REPARANDO EN EL DIQUE DE CASABLANCA
Motonave "Renato Guitart, escenario de esta aventura.
A veces se presentan obstáculos
-¿Qué piensas hacer hoy? Ese día se había enrolado en el buque para cubrirle las vacaciones al Tercer Oficial, nos conocimos durante un viaje a Angola cuando la guerra y luego coincidimos en Varna. Él andaba navegando en el buque “Onix Islands” y yo en el “Renato Guitart” hasta el momento de esta casual coincidencia.
-No, no tengo pensado hacer nada, acabo de entregar la guardia y me voy a casa.
-¿Por qué no nos llegamos hasta El Conejito a tomarnos unas cervezas? y tal vez te presente a mi cuñada, te aseguro que es un pollo.
-¡Coño! No tenía planificado nada para hoy, pensaba quedarme tranquilo en casa.
-¿Tranquilo? No te vas a arrepentir, ¿nos vamos? Siempre aparece el diablito que conduce mis pasos hacia el pecado, cuando mencionan una saya en mi presencia, no resisto mucho caer en la tentación.
El Conejito fue uno de los refugios preferidos por muchos marinos y gente de la farándula habanera de aquellos años, fui un asiduo visitante de su bar y restaurante. Como dije con anterioridad, una vez vencida la última locura del “comandante”, se producía una especie de tregua durante el tiempo que su mente iba incubando otra. Existió un pequeño paréntesis de relativa prosperidad y debo mencionarla debido a la mala memoria de los cubanos, sus politólogos y desinformados historiadores, cuya tendencia siempre ha sido ocultar o borrar estos pasajes de nuestras vidas. Después de su arrebato en el fracasado experimento de la zafra de los 10 millones de toneladas de azúcar y asesorado quizás por sus cercanos colaboradores, se experimentó cierta mejoría. Atrás quedaban las secuelas de la ofensiva revolucionaria, cierre de bares, clubes, restaurantes. Olvidada también y formando parte del pasado, el fantasma de una implacable ley seca con sus mártires incluidos por el consumo de alcohol metílico. Los alrededores de La Habana fueron agujereados con el fin de sembrar un café que nunca pudo sacar a ese producto de la libreta de racionamiento. No solo eso, el noticiero cubano, especialista en mentir e inflar cifras, evadió mencionarlo, nunca más se habló del Cordón de La Habana. La población merecía un descanso a esos constantes llamados de “su comandante” para cumplir y asumir como suyas las llamadas “tareas revolucionarias”, sus locuras.
Las vidrieras de las tiendas, se vieron de pronto invadidas por productos que habían desaparecido del mercado unos años atrás. Ropa interior de mujeres muy sexis para seducir a sus hombres agotados de tantas tragedias, guayaberas confeccionadas en Panamá, zapatos, artículos de primera necesidad, etc. Provocaron las prontas predicciones de osados futuristas que, auguraron la desaparición de la libreta de racionamiento de productos industriales. Una afirmación utópica y hasta ingenua de quienes no acababan de entender ese sistema. El comandante había sido concebido como una maldición para destruir a toda nuestra nación y nunca lo llegamos a comprender.
En esa pausa ofrecida en medio de sus locuras, los bares, clubes y restaurantes abrieron sus puertas a los nacionales. Aún no eran recibidos los turistas en la isla y vale mencionar para los desmemoriados, que fue el propio comandante quien les cerró las puertas. Los hoteles estaban destinados a los dirigentes, los de la capital cuando viajaban al interior por razones de “trabajo” y viceversa, actividades que realizaban con todos los gastos incluidos. Sólo una insignificante capacidad hotelera del país era destinada a las personas que se casaban, pero tampoco era muy sencillo obtener una reservación. Yo mismo tuve que hacer una cola de quince días con mi novia en las oficinas del INIT, situadas entonces en los bajos del hotel Habana Libre. Estando los bares, clubes y restaurantes abiertos a los nacionales, no significaba tampoco que aquellos pudieran hacer uso de los mismos. El salario mínimo era de $85.00 pesos mensuales y un ingeniero o cirujano ganaba solamente unos $300.00 pesos. Muy sencillo, no podían disfrutar esos lujos sin que se tradujeran en penosos sacrificios durante el resto del mes.
