sábado, 2 de diciembre de 2017

¡TODO A BABOR HASTA CAER A RUMBO 270!


¡TODO A BABOR HASTA CAER A RUMBO 270!



Motonave "Renato Guitart", escenario de esta historia. 


Corría una de esas madrugadas apacible con un mar en calma chicha y nos desplazábamos a doce nudos sobre un espejo, unas veces roto por la estela fosforescente que dejaban los peces escapando de nuestro barco. Francisquito permanecía silencioso sentado en la banda contraria, yo me encontraba a estribor. Nunca fue de mucho hablar y cuando lo hacía, una tartamudez tenue, pero incomoda, podía ser interpretada como un halo de lo que resultaba un falso nerviosismo. Nada mas alejado de su personalidad, era un tipo sereno y con las salidas de esos seres con temperamento sanguíneo. Unas veces explosivo y otras muy agresivo, como descargando una válvula de escape para no reventar cuando era ofendido y se le trababan las palabras por las dificultades en expresarse. Nos conocíamos desde que entramos en la marina en 1967 desmovilizados del SMO (Servicio Militar Obligatorio) y nuestras relaciones fueron siempre buenas, aunque su mundo era diferente al mío, muy hippie, lo que bien podía manifestar cierto grado de rebeldía en aquellos tiempos de tantas pendejadas y creciente chivatería.

Salté de la silla donde me encontraba sentado y me dirigí corriendo hacia el ecosonda. Francisquito se asustó y se colocó al lado del timón que en alta mar funcionaba con el piloto automático. Toda mi alarma había sido disparada por un repentino cambio en la coloración del agua y ustedes podrán preguntarse ¿cómo era posible? Es cierto, todavía no había amanecido y faltaba aproximadamente una hora para que se produjera el crepúsculo matutino. Lo tenia calculado y sobre la mesa de ploteo descansaba el gráfico donde aparecían las estrellas con posibilidad de ser observadas. Tenía la costumbre de hacer una listica debajo de ese gráfico con los nombres de cada estrella incluyendo el azimut y la altura por donde debía buscarlas. Es cierto que era de noche, pero no olviden que en el puente de cualquier nave se trabaja totalmente a oscura. Bueno, me refiero a los barcos viejos carentes de todos esos aparaticos que aparecieron con la modernidad, cada uno de ellos contando al menos con un bombillito. En esa situación, la vista y el oído del marino se agudizan mucho, tanto, que detectan el mas simple cambio de colores, aunque sean oscuros y se alarman ante cualquier ruido que no sea al que ya están acostumbrados.

-¡Francisquito, pon todo a babor hasta caer a rumbo 270! Lo vi agacharse para quitarle el seguro manual que se le ponía al timón cuando operaba con el automático.

-¡Todo a babor, cayendo a rumbo 270! Repitió, era obligado hacerlo para que el oficial supiera que había comprendido la orden y la cumplía. 

-¡Sube rápido al puente! Le dije al Capitán después de varios intentos en comunicarme con él, no respondió al teléfono magnético que poseía encima de su buro y repetí la llamada por medio de un tubo acústico que tenía al lado de su cama. Ese medio de comunicación no lo encontré en otra nave, se trataba de un tubo por el que se debía soplar y sonaba como un silbato donde se encontraba el receptor. El barco no contaba con teléfono discar y solo se disponían de tres con manivelas magnéticas, uno destinado al camarote del Capitán, otro al Jefe de Maquinas y el ultimo al departamento de máquinas. 

-¿Qué sucede? Preguntó con voz soñolienta.

-¡Sube y aquí te explico, es urgente! Regresé la mirada hacia el ecosonda y se encontraba marcando aun unas seis brazas de profundidad, encendí el radar. Con los binoculares me dediqué a otear el horizonte y no encontré razones visuales que justificaran el cambio repentino y brusco de la profundidad. El barco rompió su inercia comenzó a responder a la orden del timón, un gran arco de circunferencia se iba dibujando con nuestra estela. Observé inmediatamente la hora para plotear la posición aproximada del cambio de rumbo y me dirigí al cuarto de derrota cuando la profundidad comenzó a aumentar y registraba las ocho brazas. Medí la distancia transcurrida desde las cuatro de la mañana y trace a partir de ese punto el rumbo ordenado. Me detuve unos minutos a observar la profundidad señalada en la carta y no encontré nada anormal. Estábamos navegando en lastre muy próximos a un archipiélago ubicado al oeste de Guinea Bissau, no puedo recordar ahora cual de sus islas nos quedaba más cercana.

