WILFREDO TAMAYO,
ENTRE LOS PEORES DE SU ESPECIE "F1"
Motonave "Pepito Tey", escenario de esta historia.
En la marina mercante cubana existieron hijos de puta que hicieron historia y merecen no ser olvidados. El daño que produjeron durante sus pasos por nuestras naves no solo tiene que ser recordados, deben ser dominio de sus hijos y nietos también. Los hijos de sus víctimas merecen una explicación al no escucharse por ningún lado una palabra de arrepentimiento o perdón por los sufrimientos producidos a sus padres. Yo no creo en ese falso concepto creado alrededor de la “ética profesional” por la que muchos abogan hoy y que solo busca silenciar abusos practicados por individuos con mandos a bordo de nuestros barcos. Tampoco estoy capacitado para perdonarlos, razones por las cuales no me callo ante esas constantes demandas de silencio que en “apariencias” clama por reconciliación entre cubanos. Lo lamento por todos esos que acostumbran a poner nuevamente su mejilla ante estos canallas, yo no.
Tamayo llegó enrolado al buque “Pepito Tey” encontrándonos fondeados en la bahía de Cienfuegos y listos a tomar carga con destino a Japón. Llegó acompañado de dos camareras, Chacha y Mercedita, ambas resultaron ser excelentes trabajadoras y serian muy queridas por la tripulación. No solo se enroló acompañado de esas mujeres que luego ocuparían las plazas de “Primera y Segunda Dama”, trajo también a un agregado de cubierta que no recuerdo si era de la Promoción XVII o de la XIX. No puedo precisar exactamente si el enrolo de ese individuo se produjo en este puerto, creo que sí. Casualmente Agustín era yerno de Mercedita, lo que me hace suponer que así fuera. La tripulación se encontraba completa y solo era esperado el relevo del Primer Oficial, otro hijo de puta detestado por la tripulación del que no recuerdo su nombre. Sin que mediara explicación alguna se procedió al desenrolo de los dos camareros que serian sustituidos por las mencionadas mujeres. Es de suponer el revuelo e indignación que aquel atropello produjo, los salientes no tenían vacaciones acumuladas y el viaje pertenecía a los que normalmente codiciaban los marinos cubanos, Japón.
Dudo que Tamayo tuviera suficiente poder de influencia en la Empresa para que le permitieran actuar con esa libertad, pudo deberse también a un fuerte soborno, práctica muy común en aquellos tiempos o, que todo haya sido debidamente amarrado por el Capitán Cordoví cuando fue destinado a este barco. Lo cierto es que los camareros fueron desenrolados sin explicación alguna, poco importó las protestas y reclamos de los perjudicados ante el sindicato o partido. Todo estaba cuadrado, Cordoví y Tamayo eran militantes, “el partido es inmortal”, yo siempre dije que “inmoral”. Ambos tendrían mujeres que los atenderían y de paso un camarero particular, porque ese fue el verdadero rol del tal Agustín, apodado por toda la tripulación como “El Perro” y con mucha razón. He visto su foto por Facebook, no sé si vive en Cuba o el extranjero, tampoco me importa, vayan dirigidas estas líneas al papel miserable que desempeño a bordo de aquel buque, si se superó, felicidades.
A Cordoví lo conocía desde que era Tercer Oficial y no tengo mala opinión en su contra, una persona muy noble, nada extremista y dominante de su profesión. Me inclino a pensar que fuera manipulado hábilmente por Tamayo y la posibilidad de contar en su cama con una mulata hermosa, todo puede ser posible. Lo malo de toda esta situación es que el papel desarrollado por el Capitán fue casi anulado por un inteligente oportunista y manipulador. Tamayo asumió un rol que no le pertenecía y entre otras cosas, se destacó por el uso y abuso de los bienes de consumo pertenecientes a la tripulación ante la mirada pasiva y cómplice del partido a bordo. No hubo noche en la que no se dejara de festejar algo en su camarote y como era de suponer, miembros del secretariado del partido participaban de esas interminables fiestas. Mientras todo eso sucedía, la tripulación sufría todas las privaciones y limitaciones que imponían los tiempos, pero tampoco se mantuvo pasiva ante el abuso manifiesto, se desquitaba robando en la gambuza o los mismos instantes que arribaban víveres a bordo.
