martes, 6 de marzo de 2018

CAPITÁN RAIMUNDO RENE CALERO TORRIENTE

CAPITÁN RAIMUNDO RENE CALERO TORRIENTE


Motonave "N'Gola", escenario de esta historia.



Si se encuentra vivo debe haber saltado la barrera de los setenta, me alegraría que lo estuviera y le llegara de alguna manera estas líneas a él y en caso de ausencia a su esposa Reina, mi querida barbera de Luanda. Líneas que por supuesto, levantará ronchas entre muchos que lo conocieron y me conocen, sus detractores y mis adorables amigos de verticalidad impoluta. 


Nos conocimos en Luanda, él personalmente fue a recibirnos al aeropuerto, éramos un pequeño grupo de oficiales que hasta esa llegada no supimos cuales serian nuestras funciones en aquel lejano país. En dos autos fuimos conducidos hasta la escala del buque N'Gola, recuerdo que el camarote que correspondía a mi cargo estaba ocupado por un engrasador de uno de los barcos cubanos surtos en ese puerto. Una vez dejado el pesado equipaje bajamos al comedor y me sucedió lo que, a cualquier enamorado, fui flechado a primera vista. Comimos y se acordó una reunión con el Capitán a la mañana siguiente.


Calero había sido el “interventor” de aquella nave copropiedad portuguesa-angolana, no estoy seguro si de la compañía naviera también, no puedo asegurarlo. Su esposa Reina, abogada de profesión, era asesora de un alto funcionario angolano, tampoco puedo precisar con exactitud si perteneciente al Ministerio de Transporte. Una dama muy amable que atendió mi melena durante el año y medio que compartí con aquella maravillosa tripulación encabezada por su esposo. 


Viendo las funciones y cargos ocupados por ambos, cargo en ascenso por parte de Calero, quien no se detuvo hasta la dirección de nuestra Empresa, ya están autorizados a realizar cualquier ataque de rabieta contra las partes, yo incluido. ¡Oh! Solo debo advertirles un detalle, no movería este teclado si no considerara que valiera la pena. Ya me conocen suficiente bien y el que lo desee puede acudir a todos mis escritos, queda muy poco por ocultar. ¡Yo, Claudio! Perdón, me perdí. ¡Yo, gusano! Escribiendo bien de un militante, bueno, no es la primera vez tampoco. También tengo un gran arsenal para hablar mal de quienes no lo fueron, comieron y bebieron de mi mano, para luego abandonar a los míos cuando mas lo necesitaron, “mis socios”. 


Digamos mejor que el enfoque de estas humildes líneas no van dirigidas exactamente al poseedor de un carnet, me inclino por el hombre, el Capitán con quien compartí quizás los mejores tiempos de mi vida como oficial. Líneas que por supuesto, viviendo en un mundo enajenado y tan complejo como el cubano, pudieran resultar perjudiciales. Eso lo he pensado infinidad de veces y he llagado a la conclusión, pudiera que simplista, ya Calero sobrepasa los 70 años si se encuentra vivo y poco pudiera perjudicarlo.


Su asignación como Capitán del buque “N'Gola” fue la mejor decisión tomada por la compañía ANGONAVE, quizás se propuso él mismo para escapar de aquel infierno, quien sabe. Lo cierto es que resultó muy oportuno mandar a un negro a comandar un buque tripulado en su mayoría por seres de esa raza. Negros que resultaron ser una excelente tripulación y vencieron ciertas complejidades en sus vínculos personales. Hablamos de un colectivo donde el idioma oficial siempre fue el portugués, pero entre pequeños grupos de ellos, se comunicaban en lenguas derivadas del bantú donde dominaban el kimbundo y el umbundo. Se hablaba también dialectos o lenguas originarias de Zaire, Sao Tome y Príncipe y Cabo Verde. Además, que nosotros los cubanos, cuando no queríamos que nos comprendieran, aplicábamos el lenguaje callejero de los aseres. Sumaba la nomina un pichón de portugués, muy buen navegante, ya escribí sobre él, Amílcar.



Delante "Pepito", el enfermero guardaespaldas de Calero. Taquechel y el Paye detrás.