-¿Qué pasó ahora? Preguntó el Capitán mientras el vaho de su aliento algo desagradable chocaba con mi rostro.

-Tuve que cambiar de rumbo al detectar una profundidad de seis brazas por debajo del casco. Nos estamos alejando de la costa y ya va aumentando esa profundidad.

-Seguro que hay algún error en la última posición de las estrellas.

-¿Qué pinga, estrellas? No pude contenerme ante aquella deducción tan estúpida que me culpaba directamente.

-No me hables así, no es necesario.

-¿Cómo cojones no voy a hacerlo? Con las mismas estrellas nos encontramos en medio del Atlántico con el buque Moncada y con ellas mismas recalaste a Luanda. ¿Cómo quieres que te trate? ¿Me viste cara de maricón?

-Bueno, es mejor relajarnos y tratar de analizar la causa.


-Tenias que haber comenzado por ahí antes de acusarme. Es más, faltan pocos minutos para el crepúsculo, así que toma un sextante y ponte a cazar estrellas para verificar lo que digo. Se dedicó a revisar la zona donde nos encontrábamos y no halló nada anormal. Se dirigió hasta el ecosonda para verificar la profundidad y mas tarde se sentó frente al radar. En esos minutos me dediqué a leer toda la información que ofrecen las cartas náuticas en su barra inferior y vaya sorpresa que encontré. -¡Ve y lee la información de la carta! Le dije a secas mientras abría la maletica del sextante que usaría en mi observación y tomaba uno de los cronómetros.

-¿Qué me dijiste?


-Que observes la información de la carta y así evitarás otro día hacer acusación alguna sin conocimiento de causa.

-Realmente no entiendo lo que dices.

-Muy sencillo, estamos navegando con una fotocopia del año 1959 sin actualizar, o sea, han transcurrido 17 años desde que se publicara la carta original y muchas alteraciones debieron ocurrir, entre ellas, cambios en la profundidad al estar la zona afectada por la desembocadura de varios ríos. 

Guardó silencio y se retiró sin esperar el resultado de las observaciones astronómicas. Cuando la profundidad anduvo por las cincuenta brazas ordené caer al rumbo original, marqué en la carta el punto de ese nuevo cambio y la hora. Me dediqué a observar las estrellas y luego de plotearlas comprobé que no dudaba de mi trabajo. En esas fechas yo era Segundo Oficial y fui cubriendo la guardia del Primer Oficial Pineda, mi amigo Jorge Marcos Joan (alias Cebolla) ocupaba la plaza de Tercer Oficial y cubría la guardia del Segundo. El negro Vinent estaba enrolado de Agregado de Cubierta y cubría la guardia del Tercer Oficial.

La principal razón de aquello que pudo culminar en tragedia tuvo su origen en La Habana, hubo una gran movilización de buques que fueron desviados hacia la ultima campaña dirigida por el Napoleón caribeño, la guerra en Angola. En esa guerra participó una gran cantidad de naves de travesía, pesqueros y barcos de cabotaje, estamos hablando de un extenso convoy de buques separados a la distancia de un día. Es de suponer que, para no llamar la atención sobre aquella misión militar, el gobierno cubano decidió no comprar grandes cantidades de cartas náuticas correspondientes a la zona en cuestión y nos mandaron con aquellos papeles viejos.

La gente comentaba y tenían mucha razón, decían: “Dios es marino y no solo eso, es cubano”. Personalmente considero que muchos designios del Señor eran cumplidos por una oficialidad y marinería competente en aquellos tiempos que fueron desapareciendo quizás por su enojo.







Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2017-12-02


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