Tamayo y yo habíamos estudiado en el mismo curso de oficiales, no perteneció a mi grupo y como estudiante no dejó de ser uno más que pasara inadvertido. Nunca tuvimos relaciones amistosas y tampoco fuimos enemigos, sencillamente existimos ignorando nuestras presencias. Desde el instante de su enrolo, su comportamiento mostraba cierto malestar por mi presencia. Nunca vi con buenos ojos el despotismo en su trato con la tripulación y cuando quiso ensayarlo conmigo lo paré en seco. Un día tocó de manera violenta la puerta de mi camarote y la abrí con un trozo de hierro en la mano.
-¿Qué cojones te pasa? Lo sorprendí.
-Que llevo media hora tocando y no abres. Respondió muy calmadito.
-Como si te metes tres horas, tu no eres nadie para tumbarme la puerta. ¡No te vayas a equivocar conmigo! A partir de ese día enviaba a su perro.
Tamayo nunca compartió con sus subordinados ningún producto que recibiera como regalo por parte de agentes o proveedores. Fueron muchas y variadas las cajas de bebidas recibidas como comisión en los dos viajes que realizó a bordo del “Pepito Tey”, botellas que siempre descorchó en su reducido grupo de aduladores. No es que dejara de compartir aquello que siempre estuvo prohibido aceptar, él nunca se relacionó con sus subordinados, tampoco creo que le aceptaran una invitación, la gente lo detestaba y nunca fue visto con simpatías.
-A partir de hoy vas a ocupar la plaza de Primer Oficial. Me dijo una mañana en el alerón del puente el Capitán Cordoví, yo tenia la costumbre de subir a esa hora diariamente para darle cuerda a los cronómetros. Simplemente me sorprendió.
-¿Qué ha sucedido? Le pregunté sin comprender mucho lo que acababa de escuchar, llevábamos tres meses atracados en el astillero de Barcelona reparando la maquina principal del barco. La monotonía se había adueñado de nuestra existencia, apenas teníamos contenido de trabajo y las guardias se limitaban a las anotaciones en el Diario de Bitácora, bajar la bandera cada tarde, encender las luces exteriores en el ocaso para volver a apagarlas en el orto.
-He tenido que sancionar a Tamayo, anoche le cayó a trompones a Mercedita y le desfiguró todo el rostro. Escuché aquellas palabras mezcladas con una nota de dolor, como si las sintiera de corazón y estuviera arrepentido de la medida administrativa tomada contra su sicario. Yo las recibí con toda la alegría del mundo, era hora que la justicia divina le pasara factura al degenerado, pensaba.
-Verdaderamente no me importa su plaza, hay otro barco cubano atracado cerca de nosotros, ¿Por qué no solicitas un cambio de oficiales con ellos?
-Es algo muy complejo y nadie querrá abandonar su nave para venir a este cacharro, es mejor resolver las cosas entre nosotros.
-¿Y por qué la golpeo? Si se puede saber.
-Dice que por problemas de celos, ahora anda llorando por la falta cometida.
-Si fuera solo esa falta, la tripulación hará una fiesta cuando se entere del acontecimiento, lo odian.
-Para que el impacto y sufrimiento sea menor, solo te pido de favor que lo dejes continuar en su camarote. Me sorprendió aquella proposición suya, ¿estábamos realmente tratando de un “sancionado”?
-¡Mira! Ya te dije que no me importa asumir su cargo, pero eso que propones de un ascenso a medias no será bien visto por la tripulación. Nos separamos e inmediatamente, pasé por el camarote de Merceditas para verificar los daños de los que había sido víctima. Tenía todo el rostro inflamado, amoratado y desfigurado, sentí mucha pena por ella y se lo hice saber.
-¡Sangre! ¡Sangre con ese hijoputa! Manifestaba cuanto tripulante me crucé esa mañana en la cubierta principal, el ambiente estaba muy caldeado y al parecer, la información se había filtrado a los trabajadores españoles del astillero que nos conocían y mantenían con nosotros una relación muy familiar.
-¡Amirante, sin compasión con ese degenerado que ha golpeado a la Mercedita! Manifestó uno que otro trabajador, yo era bien conocido entre ellos y me llamaban “Almirante” desde una de mis grandes borracheras.
Wilfredo Tamayo, segundo de derecha a izquierda.
-¡Que te entregue todo lo que corresponde al cargo! Tiene que mudarse a tu camarote, entregarte la jeva y al “perro”. Dijeron varios de ellos en una especie de mitin matutino espontaneo y de algo estaba muy claro, lo odiaban como a nadie y ahora acudían al desquite para lavar todos los abusos cometidos durante su año en el cargo. -Si no te entrega todo, puedes estar convencido de que no te respetaremos. Subí inmediatamente al camarote del Capitán.