Aunque fueran excelentes marinos, las relaciones personales entre ellos resultaban algo complejas, digamos que entre sus peores defectos, sobresalía cierto racismo practicado por los negros en contra de los mestizos. Solo la existencia de un buen Capitán podía neutralizar de alguna manera algunos actos de rechazo entre ellos por el color de la piel. Cuando fui conociendo mejor a Calero, encontré al Capitán que mejor aplicaba aquella frase expresada por el viejo Julio Justiz Calderón en el año 68; “El Capitán es la suma de la tripulación”. Muy pocos la aplicaban en nuestra flota y se hacían temer por sus actos, no respetar. No creo que capitanes negros como Remigio Aras Jinalte o Gabriel Sánchez, por solo mencionar a dos de ellos, obtuvieran los resultados de Calero con aquella tripulación. Mas que respetarlo y quererlo, la tripulación lo adoraba como si se tratara de un Dios, es que simplemente se hacia querer y siempre se vinculaba con los de abajo sin ningún tipo de complejos. Logró con la aplicación de buenos métodos esa cohesión tan importante en cualquier buque, puedo afirmar que, de aquella masa tan variopinta, éramos precisamente los cubanos los más difíciles de unir o dominar, extremadamente conflictivos.


Calero era un oficial con una muy buena formación profesional, siempre hacía gala de una ecuanimidad increíble en situaciones difíciles. Excelente maniobrista, tanto, que no necesitaba Prácticos para las entradas o maniobras de atraques en los puertos angolanos, él se había desempeñado como Práctico en Luanda. Además de ser un hombre con una formación excepcional, tenia la habilidad de brindarte la posibilidad de superarte y ganar confianza en lo que hacías. ¡Claro! Cuando llegaba a conocerte bien, nadie pone en juego sus responsabilidades a un desconocido.


Nunca lo vi de mal humor, ni en los peores momentos enfrentados, imagino que aquel conato de rebelión o motín producido en Rotterdam, haya sido suficiente motivo para encojonarse y no fue así, no explotó. Con toda la tranquilidad del mundo le dijo al comisario político angolano; -“Desenrola a todos los que participaron en el motín, nosotros tenemos suficientes cojones para llevarnos el barco solos hasta Angola”. Yo creo que los tripulantes no estaban preparados para una reacción como esa y dieron inmediata marcha atrás. La crisis fue provocada por un agregado de cubierta con cierto nivel de escolaridad entre un colectivo donde casi el 60% de sus integrantes eran analfabetos. Después de aquel caos fue mas admirado y querido por todos. Calero no aplicó ninguna medida represiva en contra de los revoltosos, algo que muy bien pudieron haber hecho otros capitanes cubanos adaptados a las medidas “disciplinarias” usadas en nuestra flota. Tenía habilidad suficiente para echarse a la gente en el bolsillo y aquel episodio se olvidó muy rápido. Fui precisamente yo quien solicitó el inmediato desenrolo de aquel cabrón, porque entre otras cosas, no solo era manipulador, era un rancio racista. El pedido lo hice en una reunión de arribada con directivos de la compañía, Calero no le había pedido sanción alguna, pero su permanencia con nosotros era un peligro potencial, una especie de guillotina sobre nuestras cabezas. Fue desenrolado pocos minutos después de concluida la reunión.


El Contramaestre Leandro a mi izquierda y el camarotero Jose Matuteo a mi derecha.

Calero no nos dio o quitó nada, se limitó a mantener todos los beneficios que en ese buque teníamos, los mismo que ofrecieron los portugueses a sus subordinados. Hablemos del derecho a un litro de vino diario en las comidas, semanalmente nos entregaban una caja de cerveza, una botella de bebida fuerte, refrescos y cigarros. Los tripulantes debían pagarlo, no así nosotros que solo recibíamos $1.00 dólar diario a partir de la salida del último puerto angolano. Mensualmente nos entregaban un botiquín, era gratuito para toda la tripulación y contaba con artículos de uso personal. Aquella cajita contenía máquina de afeitar, jabón de baño, champú, cuchillas de afeitar, perfume, talco, ambientador para el camarote, crema de afeitar, pulimento de muebles, etc. En fin, Calero mantuvo ese régimen durante todo el tiempo que estuvo de Capitán del N'Gola y puede contarse como un mérito cuando observamos la actitud de los capitanes arribados para otras naves. Poco tiempo más tarde, comenzarían a adquirirse nuevos buques para la compañía y se importaban oficiales cubanos. Aquellos capitanes fueron reduciendo los privilegios que disfrutamos hasta hacerlos desaparecer. La tripulación del buque “Hoji Ya Henda” comandado por el Capitán Herviti fue el primero en sufrir esas limitaciones, luego vendrían otros que no conocieron absolutamente nada de las ventajas disfrutadas por nosotros. En esos casos podía suceder lo siguiente, que fuera una acción voluntaria de sus capitanes buscando méritos personales, algo que no dudo. Pudo deberse a nuevas limitaciones impuestas por la compañía ANGONAVE, algo que dudo mucho.


