jueves, 1 de febrero de 2018

PAQUITO Y PAQUITA


PAQUITO Y PAQUITA





Nunca me gustó vivir dentro de la ciudad, menos todavía en una como La Habana, diseñada con estrabismos al futuro, contaminada como ciudad México, pero con una sola diferencia, respiraba por encontrarse al lado del mar, al que no se cansaba de envenenar.
Mientras sus edificaciones majestuosas y agotadas por el abandono oficial tenían que acudir al auxilio de muletas para sostenerla en pie de guerra, antiguas fortalezas se reían descaradamente de ella. Algunos restos de murallas construidas por nuestros esclavos, se mantienen bufonamente erguidos ante las nuevas construcciones. 

La paseaba casi a diario cuando me encontraba en el puerto habanero, la evitaba de noche. La Habana Vieja era el nido de lo peor que arribaba a nuestra capital, incubadora de delincuentes, hospital materno de la bolsa negra, cuerpo de guardia de la prostitución barata por su proximidad a la bahía, fábrica de dobles rostros sin par.
Por una de esas cosas raras de nuestras vidas y con el propósito de descansar del agua salada, caí en una microbrigada ubicada en la misma esquina de San Ignacio y Jesús María. En esas condiciones que más adelante les narro, ganaba el doble que un ingeniero cubano, yo era feliz, los vecinos eran felices, siempre andaban riendo, me sentí muy contento de estar nadando en un mar de mierda.
Nuestro propósito era (hablo en tercera persona acorde a las normas vigentes) mi propósito era vacilar un poco antes de hacerme a la mar de nuevo. Pues bien, la intención colectiva era construir una edificación de cuatro pisos donde se incluyera el consultorio del médico de la familia. No creo tampoco que haya sido el pensamiento de los que estábamos allí, no pensábamos, fuimos diseñados para obedecer y aquellos eran planes del Partido de la región.

Nuestro campamento o albergue se encontraba a una cuadra de nosotros, allí tocaban algo metálico que imitara el toque desafinado de la peor de las campanas existentes en el mundo, no recuerdo que pedazo de metal utilizaban, pero se encontraba en total armonía con el barrio. Ese día no tuve deseos de acudir al llamado de la merienda, era demasiado caro caminar una cuadra por la oferta y decidí subir al segundo nivel. Hacía solo unos días que habíamos terminado de fundir la placa y recién comenzaba a tirarse las maestras para levantar las paredes que continuarían aquel monumento a la chabacanería y mal gusto.

-¿Compadre no fuiste a merendar? Le pregunté a Gilberto, Gilbert para los socios, los ambias culiñanes de estudios, sus aseres que no tenían nada que ver con raza o religión, pero a él le salía de los huevos fuera así, nunca concibió panales sin fronteras, los hay de avispas y de abejas, siempre me dijo y no lo entendí muy bien. Levantaba unas cuartas del piso, flaco, enjuto y arrugado como una pasita de las que se habían perdido del mercado desde los tiempos de Cristo. Eso si, Gilbert tenía un volumen de voz muy desproporcionada con su cuerpo, cuando la alzaba metía miedo, lo hacía con suma frecuencia sin calcular que nunca resistiría un soplido. La gente lo quería y se lo tiraba a broma, muchas veces lo provocábamos solo para reírnos un poco, era muy buen improvisador.

-¡Cállate, coño! Paquito está templando. Me respondió, mientras con el índice me indicaba a una especie de tronera practicada en una de las paredes del edificio vecino. Era espectacular aquella cirugía ilegal practicada en una pared donde nunca se hicieran cálculos de resistencia y menos de longevidad. Era un simulacro de ventana o respiradero, tal vez una especie de cañonazo del tiempo para darle acceso a un poco de aire menos contaminado por la ansiedad oculta por diplomas y medallitas, tal vez para dejar escapar gemidos y sueños marchitados. Allí estaba ese hueco como herida sangrante de malas palabras, rústico, desnivelado, descubriendo viejas piedras centenarias o milenarias quizás. Nadie se preocupó de repellar sus costados, un arqueado alquitrabe que evitara la caída de otras piedras y el edificio. Para rematar aquella obra abstracta, habían colocado una especie de prótesis rudimentaria que simulaba ser una ventana. Una ventana de dos pisos como era normal verlas en toda la La Habana, detrás de ella era fácil descubrir la existencia de una barbacoa, solo los comemierdas turistas pasaban inadvertidos.

