
tropicales.
En aquella maniobra inoportuna e indeseada de mi
parte, quizás prejuiciado por los antecedentes que se vivían en nuestra flota
antes de arribar a Luanda, predije y avisé sobre las consecuencias de aquella
locura y no se me escuchó. Nada podía manifestar en contra de la decisión
tomada por el Capitán, era obvio, pero una vez a nuestro costado, les pedí a
las partes correspondientes que cerraran con llave el pantry y la cocina.
Nosotros vivíamos en un mundo alejado de nuestras realidades y se respiraba
mucha tranquilidad, los tripulantes en general, no solo la oficialidad, podían
acudir a cualquier hora del día a su pantry cuando tuviera hambre. Varios
productos siempre estuvieron dispuestos para saciar la necesidad de la
tripulación y podías prepararte una merienda a deshora hasta que llegara la
campanada de almuerzo o comida. En horas de la madrugada, si no te satisfacía
los productos disponibles en el pantry, tenías a tu disposición la cocina y
hasta la gambuza, espacios que permanecían abiertos las veinticuatro horas del
día. Todo esto era posible gracias a la confianza que se tenía en la
tripulación y la ausencia de delitos como “robos” en esos espacios. La gente
hacia uso de ellos con el solo fin de satisfacer sus necesidades y hasta
pequeños caprichos. Al parecer y tal vez por el tiempo ausente de nuestros
barcos, el Capitán Calero había olvidado la dramática situación que se vivían
en los buques cubanos.
No hubo que esperar mucho, la primera madrugada que
estuvieron abarloados a nuestro barco, cacos de nuestra flota barrieron con
todo lo que existía en los pantries de la tripulación, oficialidad y cocina.
Por suerte los cocineros me hicieron caso y cerraron el acceso a la gambuza.
Penoso fue ver a nuestro pañolero colocando candados en las puertas de los
pantries a la mañana siguiente y la incomprensión de nuestros tripulantes
angolanos.
Motonave "N´Gola", buque insignia de la marina mercante de Angola
El abarloamiento del “Sierra Maestra” al N'Gola me
trae ahora malos recuerdos, allí perdí a mi mejor amigo, Lazarito cayó en el
abismo del alcohol y nunca logró salir a la superficie, no por falta de
consejos, creo que agoté todos los recursos disponibles para regresarlo a la
normalidad. -¡No tienes necesidad de estar bebiendo esos rones de mierda! Le
dije con insistencia y razones me sobraban para hablar así de la bebida barata
en manos de los tripulantes cubanos. Desde que estábamos enrolados en nuestro
buque fuimos muy selectivos a la hora de beber y solo nos inclinábamos por la
bebida buena y cara. Allí aprendimos a valorar las virtudes del Dimple, Chivas
Regal, Johnny Walker etiqueta negra, Ballantines y otros de menor categoría, no
nos costaba un solo centavo. -¡Lazarito, tienes que atender tu trabajo! No
escuchaba, se ausentaba del barco durante días y cuando lo hacía tenía los ojos
enrojecidos por el alcohol. Llegó el momento en el cual a Calero se le llenó la
cachimba y lo botó del barco, lo envió para Cuba. Estoy convencido de que lo
hizo con el dolor de su alma porque lo quería mucho y casi lo trataba como un
hijo adoptivo, Lazarito era el más joven de toda la tripulación.
Antes de llegar a esa caótica e irreparable situación
con Lazarito, ocurrieron dos hechos muy graves donde él estuvo presente, no
como protagonista. El primer grupo de oficiales que formó parte de la
tripulación del barco, exactamente los que volamos juntos desde La Habana y
otros reclutados por Calero en tierra o formaban parte de las tripulaciones de
naves cubanas prestando servicio en aquel país, solicitó ser relevada y su
demanda satisfecha. Yo creo que Calero deseaba deshacerse de algunos, eran
personas muy complejas y hasta conflictivas, varios de ellos impopulares entre
los tripulantes angolanos. Calero nos propuso a mí y Lazarito continuar un año
más, esa proposición la hizo delante del Doctor Tomás, era un mulato que
ocupaba la segunda plaza en la dirección de la compañía ANGONAVE, detrás del
Doctor Rubio, su director. El ofrecimiento fue más amplio y esa vez recibida de
la voz de Tomás, nos ofrecían vivienda en Luanda para que trajéramos a nuestras
esposas e hijos. Argumentaba sus palabras en la solicitud que les hiciera el
Sindicato Marítimo de Angola, que aun funcionaba con cierta independencia.