La novia de Rolando era muy simpática, hermosa y mostraba un cuerpo espectacular. Mediana de estatura y rostro sumamente bello, tenía todo lo que puede atraer a cualquier hombre, andaría por los dieciocho años nada más. Cuando me dijo que su cuñada era gemela de su novia, mi apetito y curiosidad estallaron inmediatamente. Ya había estado con mujeres hermosas, pero aquella criollita era toda una atracción. Después de pasar casi toda la tarde bebiendo y comiendo platillos en el bar, llegó la muchacha, ambas tenían los mismos nombres, pero colocados en posiciones diferentes. Digamos que una se llamaba María Teresa y la otra Teresa María. Estaba malhumorada y no me importaron las razones, preferí dejar que se refrescara entre tragos, el aire acondicionado del bar y la música disfrutada en bajo tono. Tampoco era amante de pintarle monerías o rendir mucha pleitesía a una mujer con fuertes síntomas de engreimiento o malcriadez que piensan merecerlo todo. Aparté mis propósitos de conquista y me dediqué a hacer cuentos cómicos, preferí terminar bien aquella jornada y largarme a casa. Entre un cuento y otro, luego de arrancarle algunas risotadas con mis locuras y bebidas unas cuantas cervezas de más, llegó el momento de irnos.
-¿Nos vamos? Me sentí algo sorprendido con su pregunta, yo no contaba partir con ellos a ninguna parte, no le había manifestado interés alguno a María Teresa.
-¿A dónde? No sé a qué te refieres. Le respondí delante de ellas sin ocultar mi sorpresa.
-¿Cómo que a dónde? Nos vamos para una posada. Respondió y no pudo ser más directo, el que no lo entendiera era un discapacitado mental. Ya corrían esos tiempos de gloria, donde templar fuera convertido en deporte nacional y sobraban las palabras.
-Mi hermano, yo lo siento, pero todo el dinero que cargaba conmigo se ha ido en este bar.
-¡Coño! Yo estoy igual que tú y contaba contigo. ¿Dónde nos metemos ahora?
-¡Chico! Yo creo que no hay mejor posada que un barco. Tendremos cama limpia, agua, ventilador y una que otra cerveza, mi socio Cebolla se encuentra de guardia.
-¡No jodas, compadre! El barco está en el dique y toda su área se encuentra rodeada con una cerca de dos metros de altura.
-La podemos saltar, somos jóvenes.
-¿Y dónde dejas a la milicia que hace guardia con fusiles?
-Nos escondemos y les jugamos cabeza. ¡Nada! No pueden negar que tiene sus encantos y salimos de la monotonía. Ellas escuchaban con mucha atención y como no escuché palabra de negación alguna, rematé mi propuesta preguntándoles a ellas. ¿Qué les parece la idea?
-Un poco alocada, pero no carente de emociones. Respondió Teresa María.
-No sé, tengo un poco de miedo, pero me gustan las aventuras. Dijo la que iría conmigo sin haberle dicho tan siquiera que me gustaba. ¡Claro que sí, cojones! Si logré hacer caminar a una búlgara en cuatro patas por un bosque, ¿cómo carajo no brincaría una cerca con una cubana?
-¿Nos vamos? Una vez en la calle le tomé la mano a mi futura pareja y no protestó, partimos en busca de una disparatada aventura.