Calero, como gran sibarita de las comidas, mantuvo el régimen alimentario heredado de los portugueses. El cocinero enviaba en la mañana el menú del día y si alguien no deseaba consumirlo solo debía enviarle una nota con el camarero. Podía observarse en horas del almuerzo y comida que, la mayor parte de la oficialidad era servida con platos diferentes, los que había seleccionado. Esa acción no molestaba a nadie y constituyó una parte muy normal de nuestras vidas. No sucedía lo mismo en el comedor de la tripulación, quienes aceptaban con gusto las ofertas de su cocina, casi siempre de origen angolano o portugués. Creo haya sido el único buque donde se disfrutaba de esa exquisitez en toda mi vida de marino, bueno, debía agregar que en la nave se encontraba enrolado un panadero cuyo trabajo era ese, confeccionar pan fresco para los desayunos, almuerzo y comidas, además de todo tipo de pastelería. Dudo que en los barcos adquiridos posteriormente sus capitanes mantuvieran esos privilegios que constituían verdaderos lujos.


Con mi hermano Pedro, caboverdiano de origen, dos amigos de Sao Tome a los extremos.

-Domingo, llama al cocinero, dile que quiero conversar con él. Domingo era uno de nuestros mejores camareros y se sorprendió un poco con la orden recibida, nosotros también.

-¡Si, Comandante! Fue toda su respuesta y lo vimos desaparecer rumbo a la cocina. Unos minutos mas tarde se encontraba el viejo cocinero parado al lado de Calero, era una persona muy querida por toda la tripulación, nunca le escuchamos pronunciar la palabra “no” ante cualquier solicitud que se le hiciera.

-¡Diga, Comandante! Su voz escapó nerviosa.

-Maestro, le prohíbo terminantemente que vuelva a repetir este plato. ¿No sabe que es un producto venenoso? ¿Cómo fue que llegó al barco?

-Comandante, fue servido por el proveedor de Lobito. ¿Qué hago con las tres cajas que tengo en la gambuza?

-Repártelo entre los tripulantes y si nadie los quiere guárdelo para donarlo a cualquier buque cubano. Todos comenzamos a reírnos con la ocurrencia del negro y el nerviosismo del cocinero. En las mesas descansaban varias fuentes conteniendo “aji relleno” de procedencia búlgara. Lo conocíamos muy bien, venenosos.

Calero cargaba con un guardaespaldas personal, así identificábamos al noble enfermero cubano al que nos limitábamos a llamar como “Pepito”. Curiosamente nunca escuché su verdadero nombre, siempre lo llamábamos así. Pepito era muy aficionado al alcohol y si se mantenía bajo control era porque nunca se despegaba de Calero, dormía en uno de los sofás de su salón. Aunque quienes lo conocían afirmaban que era muy buen enfermero, yo me valía de los servicios del enfermero angolano, aquel negro siempre estaba sobrio y tenía un conocimiento perfecto de su profesión.

-¡Coño, no sean abusadores! Nos dijo un día Calero a Lazarito y a mí.

-Capitán, ¿por qué nos dice eso? Lazarito fue el que preguntó, yo sabía por dónde venía el disparo.

-¡No se hagan los cabrones! Cada vez que salgo del buque emborrachan a Pepito y me tumban alguna botella. No mentía, nos pasábamos la vida cazándole la pelea y era así, invitábamos a beber a Pepito cuando nos quedaba un tercio de botella y emborracharlo no era tarea difícil, después del segundo trago se ponía contento.

Calero era hombre, un tiburón que se mojaba y salpicaba. Sabía que nosotros hacíamos mil movidas para ganarnos unos centavos y nunca se opuso a eso. En ese aspecto se destacaba el lado humano de quien conocía muy bien las injusticias que se aplicaron en nuestra contra y créanme, no abundaron capitanes de su especie en la flota.



Yo en el camarote de Calero.

Cuando abandoné el “N'Gola” me pasé varios años sin verlo, el continuó su rumbo y yo el mío, lo normal en la vida de los marinos. Luego me enteré de que navegaba en nuestras naves y hubiera deseado compartir nuevamente con él, solo que nunca fue posible. Tiempo mas tarde ocupó la plaza de director en la Empresa de Navegación Mambisa y en nuestros accidentales encuentros, no faltó nunca aquel abrazo sincero de ese mastodonte.


Han pasado veintiséis años que dejamos de vernos y no olvido aquel intento suyo por salvarme, solo que yo era un caso perdido y sin salvación. Unas semanas mas tarde deserté en Canadá y nunca mas he regresado. Sirvan estas líneas pendientes como agradecimiento por aquel gesto y el tiempo que pasamos juntos en el “N'Gola”.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2018-03-06



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