Ellos expresaron a la dirección de la compañía que nosotros éramos muy queridos
por la tripulación y deseaban que continuáramos con ellos. Ambos declinamos
aceptar aquel ofrecimiento por los riesgos que se corrían en aquellos convulsos
tiempos y otros referentes a la salud. Por otra parte, Miyares fue quien le
solicitó a Calero poder continuar trabajando en el buque y no le fue negada esa
posibilidad. Algo que no llegué a comprender muy bien, pues este elemento era
detestado por todos los tripulantes del barco y el Capitán lo sabía.
En esos días arribaron al aeropuerto los relevos del
primer grupo, yo no conocía a ninguno de ellos y preferí ser cauteloso en las
nuevas relaciones. Unas tres horas antes de que partieran con destino a la
isla, Lazarito y yo nos dirigimos al predio de transporte donde el grupo
saliente se encontraba albergado. Llevamos dos botellas con el propósito de
despedirlos y al preguntar en la recepción, nos informaron que el Segundo
Maquinista Freixas le había dado dos tiros al telegrafista Collazo, quien se
desempeñó como secretario del partido a bordo. Muy comunicativo el personaje
que se encontraba de guardia en el lobby, nos condujo hasta el elevador para
mostrarnos uno de los impactos de bala. -Este fue el que le atravesó el brazo,
el otro se lo dio en el abdomen. El choque psicológico recibido por aquella
noticia fue tal, que decidimos regresar al buque y nos sentamos en el camarote
a beber durante el resto de la noche. Calero no se encontraba presente y cuando
regresó a la mañana siguiente nos dio la noticia que solo nosotros conocíamos a
bordo, nos solicitó total discreción para no alarmar a la tripulación. Unos
seis meses más tarde el pañolero Pedro, un mulato de origen caboverdiano y casi
un hermano para mí en ausencia de Lazarito, me reclamaba por no haber confiado
en él y guardar este secreto. Se enteró por boca del abogado que atendía el
caso de Freixas, creo que era amigo suyo.
-Ustedes son los asignados para darle atención a
Freixas mientras el barco se encuentre en este puerto. Nos dijo una mañana
Calero a Lazarito y a mí en su oficina.
-¿Qué tipo de atención es esa, Capitán? Le pregunté
algo sorprendido y sin comprender muy bien la misión que se nos encomendaba.
-¡Vayan diariamente a la prisión de Petrangol! Traten
de conversar con él, llévenle comida y cigarros, es una orden de la embajada.
-¡Coño! Yo no sé dónde rayos esta esa prisión, ¿Cómo
podemos llegar hasta allá?
-Arrien el bote salvavidas y diríjanse hasta el
muelle de petróleo a la entrada del puerto. Consulta la carta náutica y fíjate
que pegado a tierra hay un espigoncito que es donde debes amarrar al bote,
localiza la prisión y vayan caminando hasta ella. Lazarito y yo subimos al
puente para consultar la carta náutica de la bahía.
-¡Asere! En qué clase de candela nos ha metido
Calero. Le dije sin separar la vista de la carta náutica.
-¿Está muy lejos?
-Eso está fuera de Luanda, pertenece a Sambizanga y
hay que jalar tremenda propela para llegar hasta allá. Tendremos que dejar el
bote solo con el riesgo de que nos puedan robar, debemos ir solos, no creo que
a Calero le simpatice que lleve a tripulante alguno.
-¿Qué nos pueden robar?
-¡Cualquier mierda, Lazarito! Mientras no sea algo
del arranque del bote, no hay problemas. Después tenemos que echarnos varias
cuadras caminando con este calor de mierda.
-No queda de otras, vamos andando. ¿Qué le llevamos a
Freixas?
-Trata de colectar algo de jama, cigarros y revistas.