Saltar aquella cerca no resultaba fácil, era alta para todos, pero había que hacerlo. Del otro lado nos esperaba una cama limpia y nuevos placeres, un desconocido episodio por vivir. ¡Que viva la juventud! Deseaba gritar. Buscamos un sitio protegido por arbustos que nos ocultaran de las luces de los autos que transitaban por aquella desolada carretera. Por suerte para todos, vestíamos jeans y disminuían las posibilidades que las ropas se rompieran en el intento. Acordamos que yo brincaría primero para recibir a las muchachas del otro lado y Rolando las ayudaría a escalar aquella molesta cerca Perles. Como eran de pies pequeños, aprovecharon la posibilidad de meter sus puntas entre los espacios cuadrados de ese tipo de cerca. Fueron valientes y decididas, no demoraron mucho en llegar a su tope y cruzar. Anduvimos escondiéndonos entre restos de aceros y pedazos de naves abandonados en aquellos terrenos. Buscábamos los movimientos de la milicia y avanzamos con mucha cautela hasta lograr el muelle paralelo al dique. Una vez adentro no teníamos razones para escondernos, había varias naves atracadas y podíamos alegar pertenecer a la tripulación de cualquiera de ellas y que visitaríamos a un amigo en mi barco.
-¡Asere! ¿Qué haces aquí? Preguntó Cebolla cuando me vio entrar al salón donde escuchaba música, el barco no contaba con televisión. El conocía a Rolando y sólo fue necesario presentarle las muchachas. -¿Cómo lograron entrar? Le conté por encima lo que habíamos hecho.
-No cabe dudas que ustedes están locos y ellas se encuentran de gravedad.
-¿Tienes las llaves de la nevera?
-¡Sí! ¿Qué quieres?
-Hace falta que me subas una caja de cerveza al camarote, mañana me llego hasta Casablanca y compro una. Vale recordar que en esos tiempos no era difícil comprarlas por el módico precio de 14.60 pesos cubanos. Subimos y lo esperamos en mi camarote donde compartimos varias de ellas. Era tarde y le dije a Rolando que se fuera para su camarote con varias botellas. María Teresa y yo decidimos bañarnos antes de acostarnos. Fue precisamente en el baño donde la besé por vez primera y pude percatarme del maravilloso cuerpo que poseía. Tener sexo con aquella muchachita fue una alucinación y no hace falta describirlo porque incurriría en el pecado de la redundancia. Siempre es así cuando una mujer te gusta y hace posible que esos recuerdos viajen durante tanto tiempo.
Siempre aparece una dificultad o problema donde menos la esperas y ese día, debo confesar que fue algo sorprendente.
-Dice el mayordomo García que anoche se robaron la banda de un puerco y que tú habías dormido aquí con unas mujeres. ¿Tienes que ver algo con ese robo? Me preguntó el negro Pineda, estaba de Primer Oficial y sabía que yo era un gran jodedor, pero no tenía antecedentes de ladrón.
-Pineda, anoche me colé en el dique porque no tenía plata para entrar a una posada y agarré una caja de cerveza. En la mañana le dije a García que iría hasta Casablanca a comprar esa caja, pero no tengo idea de lo que me dices. Es que no tiene explicación, ¿Cómo saldría del dique cargando una banda de puerco?
-Yo no he dudado de ti, pero debía apelar a este recurso obligatorio de llamarte para buscar la verdad. Yo pienso que eso solo pudo ser posible con la ayuda de un lanchero y García es un cabrón, todos los mayordomos y sobrecargos tienen muy buenos contactos con ellos. Cebolla, baja a la cocina y dile a García que venga a mi camarote. Mi amigo se encontraba presente porque le estaba entregando la guardia a Pineda y lo obedeció inmediatamente. García era un gordo rancio que era vecino de una prima mía en La Loma del ultramarino pueblo de Regla y de verdad me sorprendió aquella traición suya. Ya me lo había advertido mi prima, él vivía con una mulata más joven y hacía de todo para complacerla.