-¿Estás de mirahueco? Mira que siempre he pensado eres un tipo serio. Le dije para buscarle la boca como siempre.

-¡Qué coño mirahueco ni un carajo! Te estoy diciendo que te calles para que no le jodas el palo a Paquito. Me respondió sin quitar la mirada del marco de la tronera y volvió a señalar con el dedo índice, fue cuando me di cuenta que se refería a dos gorriones.

-¡Tas enfermo, compadre!, mira que dedicarte a esto ahora, tas grave. Le dije sin quitar la mirada de aquella pareja de pajaritos. En esos momentos Paquito le decía algo a su pareja, ella se erizaba y hacía unos rápidos movimientos casi telúricos, él la miró por unos instantes y se lanzó a un nuevo ataque. Se le encaramó aleteando y tratando de mantener su equilibrio la picaba en las plumitas de la nuca. La pajarita muy complaciente echó su colita a un lado, tal vez la ayudó el viento y pudimos ver por solo fracciones de segundos un puntico que tenía que ser su culito. Con más precisión que Guillermo Tell, Paquito inclinó su colita en busca de aquel dulce huequito, su colita estorbaba un poco, pero al parecer dio en la diana y se bajó de su parejita para hablar un poco con ella.

-Es del carajo ser pájaro, mira que pasan trabajo para templar, esa cola molesta mucho, deberían tenerla postiza.

-Pues mira, con la cola jodedora que dices ya le ha echado cinco palos a Paquita.

-No jodas, ¿tanto tiempla ese pájaro?

-Eso no es nada, ayer le echó quince palitos. Tomé un bloque y lo acomodé al lado de Gilbert para continuar el conteo.

-Cuando terminen deben tener el culo en candela, ¿qué comerá ese pájaro?

-¡Cállate y observa! Parece que la va a montar de nuevo. Sentimos a alguien subiendo por la escalera de madera.

-¡Asere!, aquí les traigo unos metros comiquísimos, cinco varos cada uno, mírenlos bien. Era Juanito, un mulato que pertenecía a una microbrigada distante a una cuadra de la nuestra.

-Oye Juan, vas a dejar a tu brigada sin herramientas, asere. Le dije bien bajito mientras observaba la calidad de aquellos metros, eran made in China, plegables y de aluminio.

-¡Shiiiiiiiiiiiiii! ¡Sió, cojones! Si van a estar dando muela bajen, le van a cortar el palo a Paquito. Juan se sorprendió por aquella inesperada reacción de Gilbert, se asustó más bien y casi al oído me habló.

-Asere, ¿Qué le pasa al consorte?

-Nada Juan, el lío es que Paquito está templando, fíjate que ya va a echar el palo número seis. Le indiqué con el índice al marco de la ventana.

-¿Seis palos? ¿Qué coño jama ese pájaro? Exclamó sorprendido.

-Y eso no es nada, ayer echó quince. Le respondí sin quitar la vista de aquellos dos animalitos, Juan tomó otro bloque y se sentó a mi lado. Todos guardamos silencio mientras Paquito repetía el ritual del talle, Paquita que se erizaba, Paquito que se le encaramaba y la picaba en la nuca, solo que esta vez Paquita movió la colita en dirección contraria a la del palo anterior y no le vimos el culito.

-¡Asere!, ¿tú no te has fachado unos binoculares del barco? Me preguntó Gilbert en la breve pausa que se tomaban los pajaritos.

-Coño Gilbert, ¿cómo me voy a poner en esa?, acuérdate que yo soy oficial.

-¿Y qué? Yo también lo soy y facho como un caballo, todo el mundo facha y no lo hagas para que veas, pereces.

-Si lo quieren yo se los puedo conseguir. Intervino Juan.

-¿Conseguir qué? Le pregunté intrigado.

-Los binoculares para que le vean el bollito a Paquita, y bueno, tal vez se le peguen algo más dentro de la ventana.

-¡No jodas, consorte! ¿Cómo vas a conseguir eso? Le respondió Gilbert.

