Capitán Urquiola.
"En silencio ha tenido que ser".
"En silencio ha tenido que ser".
Capitán Antonio García Urquiola
Ya había excedido el tiempo tolerable de estadía en la isla, transcurrirían mas de cinco meses desde la última travesía y me sentía incómodo. Yo formaba parte de un reducido grupo de personas que no disfrutaban permanecer tanto tiempo en aquella tierra envenenada, tampoco me consta quienes eran los restantes integrantes de aquel grupo, son simple deducciones, alguien debía compartir iguales sentimientos entre los cientos de marinos que formábamos parte de aquella flota.
Nunca me sentí verdaderamente atraído por permanecer más del tiempo necesario para compartir con mi familia y escasos amigos, porque a la altura de ese juego, ya los amigos y personas en quienes confiar se reducían a los dedos que tiene una mano. “Socios”, esa era la palabra correcta para definir a todos los que formaban tu circulo de allegados. Los socios que te abandonaban cuando estabas en las malas o aquellos que a espalda tuya levantaban la mano contra ti en una reunión del partido. “No confiable”, era una definición utilizada por el partido a las personas que se definían vagamente por la política reinante. “No confiable”, era una definición existente en el interior de cada ser, no se podía confiar en nadie, nadie sabia donde rayos se escondía la traición.
Poco a poco me iba convirtiendo en un paria sin haber abandonado la última pitada que el aire se tragó al salir del Morro. Creerán que exagero y no es así, yo era un “simple” dentro de las nuevas clasificaciones aplicadas a la división de la sociedad de acuerdo con los cánones comunistas. Una “simple” mierda sin muchos derechos que no fuera otro que el de obedecer y aceptar todo como bueno, el último en la escala de esclavos. Yo era un “indiferente”, “apático”, “poco combatiente”, “poco colaborador”. Yo era sencillamente un condenado por pecados no aceptados dentro de la sociedad creada por ellos.
Desde la Casilla de Pasajeros hasta el muelle La Coubre, toda esa explanada se encontraba abarrotada de cajones inmensos de piezas y maquinarias. Llevaban varios años decorando la Avenida del Puerto y los números de identificación se le habían borrado gracias a la acción benevolente de la lluvia. Nadie las reclamaba y hablo de millones de dólares tirados ante la indiferencia de quienes las compraron.
Era un recorrido diario que hacía para trasladarme desde la Lonja del Comercio hasta el muelle Aracelio Iglesias donde me encontraba enrolado como Primer Oficial. No acababa de adaptarme al sufrimiento que se vivía en el interior de cada guagua, el mal olor de los pasajeros y ese humor tan violento o amargado que se respiraba en cada recorrido.
La radio y la televisión se encargaban diariamente de transportarnos hacia un mundo fantástico donde todo era logros y victorias, sobrecumplimientos de alimentos que nunca visitaban nuestras ollas. Las colas con un grosor de cuatro o cinco personas en la tienda “Centro”, partía agresiva desde la misma entrada hasta la calle Reina, doblaba en Águila y se extendía hasta Dragones, donde podía doblar e invadir también una media cuadra de esa manzana. Solo una tienda en todo el país donde el “pudiente” podía abastecer a medias las necesidades de su hogar. Colas integradas por seres que llegaban desde los puntos mas remotos de la isla y dormían en aquellos portales repletos de pícaros para lograr un turno en la infernal cola. Muchas veces divago y me pierdo en pasajes que para muchos resultaran innecesarios, pero la mala memoria de los nuestros me obliga.
Escapé al abandono de un barco estando de salida y temí lo peor, solo que esa vez actué con inteligencia y preparé muy bien el escenario o coartada. Me ayudó también que había sido sustituida la Jefa de Cuadros, nunca gocé la simpatía de “La Dama de Hierro”, como la llamaba la mayoría de la oficialidad. El nuevo jefe comprendió mi falsa situación y me envió a casa hasta resolver el problema, unos días mas tarde retorné a la empresa y comuniqué mi disposición a ser enrolado.