Yo voy a buscar al Contramaestre para que me ayude a arriar el bote y la escala
real. De paso voy a chequear el combustible del tanque, la navegación es de
varias millas. ¡Dale!
-Leandro, hace falta que me ayudes a bajar el bote y
la escala real, vamos a chequear también el combustible. Le dije al
contramaestre, ya nuestro buque se encontraba atracado y lo encontré
conversando en el portalón.
-¿Quieres que algún marino te acompañe? Me preguntó
después de tenerlo todo listo para el arriado y rellenar el tanque de
combustible.
-No, Leandro, solo voy hasta el barco cubano a llevar
una encomienda del Comandante. Le mentía piadosamente, realmente hubiera
preferido salir con alguno de aquellos buenos marinos, pero el secreto de
nuestra misión nos exigía discreción. Arrancamos el motor y largamos los cabos,
nos esperaba más de una hora de navegación. Lazarito me mostró lo que llevaba
en una bolsa, ahora quedaba esperar que nos lo dejaran pasar en la prisión.
-¡Asere, mira eso! Casi gritó Lazarito cuando
maniobraba para amarrar el bote, me señalaba hacia unos camaroneros cubanos que
habían sido abandonados por sus tripulaciones. Eran cinco o seis y
pertenecieron a la flota camaronera del Mariel. En algunas oportunidades
compartí con ellos cuando estuvieron en el puerto y todos manifestaron su
inconformidad por estar allí sin atención. Pasaban hambre y amenazaron con
abandonar su trabajo a cualquier precio, parece que cumplieron con sus
palabras. Aquellas embarcaciones resultaron en pérdida total y la flotilla del
Mariel desapareció para siempre. La caminata fue agotadora y en ascenso, el sol
era implacable. Llegamos a la puerta de la prisión y aquello era un caos, ya
estábamos acostumbrados a esas demoras e incomprensiones. No era muy normal que
hombres blancos fueran a visitar prisioneros donde la mayoría eran negros y eso
nos produjo ciertos contratiempos. Por suerte para nosotros, uno de aquellos
custodios señaló hacia dos hombres blancos sentados debajo de un árbol en el
interior del presidio y cercanos a la posta. Al fin pudimos pasar sin perder
nada de lo que llevábamos.
-¡Asere! ¿Quiénes serán aquellos dos blancos? Le
pregunté a Lazarito mientras nuestros pasos se dirigieron hacia ellos
involuntariamente.
-¡Oye! Esos tipos son tripulantes del “Sierra
Maestra”. ¿Qué coño hacen en este talego? Unos pocos segundos después estábamos
junto a aquellos hombres.
-¿Qué hacen ustedes aquí? Les preguntó Lazarito
después del habitual estrechón de manos, era indudable que aquellos rostros le
resultaban familiar. Yo solo los había visto de pasada mientras estuvieron
abarloados a nosotros.
-¡Nada, compadre, cosa de borracheras! Dijo el mayor
de ellos con aspecto de guajiro, este andaría por los cincuenta y tantos años,
el otro no sobrepasaba los treinta.
-¿Borracheras? Bien grave tuvo que haber sido, no por
estar en nota te encierran en una prisión como esta. ¿Qué hicieron?
Transcurrieron unos segundos de silencio, quizás pensando en la respuesta o por
vergüenza, yo no había hablado aún.
-¡Borrachera, como dijo el socio! Esta vez respondió
el más joven. -Resulta que nos disparamos un rifle (botella de ron) y la curda
nos dio por pasear. Se detuvo nuevamente, algo indeciso para continuar su
versión.
-Por pasear tampoco meten preso a nadie, aunque
bueno, hay toque de queda en las noches. Tampoco es delito tan grave para que
los encierren aquí. Expresé yo y comenzaba a cansarme la demora, no les
habíamos explicado las razones de nuestra presencia en aquella prisión.
-¡Miren, les vamos a ser francos! Intervino el viejo
y me alegré con aquella introducción. Nos emborrachamos y agarramos uno de los
autos nuevos que están en el muelle, salimos a pasear y nos detuvo la policía
militar en la ciudad. Se detuvo nuevamente.
-¡Uffff! Creo que se han metido en candela. ¿Ustedes
salieron en uno de los Mercedes Benz que están en el puerto?