Motonave "Luis Arcos Bergnes"
-García, trate por todos los medios de contactar al lanchero amigo suyo y dígale que regrese al barco el pernil o banda de puerco que usted se robó antes del mediodía. Si eso no ocurre, me veré en la obligación de levantarle un informe y solicitar a la policía su presencia en el buque, yo le aconsejaría que se mueva rápido. ¡Ah! También quería decirle otra cosa, Esteban no tiene que comprar la caja de cerveza, él estaba autorizado. ¿Sabe por qué procedo de esta manera? García se mostraba muy nervioso e imposibilitado para ofrecer explicación alguna y Pineda concluyó con unas duras palabras. -Lo hago porque eso no lo hace un hombre, es lo más bajo que he visto en mis años de marino, ya lo sabe, trate de resolver este problema porque me veré en la necesidad de partirle los cojones. Pineda fue un tipo muy justo y elegante en el trato con el personal, no era amigo mío, razones para que nunca compartiera con él fuera del ambiente del barco. Tuvimos excelentes relaciones de trabajo en los viajes que dimos juntos y donde se presentaron diferentes tipos de problemas.
Aquellas relaciones se mantuvieron durante todo el tiempo que estuvimos en el astillero y después de regresar del siguiente viaje. María Teresa era una chiquilla malcriada y caprichosa. Muy acostumbrada a imponer su voluntad a los hombres que mantuvieran relaciones con ella, yo no formaba parte de esa especie que ella conoció. Razones tenía para actuar de esa manera y que la aceptaran con esos defectos. Había sido gimnasta y modelo, pueden imaginar por un instante el cuerpo al que me he referido con pocas líneas, era casi perfecto. Me contó que mantenía relaciones con un piloto de la compañía Iberia y con un ministro, no sé cuál de tantos. Lo cierto es que de visita en su casa donde compartí muchas veces con sus padres, ella me mostró su closet de ropas y quedé asombrado. No les miento si les digo que observé más de treinta pares de zapatos y unos siete juegos de jeans de marca, todos caros. Además de contar con toda una colección de vestidos de toda clase de telas, modelos y colores, un verdadero lujo en nuestra tierra.
-¿Tú participas en tríos? Me preguntó una mañana cuando me encontraba tumbado en su cama.
-Yo no entro en ese tipo de relajos. Fue la respuesta que se me ocurrió en ese instante y de la que hoy cargo como arrepentimiento. Debí haberle preguntado a qué tipo de trio se refería, si se trataba de dos hombres con una mujer o dos mujeres con un hombre. Aún era inmaduro y mi mente no había despertado a esas ofertas de placeres que existen en la vida cotidiana, perdí por tonto.
-¿Vamos en guagua?
-¿En guagua?
-¡Si, en guagua! ¿Eres de otro planeta? Están pasando vacías.
-¡Vámonos para una posada!
-¿Posada?
-¿No sabes lo que es eso? Son cuartos muy deprimentes que alquilan y donde muchas veces no hay agua. Lo utilizan millones de parejas para tener relaciones sexuales.
-¿Por qué no vamos a un hotel?
-Porque yo no soy ministro, ni piloto de Iberia. ¿No te has enterado que no hay reserva para los nacionales?
-¡Hola! Estoy en el Polinesio.
-Yo estoy, yo voy a hacer, yo pienso…
-Estoy en el Polinesio. Click
-No me das tiempo a explicarte, enseguida cuelgas el teléfono. Me decía treinta minutos después de haberla llamado en el bar.
-¿Sabes por qué lo hago? Si te escucho no estuvieras aquí sentada conmigo, eres muy complicada cuando te parece y te lo han soportado, yo no.
-¡Hola señora! ¿Se encuentra María Teresa?
-¡No está en casa! Ella me pidió le dijera que estaba en la playita de 16.
-¡Coñóoo! ¡Qué par de jevas más ricas!
-¡Apunta para otro lado! Una es mi mujer y la otra mi cuñada. Le dije encabronado a la taxista que me condujo esa tarde hasta la playita 16, una lesbiana que se quedó petrificada al escucharme.
-¡Blanco, tienes buen gusto! No quise continuar el tema.
Ferry "Palma Soriano".