-Aterriza mi herma, estás en La Habana Vieja, hasta un cohete MX si quieres, pide por esa boca. Paquita comenzaba de nuevo con sus movimientos espasmódicos, abría sus alitas y levantaba su colita dejando al descubierto su maravilloso huequito. Paquito decía sus cosas, tal vez protestaba ante aquella exigente hembra. Sentimos que alguien subía por la escalera.


Edificio construido por marinos en la esquina de San Ignacio y Jesus Maria. Habana Vieja

-Gilbert, hace falta que te llegues por el Círculo, se han descolado varias cunitas y cinco corrales, además, el baño está tupido de nuevo. Era Margot, la subdirectora de un Círculo Infantil que patillas había inaugurado hacía solo unos meses. Fue en esa etapa de su vida durante la cual, su descomposición mental le diera por inaugurar un Círculo diariamente. Entonces, todos sus tracatranes se imponían metas, o mejor dicho, se las imponían a los trabajadores y las cosas se construían en tiempos records, (en apariencias solamente) pero a los pocos meses, digamos que quizás semanas, comenzaban a flotar todas las porquerías realizadas. En el caso de ese círculo situado en Jesús María y media cuadra de San Ignacio yendo para la avenida del Puerto, todos los días iban a jodernos por algún problema. Lo más risible de todo ha sido que cuando el caballo fue a inaugurarlo, pintaron esas dos cuadras para engañar a la prensa e incautos extranjeros.

-¡Shhhhhhhhhhhhh! ¡Cojones! ¿Será posible que en este país no dejen templar tranquilo ni a los pájaros? Paquito y Paquita miraron hacia Gilbert y movieron sus alitas, se hizo un rotundo silencio.

-¿Y a éste qué coño le dio hoy? Replicó Margot algo molesta.

-Nada Margocita, no te pongas brava, el lío es que aquellos gorriones están templando, ahora van por el palo número siete, y dice Gilbert que ayer echaron quince. Le expliqué.

-¡Ñoooó! Pero ese no es un gorrión, es un caballo. Voy a tener que enviarle a mi marido para que le muestren esto. ¿Qué carajo comerá ese animalito?

-¡Shhhhhhh, coño! Ahí va de nuevo. Intervino Gilbert y todos guardamos silencio mientras Paquito repetía su maniobra. Le brindé mi bloque a Margot y me mantuve agachado hasta que terminara el palo, después me moví por otro. Sonó la campana y continuamos en esa interesante observación. La escalera de madera se movió de nuevo.

-¡Arriba! ¡Cafecito caliente!- Era Anita, una flaca muy próxima a los seis pies de estatura. Para ser blanca tenía el pelo tan ensortijado que se acercaba a negra en ese aspecto, sin embargo, siempre le observaba el color de las encías cuando reía o el color de las uñas y nada la delataba con antecedentes africanos. Anita estaba embarazada, mostraba con penas una barriga que sobrepasaba los cuatro meses, aún así, pertenecía a otra microbrigada que estaba ubicada a media cuadra de la nuestra. No recuerdo a cual organismo pertenecía, solo que ella misma tenía la seguridad de que sus posibilidades de obtener vivienda eran remotas. Cuando le pregunté por el marido me respondió con pocas palabras, Anita pertenecía a ese numeroso ejército de madres solteras y vivía hacinada en un solar. No sé cuales eran sus atractivos, pero Anita me gustaba mucho, aún con su barriga, debe haber sido por esto último, nunca había tenido una aventura con una barrigona, temí estar enfermo.

-¡Vaya, carajo! Éramos poco y parió catana, será posible que sigan jodiendo. Dijo Gilbert algo encabronado.

-Si quieren me voy pal carajo y se hacen el café en su casa. Dijo Anita acompañando esas palabras con la exagerada gracia que yo encontraba en ella.

-No te vayas flaca, reparte ya que se enfría. Le dijo Margot.

-De repartir nada mija, este café tiene nombre y apellidos. Respondió muy parca Anita.

-¿Cómo se digiere eso? Preguntó Juan.

-Muy fácil, ¿quién carajo les dijo que las micro dan café?, eso lo compran los muchachos haciendo una vaquita. Le dijo Anita mientras señalaba para Gilbert y para mí.