-¡Si, en ese mismo! Respondió el más joven y dejó
escapar una sonrisa, creo que provocada por el nerviosismo.
-Ustedes están locos de verdad y por lo menos les van
a aplicar la silla eléctrica. Les dije en tono de bromas.
-¡Coño, no jodas! Que no es para tanto. Protestó el
viejo.
Motonave "N´Gola"
-¡Imagínate, tu! Esos autos fueron comprados para la
celebración del primer congreso del MPLA. No les mentía, nosotros habíamos
transportado la bebida que consumirían en esa pachanga de mentiras y les
aseguro, ninguna era barata. Grandes fueron las dificultades para
desembarcarlas, las cuadrillas de estibadores normales se emborracharon y hubo
que sustituirlos por combatientes de las FAPLA. Estos soldados ya borrachos no
se cayeron a tiros dentro de las bodegas por puro milagro. Sacarlos no fue
tarea fácil, todos ellos estaban armados. Finalmente trajeron una cuadrilla de
estibadores cubanos y aunque bebieron su poco, no se emborracharon como los
nacionales. -¿Cuáles cargos les presentaron?
-¡Uyyyy! Ahí es donde se complica nuestra situación,
tal vez tengas razón y nos pidan silla eléctrica o cadena perpetua. Respondió
el joven sonriendo.
-¡Coño, ¿cuáles fueron las acusaciones de la fiscalía?
-¡Mira! Según el abogado de oficio que nos pusieron,
aparecen los delitos de hurto a la propiedad del estado, desobediencia a la
orden de parar que nos hizo las autoridades del puerto, conducir sin licencia y
en estado de embriaguez y para culminar, violación al toque de queda.
-¡Coñó! Yo les veo cara de mártires. Dijo Lazarito
muerto de la risa y todos nos contagiamos. -¡De verdad, men! La borrachera les
dio bien pesada.
-¿Qué hacen ustedes aquí? Preguntó el joven.
-Vinimos a traerle unas chucherías a un Maquinista de
nuestro barco que está detenido aquí. ¿Lo conocen? Les pregunté y pude ver una
extraña reacción en sus miradas.
-¿Hablan del que mató al secretario del partido?...
Preguntó el más viejo y se detuvo dejando en la recámara algunas palabras que
no esperábamos.
-Todavía el hombre no se ha muerto, ¿saben algo de
ese maquinista? Insistí en la pregunta al ver que el tiempo corría y no deseaba
demorarme mucho en el presidio.
-Se encuentra incomunicado en el segundo piso, su
celda es aquella pequeña ventanita. Levantó el brazo derecho y su índice señaló
hacia lo que fuera una pequeña tronera bloqueada por gruesos barrotes de acero.
-¡Le roncan los cojones! Ustedes vienen preocupados por ese compañero que trató
de matar a otro. A nosotros, quienes cometimos delitos menores, nadie nos ha
visitado en más de una semana que llevamos presos. Lo dijo con esa mezcla de
rabia y dolor que acude al alma cuando una persona se siente traicionado.
-Es duro lo que dices, pero para serles sincero, solo
cumplimos una orden del Capitán del barco. No ha sido una acción espontánea ni
de solidaridad la de llegarnos hasta aquí. Ya lo comunicaré cuando regrese a
Luanda, es una hijaputada darles la espalda y dejarlos abandonados. -¡Mira!
Aquí le trajimos algunas boberías, no es mucho, traten de dividirla entre los
tres y háganle llegar su parte. Lazarito le extendió la bolsa al viejo.
-Yo creo que si le gritan él puede escucharlos y
hablarles. ¿Cómo se llama? Propuso y preguntó el más joven.
-Se llama Freixas. Le dije a secas.
-¡Freixaaaaaaaas! ¡Freixaaaas! ¡Freixaaaaaaas!