No recuerdo cuál fecha se celebraba y yo me encontraba de guardia ese día en el dique, tuvo que ser el 31 de Diciembre. Todavía teníamos asignaciones adicionales de comida y bebidas para celebrar las fechas “revolucionarias”. El último embarque con sidras, manzanas, turrones y otros productos para las Navidades, arribaron en los barcos “Sierra Maestra” y “La Lima”, fue en el año 1968. Esa fue la última Navidad autorizada en la isla, todo se vino abajo cuando la ofensiva revolucionaria mencionada. Encontrándonos en el extranjero le asignaban al buque dólares extras para adquirir esos productos, pero el maleficio que azotaba el país, nos atrapó con sus tentáculos en cualquier punto de la tierra. Antes de desertar tuvimos graves dificultades para comprar víveres y continuar viaje, además de no existir dinero para pagarnos, ya ustedes pueden imaginar. De aquellas fiestas sólo autorizaron para sus celebraciones el 26 de Julio y 2 de Enero, pero sin los recursos antes mencionados. El primero de Mayo era día de desfiles y discursos.
Ese mencionado día festivo pasé por el buque “Luis Arcos Bergnes”, que estaba reparando también en el dique e invité a mi colega de estudios Irán Labrada. El sólo debía aportar una caja de cerveza y podía acudir con su brigada de guardia. Me llegué también al ferri “Palma Soriano” y allí estaba de guardia otro compañero de estudios, le cursé la misma invitación para la noche. Ese día podíamos beber, comer y celebrar con tranquilidad, estábamos convencidos de que los sorpresivos inspectores de la marina estarían en sus casas. El Tercer Oficial del “Palma Soriano vino acompañado de tres tripulantes, pero entre ellos traía una pieza que era una verdadera joya, una mulata clara de ojos verdes como no había encontrado por la calle. La muchacha trabajaba de camarera en su barco, muy joven y aunque delgada, tenía un cuerpo que me atrajo mucho, siempre me sentí inclinado a las mujeres delgadas y de bonita figura. Comimos, bebimos y bailamos hasta tarde en la noche, no recuerdo como fuimos a parar debajo de la ducha y luego en la cama. Lo cierto es que el resto de la noche la pasamos teniendo sexo loco, ya la cama, el sofá y la mesa de mi camarote no podrán prestar su testimonio. Esas visitas se repitieron en dos oportunidades más, sentí que estaba perdiendo el control en lo que al sexo se refiere. Me dejaba arrastrar por la corriente que se vivía y esa enfermiza pasión que abrigaba por las vaginas. Una de esas noches en que estaba de guardia, ella vino a mi camarote con el propósito que ya saben, pero ese día me encontraba fatal del estómago. No llegó sola, la acompañaba otra camarera de su barco. No quise hacer nada y la acompañé con su amiga hasta la parada de la guagua, no estaba lejos de la entrada al dique y debía regresar inmediatamente.
-No sé, me parece que tu carácter y el de Yamila no cuajan mucho. Me dijo aquella muchachita apenas emprendimos el regreso, era delgadita y muy bien formadita. Tenía el pelo negro rizado que le llegaba a los hombros y senos que apenas sobresalían por encima de la camisa de su uniforme. Su estatura era muy baja, calculo que su cabeza apenas rozaba con mi barbilla.
-¿Por qué supones eso? Le pregunté algo intrigado.
-No sé, me da esa mala espina. Yamila es una muchacha muy bonita y te has dado el lujo de rechazarla. Yo creo que tú no cuadras muy bien con ella, puede ser también por la diferencia de carácter.
-Tal vez tengas razón, es probable y no me percatara de esos detalles, ustedes son más observadoras que nosotros. ¿Con qué tipo de mujer crees que yo acoplaría muy bien? Lancé la pregunta al azar, no llevaba ningún destino definido.
-¿Tú? Harías una pareja perfecta conmigo. Fue algo que no esperaba escuchar, pero así sucedió, todo parece indicar que me encontraba atravesando una buena racha.