Me enrolaron inmediatamente en el buque “Aracelio Iglesias”, allí le cubriría las vacaciones a su dueño absoluto, el Primer Oficial Amaral, persona con fama de alcohólico. Su Capitán Miguel Haidar también tomó vacaciones y fue relevado por “El Guajiro” Marrero. Generalmente, cuando se quedaba el Capitán de vacaciones era norma de que el Primero debía continuar a bordo. Me llamó la atención el rompimiento de aquel reglamento, no me detuve a indagar mucho sobre ese hecho, el barco me flechó como a cualquiera que se enamora a primera vista.
Angustiosa fue la espera por la terminación de las operaciones para largarme al carajo de aquella maldita tierra, hubo días que solo descargaban dos o tres camiones y en los almacenes del muelle no cabía una caja más, cargamento que corría la misma suerte de las estibadas en la avenida. Por la radio se hablaba mucho de la cadena “Puerto, Transporte, Economía Interna”, se mentía descaradamente y quizás ni los mismos vecinos del área supieran lo que estaba ocurriendo.
Los días transcurrían con esa normalidad particular de nuestro giro, el barco se llenaba de visitantes a la hora de almuerzo, casi todos eran inspectores o funcionarios nuestros. Otro grupo con gente del puerto y un piquete de descarados que se pegaban sin nadie invitarlos. Diariamente acudían buscando nuestra ayuda todo género de individuos, dirigentes partidistas, militantes de la juventud, portuarios y hasta microbrigadistas de Alamar. Todos mirando a nuestras naves como si se trataran de almacenes y sin acabar de comprender que la situación del país nos estaba afectando por igual.
Además de sentirme bien en aquel buque, su Capitán era una persona muy sencilla y campechana, no por gusto era conocido por ese apodo que recorrió cada barco por donde navegara. Nunca existió discrepancia alguna entre nosotros, era un tipo bastante sincero. Una vez me comentó sobre la proposición que le hiciera Jorge Torres Portela, aquel hijoputa con quien navegara en el buque “Pepito Tey” cuando estuvo de Capitán. Se encontraba sancionado a Primer Oficial y tuvo la intención de joderme, solo que Marrero lo conocía muy bien y no lo aceptó.
Buque de pasaje África-Cuba
Uno de esos días se apareció el Capitán Antonio García Urquiola en el camarote y me dejó caer un bombazo. Andaba trabajando en una de las dependencias de “Seguridad para la Navegación” de nuestra empresa y por lo que supe poco más tarde, se encontraba aún sancionado a Primer Oficial. Lo conocí en el barco de pasaje “África-Cuba cuando me encontraba navegando en el N'Gola y coincidimos en el puerto de Ámsterdam. Su sanción era vieja, creo que por haber hundido al buque “Pino del Agua” en aguas poco profundas en Latitud 18.53.13N y Longitud 110.31.30E. Solo que ese naufragio había ocurrido en 1974 y ahora estaba corriendo el 1984.
Urquiola pone sobre la mesa de mi camarote una orden llegada desde el Estado Mayor del MINFAR y tenía un plazo limitado para cumplirla. Era algo compleja para un Primer Oficial sin experiencia, se trataba de los cálculos de estabilidad necesarios para hundir al buque en tres condiciones diferentes, a toda carga, media carga y en lastre (totalmente vacío). Me explicó que esos cálculos formaban parte de las tareas encomendadas por los militares y el partido comunista para las maniobras “Fortaleza 84”. Otra de las grandes locuras del Napoleón caribeño con el fin de mantener entretenido al rebaño de ovejas, todos sabíamos que los americanos nunca nos invadirían.
Diariamente se realizaban ejercicios que podían sorprenderte en cualquier rincón de la ciudad, poco importaba si estabas atravesando el túnel de La Habana. Los barcos debían hacer sonar el tifón a una hora determinada y apagar todas las luces, toda una loca aventura que unos pocos disfrutaban, como si les encantara comer mierda. Cada día transcurrido aumentaba mis deseos por salir de aquella trampa de porquería, el ansia por aquella partida se fundamentaba en la existencia de una cantidad limitada de hijos de puta a bordo y que de una u otra forma se podían torear. Posibilidad inexistente en una isla donde chocabas con ellos las veinticuatro horas del día y donde menos lo esperabas.