-¡Oye! ¿Cómo está ese hombre? Nos gritó con
desesperación cuando su pálido rostro apareció detrás de los barrotes. Freixas
era un hombre de una blancura casi anormal en nuestra tierra, parecía más
español que cubano. Al principio de llegar a Angola, Lazarito y yo tuvimos muy
buenas relaciones con él y no hubo botella que se abriera si se encontraba
ausente. Pasados unos meses presentó cartas credenciales de alcohólico y
evitamos su compañía. Era de esas personas a las que invitabas un trago y se
sirven el vaso lleno sin mirar a su alrededor, una vez ebrio se transformaba en
una persona muy agresiva. Maltrataba a los tripulantes como cualquier
esclavista y varias veces le llamamos la atención, razones para que la
marinería angolana no lo soportara. Sin embargo, no se le podía negar el mérito
de que era muy buen trabajador y gracias a él era que ese buque se movía.
Mendoza no salió nunca del trauma producido por la pérdida de un hermano y se
le veía con frecuencia llorando.
No me considero competente para evaluarlos
técnicamente, pero según comentaban los que trabajaban con ellos en el
Departamento de Máquinas, Freixas estaba mucho mejor preparado. Ante esta
situación descrita, el núcleo del partido en una reunión le hizo una mala
evaluación a Freixas, lo que significaba una posible pérdida de su trabajo
cuando llegara a La Habana. Obsesionado por aquella dramática situación, pidió
un careo con el núcleo del partido y aquellos no quisieron enfrentarlo. La
respuesta recibida era que realizara sus reclamaciones ante el “municipio” en
Luanda y luego lo rebotarían hacia la provincia y todo aquel enjambre
burocrático que poseían, tiempo no había para esas gestiones. Estando en Lobito
nos mostró la pistola en un cine que funcionaba en un anfiteatro y le
aconsejamos que pensara en su gente y no cometiera una locura. Al parecer ya
había tomado la determinación que trajo como consecuencia la desgracia para dos
familias.
-¡Oye, no te preocupes! El hombre está vivo en el hospital.
No recuerdo cuál de los dos le gritamos para darle un poco de calma a su
conciencia, tuvo que ser Lazarito, yo soy algo comemierda y me conmovió aquella
imagen de su rostro detrás de los barrotes.
-¡Ese hombre no se puede morir! ¡Ese hombre no se
puede morir! Nos gritó con la intención de salvarlo de alguna manera, solo que
las horas de Collazo ya estaban contadas, nunca superó su gravedad y murió. Por
suerte para su familia, uno de sus hijos se encontraba como médico en Luanda,
le colocó un suero e incluyó entre los heridos graves para evacuar a La Habana,
lo cierto es que ya era cadáver cuando lo subieron al avión. Al menos pudieron
velarlo, llorarlo y enterrarlo en la isla, miles de familias cubanas no
tuvieron ese privilegio, pienso yo.
-¡Oye, mañana regresamos! Te dejamos algunas cositas
con los marinos del Sierra Maestra, tenemos que irnos para que no nos agarre la
noche, vinimos en el bote y ya es algo tarde. Todo era expresado mediante
gritos y no le mentía, la navegación de regreso era larga. Deseaba escapar de
aquella prisión que logró en pocos minutos deprimirme y no deseo mentirles,
sentí mucha más compasión por el victimario que con la víctima.
Casi todo el viaje lo hicimos en silencio, tampoco el
ruido del motor nos permitía estar conversando, yo creo que Lazarito se hallaba
en la misma situación emocional que yo, ambos carecíamos de ganas para hablar.
Amarramos el bote a la escala real y nos dirigimos al camarote del Capitán,
allí lo pusimos al corriente de todo y le agregamos nuestra preocupación por
los tripulantes del buque “Sierra Maestra” abandonados a su suerte, Calero nos
prometió interceder por ellos. Al día siguiente dimos el segundo y último viaje
a la Cadeia Central de Luanda, el escenario fue similar al del día anterior, Freixas
continuaba incomunicado. Le entregamos el paquete a los borrachitos
recordándoles que debían dividirlo entre tres, esta vez no quisimos llamarlo y
nos retiramos al rato de conversar un poco con ellos. No regresamos nuevamente,
Calero nos comunicó que la embajada se encargaría de darle atención a los tres
detenidos en aquella prisión y me ordenó subir el bote salvavidas. Me encargó
la responsabilidad de velar por las pertenencias de Freixas y las trasladé para
un pequeño camarote que se encontraba vacío para darle el suyo al nuevo Segundo
Maquinista, Luis Pérez Junco, un mulato a quien conocía desde su época en el
buque “Luis Arcos Bergnes”, aunque solo nos saludábamos en nuestras
coincidencias en la empresa.