-¿Tú crees? ¿Por qué no nos llegamos hasta mi camarote? Tengo varias cervezas guardadas.
-¿No estabas mal del estómago? Además, no olvides que tengo guardia.
-Ya se me quitó el malestar, no te voy a detener por mucho tiempo, después vas para tu guardia. Una nueva imagen se revelaba ante mis ojos, ella era el échantillon de una mujer, una diminuta maqueta con sus relieves perfectamente definidos. Sus senos eran pequeñitos, no superaban en dimensiones a un limón, duros y firmes, fácil de introducir totalmente en la boca. Su bollito tenía que ser el de una muñeca, localizado por aquel diminuto triángulo de pendejos intensamente negros y rizados que te invitaban a olerlo, acariciarlo, besarlos. Dos veces tuvimos sexo antes de que partiera muy tarde en la noche hacia su barco, yo la acompañé.
-Tengo la oportunidad de conseguir un apartamento para nosotros, sólo que lo haría con dos condiciones. Me dijo María Teresa la última vez que nos encontramos.
-¿Cuáles son esas condiciones que mencionas?
-Tienes que dejar la marina mercante y venir a vivir conmigo.
-¿Sabes una cosa? Trata de conseguir ese apartamento para ti y tu futura pareja. No tengo planes de abandonar a mi familia y menos aún mi profesión. Ese día nos despedimos y coincidiríamos dos años más tarde mientras me dirigía al Conejito. Nos saludamos como buenos amigos y nunca más nos volvimos a ver.
Pasados dos o tres años me enteré que se había marchado a México con un atleta de aquel país, hoy debe ser una linda abuelita, quién pudiera saberlo. Los que lean estas notas pensaran que exagero cuando menciono aquellos casos, donde no me explico cómo había llegado hasta la cama con mujeres a las que no les propuse nada o tan siquiera cruzado palabras que insinuaran esa intensión. Lo cierto es que apenas transcurridos trece años desde la primera escapada de la juventud del férreo control familiar, el destino de la mayoría ya estaba marcado. Ese incontrolable intercambio de relaciones sexuales, promiscuidad y falta de pudor, habían arribado a un punto sin retorno. Antes de abandonar la isla en el año 1991, muchas muchachas asumieron el rol conquistador del hombre y se los disputaban como hacíamos nosotros solo una década y media atrás.
Sin terminar las reparaciones del buque, recibimos la orden de tapar su máquina principal y nos ordenaron partir para Angola con mil doscientos soldados a bordo. La pausa disfrutada entre las locuras del “comandante” había tocado fondo y ahora el país iba a involucrarse en el peor de todos sus arrebatos. La guerra en Angola fue en mi criterio, el punto donde se inicia el peor descalabro económico de la isla. A partir de ese momento no hubo recuperación alguna y nos fuimos sumergiendo en un profundo abismo del que no se ha podido escapar jamás. No fue hasta los nefastos resultados de esa incursión en una guerra a gran escala del Napoleón caribeño, para desgracia de nuestro país que, ante la necesidad de moneda dura, aceptó recibir a una parte de la comunidad cubana en el exterior.
Los gusanos regresaban convertidos en mariposas y sus escorias (versión oficial) tratados como señores por ironías de nuestra historia. Los nacionales eran sacados de los hoteles para darles las habitaciones a los gusanos y al que se resistiera o protestara, ya saben. Las tribulaciones vividas durante la travesía hasta ese país africano fueron muy extensas y se encuentra plasmada en uno de mis trabajos. De todas aquellas desgracias sólo mencionaré una para no hacer interminable la presente, el día de la partida y con todos los soldados a bordo, fuimos visitados por un Mayor de las fuerzas armadas enviado por Raúl Castro. “En caso de ser detectados por fuerzas navales enemigas, ustedes deben cerrar las bodegas donde transportan las tropas y hundir el barco”. Esa fue la orden.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canada
2017-11-28
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