-Vamos a mojarnos los labios para encender un Popular, pero no se acostumbren, en la bodega venden los sobrecitos de café a tres pesos. Anita fue sirviendo en las únicas dos tacitas que cargaba y donde todos pegamos la bemba.

-Tomen esa agua de culo, pero no se muevan tanto ni hablen tan alto, no van a dejar templar tranquilo a esos infelices. Dijo Gilbert mientras sorbía con gusto aquellas goticas de café.

-¡Caballeros! Me pueden explicar que le pasa al flaco hoy. Expresó Anita preocupada.

-!Nada, vieja! El problema es que aquellos dos pajaritos están templando, ya han echado siete palos y dice Gilbert que ayer fueron quince. Explicó Margot en lo que yo busqué un bloque para mí y otro para Anita, ya sabía que se quedaría.

-¿Quince palos? Ese gorrión es un salvaje. Fue todo lo que soltó Anita.

-Na, va y es igualito al tipo que te llenó el tanque. Bromeó Juan.

-Ya quisiera parecerse a ese pajarito, siempre anda alegando estar cansado, que si las guardias, que si las reuniones, que si las marchas, que si la jama no está pa eso. No mijo, me lo llenaron con un solo palo, dichosa esa gorriona. ¿Qué comerá ese pajarito?

-¿Se acabarán de callar? Gilbert mostraba un bien marcado mal humor y todos nos reunimos nuevamente en nuestro silencio. La escalera de madera sonó nuevamente mientras Paquito y Paquita disfrutaban ahora su pausa un poco más larga.

-¡Arriba, caballeros! Papas rellenas de sorpresa, calenticas. Era Mongo con su acostumbrada lata de galletas debajo del sobaco. En el bolsillo trasero de su pantalón cargaba una libretita donde anotaba lo que fiaba, yo le pedí dos de pescado, al menos no me podía engañar porque el pescado debe saber a pescado. No sabían mal y costaban a veinte centavos cada una. Comenzaba el ritual que antecede un palo y Gilbert se observaba cada vez más molesto.

-Mongo, vende tus papas pero trata de guardar silencio. Le dije antes de oír explotar a Gilbert.

-¿Qué volá, están de luto? Preguntó sorprendido.

-No es luto Mongo, es que esos gorriones están templando y van por el palo número ocho, dice Gilbert que ayer echaron quince. Le explicó Anita.

-¡Quince palos! De tranca, ese gorrión se manda mal, me quedo, me quedo, y si llega a diez le regalo una papa rellena. Respondió Mongo.

-Pues búscate un bloque y cierra el pico. Le ordenó Gilbert.

-¡Caballeros! ¿Por qué no organizamos una apuesta? Nos jugamos una caja de laguer, es sencillo, los que apuestan a que llega a los quince palos y los que dicen que no llegará.

-Juan, mejor sigue con los fachos compadre. Le dijo Margot.

-De verdad que no hay ambiente en esta brigada de marineros. Terminó de decir cuando desde la calle se escuchaba un escándalo anormal y todos nos olvidamos de los pajaritos. La gente gritaba y solo veíamos a un negrito corriendo a toda la velocidad de sus piernas por San Ignacio, la información fue corriendo de boca en boca con más eficiencia que los órganos de prensa del país. El negrito venía en una bicicleta y se le tiró a la cartera que una turista llevaba colgada en el hombro. Parece ser que los tirantes de aquella cartera eran de muy buena calidad y el negrito no logró romperlas del tirón que le dio. En esa desesperada maniobra perdió el equilibrio y cayó al suelo, la gente le partió para arriba y el muchacho en su nerviosismo arrancó en una veloz carrera dejando tras sí su bicicleta. Mal día para el chama, todos nos sentimos conmovidos por el hecho, regresamos nuevamente a nuestros puestos y la escalera se movió de nuevo.

-¡Caballeros! Cigarros Populares de los buenos a varo la cajetilla. Era Janet, una mulata cincuentona y presidenta del cedeerre que estaba al lado del puesto de vianda. En seguida saqué cinco pesos.

-¿Podrán hacer silencio en un solo puto día de sus vidas? Protestó Gilbert.

-¿Y a éste que bicho lo picó? Expresó Janet mientras me despachaba las cinco cajas de Populares.