Un día se apareció un pariente lejano de Freixas a
reclamar sus cosas, venia acompañado de una nota escrita por él y no dudé en
entregárselas. Yo conocía a este primo suyo, era el mismo que le había
facilitado la pistola a Freixas, gran favor le hizo a su familia, pienso. Al
día siguiente regresó el primo al buque con otra nota donde reclamaba algunas
chucherías faltantes y no solo me sorprendió lo que leía, me sentí
profundamente ofendido por el tono utilizado, donde casi me acusa de apropiarme
de las porquerías faltantes. Lo conduje nuevamente al camarotico y esta vez lo
viré al revés. Por fortuna encontré los objetos mencionados en la gaveta del
buró y se las entregué con un escueto mensaje; “Dile a tu primo que le deseo la
mejor suerte del mundo, pero que se olvide de mi”. El mensajero trató de justificarlo
y di por terminada la conversación, sentí un gran alivio al deslastrar aquel
peso.
Lazarito regresó a sus andadas de borracheras con
tripulantes del “Sierra Maestra”, abandonó su trabajo y se perdía por días del
buque, no se presentó el día que salimos para Lobito a culminar nuestra
descarga y perdió el barco. Ya Calero tenía la cachimba repleta, bastante lo
toleró. Volvimos a Luanda y cuando se apareció Lazarito lo expulsó de la nave,
si yo hubiera sido el Capitán habría actuado igual, abusó demasiado y su caso
parecía no tener arreglo, es que nunca lo tuvo.
Salimos a navegar dejando atrás a un molesto cadáver,
no se puede negar que Collazo perteneció al ala extremista del partido. Solo
que con su partida nuestra situación no mejoró, me inclinaría a afirmar que
empeoramos. Importamos a otro individuo muy famoso por su nivel de crueldad
política, Plácido Bosch solo era superado en esta escala de maldad por Roberto
Arche Flores en nuestra flota. Yo lo conocía muy bien, ya habíamos navegado
juntos en el buque “Jiguaní” y sabia de la pata que cojeaba, traté por todos
los medios de no cruzar palabra alguna con él, solo que un buque es un espacio
muy reducido para evitar colisiones entre su personal. El primer y último
choque se produjo en Lobito, luego de un parón espectacular delante de toda la
oficialidad en el comedor, Bosch supo del palo que se rascaba y en lo sucesivo
era él quien trataba de evitarme.
Verdaderamente nunca llegué a comprender a esta
especie de hijos de putas y el caso de Bosch estaba lleno de contradicciones
peligrosas. En una asamblea propuso que renunciáramos a la divisa por
encontrarnos en “Misión Internacionalista” y en esa misma asamblea solicitaba
un aumento de las asignaciones que recibiría como “gastos de representación”.
No, nunca logré comprenderlo, ¿estaba loco o había superado la barrera para
medir al hijo de puta? Este mismo cabrón hiper-revolucionario y comunista, le
provocó al buque una avería millonaria. Bueno, ya lo he mencionado en otro
trabajo.
Pocos meses después, todo pasó a formar parte del
enorme batallón que integra el olvido. Ninguno de los mencionados encontró
sitio en los baúles de nuestras memorias, es que eventos más importantes
corrieron la misma suerte, es como si toda una sociedad y sus hombres lucharan por
olvidar lo que fuera parte de nuestras vidas. Es que hoy se olvida por miedo,
ese pánico que se siente cuando regresamos a nuestro pasado. A veces resulta
penoso o doloroso desempolvar estos recuerdos, pero la historia merece ser
contada tal y como sucedieron los hechos. Ningún hijo o descendiente debe pagar
por los errores cometidos por sus padres, pero todos tenemos el derecho a
conocer esas verdades ocultas de nuestra historia y que sean contadas antes de
caer en manos de “historiadores” que las manipulen.
“Nadie me lo contó, yo estaba allí”.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2018-03-05
xxxxxxxxxxxxxxxx
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