-¡Fíjate que no procede la proposición que me hiciste! Te recomiendo que gestiones un Primer Oficial. No acepto la plaza a medias.
-¿Qué sucedió para ese cambio repentino?
-Mucho y poco, la gente no me aceptará en el cargo sin asumir y disfrutar todo lo concerniente a esa plaza, me lo han dicho claramente. Los tripulantes lo odian y están pidiendo “sangre”, quieren ver una sanción real y no teórica como la que pretendes aplicarle.
-¡Coño, eso será destruirlo totalmente!
-No es mi problema, yo no fui el que desfiguró a Mercedita, no soy el sancionado y menos aun el que se ganó el desprecio de la tripulación con su trato despótico. Así que búscate otro Primer Oficial que acepte esas condiciones, yo no soy el más indicado.
-No, yo creo que la tripulación y tú tienen razón, dile que proceda a mudarse de camarote y te haga entrega formal del cargo.
-Otra cosa y esta es una solicitud mía.
-Tú dirás.
-Como está sancionado no lo quiero en el puente, debe ser excluido de todas las guardias y ser desenrolado inmediatamente cuando arribemos a La Habana.
-Okey, que no lo incluyan en ninguna guardia y comunícaselo. No demoré un solo minuto más, bajé al camarote de Tamayo y con toda la satisfacción del mundo le comuniqué la decisión tomada.
-Yo no sé hasta dónde me quieren llevar. Manifestó con voz que enviaba un amargo lamento.
-Nadie quiere llevarte a ningún lado, tú eres el sancionado y debes abandonar este camarote. Te informo de paso que estás excluido de las guardias de navegación y puerto. Tienes lo que te mereces y supiste ganar, llama a tu perro para que te ayude en la mudanza, tienes media hora para abandonar este camarote.
Para asombro de todos los tripulantes, Mercedita fue enviada para La Habana en uno de los barcos surtos en ese momento en Barcelona. Recuerdo que era un modelo Dnieper y que en él se encontraba enrolado como Primer Oficial Amado Carbó, antiguo compañero de estudios. Definitivamente se había procedido como si ella fuera la sancionada y no la victima de este atropello.
-Me enteré de que te han regalado varias cajas de bebidas y que la has compartido con la tripulación, sin embargo, no he recibido ninguna botella. Quedé mudo al escuchar esas palabras, nunca pensé que Tamayo fuera tan descarado y se atreviera a tal reclamación.
-¡Mira! Antes de entrar a mi camarote debes tocar la puerta y si me da la gana yo te autorizo a entrar. ¿Así que reclamas por una botellita? ¿Cuántas compartiste con la tripulación durante este año? De verdad que eres un descarado e inmoral, no se te ocurra venir nuevamente a mi camarote, no eres bienvenido. ¡Fíjate! Si algún día me encontrara ausente y te atreves a entrar, no vayas a beber de ninguna botella que observes abierta, voy a agregarle cianuro para que te envenenes, hijo de puta. ¡Y ahora lárgate de mi vista!
Una vez despachado el barco y autorizada la tripulación a bajar a tierra, se le entregó la hoja de desenrolo a Tamayo y se le ordenó que sacara todas sus pertenencias, esa fue la ultima vez que lo vi. Nunca supe y tampoco me interesó si llegó a cumplir toda su sanción. Si me queda la satisfacción de haberle hecho cumplir la parte que le correspondió mientras estuvo a bordo, ya saben como funcionan las cosas en la isla y todo lo que son capaces de hacer para salvar el “alma” de un militante que ha cometido un error. Por una falta como esa cualquier joven “simple” hubiera sido sometido a juicio y encarcelado.
Claro que han pasado muchos años, treinta y cinco exactamente desde que se cometiera ese atropello contra una camarera nuestra. Claro que vale la pena traer esos momentos amargos y desagradables vividos en nuestras naves, no se pueden olvidar y tampoco los perdono. Por delitos menores fueron expulsados muchos jóvenes de la marina mercante cubana y, no tuvieron compasión ninguno de los que levantaron sus índices acusatorios en aquellas asambleas donde participaban los “Tamayos” en su condición de militantes. ¿Por qué razón debo olvidarlos y perdonarlos?
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2018-01-19
xxxxxxxxx
No hay comentarios:
Publicar un comentario