Los que conocen sobre el tema saben que esos cálculos eran muy extensos y algo complejos, debías atentar contra el diseño de varios ingenieros cuya obra pretendía hacerlos insumergibles, así andaban las cosas. En cierto aspecto me beneficiaba mucho, conocía profundamente el barco donde debía partir y cualquier cálculo posterior resultaría un paseo. En aquellos tiempos no existían las computadoras y solo poseíamos como herramienta una simple calculadora. Le pedí al Sobrecargo unas hojas inmensas que se usaban en las pre-nominas, eran de dimensiones bien grande y en cada una de ellas plasmaría los cálculos para cada condición.
Urquiola visitaba el buque diariamente, hacía escala en el camarote del Capitán y bajaba al mío con cuatro tragos en la cabeza. En esa condición de semi borrachera daba rienda suelta a su lengua y desahogaba sus frustraciones en contra del sistema. Hacía mucho hincapié en su situación de sancionado y yo solo me dedicaba a escuchar, ya se me habían desarrollado las espuelas. De hablar culto, muy medido y pausado, trató de ganarse mi confianza, sabe Dios. Lo que nunca imaginó fue que, a esa altura del partido, ya había sufrido tantas traiciones y desengaños que yo no confiaba ni en mi sombra, la esquivaba y trataba de no pisarle los callos.
Varios días de análisis y estudios sobre el barco, consulta a planos de construcción, aplicación en los cálculos de factores no utilizados cuando se carga, etc., dieron como resultado el consumo de un tiempo superior al normal. Detalle que se encontraba comprendido si se tiene en cuenta que nos encontrábamos en operaciones de descarga, muy lentas, pero operaciones que siempre transcurren entre visitas a las bodegas, despachos con jefes de tarjas, reparaciones, etc., lo normal.
Finalmente le entregué aquellos cálculos, no sin antes de firmarlo dejarle una nota a modo de post data que decía mas o menos así: “El enemigo posee los medios necesarios para reflotar al barco”. Quise decirles que me tuvieron comiendo mierda varios días por gusto. Las intenciones, según me contara Urquiola, eran las de bloquear con esas naves hundidas las entradas a todos los puertos cubanos.
Motonave "Aracelio Iglesias"
Muy poco tiempo después y por las delaciones del superespía cubano Aspillaga, el gobierno de la isla se vio obligado a quemar a mas de doscientos dobles agentes, o sea, miembros de la CIA y del G2. ¡Vaya sorpresa y puta suerte la mía! Entre los quemados se encontraban tres capitanes convertidos en héroes, “El Gallego” José Meléndez, Antonio García Urquiola y otro Capitán de la flota pesquera del que no sé su nombre. Luego de ser identificados como tal y transformados en héroes, los pasearon como animalitos de circo por toda la isla, los homenajeaban y complacientes ofrecían charlas sobre la heroicidad de sus actos. Las ovejas escuchaban y aplaudían, ya estaban totalmente domesticadas. Después, algunos de aquellos héroes se dedicarían a vivir del cuento y otros, como “El Gallego” Meléndez, continuaría su carrera de “hijoputa fosforescente” hasta convertirse en director de nuestra empresa.
-¡Compadre, de la que escapé! Le dije un día al Guajiro mientras navegábamos rumbo a Europa.
-¿De qué me hablas?
-Del superespía Urquiola, todos los días pasaba por mi camarote y hablaba mierdas del gobierno.
-¿A ti también te pasó eso? Conmigo no tuvo búsqueda.
-Conmigo tampoco, pero no creo que espías profesionales se dediquen a estos menesteres domésticos, eso es tarea de los chivatientes.
-Hay que cuidarse, hay que cuidarse, uno nunca sabe. Nunca lo olvides: “En silencio ha tenido que ser”
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2017-11-29
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