-Nada mija, estamos vacilando a esa pareja de gorriones templando, ahora van a echar el palo número nueve, y eso no es nada, ayer echaron quince. Le explicó Mongo, quien estaba sentado encima de la lata de galletas. -¿Quieres papas rellenas Janet?

-No mijo, en la casa estoy tirando algo mejor que eso. Todos giramos nuestra vista hacia ella y olvidamos a los pajaritos, solo Gilbert continuaba concentrado.

-¿Qué estás tirando? Le pregunté en nombre de la colectividad.

-Pan con lechón a dos varos y laguer a tres. Dijo Janet.

-Mulata, voy en esa, ya falta poco para que toquen la campana del almuerzo, así que me tienes en el número uan- 

-No hay líos, alcanza para todos. ¿Dicen que ese pajarito ha echado hasta quince palos? ¿Qué coño jama ese bicho? Mañana les mando a mi marido pa que le den una lección. Todos nos reímos mientras Paquita movía el culito con cierta elegancia, se hizo silencio y Paquito la volvió a montar, ahora la pajarita inclinaba su colita hacia la banda donde no podíamos verle el culito, la escalera se movió nuevamente.

-¡Caballeros! ¿No piensan pinchar hoy? Era Salvador el jefe de la brigada.

-¡Cállate la boca y no jodas! Tú haces menos que nosotros.- Le respondió Gilbert y aquella expresión lo paró en seco.

-No te mandes Gilbert, ¿en que onda andan ustedes aquí arriba? Preguntó y entonces Janet le explicó la importancia de aquella espontánea reunión, Salvador fue hasta la pila de bloques y se acomodó en el grupo. No era mala gente el jabao, lo suyo era vivir, pero dejaba que la gente se defendiera. Abajo, los fiñes chiflaban y rechiflaban, algunos nos asomamos al borde del techo, una linda mulatita andaba con un bajaychupa mostrando sus dos tetas paradas como cañones antiaéreos. La lycra que llevaba puesta solo alcanzaba la mitad de sus muslos, muy ajustada, tanto, que se le marcaban hasta los poros de la piel, delante, donde se unen las dos piernas, un provocador bulto. Dicen los chamas del barrio que era una hernia.

-No puede ser que ese pájarito de mierda haya echado tantos palos, ¿de qué coño se alimenta? Preguntó Salvador mientras se oía el toque de la campana para el almuerzo, el sol daba directamente sobre nuestras cabezas y Paquito se observaba fatigado. La hembra no, ella seguía con sus provocadores movimientos, se erizaba, abría sus alitas, levantaba la colita en una danza erótica mientras le enseñaba el culito al pobre pajarito. Gilberto nos culpó a todos de aquella repentina indiferencia, dice que era por la cabrona conversadera, ambos pájaros salieron volando y el grupo se fue disolviendo. Yo fui con Gilbert para casa de Janet por un pan con lechón y tres o cuatro cervezas. Juan no pudo vender sus metros de mierda, Margot muy preocupada con su círculo infantil y los servicios que se desbordaban. Anita con su linda pasita y aquella barrigona, bajaba en cámara lenta la escalera de madera.

-Y fíjate Margot, dile a todas esas putas que trabajan contigo, que cuando tengan la regla no metan el kotex dentro del baño, porque la próxima vez lo va a destupir la madre que las parió. Fue la despedida de Gilbert.
Pocos días después, el pobre Paquito trabajaba como un animal para construir un nido, lo hacía en un hueco existente entre el alquitrabe de la ventana y la pared de aquella tronera. Ya no templaba ni Paquita le hacía gracia alguna, cargaban con todo lo que encontraban en las calles del barrio, pedacitos de papel, trapitos, hilachas de algodón, pedacitos de tela y una que otra yerbita encontrada casualmente.

Paquita era feliz porque al final de tanto sacrificio tendría su hogar y el de sus pichones. En La Habana Vieja las cosas empeorarían, Anita continuaría hacinándose en el solar junto a sus padres y hermanos. A solo unas cuadras de allí, el historiador le daría unas vueltas a una ceiba que existe en el Templete en extravagante ritual que accionaría las camaritas de los curiosos turistas, resultaba simpática aquella novedad ante sus ojos y ridículo el papel del que solo mencionaba la historia de aquel pedacito de la ciudad.

Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canada.
2003-03-30


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